miércoles, 22 de febrero de 2017

HUMO






Noto como las pulsaciones aumentan, como mi corazón se sigue acelerando. Es un niño pataleando, tiene una rabieta de nicotina, nada podrá consolarlo. Me muerdo las uñas, me atuso el pelo y ando de un lado para otro. No, no puedo volver a cejar, otra vez no.

En un extremo de la habitación, las colillas apagadas me miran desde el cenicero de cristal color topacio. Se burlan de mí. Son un aquelarre de brujas retorcidas y hediondas. Están vestidas de papel blanco y tienen ojos de ceniza.


‒“ Ven, ven con nosotras. Te estamos esperando. Ya no vas a tardar, lo sabes...jijiji .Es inútil resistirse”


Ya he completado la décima vuelta a mi circuito imaginario. Intento no oír sus palabras, no mirar al cenicero. Aún intento más no palpar el paquete de tabaco que llevo en el bolsillo del pantalón. De repente se ha hecho pesado, como si fuera de plomo. También noto su agradable presión en el muslo, casi en la ingle. Es una amante que me hace mimos, me seduce, quiere que la toque, que la bese, que prenda uno de esos cigarros que lleva dentro. Sólo quiere mi bien, en realidad pretende calmarme los nervios. Sólo un par de caladas serían suficientes. Poso las yemas de los dedos sobre la tela vaquera de los jeans y lo siento debajo. Percibo su calor, es casi como si estuviera vivo, como si fuera un órgano más, como una erección.

¡No! Tengo que apartar la mano, es una trampa. Son cantos de sirenas. En realidad quiere devorarme. Cambiarme un segundo de placer por la promesa de un infarto o de un cáncer. Cáncer que ya no sé si tengo, si ya no habré plantado después de innumerables inspiraciones de humo emponzoñado y pestilente.


El corazón sigue agarrándome el pecho. Algo se me ha colado en la garganta, parece una miga de pan que no puedo tragar del todo. Noto como la lengua ha crecido, ahora es una talla más grande que mi boca. Me siento igual que un náufrago que se muere por un trago de agua, solo que mi agua está colmada de amoniaco, benceno y alquitrán.

Me duele la nuca. Debo de tener la tensión por las nubes, el dolor romo en la base del cráneo, no puede ser otra cosa.


Otra más. He batido mi propio récord. Las brujas del cenicero siguen mirándome como fans de pompones cenicientos que jalean cada vuelta. Soy su jockey favorito, cada vez quedan menos vueltas para que llegue a la meta, para que llegue hasta ellas.


No sé qué hacer con las manos, me las llevo a la cara, me acaricio la barba en un movimiento reflejo e inconsciente. Los dedos me apestan a tabaco. Tengo que buscar algo que me distraiga, algo con lo que alejar esta imagen mental que se niega a irse de la cabeza.

He asociado el acto de fumar a todas mis rutinas, ir al baño, hablar por teléfono, tomar café, conducir. ¡Dios! es como vagar por un dédalo. Sé que en el centro está el Minotauro, pero mi Minotauro no es una bestia cornuda, es un cigarrillo y yo no soy ningún Teseo.


Me siento en una silla lo más alejado posible de la mesita donde están las colillas. He empezado a sudar y ya me he comido las uñas hasta el límite que marca el dolor y la sangre.

Creo que debería de dame más tiempo. No estoy preparado, aún no. Quizás mañana. Total, después de más de 30 años fumando, no creo que importe demasiado otro día. Sí, mañana tendré más fuerzas, más decisión; mañana lo conseguiré.

Sólo es una tregua, no es una derrota, no estoy vencido, mañana ganaré. Mañana...bonita palabra.


No sé muy bien cómo, pero ya tengo un cigarro humeante entre los labios. La primera chupada de humo azul ha sido maravillosa. Mi corazón ha bajado de pulsaciones y el dolor de nuca ha desaparecido por un instante. Las colillas del cenicero, ahora solo parecen colillas y el paquete de tabaco sólo una cajetilla de cartón. “FUMAR MATA” dice. Sí es posible, no digo que no. Algún día lo dejaré. Sólo es cuestión de proponérselo de veras. no es tan difícil. Lo dejaré cuando quiera.


FIN. 

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