domingo, 7 de diciembre de 2014

LA CASA#14











 Aunque estaba dormida, no lo estaba tan profundamente como para no notar el agradable frescor de la sábana de algodón sobre su piel. Una sensación parecida a las cosquillas le hizo estremecerse. Solía dormir del costado derecho, en el mismo borde del colchón, pero ahora, después de girarse lo hacía bocarriba. Extendió los brazos y las piernas formando una equis, desperezando los miembros entumecidos. Enseguida los volvió a encoger, adoptando de nuevo una posición fetal, pero esta vez vuelta hacia el lado izquierdo. A la parte del cerebro que no dormía, llegaron unos estímulos electroquímicos provenientes de las puntas de los dedos de su mano izquierda, rápidamente fueron procesados. Habían rozado algo. Era algo cálido, de consistencia blanda…, todos los estímulos fueron relacionados y cada centro neuronal aportó sus conclusiones; era algo orgánico. En otro lugar del cerebro esa conclusión fue nuevamente procesada; era el cuerpo de su marido que descansaba junto a ella. El cerebro podía desechar esa información, no era útil, tenía otros millones de estímulos que analizar. Con un retaso de un picosegundo, desde otro centro de asociación neuronal, llegó un mensaje. No podía ser Carlos ..habían discutido y le había dejado fuera, no podía estar en la casa. Entonces, ¿quién/qué era lo que estaba en su cama?. Había que despertarse, el sistema podía correr peligro. En el subconsciente de Laura las luces pasaron a rojo y una sirena comenzó a sonar, habían entrado en DEFCON 2.

La certeza de que había algo a su vera la despertó, pero mantuvo los ojos cerrados, mientras agudizaba el resto de sus sentidos intentando recabar información desde una posición segura, como si por alguna extraña razón si ella no podía ver aquello, aquello  tampoco podría verla a ella. Percibió un ligero tufillo a amoniaco. El ritmo cardíaco se aceleraba y con él la demanda de oxigeno, sus músculos también se tensaron. Tenía que abrir los ojos, pero un miedo infantil la paralizaba; qué era eso que estaba allí agazapado. Su imaginación ya le había sugerido un par de huéspedes con camisetas de tirantes sudadas y entrepiernas abultadas. ¡Dios mío!¿Y si Carlos tenía razón y si un demente andaba por allí y si se había colado en su habitación aprovechado su ausencia, y si estaba allí, en su propia cama, observándola?  Reunió todo el valor que pudo encontrar y despegó unos milímetros los parpados del ojo izquierdo, lo justo para poder entrever a través de sus pestañas. Sólo puedo ver una forma oscura que la luz de la luna pálida le silueteaba a contraluz. Pero aquello no le aclaró nada, ni siquiera podía calcular su tamaño, estaba demasiado cerca. Tendría que abrir más los ojos. Podía sentir como los latidos de su propio corazón retumbaban en sus odios cuando cayó en una terrible cuenta, ¡PAULA!.

Su niña, había olvidado a su niña. Su hija estaba en la habitación de al lado, y si ...no, no podía pensar en aquello. El miedo se transformó instantáneamente en pánico. La adrenalina comenzó a manar de su páncreas, había que armarse. Las manos se transformaron en garras, y las uñas se hincaron en el sábanas amenazando con hacerlo en el colchón, fuera lo que fuera que hubiera en su cama se iba a enfrentar a ello. De un solo movimiento, casi felino salto fuera de la cama por el lado derecho y agarró la lámpara de la mesita de noche esgrimiéndola como un garrote, al tiempo de su garganta nació una especie de gruñirdo/chillido feroz y primitivo.
El corazón parecía que se le iba a salir por la boca, las uñas de la mano que sujetaban del pie de la lámpara se había clavado la palma y los ojos se habían abierto de par en par llenándole la cara, donde la boca también lo había hecho enseñando los dientes en una mueca desafiante. Ahora pudo ver a aquello que estaba sobre su lecho y por unos instantes creyó ver el cuerpo de un hombre grande y peludo en ropa interior pero evidentemente la adrenalina y su imaginación la habían confundido, pues lo que allí yacía no era ningún maníaco, si no el cuerpecito de su hija hecho un ovillo que dormía plácidamente. Cuando Laura fue plenamente consciente de ello dejó caer la lámpara y se arrojó sobre la cama para abrazar a la niña, mientras las lágrimas y la risa brotaban al unísono. La pequeña murmuró algo y también se abrazó aun dormida a su madre. Laura la achuchó en su pecho y le beso el rostro acunándola entre sus brazos, intentando que no se desvelara.
Ella no podría volverse  a dormir. No sólo se lo impediría la adrenalina que todavía fluía por su torrente sanguíneo, si no también dos detalles. El primero fue descubrir que el tufillo a amoniaco que había olido provenía del pijama empandado en orines de la niña, cosa que no hacía desde  que tenía dos añitos y el segundo fueron las palabras que acababa de escuchar de sus labios infantiles: “Abuelita, abuelita Paula, ayúdame”. 

Continuará.. 

LA CASA#13 
LA CASA#1 

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