sábado, 21 de abril de 2018

SANGRE #12

SANGRE #12





La silueta plateada de la mujer yace entre las sábanas revueltas. Sus curvas forman suaves colinas cubiertas de nieve que resaltan sobre un negro contundente de la noche castellana. Es lo que veo, apresar de que la habitación esté completamente a oscuras y las persianas bajadas. Es una mujer bonita, ardiente, aún siento sobre la piel la pasión de sus caricias y el sabor de su sangre en la boca, pero no puedo dejar de sentir asco. Ahora tengo la certeza de que todas mis sospechas eran ciertas. Al morderla he conseguido penetrar en ella, en su mente.Tenemos esa capacidad, la mayoría de las veces sí, pero no siempre que mordemos lo hacemos exclusivamente para comer, por así decirlo es como cuando conectamos un teléfono móvil a un ordenador y éste nos da la opción de transferir datos o de carga. En el momento en que nuestros colmillos penetran en el torrente sanguíneo de una víctima, no solo succionamos, también vertemos sustancias químicas a él, entre ellas anticoagulantes, anestésicos y neurotransmisores. Llevo media vida estudiándonos y aún estoy lejos de comprender los procesos. Por ello los mordiscos de un vampiro siempre han estado rodeados de cierta erótica, todas las leyendas albergan algo de verdad, y lejos de ser dolorosos, pueden llegar a ser muy placenteros. Hoy me han servido para despejar mis dudas sobre el traslado de Noelia (Laura) ese traslado en realidad es una sentencia a muerte. La clínica tiene órdenes de no ayudarla, solo dejarla morir, la mano y el bolsillo de su hermano andan detrás. Un ramalazo, un escalofrío me recorre el cuerpo desde la plantas de los pies hasta la nuca, es un puñal gélido, que me corta abriéndome en canal, separando la carne del hueso. Ahora comprendo el miedo de Laura, ahora entiendo su terror impotente, sabe que lo que le ha sucedido no ha sido fruto de un accidente, y quizás el empeoramiento de su padre tampoco lo sea.


Llevo diez minutos sentado en el borde de la cama, pensando, estoy embotado. Intentar cancelar el traslado no tiene sentido, solo lo retrasaría unas horas y tampoco puedo recurrir a las autoridades, pero el tiempo apremia y tengo que hacer algo, pero qué.


Me levanto y voy al cuarto de baño que está junto a la habitación. Es una casa nueva y con buenos acabados. El baño del dormitorio principal es amplio, está limpio, huele a su empalagoso perfume, como todo. Hay un armarito de colgar atestado de cremas y potingues. Luego de los sanitarios hay un plato de ducha con una mampara de cristal. Dentro hay una repisa de cristal llena de botes de champús, geles y mascarillas. Entro y acciono la llave del agua, que inmediatamente empieza a salir. Está fría, helada pero es un segundo, la caldera ha arrancado y no tarda en calentarla. Alivio mi vejiga, me quedo embelesado viendo mi orín de color coñac golpear sobre la loza blanca y como se mezcla con el agua para desaparecer por el desagüe. Huele fuerte, a sangre y a alcohol. Mi miembro viril aún está sensible. La ducha me despabila, me despega el olor a sexo y de alguna forma misteriosa rebusca en la papelera de mi pensamiento donde recupera una de las primeras ideas que vinieron a mi mente. Ahora me parece brillante, de igual forma que antes me pareció absurda y descabellada. Doy un manotazo al grifo y salgo de la ducha. No hay tiempo que perder. son las 03:05 minutos de la mañana, aún tengo margen para hacer algo.


Salgo del domicilio de la directora de la forma más discreta y silenciosa posible. Cuando despierte, descubrirá dos pequeñas incisiones en el cuello, idénticas a las marcas de unas agujas hipodérmicas, que no tardaran en desaparecer además un recuerdo vago y neblinoso de un mordisco. Uno que le asestó ese misterioso hombre, el mismo que la abordó de aquella forma tan extraña, con el que terminó en la cama después de un par de copas. Un mordisco que le recordó a esos que había visto en el cine, uno que solo daban los ¿vampiros?.


La calle está tan desierta como cuando llegamos, comienzo a andar hacia donde tengo aparcado el coche. Si hubiera sabido que habríamos terminado en su casa no lo hubiera traído, lo hubiera dejado en el Hotel, pero esto no deja de ser una locura e improviso sobre la marcha como ahora. De hecho este estúpida reflexión sobre el coche no es otra cosa que una argucia de mi mente para aliviar la tensión, porque aún no soy o no quiero ser consciente de a donde me dirijo. No hay otra salida. Laura me necesita y no puedo fallarle, no he llegado tan lejos para nada.


El spider arranca, comienza a desentumecerse del frío helador mientras rueda por las calles del centro de Valladolid. Busco salir a la nacional que me llevará al cruce con la CL610, y luego a las bodegas Blázquez. Uso los mandos del volante para activar el equipo de música del coche, selecciono un tema de la banda californiana más famosa de heavy metal llamado “Enter Sandnman”. Los primeros compases empiezan a sonar poderosos y contundentes, agarro el volante con firmeza. Pablo Blázquez va a tener una visita, una inesperada.


La casona familiar se encuentra junto a la bodega y en medio de cientos de hectáreas de viñedos. El padre de Laura nunca quiso separarse de su tierra, de sus viñas y pretendió que sus hijos hicieran lo mismo, lo consiguió con dos. Una garita con un guardia de seguridad controla la verja de acceso. Esto no lo tenía previsto, pero ya no puedo dar la vuelta, soy como una mosca en un plato de leche. Me acerco y paro justo delante de la garita el guardia es un hombre de unos 40. Primero me mira curioso cuando ve que me detengo y bajo la ventanilla del coche para hablar él me imita y abre la de su puesto.



-Buenas noches - Saludo


-Buenas noches - Contesta. En su mirada hay curiosidad y precaución.


-Necesito hablar con Don Pablo Blázquez es de vital importancia


-Lo siento, pero eso es imposible, tendrá que esperar a mañana.

Bien, la respuesta es la que esperaba. El hermano de Laura está en casa. Confirmarlo ha sido un alivio, durante el camino me torturaba el hecho de no encontrarlo.


-Perdón. No me ha entendido, pero si espero a mañana para hablar con él, yo tendré un grave problema y usted pasará a engrosar las listas del paro y creo que don Pablo se encargará personalmente de que no encuentre trabajo. Sabe perfectamente de lo que estoy hablando, ¿verdad?. Dígale que le traigo noticias de la clínica San Lorenzo.

El farol ha funcionado, el hombre de uniforme azul, descuelga un teléfono con desgana ahora en su mirada hay rencor y una lucha privada entre la sartén y el fuego.


-Perdón por las horas señor...Sí, lo sé y le pido disculpas...pero me dicen que es de extrema urgencia…si no, no me hubiera atrevido...de la Clínica San Lorenzo… Bien, ahora mismo señor, buenas noches perdón otra vez. Cuelga sin mirarme activa la verja que se desliza con suavidad sobre un rail bien lubricado dejando el camino libre

Penetro en la propiedad con una leve sonrisa de suficiencia en los labios. Lo reconozco solo es una burla hacia el vigilante, y una manera de relajarme, porque la hora de la verdad ha llegado.


Un camino asfaltado separa la entrada de la casa. Unas farolas lo flanquean, su luz se ha activado con la apertura de la verja. Los ladridos rompen el silencio de la noche son graves, furiosos, amenazantes. Perros, odio los perros, aquellos animales tienen un sentido del olfato y el oído tanto o más desarrollado que el mío, son los únicos que se percataran de que soy lo que soy. Un par de rottweiler han empezado a escoltarme. El viaje ha terminado, los canes me ladran mientras esperan que baje del coche, lo he detenido frente a la puerta de una casona señorial de aspecto rústico. La puerta se abre y aparece el mismo hombre con el que me cruce al salir de la habitación del hospital clínico, solo que ahora no lleva traje ni el pelo engominado, si no un batín azul oscuro, aguarda. Sin duda, los perros son parte del mensaje de bienvenida que viene a decir “¿quién coño eres tú y qué quieres?” Si no hubiera acertado no lo hubiera sacado de la cama, mi visita le pone nervioso no hace falta ser muy inteligente para saber que oculta algo, algo lo suficientemente grave como para aceptarla.

Abro la puerta y automáticamente los perros se acercan sin dejar de ladrar, los ladridos han pasado a ser rugidos. Los colmillos de los rottweilers resaltan en sus hocicos arrugados. Creo que don Pablo está disfrutando con esto, pero si cree me va a amedrentar está muy equivocado, si supiera la verdad sería él el que lo debería estar y mucho.

Continuará...
 
 

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