El episodio del gato muerto quedó cubierto con un manto de
silencio. Cada uno tenía sus propios motivos, el caso fue que Carlos volvió a
por el equipaje mientras Laura y Paula entraron en la casa en silencio. Era acogedora.
Suelos de madera y olor paredes recién pintadas les dieron la bienvenida. Después
del hall se abría a mano izquierda un amplio salón con unan gran chimenea presidiéndola,
en su hogar habían colocado uno de esas estufas de gas que simularían unas
llamas cuando estuviera funcionando. La funcionalidad se imponía sobre la leña
y las cenizas, así y todo iba ser una pena no verla encendida. Todo tenía
aspecto de antiguo incluido los dos grandes Chester de piel negra. Pero aunque
no por ello estaban ajados, muy al contrario parecía relucientes como recién comprados.
La casa estaba decorada con gusto. Laura sólo puso un pero al salón y fue el
tapiz que colgaba sobre una de las paredes que mostraba una escena de caza en
la campiña inglesa. Unos jinetes de chaquetillas rojas y pantalones de montar
blancos perseguían a una jauría de perros que a su vez perseguían a alguna
presa que no se veía en la escena.
Al otro lado del recibidor se encontraba la cocina también grande
con una mesa y seis sillas en el centro, completamente equipada con todo tipo
de comodidades, como un lavavajillas y un microondas que los decoradores habían
sabido integrar perfectamente en los muebles de madera vista. La planta baja se
completaba con una pequeña biblioteca con dos cómodos butacones tapizados en
yute y unos anaqueles atestados de libros. Paula sorbió los mocos que aún le
quedaban en la nariz y corrió hacia una de las estanterías, pasó sus deditos por los lomos de los libros encuadernados
en cuero rojo. Aunque aún no sabía leer le encantaban los cuentos e ir a las librerías
y aquello parecía una tienda de libros llena de cuentos, de hecho en uno de los
estantes más bajos había una sección repleta de libros infantiles. Desde luego habían
pensado en todo.
A la planta de arriba se accedía por una escalera con pasamanados
de e cerezo y barrotes dorados. Había cinco dormitorios y todos excepto uno, con
dos camas. El principal tenía una hermosa cama de matrimonio con cabecero y
piecero de latón que brillaba como recién lustrado. Para la niña escogió la más
pequeña, contigua a la de la cama grande.
Carlos apareció cargado con las maletas.
- Bueno os dejo con las maletas. Yo voy a solucionar algo. Dijo
dejando la más grande sobre la cama.
Laura captó el matiz, ese algo era el gato.
- Bien, nosotras tenemos mucho trabajo, verdad cariño. Contestó
Laura mientras le revolvía la melena rubia a la niña.
- Sí mami, yo te ayudo y comenzó a abrir su maletita de Dora
donde venían parte de su ropa y unos juguetes.
El hombre desapareció escaleras abajo. Tenía que hacer
desaparecer aquel macabro hallazgo. Más tarde o quizás mañana se acercaría al
pueblo para hablar del tema con la persona que les había facilitado las llaves
de la casa. Sin duda aquello había sido obra de algún vándalo y quería cerciorase
de aquel lugar era seguro. Lo primero que haría sería revisar el seto por si había
algún lugar por donde hubiera podido entrar. Una casa deshabitada y
relativamente aislada era un lugar donde ese tipo de gentuza podría hacer sus
barbaridades con total impunidad. Por un mes aquella seria su casa, su propiedad.
Una sonrisa se le dibujó en el rostro, jajá siempre había querido decir eso de:
“salga de mi propiedad” mientras se balanceaba en una silla a dos patas con los
pies en la barandilla de un porche y una escopeta en el regazo. Lo pensó mejor,
la sonrisa se le borró de la cara. A lo mejor su intuición no le había fallado
y en realidad haber ido a esa casa no había sido tan buena idea.
Había dejado el coche junto a la puerta del cobertizo que también
hacia las veces de garaje. Seguro que allí encontraría útiles de jardinería, una
pala y unos guantes para enterar al gato. No pensaba tocar eso con las manos desnudas.
La imagen del aquel animal desollado volvió a irrumpir en su mente y sus tripas
volvieron a removerse, la alejó como pudo.
Todo el perímetro de la casa estaba rodeado por el seto
tupido de arizónicas frondosas, no encontró ninguna calva; detrás de él había
un bajo muro de piedra con unas rejas de barrotes por los que ningún hombre podría
colarse. No era imposible entrar pero desde luego tampoco era fácil. Aquello le
tranquilizó algo. Supuso que sólo el hecho que la casa volviera estar habitada sería
suficiente disuasión, aquellos barrotes ahora harían mejor su trabajo.
En el garaje había espacio suficiente para dos coches
grandes. También encontró lo que buscaba, un juego completo de jardinería, palas
y rastrillos de diferentes tamaños, tijeras de podar pero también había una motosierra
y un soplador de hojas. Todas las herramientas estaban en perfecto estado, como
recién sacadas del embalaje. También había un banco de bricolaje con un set de
herramientas, desde llaves a destornilladores, martillos y un taladro percutor de
buen tamaño, todo impoluto. Tomó una pala y se dispuso a realizar su trabajo de
enterrador.
Antes de comenzar le sacó una foto con el móvil, la enseñaría
a la chica de las llaves o a la policía si fuera necesario. Aquello no iba a
quedar así, pero tampoco podía dejar aquel espectáculo para que Paula lo
volviera a ver. Usó la pala para cavar una pequeña fosa de poco más de un metro
por un palmo de profundidad. La tierra estaba blanda y no le costó demasiado
esfuerzo. Así y todo, sus manos de hombre ciudad se resintieron. Luego desclavó
al animal con unas tenazas, arrancando los clavos de cinco centímetros que los
sujetaban al tronco del pino. El hedor era insoportable, luego estaban las
moscas y los gusanos blancos y gordos; brillantes que se luchaban por no caerse
de su festín. Lo depositó con cuidado en el agujero y lo cubrió con la tierra
que acababa de remover. Lo hizo con sumo cuidado, un cuidado respetuoso, sentía
pena por aquel animal. ¿Qué clase de bárbaro le haría eso a un pobre gato? .
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