Caminar por la oscuridad
del bosque dilataba el tiempo como si fuera un trozo de mantequilla dejado al sol.
Sólo llevaba 15 minutos caminando pero parecía que llevara haciéndolo horas.
Había apretado el paso, quería llegar a la casa y…bueno. Quería llegar, esa
era la primera meta volante. Una vez allí esperaría a que amaneciera para
hablar con Laura. Sí, eso sería lo más conveniente.
No le quedaba otra
alternativa, sólo podía pedir ayuda a su mujer. Ella siempre le había
sobrellevado, aun sin entender completamente sus “cosas”, había sido la persona
en la que se había podido apoyar, con la que se había sincerado, con la que
había compartido sus miedos…Y ahora sus miedos se habían hecho realidad y se la
iban a quitar. Le iban a quitar lo que más quería, su familia, por eso tenía
que enfrentarse a aquello; había que luchar. Tendría que contarle lo de la
gasolinera, tendría que preparase para escuchar su respuesta.
-No Carlos, no hay ninguna gasolinera,…estas
como unas maracas, o sí Carlos, hay una gasolinera con un gordo desagradable,
pero no hay ningún bar de carretera, estás como unas maracas.
En cualquiera de los casos
el fin parecía el mismo. Pero él sabía que había algo raro en aquella casa, que
era una trampa, que algo quería convencerle de que estaba loco. No le quedaba
más remedio que demostrar a Laura, que no lo estaba; tenía que hacerlo o al
menos convencerla de que debían salir de aquel lugar.
Parecía más fácil de decir
que de hacer. Y si se negaba abandonar la casa y si simplemente decía que no…
El silencio se hizo en su mente como haciéndose eco de el del bosque. No, aquello
no podía suceder..Laura le apoyaría, una cosa era que hubieran discutido que él
hubiera perdido el control por un momento , pero ahora la cosa era muy distinta
…se suponía que le quería, tenía que escucharle , tenía que comprender que algo
raro sucedía, que no era bueno estar allí y si no lo hacía por él, al menos que
pensara en Paula.
¡Estúpido! .Se dijo, actúas
como un niño asustado que corre al amparo de las faldas de su madre.
¿Su madre? …ojalá estuviera aquí…Ojalá pudiera,
pero no estaba, hacía demasiado tiempo que no estaba….también se llamaba Paula;
mejor dicho, Paula, su hija, se llamaba así por su abuela. No obstante, no había
sido su verdadera madre, lo adoptó, no lo supo hasta muchos años después, jamás sabría el de su madre biológica, pero le
daba igual, Paula, era la madre que había conocido, la mejor madre del mundo y fue
la suya.
Fue la única persona en el
mundo que comprendió lo que él era capaz de sentir, y le enseñó a ocultarlo y a
que no se desarrollara, a que “eso” no le causará problemas. ¿Cuánto la
necesitaba ahora...Cuánto?.
Pero algo le susurró al
oído, algo la engañó. Fue en una mañana de primavera, muy temprano con las primeras
luces del día. Algo la confundió y la hizo cruzar la calle, justo en aquel
preciso momento que el autobús echaba a andar. Ese mismo autobús donde él había
montado hacía tan sólo unos minutos, para iniciar su viaje de fin de 8º curso
de la EGB. Luego dirían que fue un accidente, que el chofer puso la marcha
atrás por error, que todo fue un conjunto de fatalidades, el colmo de la mala
suerte, pero en lo más profundo de su mente de preadolescente Carlos siempre
supo que no lo fue. Aún recodaba el frenazo, aún como saltó sobre el asiento
gris, aún podía sentir el vaivén y como las ruedas, con todo enorme peso del
autobús sobre ellas, machacaban el cuerpo de su madre. No la volvió a ver. Se
le quedó clavada su imagen; despidiéndole, su mano agitándose en el aire y como
todavía podía leer el adiós en sus labios, ver su melena rubia recogida en un
discreto moño, y sus preciosos ojos verdes …casi igual de preciosos que los de
su mujer, y que los de su hija.
Otra vez notó del miedo
subiéndole por la espalda como una enorme araña que va tanteándole con sus
patas peludas, buscando, seleccionando el mejor lugar donde hincar sus colmillos cargados
de terror. Aquel recuerdo había sido como una pedrada en el terrario de la alimaña.
El recuerdo de su madre la había liberado, ahora su veneno infectaría su cuerpo,
no con un miedo nuevo, si no con un miedo antiguo y diferente, con un pánico helador
que espesa la sangre y a la vez hierve los tuétanos, con un terror viejo y
rancio, olvidado, que creías sepultado bajo capas y horas de consulta de psicólogo,
un miedo primitivo a que te susurren en el oído: Cruza la calle.
Los pasos apresurados de
Carlos se transformaron en zancadas. Estaba corriendo, debía salir del bosque, las
ramas más bajas le azotaban al pasar, igual que si fuera un reo camino del patíbulo
al que una masa expectante le tira basura y escupitajos, pero no importaba, ni
la dentellada de dolor que sintió en el tobillo al pisar un socavón en el suelo,
ni siquiera que a los pocos minutos jadeara como un animal herido, perseguido
por una jauría de perros, eso tampoco importaba. Lo único importante era que debía
llegar a la casa y debía hacerlo rápido. No había tiempo que perder, el hombre
del saco se había vuelto a despertar y nada bueno podía pasar.
Continuará...
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