El sol herido de muerte comenzaba
a hundirse por el horizonte, mientras la luna se preparaba para su asalto al
mundo.
El fornido brazo de cara de perro
hacia las veces de bastón. Set andaba con dificultad arrastrando los pies,
levantando nubecillas de polvo y dejando pequeños surcos en la grava del suelo.
Recorrer los pocos metros que separaban su coche de la puerta se le antojaba
una tarea hercúlea. Allí esta nariz ganchuda esperándolo junto al doctor y la
mujer con una silla de ruedas. Ya era humillante para él, tener que usarla, pero
al menos caminaría hasta ella. Él podía ver la sonrisa maliciosa escondida detrás
de sus rostros, aunque fueran serviles y timoratos. Su mente estaba hambrienta
y débil pero no lo suficiente para no poder percibirlo. Su cuerpo era como una
armadura vieja y oxidada que le impedía moverse con libertad.
La mujer se acerco para intentar
ayudar.
- Por favor señor, deje que le
ayude. Dijo mientras intentaba cogerle por el brazo libre.
Set alzó la cabeza. Los cristales
de las gafas del viejo eran tan oscuros que se podrían usar para soldar, sin
embargo el frio azul de sus ojos los atravesaron si el menor problema, clavándose
en los de Livia.
- Orgaz, dile a tu perra que se
aparte.
La mujer no necesito nada mas,
retrocedio como un animal apaleado, hundiendo la cabeza entre los hombros,
mientras se excusaba.
- Lo siento, señor. Lo siento.
Una vez sentado lo condujeron por
los pasillos laberinticos del Buen Pastor. El matón de aspecto perruno empujaba
la silla, mientras que el otro le escoltaba justo a su lado derecho. Adelantándose
para abrir puertas o para eliminar cualquier otra dificultad en el trayecto de
su protegido. El resto del cortejo le seguía a un paso. No necesitaban guía, el
viejo les visitaba más o menos cada dos meses, aunque últimamente la frecuencia
había aumentado ligeramente. Cada vez consumía más. En parte era una buena noticia,
ya que eso quería decir que se hacía más fuerte y que los procesos eran más
complejos y por lo tanto necesitaban más energía. Pero por otro...era
preocupante pues el aumento de poder, daba miedo. Sí, miedo, pero lo que el
doctor Orgaz sentía en privado, era un miedo excitante que le espoleaba a
seguir, al más difícil todavía. Él era el único de ellos que podía ponderar los
peligros que conllevaba manipular algunas energías sin el debido respeto.
Las puertas de montacargas se
cerraron y comenzó a descender. En él, solo entraron el doctor y Set con Cara
de perro. El otro matón se quedó arriba custodiando el acceso. Livia había desaparecido
discretamente para continuar con sus obligaciones. Descendieron dos plantas y
se detuvieron bruscamente oyendo un quejido metálico y notando un leve rebote.
Las hojas metálicas se desplazaron a derecha e izquierda respectivamente.
Orgaz se adelantó y penetro unos
pasos en la negrura que les recibía. Accionó unos interruptores y los
fluorescentes del techo volvieron a la vida entre zumbidos y parpadeos. La luz
verdosa que emitían, resultaba insuficiente para el tamaño de la sala,
manteniendola en penumbra. El lacayo de Set empujó la silla y ambos salieron
del montacargas. La semioscuridad reveló un espacio de grandes dimensiones, de
forma rectangular, donde el ascensor se ubicaba en uno de sus lados cortos. A
ambos lados, a nivel de suelo, se disponían en hilera unos receptáculos alargados,
de unos dos metros cada uno. A primera vista parecerían ataúdes futuristas redondeados,
de tapas transparentes. En cierta manera podían pasar por ellos ,pues su
contenido eran seres humanos.
Los hombres atravesaban el
pasillo que dejaban las dos hileras de cápsulas de sueño en dirección a una
puerta que estaba en el lado opuesto. Su tránsito estaba acompañado por
multitud de pequeños pitidos y destellos de los testigos de cada una de las
capsulas. Los niños que las ocupaban dormían de cubito supino, desnudos salvo
por la ropa interior blanca que todos lucían. Estaban sondados y llevaban múltiples
electrodos además de una vía en el brazo.
Un led comenzó a parpadear en
rojo y a emitir una secuencia más rápida de pitidos. Inmediatamente un
dispositivo en el cinturón del doctor se activó como la alarma de un
despertador. La urna que avisaba estaba unos metros más adelante. Se adelantó
mientras apagaba el dispositivo de su cintura. Tecleó unos comandos en un
pequeña consola en la cabecera de la capsula y los pitidos desaparecieron. El
doctor observó al niño que había dentro, como el pastor que examina su ganado.
El crio pareció moverse. No, no era el crio, el ruido del compresor del
dispositivo anti-escaras lo aclaró unos segundos después. Orgaz se llevó la
mano a la frente .Volvió a teclear en la consola y el colchón donde descansaba
el niño comenzó desinflarse con un siseo. Había olvidado desconectarlo. Era un derroche,
que siguiera funcionando, ahora que su ocupante había muerto. Pulsó otra tecla
y la pequeña luz verdosa que iluminaba el interior de la capsula se extinguió.
La silla se detuvo justo delante
del portón metálico. El doctor levantó una pequeña tapa plástica que ocultaba
un escáner de reconocimiento dactilar. Posó la palma de su mano derecha sobre él
y un haz de luz roja la recorrió. Al instante se pudo oír como los sistemas de
seguridad de la puerta se desbloqueaban chasqueando. Ahora el doctor solo tuvo
que pulsar un botón, que paso del rojo al verde desactivando las cerraduras y
haciendo que el portón se deslizara lateralmente sobre unas guías, embutiéndose
en el muro, desapareciendo.
Un sillón presidia la nueva sala.
Mucho más pequeña que la anterior, tenía apenas el tamaño de un despacho. El sillón
en contraposición era enorme, no en sus dimensiones si no en todo el aparataje
que lo acompañaba y que le daba el extraño aspecto de ser el puesto de mando de
alguna nave espacial.
Una luz rojiza lo bañaba todo,
haciendo que solo se pudieran ver otro color aparte del de la luz; el negro. La
habitación podía pasar por cuarto de revelado o el interior de un submarino
durante un zafarrancho de combate.
Orgaz tomó el mando de la silla y
entro con Set.
Continuará..
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