¡Mamá! , ¡Mamá! Los gritos de su
hija la sacaron de su sueño de la misma forma que la mano del matarife agarra
un pollo por el pescuezo.
Laura hubiera batido un record
olímpico si se hubiera cronometrado la velocidad a la que recorrió los escasos
metros que separaban la habitación de Paula de la de matrimonio.
La niña estaba sentada en la cama
revuelta. Se había hecho pis encima y lloraba desconsoladamente mientras
llamaba a su madre.
- Ya estoy aquí cariño. Mama ya
está aquí contigo. No pasa nada cariño.
- Mamá tengo miedo. Tengo miedo.
Me hace daño, el otro me hace daño.
- Es solo una pesadilla, mi amor ya,
ya. Laura consolaba a su hija acunándola en sus brazos mientras le limpiaba las
lágrimas de sus mejillas con la infinita ternura de una madre.
Laura también comenzó a llorar pero reprimió su
impulso con todas sus fuerzas. No quería que la viera así. Paula jamás se había
hecho pis desde que aprendió a controlarlo a los tres años más o menos. No podía
seguir obviando la situación, Paula tenía algo en la cabeza que no la dejaba
descansar. Tenía que enfrentar el
problema de una vez por todas.
Cambio a la niña el pijama y la
llevó a su cama, cuando consiguió que se volviera a quedar dormida, regresó a
su habitación y mudó las sabanas con lágrimas de desesperación que ahora vez
dejo fluir desahogándose. Las gotas manchaban el edredón rosa con princesas de
cuento. Los círculos húmedos eran los pozos oscuros por donde brotaban sus
preocupaciones y cada vez había más. Pero ¿a quién podría acudir? A quién
contarle que su hija tenía algo en la cabeza que le hacía cada vez la vida más imposible?.
Los médicos no habían visto nada raro en las pruebas. Se estaría volviendo loca
su hija. Miró al techo como si buscara la respuesta. El filo de sus temores más
secretos ascendía abriéndose paso a cuchilladas desde las profundidades de su
alma, desde el lugar donde se esconde aquello que tus mente no puede creer, donde
cuando creces guardas a todos los monstruos, fantasmas y a todas las brujas,
bajo el rotulo "no los temas porque no existen". Ahora esa puerta se había
abierto y todas las bestias campaban en libertad como una horda devastadora que
lo arrasaba todo. Su cerebro se había convertido en una esponja empapada de
miedo que no podía razonar. Abatida se dejó caer sobre la cama y lloró aún más.
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El teniente Alarcón cerró la puerta tras de si
y sin mediar palabra tomó asiento en la silla que quedaba en la habitación.
Puso una carpeta negra de gomas elásticas sobre la mesa con un movimiento
preciso y ceremonioso.
- Así que tú eres el "nuevo
conseguidor" del viejo. Bueno, veamos qué tenemos.
.Luis permanecía en silencio sin
saber muy bien qué decir o hacer, mientras en su cabeza aún resonaba lo que
acababa de escuchar. “Nuevo conseguidor" La forma de arrastrar las
palabras dejaba una entrever una ironía que no llegaba a entender. No le gustó.
- A ver , a ver . Sí; aquí está;
tenemos el primer candidato, tiene una edad estimada entre ocho y diez años, se
llama Kamil y su padre al parecer se ahogo durante el naufragio. Mis contactos
en África tienen que hacer grandes esfuerzos para conseguir, que niños tan
pequeños intenten el viaje y puedan llegar hasta aquí, atravesando países en
guerra, desiertos y el mar; claro, muchos mueren por el camino .Normalmente se
"incentiva económicamente" a los familiares para que los manden solos,
pero algunos se empeñan en venir con ellos, lo cual dificulta las cosas. Pero
hemos tenido suerte, el mar nos ha echado una mano y nos ha ahorrado tiempo y dinero.
El mar tiene eso, a veces te da y otras te quita.
Luis estaba perplejo; que estaba
diciendo ese hombre, que los niños que iba a buscar habían sido previamente
"comprados" a sus familias para que se embarcaran en un viaje suicida
a través de las guerras, el desierto y luego el mar. En qué tipo de lio se
estaba metiendo. El viejo, como lo llama el teniente, no le dijo nada de eso. Bueno
en realidad no le comentó nada; solo que él "recogía " lo que el
Estado no podía o no quería atender. Lo que no mencionó, fue que tuviera algo
que ver en el por qué, de la venida de esos niños. Ahora le vinieron a la
cabeza todas las dudas de Laura. Siempre le había dicho que había algo turbio y
al final iba a tener razón. Pero ¿cómo actuar? .No debía precipitarse, tenía
que ir con cautela. Si se escandalizaba y se negaba a hacer su encargo. ¿Quién
le garantizaba que no correría peligro y que quizás fuera otro contratiempo
como el padre de aquel niño? No creía que en este tipo de trabajos se pudiera
decir: “No, muchas gracias pero no me interesa, lo dejo" y marcharse de
rositas. Decidió, seguir el juego de momento y una vez cuando hubiera salido de
allí ya pensaría en algo. Ahora solo cabía poner cara de póker y esperar que
los acontecimientos siguieran su curso.
El guardia civil seguía hablando explicando
las características del resto de la "mercancía” .
-El segundo niño se llama Kalule
tiene doce años y procede de Mali llegó a Marruecos en una partida de diez personas, solo él ha sobrevivido. Bueno es
todo lo que tenemos. Los niños están listos y contra menos tiempo estén aquí
mucho mejor para todos, acompáñeme le proporcionaré una orden para que se los
pueda llevar. No queremos que en el viaje de vuelta tenga algún encuentro
inesperado y tenga que dar explicaciones de por qué lleva dos menores
indocumentados en su coche ¿verdad?.
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[27] El mensaje automatizado de
la compañía de teléfonos le informó que el terminal de su marido estaba fuera
de cobertura o apagado. Laura sorbió por la nariz los mocos acuosos que las lágrimas
le habían formado en la nariz. Miro el teléfono, ese pedazo de plástico rojo
era como un salvavidas desinflado, lo volvió a colocar en su base y suspiró.
Las terminaciones nerviosas de
sus dedos informaron al cerebro que la presión sobre aquel objeto se había acabado,
cuando recibieron otra vez la orden de agarrarlo.
- Servicio de información
municipal. Buenos días ¿en qué podemos ayudarle?
- Buenos días, por favor necesitaría
el teléfono del Hospital Claudio Galeno.
Garabateo el número en un possit
con un bolígrafo que encontró en un cubilete, de la mesa del despacho de Luis,
afortunadamente funcionaba correctamente.
Le costó varios minutos de
esperas y desvíos de llamadas, pero al fin consiguió la información que deseaba.
Solo tenía media hora para que el doctor Jovellanos comenzara su turno .Tenía
que hablar con él.
Un misil plateado salió del garaje.
Laura lo conducía, en el alzador del asiento trasero Paula con la cabeza
ladeaba y aún medio dormida no sabía muy bien donde estaba. El hospital no
quedaba lejos pero las ocho de la mañana era hora complicada para tener prisas,
la buena noticia; no había rutas escolares y eso era como una aspirina en las
venas obstruidas de la ciudad.
Conduciendo lo más rápido que se atrevía,
zigzagueo entre las filas de coches. Los semáforos rebasados casi siempre en ámbar
y a veces en rojo provocaron a los demás vehículos que la amenazaron con los
insultos sónicos de sus claxon, pero el píe de Laura no estaba dispuesto a
relajar la presión sobre el pedal del acelerador ni un ápice.
Contempló el reloj digital del salpicadero había tardado
17.50' en llegar al hospital . Con desesperación vio como una fila de coches
esperaban para acceder al parking de visitas . No podía perder el tiempo, en
una fila a que se quedara libre alguna plaza, en el ya saturado aparcamiento. Golpeó
el volante con las palmas de las manos con la furia de la frustración y lo giró
con brusquedad dirigiéndose hacia el de empleados.
Evidentemente una barrera impedía
el paso. El personal accedía mostrando una tarjeta a un escáner que la hacía elevarse,
permitiendo el paso. Podía intentar colarse detrás de alguno. Desechó la idea
al mismo tiempo que la forjaba, también había una caseta con un vigilante. La
realidad se imponía, el tiempo se le escapaba como un puñado de agua entre los
dedos.
Un bocinazo la sacó de sus
elucubraciones. El Volkswagen gris bloqueaba el paso a un coche que pretendía
entrar al estacionamiento. Sus ojos miraron por el retrovisor maldiciendo no
poder volatilizarlo con un haz de rayos laser. Un instante después las pupilas
se dilataron al máximo de su capacidad, absorbiendo toda la luz posible, para
que su mente volviera a verificar la información que recibía. Esa cara le era
familiar. No cabía duda, el conductor del coche de atrás era el doctor Jovellanos.
No se lo pensó dos veces, tiró
del freno de mano y se bajó del coche.
- Por favor doctor tengo que
hablar con usted. Dijo mientras golpeaba la ventanilla. Tras unos instantes
donde se mezclaron miedo, sorpresa y precaución el doctor la reconoció y bajó la ventanilla a la mitad.
- Doctor necesito hablar con usted,
hay cosas que no le conté. Suplicó Laura.
- Está bien, está bien . Pero
primero tranquilícese, tengo que ir a trabajar. Buscó en el bolsillo interior
de su chaqueta y le tendió una tarjeta de visita.
-Ahí tiene mi numero .Llámeme a
partir de las tres y hablaremos.
-¡Muchas gracias doctor Jovellanos!,
¡muchas gracias!.
Continuará....
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