martes, 27 de mayo de 2014

RESERVA

Buenas noches rebuscadores del cajón sinfónico. Les traigo una historia que espero les guste. Revisen su combustible y dispónganse a acompañarme en este viaje....Y por favor antes denle al play , y háganlo sin reservas...



 
 
Era de noche y hacia frio, mucho frio, tanto que se formaban nubecillas de vaho delante de su nariz roja e insensible. Las manos le dolían y aunque las llevaba dentro del anorak sentía las dentelladas del invierno y de una artrosis precoz. Los 4 quilómetros que la separaban del pueblo se le estaban antojando eternos. 

 La mujer caminaba por el escaso arcén, poco más de medio metro de barro helado, eso cuando lo había. La mayor parte del tiempo simplemente no existía frontera entre el alquitrán y el bosque, sólo algunos matorrales que se le enganchaban a los vaqueros como si fueran fans desesperados que intentaban conseguir un autógrafo de su estrella de rock favorita.

- ¡No es bueno que siempre lleves el coche en reserva!.¡Algún día te va a dejar tirada y ese día lo lamentarás!.
.¿Cuántas veces lo había oído decir a su marido? No podía recordarlas pero habían sido muchas, muchísimas, las mismas veces que ella le había contestado con una sonrisa y un beso travieso que lo  enfadaba aún más.
  Bueno pues ese día había llegado y estaba empezando a lamentar, aunque no podía imaginar cuanto terminaría haciéndolo.

Ni un vehículo se había cruzado  con ella en la media hora larga que llevaba andando.
El silencio era casi absoluto, sólo sus pisadas y el ulular de algún ave nocturna la sobresaltaba de vez en cuando. Era como si el pájaro fuera un aliado de su marido que le graznara recriminándole:
- ¡Lo ves, te lo advirtió! y ¡¿Ahora qué?!.
¿Ahora?. Ahora tendría que deshacer el camino hasta la gasolinera a las afueras del pueblo y comprar combustible para volver a hacer el camino otra vez hasta el coche.... Eso o llamar a su esposo y pedir ayuda... La gasolinera no estaba tan lejos...

Unos metros más adelante algo correteo entre la hojarasca y los matorrales. La mujer respingó asustada. Alguna criatura del bosque pensó, intentando controlarse. Un conejo o un erizo o tal vez un ratoncillo. Esta ultima hipótesis le gustó menos y sintió los bellos de la nuca erizándosele y como un dedo aún más helado que la noche le recorría la espalda desde las cervicales hasta el coxis haciéndola temblar. Odiaba los ratones, le daba igual que fueran de campo o de una tienda de animales, simplemente les tenia terror, un terror irracional y primigenio.
Pero no, no podía ser un ratón....no, era algo más grande, mucho más.. grande. La criatura que salió de la espesura andaba sobre cuatro patas, eso era, era un perro. Pero un momento; la sombra perruna comenzó a alzarse hasta que se sostuvo sobre dos patas y entonces es cuando comprendió que la sombra salida del bosque no pertenecía a ningún perro, porque los perros no saben decir: - ¡Mamá!.



..CONTINUARÁ



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