lunes, 12 de septiembre de 2016

SANGRE #4







 SANGRE #4
 
Por fin es Septiembre. Las jornadas ya sólo tienen unas 9 horas de luz, las noches cada vez son más largas y la temperatura ha empezado a bajar. Al verano aún le quedan un par de coletazos pero está herido de muerte, me alegro, odio el verano. Éste ha sido el más duro de mi vida, en los dos meses pasados, las temperaturas han sido muy altas, prácticamente ningún día han bajado de los 32º y muchos han pasado de los 35º. Los cielos han estado despejados y el sol, sin ninguna nube que lo tamizara, ha calcinado inmisericorde la tierra.

Huelga decir, que evito exponerme a él en las horas centrales del día, cuando más fuertes son las radiaciones ultravioletas, a las que soy hipersensible. Es muy incómodo tener que dar explicaciones a la gente que te rodea, de por qué no vas a la piscina o estar contestando siempre la estúpida pregunta de, “¿no tienes calor, con esa manga larga?”. Claro que lo tengo, pero es mil veces mejor que sufrir su quemazón en la piel o en los ojos, de hecho si me expusiera sin protección a él, sufriría graves quemaduras y con seguridad perdería la visión, por eso siempre he preferido trabajar por las tardes, se producen menos situaciones comprometidas, y si te invitan a unas cañas, en una terraza después del trabajo, el sol ya no es tan fuerte. Mucha gente cree que sufro algún tipo de albinismo, por mi pelo rubio y mis ojos claros, está bien que lo piensen. El verano no es la mejor época del año para un albino, para un vampiro es la peor.

Éste no sólo ha sido cruel por esto, el verano es algo inevitable, a lo largo de la vida aprendes a sobrellevarlos a soportarlos, pero hay algo para lo que no he estado preparado, el paso del tiempo. Esos días tórridos, con sus noches axfisiantes han sido eternos. Cada uno de ellos, de los casi cuatro meses que hace que vi a Laura, han sido un calvario, como añadir cuentas en un ábaco, que sólo supiera sumar en mi obsesión de querer, de necesitar volver a verla, y de tenerlo al mismo tiempo. Lucho con ese sentimiento, con esa necesidad y con ese temor desde entonces. Desde que maté a aquel yonki, han muerto dos personas más, temo haber perdido el control de mi enfermedad.

Este agosto, he vuelto a Stª Comba, siempre me ayuda volver a mis orígenes, allí todavía puedo sentir a mis abuelos, de alguna manera su esencia impregnó aquella tierra donde su amor prendió, entre el verdor de las tierras gallegas, entre las escorias de la mina Varilongo.

Ellos me criaron, ellos me descubrieron lo que soy, ellos me enseñaron a vivir con ello. Ojalá estuvieran todavía, los necesito, más que nunca, sólo ellos podrían entender lo que me está pasando, ellos y tal vez Laura.

Mi abuela Lúa quedó huérfana cuando sólo tenía 15 años, sus padres murieron durante los primeros compases de la guerra civil.

Su padre, un humilde minero cuyo único pecado fue saber escribir a máquina y tener una hermosa mujer, fue ejecutado por anarquista. En realidad el verdadero motivo fue, que la mala fortuna quiso, que uno de los cabecillas del movimiento golpista de la zona, se encaprichara de su bella esposa. Los reiterados rechazos ante sus proposiciones, tuvieron como consecuencia la ruina. No sólo el asesinato indiscriminado de su marido, sino también la acusación de meiga, de “xuxona”, de adoradora del demonio y de cosas aún peores. Le raparon al cero la cabeza y la obligaron a pasear desnuda por las calles del pueblo, junto con otras desgraciadas que sufrieron su misma suerte. Antes y para más escarnio público, las atiborraron de aceite de ricino, con la intención de que no pudieran controlar sus intestinos. Enloquecida y desquiciada se quitó la vida, aprovechando un descuido de sus captores.

Afortunadamente, el director de la mina, hombre justo y de buen corazón, se apiadó de mi abuela y la acogió en su casa, haciéndole un hueco entre la servidumbre del pazo donde residía.

En 1941 en plena 2ª guerra mundial el gobierno de España, a pesar de su declarada neutralidad, surtía a las potencias del Eje de wolframio, escaso mineral indispensable para la fabricación del blindaje de los carros de combate y de los proyectiles antitanque, como parte del pago de la deuda contraída en la guerra civil con ellas. En la primavera de ese mismo año, el III Reich, envió a un delegado a interesarse por la producción y las exportaciones de wolframio, temiendo que Franco sucumbiera a las presiones que estaba recibiendo por parte del bando Aliado, que conocía y por supuesto desaprobaba tales actividades. Los nazis no podían permitirse que eso ocurriera. Ese delegado era Alexander Müller, que más tarde sería mi abuelo.

La mina de Comba, Varilongo era una de las que estaban dentro de su agenda, donde se extraida tan preciado mineral, además de estaño y cuarzo. Durante su visita se alojó en el pazo donde residía su director y servía mi abuela Lúa, que por aquel entonces ya tenía 20 años.

Según decían las malas lenguas, D. Santiago, la acogió llevado por la misma lascivia, poco más que hechizado por las artes de la hija de la meiga, que por supuesto, no solo había heredado su melena ensortijada de pelo negro azabache, sus ojos de un verde esmeralda y un cuerpo generoso en curvas, sino también sus oscuros poderes. Verdad o no, lo cierto es que jamás le oí una mala palabra sobre D. Santiago, todo lo contrario que de Dª Marisa, la esposa del director, una mujer escuálida y apocada, siempre agarrada a un rosario, que hablaba entre dientes. Desde el primer momento la miró con malos ojos, aquellos comentarios malintencionados le habían metido los celos en el cuerpo. Odiaba a mi abuela y hacía todo lo posible para que su existencia fuera lo más desdichada posible, tratándola con desprecio y altivez y como no, reservándole siempre las tareas más ingratas. Curiosamente y sin saberlo, aquel odio de Dª Marisa iba a procurar, que por fin mi abuela encontrara la felicidad, que tan esquiva le había sido.

Cuando mi abuelo Alexander vio a mi abuela por primera vez, se quedó absoluta e irremediablemente prendado de ella, ahora puedo llegar a entender el sentimiento que se apoderó de él. Aquella mujer era preciosa, pero no sólo fue su belleza lo que le hizo quedar embelesado, era algo más, estaba envuelta en un aura, como si la rodeara un campo eléctrico que te erizara el vello sólo con acercarte a un par de metros de ella. Él sabía bien de esas cosas, tenía sentidos que el resto de los mortales ni siquiera soñaban con poseer porque él era un vampiro.

Ella fregaba los suelos de rodillas, resgatando con una aljofifa que remojaba primero en un cubo. Él entró en el salón, acompañado por D.Santiago pisando el solado de piedra aún húmedo, en cuanto se percató de ello, mi abuelo se disculpó por la torpeza, ante la sorpresa de su anfitrión. Mi abuela no estaba acostumbrada a que nadie le pidiera disculpas, pues eso era lo que parecía lo que aquel hombre extrañamente alto y de piel lechosa, acaba de hacer, lo había comprendido, aunque no hubiera entendido ni una sola palabra de lo que dijo. Tímida y sin saber cómo reaccionar, sólo acertó a agachar la cabeza para seguir con su faena.

Igual que su madre, ella no era ninguna meiga adoradora de Satán, pero también desde siempre tuvo esa especial sensibilidad, que la hacía percibir cosas que las demás gentes no podían. Llegó a convencerse de que aquello por lo que la temían y la rechazaban, era algo realmente malo, que fue lo que trajo la desgracia a su familia e intento renegar de ello, de veras que lo intentó, olvidar aquella cualidad de saber que alguien va a morir unos días antes de que lo hiciera o conocer el sexo del retoños aún estando en el vientre de sus madres, pero según me contó muchas veces, cuando vio por primera vez a mi abuelo, a aquel hombre extremadamente delgado, larguirucho y tan rubio que casi tenía el pelo blanco, ese sexto sentido se disparó como nunca antes se había manifestado, percibió algo especial, algo que no supo interpretar, y algo que la hizo sentirse atraída por él de una forma irrefrenablemente magnética.

El director de la mina tenía órdenes muy claras al respecto de cómo agasajar a su huésped, “todo lo que se le ofreciera” y todo, quería decir todo, así que cuando le hizo saber de su interés por aquella muchacha, no pudo si no plegarse a sus deseos y la puso a su disposición, por muchos reparos que tuviera. Cuando la noticia llegó a los oídos de su esposa, ésta sonrió como caimán que ve recompensada su paciencia. Ahora aquella bruja iba a probar de su propia medicina, aquel extraño alemán, de piel lechosa, pelo rubio y ojos tan azules que parecían como el vidrio, se iba a divertir con ella, tratándola como a una ramera, como lo fue su madre, que es lo que ella también era, por mucho que disimulara.

Imagino la cara de sorpresa de D.Santiago cuando le comentó a mi abuela que subiera a las habitaciones del huésped germano y en vez de encontrar resistencia en mi abuela, casi vio en su cara una expresión de alivio, pensaría que quizás su mujer tenía razón y aquella mujer de aspecto inocente no lo era tanto. El caso, es que fuera lo que fuese lo que pasó por su cabeza aquello era positivo para su misión como anfitrión, así que no había nada más que hablar.

Mi abuelo Alexander nunca me contó qué pasó aquella noche, cuando después de cenar mi abuela subió a su habitación, siempre fue muy reservado para algunas cosas. Muchas veces se lo pregunté, él sólo se limitaba a sonreír con un leve rubor tiñéndole las pálidas mejillas, mientras buscaba con los ojos muy abiertos los de mi abuela, como diciéndole que no hablara más de la cuenta, entonces ella reía y empezaba a contarlo igual que si fuera un cuento de hadas, pues en cierta forma lo fue.


“Cuando D. Santiago me llamó pensé que algo malo ocurría, seguro que me iba a regañar por alguna nueva queja sobre mi trabajo de Dª Marisa, aquella mujer odiosa no dejaba de hacerlo. Entré en su despacho y cerré la pesada puerta de madera intentando no hacer ruido. Él estaba sentado detrás de su mesa con el rostro serio, leía algún documento que sostenía con una mano mientras que con la otra sujetaba un puro sin encender. En el momento en que me vio entrar, dejó el habano sobre cenicero de cristal y abandonó la lectura, colocándolo con cuidado el documento sobre un montón más que había sobre la mesa.

-¿Me mandó llamar D. Santiago?

-Sí, sí pase, pase y siéntese. Dijo señalando uno de los sillones de madera oscura y terciopelo rojo.

Me quedé petrificada, algo muy malo tenía que pasar cuando, no sólo me hacía llamar a su despacho, sino que además me invitaba a sentarme. Miré hacia abajo observando mis ropas.. Llevaba un vestido negro con faldas hasta los tobillos, con un delantal y un pañuelo blancos en la cabeza, recogiéndome el pelo, como para dar a entender que mis ropas de faena no estaban en condiciones. Debió de percatarse de mis reparos, y volvió a insistir.

Siéntese, siéntese, por favor. Lúa, la he hecho llamar porque quiero pedirle algo muy importante. Verá...
Se detuvo un momento, como si no encontrara las palabras.Tras unos segundos de incómodo y espeso silencio volvió a tomar la palabra, pero lo hizo sin levantar los ojos de algún punto indeterminado de la mesa, como si no fuera capaz de decirme aquello por lo que me iba a pedir mirándome a la cara, entonces lo supe, imaginé qué era aquello que tanto le estaba costando decirme.

-Nuestro invitado el señor Müller, desde que esta mañana la ha visto, se ha mostrado muy interesado en usted, y me ha solicitado que organice un encuentro privado. Es un caballero muy importante e influyente, y un mal informe suyo sobre la mina, podría acarrearme muchas complicaciones, por lo que no he podido negarme a su petición. Espero que lo entienda y que sepa comportarse adecuadamente, atendiendo cualesquiera que sean sus demandas. Siempre, la he tratado como a una hija, ahora tiene la oportunidad de corresponderme. Por mi parte le estaré agradecido y sabré compensárselo. Esta noche deberá personarse en sus habitaciones a las 10. ¿Lo ha comprendido Lúa?

-Sí D.Santiago, lo he comprendido. Intentaré no decepcionarle. - Respondí, con un hilo de voz, mientras retorcía un pico del delantal con los dedos

-Bien. Eso es todo, puede volver a sus tareas.


Me levanté como pude, estaba nerviosa y temblaba como un flan. Al fin Don santiago me miró, tenía el rostro serio, me escrutaba en busca de algún signo, algo, que le ayudará a comprender aquella extraña expresión, que se debió quedar colgada de la cara y que casi parecía una sonrisa.

Pasé toda la tarde imaginado cómo sería mi encuentro con el Señor Alexander, yo sólo era una fregona que no había salido del pueblo, inculta y él un alto funcionario extranjero, pero sabía que ese hombre era especial. La noticia corrió por entre la servidumbre del pazo como la pólvora, seguramente azuzada por Dª Marisa, que se relamía ante la seguridad que aquella cita, era una excusa para forzarme. Las mujeres cuchicheaban a mis espaldas, algunas, en secreto me mostraron su solidaridad, realmente me compadecíann por la suerte que me había tocado, otras en cambio, secuaces de la patrona, parecían disfrutar y me miraban con ojos rebosantes de malicia.

Llegaron las diez, la actividad en el caserón después de la cena era prácticamente nula, todos se retiraban a sus alcobas, sólo D Santiago solía quedarse despierto hasta altas horas trabajando en su despacho y Xoan el guarda, que andaba por la garita de la entrada de la finca o haciendo la ronda y poniendo los candados a las verjas.

Subí a la segunda planta, por las escaleras de piedra del salon grande, que daban a un distribuidor, a la derecha estaban las habitaciones privadas de los señores, giré hacia la izquierda donde estaban los dormitorios de los huéspedes, detrás de la tercera puerta me estaría esperando D. Alexander. No negaré, que en algún momento pensara que aquellas sensaciones mías, pudieran ser más el fruto de mi imaginación, que de una percepción real y que ese hombre tan misterioso, sólo me quisiera ver para manosearme, pero fueron como pequeñas nubecillas en un cielo resplandeciente, porque estaba segura de que no sería así y no me equivoqué.

Alcé la mano para llamar a la puerta y antes de que pudiera golpear con mis nudillos sobre la madera, ésta se abrió. Detrás de ella estaba aquel gigante rubio y flaco. Estaba impecablemente vestido igual que cuando lo vi en la mañana, un traje de tweed gris, una camisa blanca y una corbata negra, con un pisacorbatas plateado decorado con el símbolo del partido nazi .

-Buenas noches fräulein, pase por favor, gracias por aceptar mi invitación. Dijo con un marcado acento alemán.

Sus ojos refulgían como si fueran dos luceros azules, se quedaron fijos en los míos, sin pestañear, querían ver dentro de mí y yo quería que vieran. Me tendió la mano y yo se la estreché con vergüenza, pensando que la encontraría desagradable, áspera y llena de callosidades. La mano de largos dedos blancos de pianista envolvió la mía y sentí su firmeza y su frialdad, igual que si se la estuviera estrechando a un dios de mármol griego. Pero no fue un frío desagradable, muy al contrario, fue una sensación estimulante y por un momento toda la piel de mi cuerpo se erizó poniéndose de gallina, al tiempo un escalofrío me recorrió de arriba abajo, como si uno de esos dedos finos y largos, que me sujetaban la mano se paseara en ese justo instante por el centro de la espalda, desde más abajo de los riñones hasta el cuello.

Me instó a que lo acompañara y me ofreció asiento en una butaca orejera tapizada en yute, junto a otra gemela. La habitación de invitados estaba dividida en dos ambientes, el primero, en el que nos encontrábamos, era una especie de cuarto de estar donde además de las dos butacas y una mesita junto a ellas, había un buró de madera de cerezo con una silla a juego y asiento de cuero verde, para que el huésped pudiera usarlo como pequeño despacho mientras se hallara alojado en el pazo. En la segunda estancia, a la que se accedía desde el despacho, por una puerta de hoja doble, estaba el dormitorio, con una cama grande de colchón mullido de lana y almohada de plumas, también había un armario de tres puertas, del mismo cerezo del buró, con una luna de espejo enmarcada en la puerta del centro.No necesité mirar para saberlo, lo conocía bien, lo había limpiado cientos de veces. Se habían retirado hacia un lado las pesadas cortinas del dormitorio, que ocultaban el ventanal del dormitorio, que daba a los jardines de delante de la fachada principal del caserón. La luna estaba llena e iluminaba las dos estancias con su luz plateada, dando una extraña pátina argentina a todo, especialmente a las dos copas y a la botella de vino que había sobre la mesita.

Tu abuelo me sirvió vino en la copa, con pulso firme y decidido. No había apartado aquellos ojos azules de mi ni un solo instante, no me atreví a contrariarlo, no sabía ser servida y me removía inquieta en la butaca. Pareció leerme la mente.

-No se preocupe fräulein, hoy es usted la invitada. Lúa para mí es un placer servirla.

Cuando lo escuché pronunciar mi nombre, me sentí desfallecer, mis músculos tensos como cuerdas de violín, se aflojaron y aunque aún no había probado ni una gota del vino, noté su agradable calor por dentro, expandiéndose por todo mi ser.

-No, no diga nada. Soy yo el que le debe una explicación, de porqué la he hecho llamar de esta forma tan precipitada. Quizás esté usted pensando en este momento, que solo soy un caradura extranjero, que abusando de su posición la ha obligado a venir con alguna oscura intención Si es así, no la culpo por ello y por esto, la invito a que después de tomar esta copa de vino, a que se marche si ése es su gusto, y le doy mi palabra, que D.Santiago no recibirá de mí ni la más mínima queja de su comportamiento. Pero antes de tomar una decisión, déjeme al menos que le exponga mis verdaderos motivos.

Agarré la copa de vino y le di un sorbo, necesitaba hacerlo, me daba igual si mis modales no eran los adecuados. Necesitaba tomar un trago de vino o muy probablemente me daría un síncope allí mismo. Aquel hombre me hablaba de una forma como jamás nadie lo había hecho, me sentía la única mujer del mundo. Pero no sólo eran sus palabras lo que hacía que mis pulsos se desbocaran, era esa mirada sincera y franca. Desde muy joven había estado muy acostumbrada a que los hombres me miraran, en la mayoría sólo encontré maldad, lascivia. Sí, igual que mi madre, podía ver dentro de las personas, como se puede ver en el fondo de un arroyo claro. Algunos sabían disimular mejor que otros, pero ninguno me podía ocultar su esencia, su alma. Cuando vi a D. Alexander por la mañana, noté algo especial en él, en ese momento no supe qué fue, ahora lo sabía. Percibía su alma, aquel hombre era un ser atormentado, solo y perdido. Su alma era como la mía, mirarlo era como mirarme en un espejo, como si fuéramos dos pedazos de algo que se hubiera roto hacía eones y que por algún capricho del destino se habían vuelto a encontrar.

Pero había algo más, algo que ocultaba, que escondía debajo su soledad, algo que le avergonzaba, un secreto que le torturaba y que sin duda, que era la fuente de donde emanaba aquel dolor y desesperación que percibía. Sentía curiosidad, intenté ahondar, levantar aquella pantalla que lo ocultaba, pero no pude, allí no se podía entrar sin ser invitada. Aguardé sus palabras.

-Lúa, no me voy a andar por las ramas. -comenzó- Pasado mañana vuelvo a Alemania, y no tengo demasiado tiempo. Sería pueril ocultarle, que esta mañana cuando la he visto trabajar, he contemplado a una bellísima mujer, pero eso es algo, que hasta el más tonto puede ver. Lúa ni usted ni yo somos personas normales. Sí lo sé, aunque se esfuerce en ocultarlo, sé que tiene especiales sensibilidades, de hecho, no necesitaría estar pronunciando estas palabras con mi terrible acento, para poder hablar con usted.

Entonces hablé sin mover los labios, lo hice por primera vez desde hacía años. Juré que jamás volvería utilizar aquella capacidad. Desde el aciago día en que mi madre, segundos antes de morir me habló por última vez. “Sei que foi a miña filla, eu teño que ir. Quérote moito, sempre vou te amar ” Aún “oía” sus palabras, dentro de mi cabeza, cada noche, antes de cerrar los ojos y de quedarme dormida. Poca gente sabe lo que es gritar, lo desgarrador que es hacerlo de esa forma, sin mover un solo músculo. Toda tu angustia se concentra en un único punto denso y pesado, como si fuera una colada de roca derretida, derramándose sobre ti, fundiéndote desde la cabeza a los pies. Aquel dolor, aquel miedo hizo que renunciara a mi naturaleza. Ésa, para bien o para mal era yo, ése era mi don. Y ese hombre me lo había recordado. No podía explicarlo pero con él no tenía miedo a ser yo misma, la hija de la meiga, y por qué no, Lúa la meiga.

-¿Qué es eso que oculta Alexander? porque usted también oculta algo, no nos diferenciamos tanto. Dije sin hablar

Entonces aquel telón, aquella cáscara impenetrable, que impedía mi visión, se resquebrajó y lo supe. Vi lo que en realidad era Alexander, un ser maldito, condenado a vivir en la sombra. Un ser que debía beber la sangre de otros para sobrevivir. Sentí su temor, sus remordimientos por hacer lo que debía hacer y por ser lo que era, y una soledad como nunca había visto, pero no sentí miedo, muy al contrario, fue como ver a una fiera encadenada, como ver a un lobo malherido que sólo aúlla de puro dolor. Me miró con lágrimas en los ojos y yo lo miré a él y su azul se mezcló con el verde de mis ojos, que también habían empezado a licuarse y nos fundimos en un beso cálido, desesperado y nos besamos como sólo dos seres malditos se pueden besar…”

A esas altura del relato mi abuelo siempre carraspeaba. Entonces mi abuela lo miraba sonriendo pícara y concluía apresuradamente.

“...A la mañana siguiente, después de finalizar su última inspección a la mina, tu abuelo se reunión con D. Santiago y le pidió su consentimiento para llevarme con él a Alemania...y se lo dió...”

Ojalá tuviera la mitad de los arrestos de mi abuelo, ojalá no me hubiera escabullido, igual que un conejo asustado, cuando la vi en la feria del libro, pero lo hice y ahora me arrepiento y me culpo por ello.
Tengo que volver a verla, lo necesito, es mi último pensamiento al acostarme y mi primero al despertarme. No puedo olvidarla, no puedo dejar de oler el aroma del jabón de marsella sobre su piel recién lavada.
Pensé, que volver a probar el sabor de la sangre humana recién muerta me calmaría, pero sus efectos sólo han sido un placebo, que calma el cuerpo pero no la mente. Mi único consuelo es la ilusión de volver a verla, es algo que temo y deseo a la misma vez y con la misma intensidad, algo que dia a dia me está desquiciando. El destino es caprichoso en su forma de revelarse. Es inútil intentar resistirme a él, o me convertiré en una bestia sanguinaria, en lo que me enseñaron que no debía ser.
Debo estar a la altura, se lo debo a mis abuelos, a todos los que son como yo, a todos los que luchamos contra este mal. No puedo dejar que mis miedos me dominen, tengo que vencerlos.
Miedo a sentir lo que estoy sintiendo, miedo a reconocer, que todos los átomos de mi ser siempre han girado por ella, pero que ahora que lo saben, desde que la vi, giran con más fuerza que nunca. Miedo a decirle que la amo, y miedo a que me conozca, a que conozca lo que realmente soy, a confesarle mi secreto, a decirle que un vampiro, uno de verdad se ha enamorado perdidamente de ella. A decirle que ella es mi Lúa, y que quiero que sea mi Laura.

Ahora sólo espero que el otoño sea lluvioso y frío. El frío y la humedad me ayudaran a serenarme, porque lo necesito, de veras que lo necesito.




Continuará..



SANGRE #1
SANGRE #2
SANGRE #3
SANGRE #5

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