jueves, 5 de mayo de 2016

AZUL #31





Cinco días antes


Sabía que se había quedado dormida, que su cuerpo estaba recostado en el sillón de polipiel azul, justo enfrente de la mampara que la separaba de su hija enferma. También sabía que al igual que ella, Paula no estaba en esa cama de hospital. Sobre esa cama sólo estaba la carne de su hija, era la cáscara; su niña, su hija en realidad andaba perdida en algún lugar de detrás de otro cristal.

El espejo estaba allí, sobre el tocador, majestuoso, rodeado por su marco labrado en madera recubierta de pan de oro, en medio de esa habitación de piedra. Esa era la puerta, detrás de él, en algún lugar estaba Paula y ella la iba a traer de vuelta. Tomó asiento frente al espejo, se miró en él. Vio sus ojos hinchados y sus ojeras, era el rostro de una mujer abatida, pero también vio la determinación. Sus iris eran rocas talladas y sus pupilas las bocas de dos cañones, nada de lo que viese allí, nada, absolutamente nada la haría cejar.

-Paula, cariño ¿estás ahí?

La llamada le resultó absurda, le estaba hablando a su propio reflejo. Esperó unos instantes, no sabía que debía hacer. La superficie del espejo vibró formando ondas concéntricas, como si le hubiese hablado a la superficie de un charco de cromo líquido. Volvió a llamar


-Paula, soy mamá ¿estás ahí?

Justo al otro lado del espejo, sólo que en otra dimensión, la niña estaba sentada en frente de ese mismo espejo y también vió su superficie reverberar.

-¡Mamá, mamá!. llamó

Set estaba tumbado, semidesnudo, con el pecho lleno de parches cableados, uniéndose íntimamente al cerebro informático, de la misma forma que un cordón umbilical une a un feto a su madre y con ese dispositivo sobre la cara, que recordaba al visor usado en los sistemas de realidad virtual. Estaba tenso, tieso, como si en vez de estar en el sillón del laboratorio, en los sótanos del Buen Pastor, estuviera sobre un potro de tortura en las mazmorras de la inquisición, sólo que su rigidez no era provocada por el dolor, si no por el placer, uno infinito, el que da la victoria. La luz roja lo bañaba, proporcionándole un extraño brillo a la piel blanquecina y flácida, de hecho parecía que la piel del viejo hubiese sido arrancada, dejando a la vista los músculos elongados, dando un aspecto aún más grotesco a la escena, si eso pudiera ser posible.

Todo estaba saliendo como había previsto. Podía ver a ambos lados del espejo como en una clase magistral de cirugía, tenía una visión cenital de la escena. Aquel era su mundo, él era Dios y sus criaturas sólo podían cumplir el destino que él había diseñado para ellas. Él era Set, el tercero, el tercer hijo de Adán y Eva, el superhombre, pronto abandonaría su decrépita forma de anciano y alcanzaría su plenitud.


En la superficie del espejo volvieron a aparecer las ondas, pero esta vez ella no había dicho nada, ella no las había provocado.

-¡Paula!

El golpe de voz produjo otra ondulación concéntrica que chocó con la anterior. Su hija debía de estar al otro lado, era como en su sueño. No lo pensó, introdujo las manos, primero hasta las muñecas. La película cedió sin oponer resistencia a la presión de sus dedos. Sintió como aquella sustancia parecida a un magma cristalino se adhería y como su frialdad viscosa la impregnaba, luego hasta los codos, hasta que casi tocar con la punta de la nariz. Removió buscando donde asirse, buscando la calidez de las manitas de Paula dentro de aquel barro de vidrio gélido.

-¡Paula, Paula! soy mamá. Cariño, si me ves, toma mis manos.

-Claro, que no las ve…. pero yo sí ….que las veo. Las palabras salieron de la boca del viejo entre jadeos y resoplidos espasmódicos.

Paula veía las ondulaciones en el espejo y llamó a su madre una y otra vez, incluso intentó “tocarlas” pero las yemas de sus dedos tan sólo chocaban con la superficie fría y dura de un espejo. Era como si ese espejo tuviera otro un cristal por delante, como si estuviera mirando una pecera. La desesperación hizo presa de ella y empezó a gritar y a golpear con los puños aquella, aquella ventana, aquel cruel ojo de pez que sólo le permitía intuir que su madre debía estar llamándola desde el otro lado y que por alguna razón no podían reunirse. La doncella le dijo que usará el espejo para llamar a mamá y ella lo había hecho, pero no daba resultado. Pronto sus bracitos empezaron a pesar, la cadencia de sus golpes decreció a la misma vez que la angustia invadía su corazón infantil.

Paula, mi vida, soy mamá. ¿Dónde estás?

No, así no la iba a encontrar, pero tampoco se iba a rendir. Hundió el rostro. No sabía si allí dentro podía respirar, pero aquello no era real, sólo era una especie de sueño, muy vívido pero un sueño al fin y al cabo y en los sueños se podía hacer cualquier cosa, así que lo hundió con decisión, la decisión que da la certeza de que nada más tenía que perder. Su hija era lo único a lo que no estaba dispuesta a renunciar, aunque fuera a cambio de su vida. Contuvo la respiración y cerró los ojos. El magma se le introdujo por todos los orificios, entró en sus fosas nasales y penetró en sus oídos, sintió su viscosidad helada y un silencio romo golpeando en los tímpanos. Detrás de sus párpados los ojos percibieron luz, allí dentro no había oscuridad. Tendría que abrirlos, abrir los ojos y después respirar. Elegir entre que aquella masa le cuajara los globos oculares o que le crionizara los pulmones. Despegó los párpados y contempló el Azul. La boca se le abrió de forma refleja.

Azul, azul…

¡Señor, estamos al máximo, no podremos aguantar mucho más tiempo, la niña no lo podrá soportar!. Gritó el doctor

Orgaz, parecía que se fuera a fundir. Estaba sentado frente a la consola, nervioso, sudando a mares, bajo aquella luz roja su cara redonda y fofa se asemejaba a la de un cerdo dentro de un asador; un cerdo con gafas de pasta y bata.

el doctor vigilaba los testigos, que controlaban las constantes vitales de las “baterías”, como llamaba a los niños de las cápsulas del pabellón contiguo. También controlaba el funcionamiento de todo el sistema, además del sillón donde se hallaba el viejo, que a su vez lo hacía con la mente de Paula. Paula había sido una antena, un reclamo, una baliza para que su madre picara el anzuelo y eso acaba de pasar. La transmutación al fin se iba a poder realizar. Todos estos años de trabajo bajo la garra de aquel monstruo iban a dar fruto. La mente de Laura había conectado, había bajado el portalón de su fortaleza, había entrado en el Azul.

Azul infinito, un azul luminoso de un solo tono. El azul de un mar inmóvil y denso, un mar de aceite azul semi-helado. El frío le atravesó las pupilas y sintió cómo se expandía por los nervios ópticos hasta anegarle el cerebro, fue una inyección de nitrógeno líquido, pero no hubo dolor, sólo frío, aunque aquel simple adjetivo no podía abarcar su sensación. Era llegar al cero absoluto, ese instante donde cada partícula subatómica de su ser hubiera dejado de oscilar. El óleo azul también le entró por la boca, llenándole todas las cavidades, desde los pulmones hasta los intestinos, difundiendose a su sangre, igual que un líquido de embalsamar. No podía pensar. después del tsunami azul, iba a llegar la resaca.

No fue vomitar, no, el azul a la destripó, una violación brutal e inversa. Fue salir de su cuerpo, la habían empujado afuera con una tracción desgarradora. Ella era un calamar, al que un pescadero sádico y cruel le acababa de sacar las entrañas de un solo y despiadado tirón. Intentó aferrarse a sí misma, pero era imposible, aquello la engulló con la rotundidad incontestable de un agujero negro.

Afuera sólo Azul, ingravidez azul.

Empezó a caer, o al menos esa era la sensación. El Azul se oscurecía a medida que caía en dentro de aquel éter. Más rápido, más rápido. Negro, oscuridad, dolor. Primero un pulso, luego un pinchazo, luego dolor, más dolor, más. Quema, abrasa, duele, duele más de lo que puede soportar, intenta gritar, no sabe gritar. Luz, menos dolor… más luz, es roja, brillante. Ruido, voz, algo incomprensible. Está cansada muy cansada, no quiere pero se deja ir, no sabe si está muerta, no lo sabe, sólo se deja ir.No puede hacer otra cosa, es incapaz; un último pensamiento, Paula.

Continuará..


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