sábado, 27 de enero de 2018

RIADA #10



Azul, absoluto. Un mar infinito de solo un tono de azul, del tono de azul de cuando piensas en azul. Arturo se encontró dentro, buceando, pero no aguantaba la respiración. Fuera aquella suerte de fluido lo que fuera, tenía la capacidad de respirar sumergido en él aunque realmente no sabía si sumergido sería una palabra correcta. Se buscó las manos con la mirada pero no pudo ver nada de su cuerpo, aunque tenía conciencia de él e incluso se lo notaba. ¿Era así cómo debían de sentirse los amputados?

Dolor. Un sonido, un sonido agudo chirriante, que empieza a subir en intensidad, hasta que sus ondas golpean los tímpanos con una frecuencia tan alta que duele, como si los atravesarán con una escofina. Un ebanista cruel que arranca astillas al tocón que talla. Un tocón que siente como le quitan cada pedazo de su carne de madera.

El dolor alcanza su cenit y se mantiene allí. No sabe cuánto tiempo, es incapaz de calcularlo. Una eternidad o un segundo, qué más da. Es desquiciante, intenta protegerse unos oídos que no encuentra con unas manos que parece haber perdido.

De súbito desaparece, dejando una huella en forma de zumbido grave, de esos que te aturden por un cambio brusco de presión.

Algo está entrando en el Azul, lo podía sentir, igual que un tiburón siente una gota de sangre en el océano, solo que aquella sensación era profundamente oscura y fría. Aquello que penetraba en el azul era malvado, amenazante, algo que lo buscaba con ansia depredadora. El Azul se espesa, se condensa y ahora era más una especie de mucosidad densa lo que lo atrapa, una gota de resina que fagocita a un insecto. Terror, la siguiente sensación es terror, un terror primigenio y visceral, quiere huir, pero a dónde y cómo. Esas preguntas tienen una respuesta sorprendentemente lógica: Pánico, un pánico animal, de presa que se sabe alcanzada, no hay escapatoria, no se puede huir, es una mosca enredada en una tela de araña y la titular ha decidido que había llegado la hora de comer.

Es un tsunami y él un muro de arena, levantado con más voluntad que pericia en la playa. Aquella presencia penetra dentro de él como un ariete, como un falo de metal candente. Sólo hay odio maldad en aquello y una curiosidad insana. ¿Quién eres?, ¿qué buscas?, ¿cómo has llegado hasta aquí? Y entonces todas las preguntas son contestadas, toda la curiosidad es saciada porque es imposible negarle nada, resistirse a que tomara lo que le viniera en gana. Su mente es un escaparate donde ha alunizado un Hammer blindado a toda velocidad. El resquicio de esperanza se esfuma, no hay ninguna recompensa por despejar aquellas incógnitas. Mentira, sí la hay, dolor, un dolor de carne separándose del hueso, eternamente incresccendo, nunca parará de ascender, progresando exponencialmente. Es la infantería, que penetra detrás de que el ariete haya destrozado sus puertas. Acero y fuego reduciendo todo a cenizas.

El Azul torna negro. Un negro nada, negro de no, negro de muerte.



En uno de los sótanos del Buen Pastor, unos vúmetros digitales, pasan del verde al anaranjado e incluso algunos llegan al rojo acompañados de pitidos indican que algo no va bien. En un sillón reclinable, parecido a los que encuentran en los gabinetes odontológicos, está Arturo. El sillón se ha colocado en una posición completamente horizontal, sujeto con múltiples correas. Está desnudo de cintura para arriba, luce electrodos en el pecho y en las sienes. De la comisura de los labios le resbala una espuma del mismo color del que se le han vuelto los ojos. Tiembla, convulsiona y a pesar de las correas de nylon, ha conseguido despegarse unos milímetros del cuero negro que tapiza el sillón, quedando apoyado solo por la nunca y los talones. Todos los músculos se marcan debajo de la piel y la poca grasa del policía. Orgaz lo mira con cara de preocupación.
Lo va a matar - Piensa, pero no

se atreve a expresarlo en voz alta. Sus dedos regordetes corren por el teclado. Del techo surge un brazo robótico armado con un vial que se inyecta certeramente en el pecho de Arturo.

Las convulsiones cesan y los registros vuelven a la zona naranja y de ésta a la verde.
Señor, está muy débil...

Los dedos teclean el mensaje con precaución, casi como si las teclas quemasen.

La respuesta no se hace esperar es casi simultánea a la pregunta. Dentro de la cabeza del doctor brota una sensación, una para la que el hombre aún no ha creado ningún concepto. No es odio, no es furia, es algo primitivo y feroz, una dentellada, el rugir de una bestia rabiosa. Ese mensaje era lo más parecido a meter la mano entre las fauces de un tiranosaurio y su presa.

Pero es una bestia inteligente y sabe que el doctor tiene razón. No puede seguir machacando a aquel hombre.

Los registros vuelven a ponerse rojos esta vez todos, las luces tintinean. El sistema se está sobrecargando. La consola central comienza a recibir mensajes de alerta, se está consumiendo mucha energía. Las baterías se agotan a toda velocidad. En la sala contigua los niños pasan a ser cadáveres inútiles a un ritmo que no se pueden permitir. La computadora principal va a colapsar por el acceso de rabia impotente de aquel, de aquella cosa. De algunos paneles saltan chispas. Los magnetotérmicos de la sala de control saltan y accionan al mismo tiempo la iluminación de emergencia junto con una sirena que recuerda a la de un submarino durante un zafarrancho de combate. La luz roja lo tiñe todo. Las contramedidas se ponen en marcha y la refrigeración de emergencia se conecta automáticamente El sistema informático ha caído, pero la parte más sensible del sistema continua funcionando gracias a los generadores diesel de emergencia. Sólo las funciones que soportan la vida de Set funcionan, siguen haciéndolo como si no hubiera ocurrido nada. Todo lo demás ha dejado de hacerlo.

El encéfalo sigue sumergido en aquel prisma, aparentemente inerte como si fuera el espécimen de una colección anatómica, de una extraña colección de una sola pieza. Allí reside, allí mora Set y ahora solo tiene una idea, un pensamiento. Cada célula, cada reacción electroquímica solo tiene una misión, una razón de seguir existiendo. Ahora lo sabe, ahora ha descubierto qué pinta ese policía curioso en todo esto.

Desde que se interesó por aquella nueva forense el nombre del policía entrometido surgió rápidamente entre sus pensamientos más superficiales, esos que podía percibir desde la distancia. Luego solo tuvo que influir sutilmente, entrar en la mente de aquel hombre y como si le susurrase al oído mientras dormía, le dejó caer la idea de ir a echar una ojeada hasta sus dominios, hasta el Buen Pastor donde caería inevitablemente entre sus garras. Porque algo le olía mal en todo eso y esta vez no dejaría ningún cabo suelto, esta vez su triunfo sería absoluto e incontrolable, Entonces es cuando ese insignificante insecto volvió a aparecer en escena. Luis, el padre de Paula ha vuelto a entrar en el tablero de juego, y ha movido ficha. Ha introducido más piezas en la partida. Al final iba a ser más fuerte de lo que pareció en un principio. Hace casi quince años debió aniquilarlo, pero no lo hizo, pensó que aquella mente anodina y torpe se perdería en su propia locura, sorprendente no lo había hecho. No pasaba nada, el mejor escribano puede echar un borrón. Ése sería el último. Luis ya estaba en el cajón de las fichas muertas, sólo que aún no lo sabía. 

Continuará... 
RIADA#1
RIADA#11 
 


viernes, 19 de enero de 2018

Música ''ESA'' : Eléctricos, Sinfónicos, Alquimistas.

Se inició 2018 con los típicos deseos de una vida mejor y demás promesas con brindis al aire, pero el movimiento es necesario para pasar a la acción y volver a dar de nuevo lo mejor de cada uno, compartir y dejarse llevar por la magia de la música.
Preparar un concierto post Reyes Magos en un bar de cierta solera de tu ciudad obliga a invertir unas horas más de lo habitual porque quieres que todo salga perfecto y al final esa inversión da sus frutos.


Todo salió bien, nosotros gozamos y el respetable se dejó llevar de viaje durante casi dos horas.
Pasado esto, toca actualizarse y comentar unas novedades musicales que merecen una buena escucha y quizá pase a formar parte de la discoteca personal de cada uno.




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La primera banda que  os propongo vienen de Atenas, se llaman Bare Infinity y galopan entre el sinfónico y el power y su último disco The Butterfly Raiser contiene buenas melodías, aires vikingos, raíces folk, dosis de virtuosismo sin empalagar y la voz de Ida Elena aportando sensualidad y bravura a partes iguales:


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Los veteranos Edenbridge proceden de Austria y su formación como músicos de la escuela clásica queda patente en cada canción de sus discos. The great momentum es su último disco (2017) el noveno ya. Metal sinfónico con una producción y sonido impecable.  A destacar entre vistuosismos, la voz de la hermosa Sabine Edelsbacher moviéndose con maestría entre progresiones, cambios de tono y de ritmos:



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The Dark Element es la nueva propuesta de Annette Olzon tras ser la vocalista de Nightwish. Una grata sorpresa para los que esperábamos un coqueteo con el pop, pero se ha destapado con un gran disco de corte sinfónico.


La banda nace en Finlandia y el debut es agresivo, potente y melódico, hasta con ciertas pinceladas que dejan ecos de su antigua banda:

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Y el plato fuerte es sin duda Exit Eden, la nueva banda que ha creado Amanda Somerville y que ha puesto su voz para Trillium, Kiske, Avantasia, Luca Turilli, Epica, Edguy entre otros, ha reclutado a otras tres divas:
-Anna Brunner (coros en Avantasia)
-Clementine Delauney (Visions of Atlantis)
-Marina La Torraca (Phantom Elite)


Cuatro voces con sobrada experiencia y tablas ofreciendo su particular versión sinfónica de grandes éxitos de artistas del pop y otros estilos. Esto es lo que ofrecen Exit Eden en su disco de debut titulado Rhapsodies In Black.


Y para las orejas más veteranas, el clásico de Bonnie Tyler:


Tan solo por esta maravilla merece la pena tener el disco. El nivel de ejecución e interpretación es muy alto y el resultado final es apabullante. El metal sinfónico al servicio del pop, lo cual quiere decir que si la canción es buena, da igual el estilo interpretativo; va a sonar y va a transmitir y de eso es de lo que se trata.






Mantengo humildes mis orejas. Y en 2018 también.

lunes, 15 de enero de 2018

RIADA #9








El día había amanecido soleado. Parecía que al fin las lluvias habían dado una tregua e incluso que se mantendría unos dias.

Las gotas de sudor le perlaban la frente y el aire cargado de olor a pino le atravesaba los pulmones. Salía a correr a menudo, le gustaba hacerlo. Correr era una forma de desconectar del mundo, de los problemas cotidianos. de cuidarse, de dedicarse un tiempo solo y exclusivamente para él, y también la manera que tenía de justificar otro hábito mucho menos saludable, fumar. Correr compensaba el tabaco, se decía.

Normalmente lo hacía por un parque cercano a casa. Se ponía música y corría hasta que las piernas o el pecho le quemaban. Se negaba a usar aplicaciones para que le informaran de la distancia, la velocidad o las calorías consumidas. corría por el mero placer de hacerlo. No necesitaba esa especie de competición absurda con el mismo, no le preocupaba batir su récord personal y por supuesto, mucho menos estaba interesado en pavonearse en ninguna red social. No, correr no era una cuestión de ego, sólo era correr, correr y escuchar música. Pero hoy era un día especial. Hoy no corría por el parque de al lado de su casa, hoy lo hacía por un bosque lejos de la ciudad, un bosque que guardaba un secreto, uno que él quería si no descubrir, por lo menos cercionarse de que existía, de que otra pieza del puzzle estaba sobre el tablero El Buen Pastor una residencia, un sanatorio abandonado donde según Luis habitaba un ser, un monstruo. Por un momento sintió un pequeño temblor de piernas y dio una zancada más corta, más insegura. De ser cierto todo, se estaba adentrando en la boca de un lobo, de un lobo viejo, astuto y malvado. Tenía que ser prudente, mucho.

Dream Theater seguía sonando en sus oídos, su música actuaba como un bálsamo, uno que le templaba y sosegaba. Sólo echaría una mirada discreta, suponiendo que existiera, y suponiendo de que diera con él. Las instrucciones de Luis fueron vagas “sigue la pista forestal”.

Ya llevaba 20’ trotando por aquel bosquecillo y nada. Una urraca graznó desde su percha en una rama alta de abeto cercano, su desagradable voz se coló entre las notas de Endless Sacrifice. Por supuesto no entendía el idioma de las urracas, y de ningún otro pájaro, pero juraría que aquel graznido sonó a: “Vete!”. como si aquella ave fuera un portero y le estuviera advirtiendo de que allí no era bien recibido, que no les gustaban los trotones curiosos.

200 metros más adelante el camino torcía a la derecha en una curva brusca, que no dejaba ver qué había más allá pero tuvo una corazonada y fue cierta el Buen Pastor surgió entre el verdor del bosque, rotundo, sobrio, una mole blanca con tejados a dos aguas, negros de pizarra y ventanas enrejadas.

La imagen de la construcción le hizo detenerse. Allí estaba lo que había venido a buscar. Justo como se lo había descrito el mendigo. Y ahora qué. Tanto se había preocupado en encontrar y de alguna forma casi había deseado que no existiera o que fueran unas ruinas, los restos de algo que ya no era, de algo que solo fuera una sombra en los recuerdos de un hombre trastornado y que, porqué no reconócelo, le diera la excusa de dar por zanjada esta madeja en la que poco a poco se estaba enredando.

El pájaro volvió a graznar otro “Vete!” Más contundente, más seco, más “No te lo voy a volver a repetir”. Pero no, no se iba a ir. El Buen Pastor existía, lo había encontrado, al menos físicamente, ahora solo había que comprobar que no era un simple edificio perdido en medio de un bosque. Reanudó la marcha. Echó a trotar de nuevo, muy despacio. Quería tomarse tiempo para observarlo detenidamente mientras recordaba las palabras de Luis:

“Está rodeado por unas verjas de hierro, acabadas en puntas de lanza, donde el óxido medra. Es un edificio con planta de cruz, compuesto por dos alas y una nave central de tres alturas. En medio de una pradera de césped, verde, cuando no hay calvas de barro rojizo. Los muros son de ladrillo enfoscado en blanco, con refuerzos de granito. Los tejados de pizarra a dos aguas. De ellos sobresalen varias chimeneas. En la nave principal, se adelanta un porche, con columnas de piedra y un portón de madera de dos hojas con tachones de metal, que recuerda al de una fortaleza. Sobre él hay un cartelón con el nombre de la institución.

En las fachadas se asoman ventanas. Las del nivel inferior tienen rejas de hierro pintadas en blanco y en las de las demás están protegidas con una tela metálica como las de un gallinero”

Decidió seguir el camino hasta la cancela y luego rodearlo discretamente. No se apreciaba ninguna actividad, las chimeneas no expulsaban humo y no había ningún coche a la vista. A lo mejor no había nadie, a lo mejor solo estaba cerrado. Era una bonita idea, tan bonita como breve, pues el morro de un Mercedes negro apareció lento e imponente por un lateral del edificio. Ya lo habrían visto, igual que él los había visto a ellos, su indumentaria de runner no era especialmente discreta y los colores fosforitos del cortavientos no le hacían pasar precisamente desapercibido entre aquel fondo verde de coníferas. El camino moría en la verja del Buen Pastor era absurdo fingir que iba a cualquier otro lugar o intentar hacer un cambio de dirección. Lo mejor sería actuar con naturalidad. Se llevó la mano al brazo y sacó el móvil de la sujeción, donde lo portaba mientras corría. Se detuvo y lo apagó. En ese instante la música dejó de sonar y la pantalla se volvió negra.

El Mercedes negro cruzó la cancela y siguió avanzando, con el crujir de la grava bajo los neumáticos hasta donde él estaba quieto y sin dejar de mirar el móvil. Puso cara de circunstancias y les llamó la atención para que se detuvieran.

El cristal tintado de la ventanilla del copiloto bajó un par de palmos.

Un hombre trajeado de negro, con gafas de sol de pasta del mismo color y cabeza cuadrada apareció. No dijo nada.

· Perdón. Mi teléfono se ha debido de estropear y no puedo usar el GPS. Creo que me he perdido. Me podrían indicar cómo se sale de este bosque.

· Suba al coche- Dijo cara de perro.

No era una sugerencia, no era una petición. Era una orden.

· No, no será necesario tanta molestia. Ya encontraré yo solo el camino de vuelta. Gracias.

Aquello no le gustaba, nada, ni una pizca. Tenía que salir de allí. Lo mejor sería correr pero hacerlo campo a través, por entre los pinos. Allí el coche no les sería de utilidad, y podía correr, correr muy rápido.

Sin mediar una palabra más se giró, dispuesto a salir a toda velocidad de allí. El motor que accionaba la ventanilla del copiloto volvió a trabajar, emitiendo un leve siseo para ocultar completamente la luna tintada en la carrocería del coche. Entonces cuando ya estaba a tres zancadas de él, llegó hasta sus oídos el inconfundible sonido de un arma cuando se monta y una voz autoritaria, mucho menos amable, mucho más tajante, que le gritó, Alto!

· Suba al coche. No se lo volveré a repetir.

El miedo a saberse encañonado era paralizante. Su formación no sirvió de nada. El miedo le tenía atrapado entre los dientes.

· No me ha oído?

· Sí. No sé qué quieren de mí pero les aseguro que esto es una terrible equivocación.

· Desde luego que sí agente Arturo. Ha cometido una terrible equivocación. Ahora monte en el coche o le volaré la tapa de lo sesos y luego le quemaremos igual que quemamos a Pepín.

Continuará... 

RIADA #1
RIADA #10 


sábado, 13 de enero de 2018

Abuela



10:00 p.m.

Lo sé porque puedo ver la hora en la pantalla del móvil. Si me dejara guiar por la intuición, juraría que son las dos o las tres de la mañana. La habitación está a oscuras y la luz del pasillo aún hace que parezca más oscura. Todo está en silencio. Solo el murmullo de el motorcito del ventilador, que tiene la mujer de la cama de al lado y el goteo de la bomba de morfina de mi abuela lo perturban. Estoy sentado en una especie de prototipo fallido de silla eléctrica, a los pies de la cama donde descansa la madre de mi madre, o al menos lo que queda de ella. Siempre fue una mujer de estas que se “veían venir”. Ahora, la pobrecita es una especie de Yoda pálido, que mantiene la boca sin dientes abierta, en una suerte de grito mudo. Se aferra a la vida testaruda. Dicen que el que tuvo y retuvo guardó para la vejez, creo que mi abuela tiene una buena remesa de tozudez. Que sí, que al final se morirá, pero cuando ella quiera.

Tiene 91 años, una neumonía y un infarto cerebral solamente. Pero hija de mineros y casada con un herrero, mi abuelo, una mezcla de Gandalf y de tripulante de un drakkar no es precisamente una mujer débil.

Mientras escribo ha decidido que era hora de descansar y ha expirado. Permitidme que deje un momento de pulsar este trocito de cristal retroiluminado y vaya a consolar a mi madre, porque consolar a los demás es la única forma que encuentro también de consolarme a mí mismo.

Os podría hablar de mi abuela, de lo cariñosa que siempre fue conmigo. Pero claro, fui su primer nieto y el mayor primo literalmente de la familia, así que no seré muy objetivo y a demás está de cuerpo presente por lo que los sentimientos siguen a flor de piel. Por eso no lo haré todavía. 

Han pasado 8 horas desde que nos dejó, desde que decidió mudarse a Villa quieta, y aún no somos muy conscientes. De siempre se habla, que hasta que pasa un un tiempo y empiezan a pasar cosas, a venir fechas significativas, no se toma consciencia de que un ser querido no está. Supongo que los que estamos lejos, tenemos la ventaja de estar como más preparados para la ausencia, pues no nos rozamos a diario y los echamos menos en falta; pero también no nos haremos cargo y nos durará más el luto, pues cada vez que volvamos, tendremos que recordar que ya no está, que no es que haga tiempo que no la veamos, que cuando lleguemos para pasar las vacaciones no estará esperándonos con esa alegría irreductible de las abuelas, que no ven hace mucho a su nieto favorito y a su hijita. Entonces es cuando el peso de su ausencia nos golpeará inmisericorde. No temo tanto el golpe en mí, como lo temo en mi niña, por ende también la primera bisnieta. Aún es suficientemente pequeña para encajar la muerte casi como algo mágico, y sorprendente mormal. Parece mentira que los niños sepan gestionar mejor estas cosas. Porque ellos lloran y ya, lo comprenden como algo natural, que en realidad es lo que es, ¿No? La mente de un niño es tan flexible que se adapta a todo, se amolda a cualquier grieta, no importa las aristas o recovecos. Ellos la ocupan como si fueran un fluido, compactando al modo en que lo haría una resina o una silicona. Sellando y reparando la estructura mental, estabilizándola. Sin embargo los más mayores, o por lo menos yo, no somos capaces de hacerlo de forma tan espontánea. Que sí, que nos contamos mil cosas, y las contamos a los demás con serenidad y madurez. ¡Ay qué bonitas son las mentiras!. La humanidad, se ha empeñado en ordenar el caos, en un vano intento de comprenderlo y así dejar de temerlo. Porque el primer paso para dejar de temer algo es nominarlo. Pero en un universo que tiende a la entropía, ordenar suena absurdo, casi quimérico. Eso debe de ser hacerse mayor, perder agua, secarse, hacerse rígido hasta que la propia inercia de ese mismo universo entrópico contra el que luchamos, nos doblega y nos vuelve a absorber devolviendonos a ese polvo que somos, a ese polvo cósmico, ese polvo de estrellas.

Creo que después de esta hemorragia de hiper verborrea filosófica barata, voy a buscar algunas palabras para poner aquí y así hacer una burda descripción de cómo era o cómo es.Pues lo bueno de todo esto, si lo hay, es que nada ni nadie podrá ya cambiar mi percepción de ella. Ni ella misma.

Siempre la vi como una mujer de fuerte carácter. Con mucha dignidad y con la inteligencia suficiente para sacar para delante a su familia. Que sí, que se dedicó a su casa, como han hecho la amplia mayoría de las mujeres de su quinta, por eso digo inteligencia. Porque había que serlo y mucho, para saber llevar el timón de una casa con tres hijos (y otro, una niña que no llego a dejar de serlo, por culpa de una meningitis) prácticamente sola, pues los hombres de antaño bastantes problemas tenían para ganar un sueldo y más en una ciudad, que les era extraña, pues aunque medraron en Huelva, no eran oriundos de la capital onubense, poco más que un pueblo con aspiraciones, sino de la sierra y del andévalo.

Al principio mi abuela trabajo sirviendo en la casa de un médico y gracias a ese trabajo, mi abuelo comió mejor muchas veces. Los principios nunca son fáciles y hasta que él y su arte no consiguieron hacerse un hueco en la industria astillera, no fueron pocas las vicisitudes. Aguantó mientras mi abuelo probaba suerte en varias empresas, pero empresas de esas de cuando se llama empresa a una aventura, más que a montar un negocio. Por cierto también tuvieron uno, un taller, una fragua. Luego de probar en Francia e incluso embarcarse, llegó el feliz remonte industrial español y consiguió trabajo en Abengoa y a partir de entonces estuvieron viajando, trabajando y viviendo en diferentes ciudades de la piel de toro, siempre detrás del milagro de la energía nuclear, construyendo sus centrales.

Esos son los primeros recuerdos de mis abuelos. Estaban trabajando lejos en, Tarragona, en Talavera y volvían e incluso íbamos a verles en vacaciones. Mi padre y mi madre me llevaron por media España, primero en un Seiscientos y luego en un Ford Fiesta, donde cabía todo e incluso hubo sitio para una “sillita” para mí. Un prototipo, una curiosidad, de cuando ponerse el cinturón de “delante” era una novedad. Ahora nos parecerá algo digo de una saga homérica, pero sí, se podía tener un hijo y un coche de tres puertas y 1200 cm3 e ir a Tarragona desde Huelva sin aire acondicionado y por carreteras nacionales y no pasaba ná.

Ver a mis abuelos siempre era una fiesta. Mi abuela me colmaba de besos y cariños. Me traía caramelos, que no comía, porque nunca fui de dulces, pero que me encantaba recibir y claro, juguetes. Pero lo mejor de mi abuela era que ella fue la primera en confiar en mis dotes para la cocina. Así que me arrimaba a ella cuando trajinaba entre los pucheros y con su infinita paciencia me daba harina y azafrán y Dios sabe qué más, para que me iniciase haciendo potingues. Lo que nunca conseguí que me diera fue la fórmula secreta de sus patatas fritas (sí, las de mi abuela son las mejores del mundo, no os canséis) y la de las “espoleás”, una suerte de gachas dulces, que hacía en un perol de hierro con poco más que harina, agua y azúcar pero que sabían a gloria.

Luego recuerdo con mucho cariño las mañanas de los días de Reyes. Ésas siempre son especiales cuando eres niño, pero incluso muchos años después de descubrir que los Reyes Magos no son solo los padres, si no también los abuelos, aquellas mañanas seguieron siendo mágicas. Después de abrir los regalos en casa, íbamos a casa de mi abuela (mis abuelos paternos murieron demasiado pronto, a mi abuelo no lo llegué a conocer, y mi abuela falleció al poco de nacer yo). Siempre decíamos a casa de mi abuela. Quizás porque mi familia siempre haya estada formada por matriarcados. Mujeres muy fuertes, casadas con hombres también muy fuertes, pero que sabían dejar el protagonismo a sus mujeres y aunque ellos financiarán y de facto fuera la casa de ambos, e incluso en aquellas épocas donde las mujeres pintaban poco o nada, ellos “siempre vivieron en casa de sus esposas”. Pues como iba diciendo. Llegábamos a casa de mi abuela y aquello era como ir a Disneyland. Estaban mis primos, mis tíos y ellos. Y había regalos y chocolate y sobretodo magia. La casa de mis abuelos no era muy grande. Una casa de dos plantas. Claro que entonces me parecía un palacio y allí nos metíamos todos y era maravilloso. Como aquel día que hubo un temblor de tierra y nos fuimos a su casa a las mil y quinientas. Allí como pollos asustados en busca de la gallina. Porque también era eso. Mi abuela ha sido un vértice donde todos hemos girado. Primero sus hijos, luego los nietos, y hasta los bisnietos, que en sus pocos años han comprendido y han sentido esa especie de gravedad emocional que mantenía unida nuestra familia, como esa Fuerza mística de las películas de las galaxias. Ellos y en gran medida ella, mi abuela Josefa era de donde manaba esa energía vertebradora. Ojalá su ausencia de cuerpo no sea el fin de su legado. Pues eso somos y eso le debemos. Podría seguir escribiendo y contando anécdotas, curiosas, entrañables y algunas muy divertidas. Pero las canciones deben de saber acabar o aburren al público y solo confortan a la vanidad del músico. Así que aquí termino de hablar de mis abuelos, de mi abuela a la que he querido mucho, quiero y querré. En la muñeca llevo la pulsera que hizo mi abuelo y todos los días le llevo en el pensamiento, ahora también la llevaré a ella.