sábado, 2 de noviembre de 2019

Tac, tac, tac...



Sí, todos muy maduros, todos muy seguros de que hemos dejado atrás esos miedos infantiles, al monstruo de debajo de la cama, o al que se esconde dentro del armario. Ya no tenemos miedo a ir a oscuras por nuestra casa, ya no encendemos las luces para llegar a la cocina para asaltarla furtivamente de madrugada. Nos hemos hecho mayores, los niños lloran, gritan, temen a la oscuridad, porque los niños pueden ver. Los adultos no, ya no tienen miedo, pierden esa capacidad para percibir el otro lado. Pero el miedo nunca nos abandona solo cambia, muta, porque no hay nada más libre que el miedo.


Tac, tac, tac... Tac, tac, tac…

El patrón se repetía, tres golpecitos sobre el suelo, rápidos, como si unas uñas estuvieran tamborileando, como si tuvieran prisa, como si estuvieran esperando junto a un teléfono a que sonase; luego de los golpecitos un roce, el roce de algo que se arrastra, que se arrastra y que se acerca.

Es un bicho, un ratón. ¡Oh dios santo! Un ratón se ha colado en casa y está correteando por ahí al amparo de la oscuridad. Ese solo pensamiento le puso el vello de punta. ¡Un ratón! una criatura sucia e infecta de hocico bigotudo, con una cola de lombriz, husmeando y royendo sus muebles, su comida. ¡Qué asco!

Tac, tac, tac… Tac, tac, tac…


En un acto reflejo e infantil se tapó la cabeza con el edredón, como si fuera una capa mágica que le fuera a proteger de la malvada alimaña. Se estaba agobiando, debajo del nórdico la temperatura era varios grados más alta y su respiración contra él, la elevaba aún más la sensación de asfixia, aquello era ridículo.De un tirón emergio de entre las ropas de cama.

Tac, tac, tac… Tac, tac, tac...


Aquello continuaba acercándose, y no, no era un ratón, era algo más grande, más pesado, más lento, más contundente. Un ratón es una criatura nerviosa, se movería más rápido. Haría ruido, eso le daría mas informacion de eso que se aproximaba al dormitorio y con un poco de suerte lo espantaría. Se giró con mucho cuidado sobre sí mismo sin dejar de mirar hacia la puerta, que apenas se intuía en la penumbra. Alargó un brazo hasta que sus dedos tentaron el suelo de frío mármol. Ahora fueron sus dedos los que corretearon en busca de una de sus zapatillas. La agarró y golpeó el suelo, una, dos veces. El chasquido de la goma contra el mármol sonó estruendoso. Luego se detuvo a oír conteniendo la respiración.

Tac, tac, tac… Tac, tac, tac...


Aquella cosa debía haberlo oído. ¡Por dios! Medio edificio debía haber oído el zapatillazo en la quietud de la noche, pero no se había inmutado. La cadencia, la intensidad de los golpecitos seguían siendo los mismos, igual que si fuera una máquina, como los engranajes de un reloj. Por un instante imaginó un juguete avanzando por el pasillo, uno de esos juguetes del siglo pasado que funcionaban a cuerda y que estaban hechos de latón, un tanque de guerra, pintado de verde y que le estaba apuntando con su cañón. Apartó el pensamiento como se aparta a una mosca de un plato de comida.


La cosa ya pasaba de castaño a oscuro, era un hombre hecho y derecho y no podía estar acobardado como un colegial, escondido en la cama. Aquellos golpecitos tendrían alguna explicación tan trivial, que cuando lo descubriera no podría de dejar de reir durante una hora.

Tac, tac, tac… Tac, tac, tac... O no.

De un respingo se incorporó para quedar sentado en el borde de la cama y de un manotazo encendió la luz. La claridad le cegó hasta que sus pupilas se contrajeron para adaptarse. Los pies buscaron de forma mecánica las zapatillas y se metieron en ellas huyendo del frío suelo.

Tac, tac, tac… Tac, tac, tac...


Entonces lo vio, su mente no encontraba un nombre con el cual definir a aquello que acababa de cruzar el marco de la puerta del dormitorio. La única que halló fue “cangrejo”. Sí aquello que estaba acercándosele era una suerte de cangrejo parduzco de enormes, de patas y pinzas amenazantes y poderosas, un crustáceo que parecía salido de otro tiempo pretérito, de cuando la Tierra estaba gobernada por criaturas de proporciones monstruosas, como recién salido de una pesadilla lovecraftiana. En ese preciso momento todo cobró sentido y despertó.


Mil veces hubiera preferido que aquella alimaña hubiera sido real, y que le hubiese atacado con sus pinzas negras. Estaba llorando. Sobre la mesilla de noche estaba el informe del patólogo con el diagnóstico: Hepatocarcinoma en estadio 4.


FIN

sábado, 19 de octubre de 2019

Tras la zanahoria










Sientes como se te descarna el cuerpo, como la carne deja atrás los huesos, porque los huesos, igual que si fuéramos árboles, son las raíces y las raíces no se pueden arrancar, si quieres seguir vivo. Me voy, una vez más marcho, este es mi castigo, este fue mi premio, la distancia. Soy el burro que persigue eternamente la zanahoria, a sabiendas que la zanahoria no se puede alcanzar. Ya es tarde para fingir otra cosa, es más fácil seguir, seguir tirando del carro tras la zanahoria. Aprendes a mentirte, aprendes a sonreír a conformarte. Eres un magnífico actor porque no puedes vender fracaso, vendes triunfo. Marchaste, nadie marcha a la derrota y nadie quiere volver con ella. Se inventan palabras, expresiones vacías que ocultan las que duelen. Les ocultas del dolor a los demás, porque sientes las vergüenzas propias y ajenas, porque sientes el dolor propio y el ajeno, el que causaste, el que causas, y el que causarás, porque fuiste víctima, juez y verdugo. Tres en uno, trino y unidad, como un dios inmisericorde capaz de causar dolor en los tres tiempos, pasado, presente y futuro, tan grande es mi poder, tan poderoso soy.

Las calles cambian, los edificios se echaron abajo y se levantaron otros que te resultan ajenos, como piezas de un puzzle que no se corresponde con la imagen de la caja. El asfalto no te conoce, las aceras son de otro color, los árboles engordaron y crecieron. Aún recuerdas cuando solo eran varas con unas pocas hojas. Eres un forastero en un propia casa que cada vez le es más extraña. Te cruzas con rostros que se parecen a personas que conociste, pero que son más viejas, caras que en tu cabeza no habían envejecido, rostros que has protegido como fotografías antiguas que no han amarilleado, pero que ahora empujan carritos de bebé o necesitan bastón. Te sientes igual que un astronauta que despierta después de una hibernación, un privilegiado por el que el tiempo no ha pasado de la misma forma que para el resto, o al menos eso piensas hasta que te miras al espejo. Entonces el peso de los años se derrumba sobre ti, te despiertas de un sueño zarandeado, y caes en la cuenta, descubres la absurda mentira que te has estado contando, el tiempo pasa, pasó para ellos igual que pasó para ti, eres tú el que no encaja en este juego, eres tú la ficha pérdida, que ahora no encuentra su sitio. No eres ni de aquí, ni de allí. Eres el marido infiel que pierde amante y esposa. Te fuiste, quisiste soledad, el "no os necesito", el "yo solo me basto"; enhorabuena lo has conseguido, aquí está, aquí la tienes y lo mejor es que no va parar de crecer.
 
 
 

viernes, 23 de agosto de 2019

Metro



"No lo veo. No habrá podido venir, estará de vacaciones, enfermo, o simplemente llega tarde".


En el andén de la estación de metro, no importaba qué época del año era, ni siquiera si era de día o de noche. Solo se podía saber, por las ropas, o el trasiego de los viajeros, pero por nada más. Siempre hacía el mismo calor pegajoso, el aire siempre viciado, cargado de olor a cable quemado y a humanidad. En esta estación no había rótulos publicitarios, así que tampoco se podían usar de guía. Los grandes almacenes no amenazaban a los niños, ni las carteras de los padres con la vuelta al cole, aunque fuera todavía junio, ni te hacían sentir ardores con la próxima navidad, cuando aún no hiciera nada que se había acabado el verano. La estación, estaba limpia de todo lo que no fuera estrictamente propio de una estación del suburbano. Sus planos y sus señales indicando las salidas o la dirección que había que tomar para conectar con otra línea, estaban ubicadas en lugares convenientemente visibles, había papeleras, intercomunicadores para hablar en caso necesario con el vestíbulo e incluso bancos. No en vano había sido una de las estaciones que había entrado en el último programa de reforma y modernización del ayuntamiento y todo estaba como nuevo, y razonablemente limpio para ser un lugar por donde todos los días pasaban miles de personas. Lo que ninguna reforma podía conseguir era acabar con ese aire viciado. Era una estación antigua, los túneles que se construían en aquella época no eran tan amplios con en la actualidad, y a pesar de los sistemas de ventilación modernos la sensación de bochorno no se podía eliminar del todo.


La conocía bien, pasaba por ella todos los días dos veces, menos los domingos y llevaba haciéndolo algunos años. La había visto cambiar, esta no era la primera reforma que le conocía, aunque sí la más profunda. Por eso le había llamado la atención que él no estuviera. porque para él, aquel hombre se había convertido en parte de la estación, como lo eran la catenaria o las vías por donde corrían los vagones En realidad no se conocían personalmente, nunca habían cruzado una palabra, ni siquiera un saludo con la cabeza o un ademán con la mano, nunca le había pedido paso, nunca. Fue la primera persona que vio cuando empezó a usar el metro y por alguna casualidad su rostro se quedó fijado en su mente. Entonces y desde aquel día se había estado cruzando con él a diario. Tampoco era nada extraño que alguien tuviera tu misma ruta y tus mismos horarios en una ciudad. El caso es que se había convertido en una especie de baliza en su camino, una referencia de que iba en hora o de que no se había confundido de línea, esa sensación fue evolucionando con el paso del tiempo y pasó de ser una referencia espaciotemporal a ser algo familiar, algo amable y reconfortante, ver una cara conocida en aquella locura de viajeros, de gente que subía y bajaba de trenes como si fuera ganado a veces se agradecía. Todo el mundo iba con la cabeza gacha, mirando hacia abajo. ensimismado en sus propios problemas, entretenidos mientras miraban instagram u otra red social, leyendo o hablando por teléfono. Era curioso, trenes llenos de gente que ni se mira, interactuando con gente que está a kilómetros de ella. Solo los turistas, solo ellos levantaban la cabeza, como niños que montan en una atraccion de feria, motivados por la novedad e intentando orientándose entre en la maraña de líneas de colores de los planos del suburbano. Él nunca iba con la cabeza gacha, nunca miraba un libro un periódico o un móvil, quizás por eso sus miradas se cruzaron aquella primera vez, de alguna forma destacaba, no era otro autómata más, era una persona como él. Y hoy no estaba.


Y eso sí que era extraño. Puede que alguna vez antes, muy al principio, no hubieran coincidido, no podía saberlo pero desde que empezó a observarlo adrede nunca, nunca había faltado y de eso ya había pasado mucho tiempo. Él sí había faltado, muchas veces, cuando se había tomado vacaciones o había tomado otro camino para llegar a trabajar, pero el caso es que siempre que volvía a su rutina él estaba allí. Ese hombre no descansaba nunca o descansaba las mismas veces que e. Siempre con su cabeza levantada, mirando al frente y siempre esperando al tren a la misma altura del andén, junto a un tablón de anuncios dónde se podía consultar el plano de la ciudad en el que se hallaban resaltadas a color las líneas del metro y sus distintas estaciones. El también solía montar por el mismo lugar, manías suponía, aunque las suyas tenían una razón de ser y es que no le gusta sentarse pero tampoco le gusta ir en medio del vagón dejando expuesta la mochila a los amantes de lo ajeno tan abundantes en la urbe, por eso siempre elegía la cola de un vagón para poder apoyarse en la pared y poder dejar la mochila en el suelo, entre las piernas, bien salvo de cualquier carterista. Seguro que él también tendría sus razones por la que siempre montaba por ese lugar. Evidentemente era una persona de costumbres.


Muchas veces había jugado a intentar adivinar en qué trabajaba o cómo era su vida, no solo lo hacía con él pero sí era verdad que con él lo había intentado cientos de veces. Tenía unos 60 años, de talla media, y complexión también normal, ni gordo, ni delgado. La coronilla lampiña pero aún conservaba bastante pelo negro y sin canas en el resto de la cabeza. Su cara era corriente, nada en ella que destacara especialmente. Vestía también de forma muy normal para un hombre de su edad, y siempre llevaba pantalones de pinzas y camisa de manga larga bien planchados, los zapatos, castellanos negros y brillantes. No llevaba anillos ni ningún otro adorno, ni siquiera reloj, solo una sempiterna bolsa de deportes pequeña y de color negro, donde suponía llevaría el almuerzo. Había barajado muchas posibilidades pero la que con más frecuencia se imponía a las demás hipótesis es que trabajara en algún tipo de comercio. Otra hipótesis, está fundamentada más que en nada en un pálpito, era que no tenía pareja, o soltero o viudo, no sabía porqué pero le encajaba en el personaje que se había montado en la cabeza. Había interiorizado tanto esa teoría que con el tiempo le resultaba cierta y si hubiera podido comprobarla le hubiera chocado mucho que no se cumplieran sus deducciones.


De cualquier forma hoy no estaba en el andén a la hora de costumbre y los pocos minutos en que coincidían se estaban agotando. Era una sensación rara, como si algo no cuadrase, como si faltara algo fundamental en aquella estación, ese tipo de sensaciones que te hacen no elegir un determinado asiento en un bus vacío, que no es buena idea, que mejor otro día.


El tren irrumpió en la estación mordiendo los raíles con sus frenos, en la catenaria un chispazo hizo la función de jefe de estación y el tren se detuvo con precisión milimétrica ocupando todo lo largo de la plataforma. Inmediatamente las puertas se abrieron y bajaron en tropel decenas de personas que pugnaban por ser las primeras en llegar a cualesquiera que fueran sus destinos. Otras decenas esperaban para entrar y él seguía ahí, plantado en el anden buscando con la mirada a ese hombre, como si fuera un novio que comprueba con desesperación que no es que su cita vaya a retrasarse, si no que no va a llegar. Tenía que subir al vagón o llegaría tarde al trabajo. Sonó un silbato y las puertas comenzaron a cerrarse. Aquello era una tontería, no podía dedicarle ni un segundo más. En ese mismo instante sintió como alguien le tocaba en el hombro. Se giró instintivamente. Allí estaba el hombre del andén. Le miraba con una media sonrisa colgada de la cara. Las puertas se cerraron y el tren comenzó a moverse. Entonces le tendió un periódico amarilleado por el tiempo. Sin salir de su asombro lo miró. En la portada una fecha de hacía veinte años sobre un titular que informaba de un accidente en el suburbano. En la foto de portada se podía ver un tren que había descarrilado arrollando a los usuarios que lo esperaban. Había sanitarios y bomberos atendiendo a las víctimas. En segundo plano había un cuerpo arrellanado en el suelo cubierto con una sábana, junto a él una bolsa de portes negra..

En ese mismo instante el mundo pareció venirse a bajo, un enorme estruendo acompañado por un temblor sacudió la estación. Algo había pasado en la siguiente estación. Se arrimó al borde del andén para mirar por el túnel, imitando al resto de usuarios del andén contrario. Una humareda espesa y negra apenas si dejaba vislumbrar las luces de la siguiente parada que no debía distar más que unos pocos kilómetros, aunque en la oscuridad no habría podido calibrar con mayor exactitud. Los gritos de los pasajeros llegaron unos segundos después. Un accidente, el tren que acababa de dejar pasar había sufrido un accidente. Se giró buscando al hombre de la bolsa de deportes negra, pero ya no estaba, había desaparecido. 
 
FIN
 
 

lunes, 19 de agosto de 2019

Recordarte en la sonrisa.

                                               

                                                La belleza es poder y la sonrisa, su espada.







Suena esta preciosidad en mi viejo equipo cuadrafónico Pioneer y como en un amanecer donde los primeros rayos de sol van llegando pausadamente, casi sin querer, así van llegando a mi memoria en forma de relámpagos efímeros imágenes en tono sepia que en su día eran a color, pero el paso del tiempo las ha ido gastando...

Como ese ratoncillo inerte que alguna mañana llevaba hasta los pies de mi cama mi gata, tras una noche de travesuras. Era un trofeo que ella me regalaba como muestra de amor, pero yo no lo sabía.

O aquél viejo muro en medio de las dos últimas calles del pueblo del que  nadie sabía nada, o no querían saber, pero para un grupo de niños que salían del colegio por la tarde con más energía acumulada que sensatez, era el mejor patio de recreo imaginable. El muro tendría una altura media de un metro y una longitud de al menos diez metros, había sitio de sobra para sentarse, saltarlo, jugar a las guerras, hacer de portaaviones y cuando no quedaban fuerzas, era el mejor banco donde descansar y merendar.
Era uno de los lugares donde pasaba la mayor parte de mis mejores momentos de la infancia, pero yo no lo sabía.

Con diez años una noche de Reyes me regalaron mi primera guitarra española. Sonaba horrible, me fuí en busca de unos chavales más mayores que yo sabía que tocaban y les enseñé la guitarra. Me enseñaron tres acordes y el resto de cosas dejaron de existir o simplemente apenas tenían importancia para mí. La guitarra era lo más.

Unos años después, alguien me explicó que mi madre le pidió dinero prestado a una vecina para poder comprarme la guitarra. El sueldo de mi padre llegaba para comer, tener algo de ropa y poco más, pero yo no lo sabía.

A mi amigo Andresito le dió por crecer a lo ancho y sus padres le regalaron una bicicleta grande. De esas de hierro con el cuadro desde el sillín al manillar. Pesaba más que él y apenas llegaba con los pies a los pedales, pero entre los dos nos apañábamos bien para pasearnos. Cesarín era el menor de la corrala, pero cuando sus padres no estaban, se venía a casa o a la de Andresito. Hablaba poco y era un niño dócil y sonriente.

Andresito era un adoquín, un burto, más fuerte que un caballo y siempre se estaba riendo y eso era lo que más me gustaba de él, pero nunca le hice notar su torpeza, al contrario, nos reíamos mucho de sus cosas. Cesarín se atascaba mucho, quizá por eso hablaba poco, aunque con nosotros se soltaba más. Cuando jugábamos a las guerras le decíamos que hiciera la ametralladora y nos mataba a todos en un santiamén.

Y yo... yo no veía un pimiento, andaba siempre dándome ostias porque tropezaba en todos lados, andando, corriendo o en bici. Hasta que me pusieron gafas, más de una vez aproveché la cegatera para restregarme con alguna niña que yo pensaba que me sonreía.

Éramos los tres mosqueteros, pero ninguno lo sabía.


Sonreir hace que te sientas mejor contigo mismo, incluso si no tienes ganas.

Hace casi 50 años de esta foto y nada ha cambiado, porque entre nosotros no importa el estatus social, los conocimientos profesionales, los colores del equipo de fútbol, ni siquiera la ideología política.

A las personas aprendes a valorarlas por lo que te dan gratis y en exclusiva cada vez que te ven: su sonrisa. Su sonrisa y su forma de ser, sus actos, esos detalles que tienen contigo y que sólo lo sabeis tú y él.

Nadie tiene un amigo mala persona, a no ser que él también lo sea, pero entonces no es amistad, es interés, porque la mala gente no hace el bien excepto si le va a proporcionar algún beneficio. Y yo eso no lo quiero para mí.


Si no has puesto la canción al principio, igual ahora es un buen momento para hacerlo. Déjate llevar por ella, puedes confiar totalmente, incluso cantarla. Es una melodía sencilla y preciosista que invita a ello.



Mantengo humildes mis orejas.

viernes, 26 de julio de 2019

Azul 2ª Parte




2ª PARTE



“La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”. Jorge Luis Borges



“Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces entonces estás peor que antes”. Confucio



“Y conoció Adán otra vez a su mujer; y ella dio a luz un hijo y le puso por nombre Set, porque, dijo ella: Dios me ha dado otro hijo en lugar de Abel, pues Caín lo mató”.

Génesis 4:26










Sintió el calor del licor descendiendo por su garganta hasta que se difundió en sus tripas. Era el cuarto whisky solo, que tomaba en los casi 45 minutos que llevaba en aquel tugurio de mala muerte.



AZUL, AZUL



<< - ¡Qué le han hecho a la niña! ¿Por qué?...Dios mío... ¿Por qué? ...Tú tienes la culpa... Tú y tu ambición... Tú maldito seas... Tuuuú. ¡MALDITO

SEAAAAS!>>.



<<Buenos días D. Luis me alegro de poder conocerle personalmente >>



<< - Ah su hija, un ser encantador >><< Lo voy a coger y me da igual lo que pienses.

Creo que das demasiadas cosas por sentadas... >>



<<Eso; vete. Eso es lo único que sabes hacer, huir >>



AZUL, AZUL



<< ¡MALDITO SEAAAAS!>>



¡¿Qué iba a hacer?!¡Dios! Era su hija. Su hija; su hija....Dios ¿Qué podía hacer? Se iba a volver loco. Prácticamente no había tenido ocasión de hablar con Laura. Sólo le gritó acusándolo; él era el responsable de lo que le estaban haciendo a la niña. Le había dicho, que la había vendido y cosas aún peores que no quería o no se atrevía a recordar. Sólo supo huir. Alejarse de su mujer, alejarse de su familia.

Se autoengañaba; pensaba que así pondría distancia y que más tarde, cuando los ánimos se serenaran, podrían buscar una explicación a toda esta pesadilla, pero era mentira. Tenía miedo. Y un cobarde como él, hizo lo que sabía hacer mejor; huir.



- Hola guapo, ¿me invitas a una copa?

La mujer se acercaba como una gata hambrienta al acecho de un ratón obeso.

Luis apartó los ojos del vaso y la miró. El tinte rubio platino dejaba ver unas raíces como el carbón. No debía pasar de los 30, los avatares de la vida lo ocultaban junto con un maquillaje algo exagerado.



- Tómate algo, si es lo que quieres, pero no creo que sea una buena compañía.

El alcohol le sujetó la lengua que comenzaba a pesar más de lo habitual. La chica tomó asiento en un taburete junto a él con un movimiento sensual que hizo imposible no fijarse en su cuerpo voluptuoso y escaso de ropa.



- A mí no me lo parece. Contestó alzando una mano para llamar la atención del barman.

Un hombretón de cabeza rapada y camisa blanca con pajarita negra, que a duras penas conseguía abarcarle el cuello.



Luis ignoró el comentario y volvió a mirar a su vaso de whisky para ver como los hielos agonizantes se derretían. Le dolía la cabeza y el cuello. Sentía el bombeo de la sangre en sus sienes; cada latido era como si le golpearan con un martillo pilón en el cráneo.

Apuró los dos dedos de bebida que quedaban . Sacó dos billetes de la cartera de

50,00€ y los dejó sobre la barra diciendo.

- Quédese con el cambio.

- ¿Te vas tan pronto guapo?. Comentó la chica girando distraídamente el contenido de la copa que acababan de servir con el índice, luego se lo llevó a los labios, chupándose el dedo mientras le seguía con la mirada.

- ¿No te da pena, dejarme aquí tan solita? Continúo de forma sugerente.



No le faltaba razón, aquel antro estaba desierto. Aún era demasiado pronto para que ese tipo de negocios tuviera ambiente. Sólo había un par de chicas más, sentadas en el otro extremo del salón, que cuchicheaban entre sí, pero que no habían dado ninguna muestra de querer comenzar la jornada laboral. Muy al contrario que su interlocutora, que lo hizo nada más entrar en escena. Bajó desde el piso superior, por una escalera situada al fondo del local, clavando las agujas de acero de sus tacones sobre el suelo de gres imitación a mármol. Contoneándose como una pantera que sale de caza.



No contestó, los músculos del cuello quemaban. Quería ponerse el abrigo, el dolor le paralizaba. Intentó meter el brazo por la manga pero fue igual que si le hubieran clavado un puñal al rojo. Contra su voluntad dejó caer la prenda sobre el taburete. Las propiedades anestésicas del alcohol no estaban causando el efecto esperado en sus dolores, especialmente en los del alma. La chica abandonó su asiento. Recogió el abrigo y le ayudó a ponérselo. Con un movimiento ágil y estudiado, hizo que sus cuerpos entrechocaran. Luis sintió la presión cálida de sus pechos en el brazo y como los labios se quedaban a unos milímetros de su oído; entonces le susurró unas palabras con voz aterciopelada. Acto seguido, se apartó de él. Recogió la copa y sin mirar atrás, se dirigió hacia las escaleras que conducían a la planta superior, con su bamboleo de caderas y la copa balanceándose entre sus dedos.



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El bizcocho dulce y untuoso se deshacía en la boca. Paula se había servido una pequeña porción, no tenía hambre, más una vez probó su maravilloso sabor a mantequilla, el apetito se le despertó y comenzó a comer con deleite.

Todo tenía un aspecto delicioso. Sobre la gran mesa, había toda clase de dulces. Había tartas de chocolate de varios pisos, pasteles de fresas con nata, torres profiteroles rellenos de crema y luego regados con caramelo, natillas, flanes, helados de todos los colores y sabores y galletas de canela y magdalenas y... la variedad parecía interminable. Por un instante olvido donde estaba y fue feliz. Sin embargo, el bordado verde de la servilleta con la que se limpiaba los restos de merengue de la boca, se lo recordó.

Miró el plato con trozos de dulces a medio comer y lo apartó con sentimiento de culpa.

Una doncella apareció por un lateral del salón y se acercó a ella.

- Mi señora ¿ha terminado?.

La niña asió a la sirvienta por el brazo. Era la primera persona que le dirigía una palabra desde que llegó, aparte del espantapájaros, claro estaba.

- Por favor, quiero ir a casa. Por favor, por favor

.La sirvienta agachando la cabeza se retiró dando pequeños pasos hacia atrás, temerosos y suplicantes.

- Por favor señora, por favor.... Cuando se alejó un par de metros giró y desapareció por donde había venido asustada como un conejo.

Justo en ese instante aparecieron varias más, que diligentes comenzaron a retirar todas las viandas. En silencio esta vez y de la misma forma que si estuvieran ejecutando alguna coreografía, terminaron en pocos minutos, recogiendo fuentes, bandejas y manteles dejando así al descubierto la madera noble reluciente. Para rematar su trabajo, colocaron un tapete verde esmeralda remallado en oro y unos candelabros también dorados, de tres brazos cada uno pero sin ninguna vela.

El salón volvió a quedar desierto y en silencio. Las sirvientas habían desaparecido tan repentinamente como aparecieron. Paula se sintió pequeña e insignificante allí en aquel norme sillón dorado. No sabía qué debía hacer, así que decidió permanecer sentada esperando, contemplando el amplio salón donde se encontraba. Era una gran nave de planta rectangular, de unos 50 metros de largo por ,30 de ancho, hecha de sillares de piedra blanca revestida de mármol hasta media altura, también blanco. El techo, a no menos de 5mts, estaba acabado en un artesonado de madera labrada, decorada con pan de oro e incrustaciones de esmeraldas, que repetía un patrón de formas geométricas. Las piedras refulgían como si tuvieran fuego en su interior iluminando todo el recinto. En el centro, el patrón se interrumpía, con un rosetón ovalado donde se podía ver el emblema de los trazos curvos en relieve. Sobre los muros, lucían colgados tapices a juego del tapete de la mesa, que junto con la alfombra intentaban hacer lo más confortable. No había ningún mobiliario más a parte del mesón de madera pulida y el sillón donde estaba. En cualquier otra situación se habría quedado maravillada encontrándose en un lugar como ése, donde los protagonistas de sus cuentos favoritos darían fiestas suntuosas. Pero preferiría estar en su sitio, dentro de ella misma, en casa; no en aquella especie de sueño que parecía no tener fin.

De frente, al fondo del salón, se abría un arco que hacía de entrada principal, había una más pequeña, en un lateral, por la que había entrado el servicio, que carecía de hojas pero que a cambio tenía unas pesadas cortinas que hacían sus veces. Paula oía como si barrieran el suelo con una escoba de retama detrás de los cortinajes. Poco a poco, el ruido se fue acercando. Una mano de palo con falanges largas y nudosas aparto la tela y el espantapájaros apareció, le seguía el león.

-¡Buenos días, mi querida niña! Espero que hayas descansado. Empezó dicharachero y sin esperar respuesta, prosiguió.

- La jornada será apoteósica. Hoy vas a ser presentada al reino. Han venido de todos los rincones a rendirte pleitesía. Ya veras, todos están encantados de que estés aquí. Una brizna de paja amarilla salió volando de su boca y se balanceo hasta caer mansamente sobre el suelo. Paula se disponía una vez más a suplicar pero el monigote no la dejó empezar si quiera, su verborrea era incontenible, se notaba que disfrutaba escuchándose. El león aburrido, bostezó abriendo las fauces y mostrando sus poderosos colmillos, luego agitó la melena como intentado despabilarse y volvió a hacer como que escuchaba atentamente.

- Bien; ahora te prepararás. Tienes que estar radiante; aún más, jeje. ¿Alguna pregunta?

La niña negó con la cabeza. Había aprendido la lección. No la escucharía; era inútil. Sin previo aviso el león volvió a abrir las fauces; el rugido reverberó por toda la sala, poniéndole la carne de gallina. No pasó un segundo, cuando un par de doncellas de hábito verde, salieron por la puerta lateral, que la instaron a acompañarlas.



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En la habitación había el sitio justo para una cama revuelta, una mesilla de noche desvencijada y un pequeño bidet de porcelana descascarillado. Una triste bombilla colgaba del casquillo, sus 40 vatios alumbraban algo más que nada, el tajo de aquella mujer. En la pared, un ventanuco al que habían cegado poniendo un adhesivo de flores rosadas, con la doble intención de dar intimidad e intentar integrarla en la pared del mismo color. Aunque lo primero lo conseguía, lo segundo necesitaba un gran esfuerzo de imaginación. Toda esta información entró por los ojos de Luis yendo directamente al vertedero del subconsciente

. Las palabras de la chica seguían resonando en un eco infinito. “Solo quiero cumplir tus deseos".

Quizás a estas alturas ya hubiera perdido la razón, y solo fuera una insinuación típica de una prostituta. Pero tenía que lo, no podía marcharse sin más. Así que la siguió, como un perro en celo, escaleras arriba.

- ¿Quién eres, qué quieres de mí? Increpó a la chica que yacía sobre la cama.

- Tranquilo guapo, si sigues gritándome así, mi amigo de la barra se podrá nervioso, y no creo que te guste

- Está bien, dijo Luis; bajó el tono y se sentó en el borde del camastro junto a la mujer. Te lo preguntare de otro modo.

- ¿Qué, querías decir con lo de cumplir mis deseos?

- Es mi trabajo guapo, doy placer, cumplo deseos. La mujer jugueteaba con una cadenita plateada que le rodeaba el cuello, ¿no tienes....ninguno? Hábilmente se desabrocho un botón de la camisa dejando aún más expuesto su generoso busto.

Luis se levantó de la cama con dificultad, la cabeza le iba a estallar y el cuello volvía a quemar.

- Ya te dije abajo, que no era una buena compañía.

Creo que los dos estamos perdiendo el tiempo.

Comentó dando un paso en dirección a la puerta a modo de despedida.

La chica se removió para seguirlo con la mirada.

-Lamento el malentendido…Pero pensé... Bueno. Adiós

-No hay ningún malentendido

-¿Cómo? ¿ Qué has dicho?.

- Que no ha habido ningún malentendido, que sé por lo que estás pasando. No eres el único.



Luis se quedó de una pieza. ¿Sería una nueva alucinación? La mujer se había levantado, algo en ella había cambiado, su actitud, su mirada. La picardía y el deseo se habían esfumado y ahora sólo había paz y comprensión. Le tocó el brazo con la mano y sintió como el contacto le reconfortaba el espíritu, como un oasis de luz en su oscuridad particular. El labio inferior comenzó a temblar ligeramente, noto el calor de las lágrimas a punto de ser derramadas; si nada lo impedía se iba a derrumbar como un niño perdido.

-Ssssh. No digas nada. Sólo quiero que sepas que no estáis solos. Ahora no es momento de hablar. Puede estar vigilando. Vete a casa y dile a Laura que use el espejo. Vete, no hables, no pienses; solo vete.

- Pero...pero. No lograba articular las palabras.

- Sssssh tranquilo, recuerda; dile que use "El espejo", ahora vete y con delicadeza abrió la puerta empujándole suavemente igual que si fuera un polluelo que no quiere dejar el nido. La puerta se cerró con un leve crujido. Dentro del cuarto la mujer se sentó de nuevo, primero en la cama, suspiro y luego se dejó caer de espaldas. El colchón la recibió con una protesta en forma de rechinar de muelles. En su gremio la actividad comenzaba con la puesta de sol, pero los parpados le pesaban como si no hubiera dormido nada durante el día. Se acurrucó de lado buscando una posición cómoda y antes de que fuera consiente se quedó dormida plácidamente como un bebé.

El golpeó de un puño sobre la puerta la despertó súbitamente. Era el barman.

-Luzil, Luzil ¿Estás bien?... El salón está lleno de clientes. ¿No piensas trabajar hoy?

- Si.... si ya voy... me he quedado...dormida...

La chica se incorporó. Estaba desnuda. Su ropa yacía hecha girones por todo el cuarto.

Sintió en su vagina el escozor propio de una jornada intensa de trabajo. Una arcada la sobrevino y tuvo que inclinarse sobre el bidet para vomitar. La cabeza le daba vueltas, mientras una oleada de bilis amarillenta le abrasaba el esófago. Abrió el grifo y se enjuago la boca escupiendo varias veces. En la porcelana rosada unos hilillos de sangre bailotearon antes de perderse por el desagüe junto con los demás jugos. Entonces es cuando sintió el calor palpitante en la cara. Dio un tirón del cajón de la mesilla sacándolo de sus guías. Cayó al suelo deshaciéndose en tres trozos, desparramando su contenido por el suelo. Había un tubo de lubricante espachurrado, ya en las últimas, varias ristras de preservativos y un juguete sexual con la forma de un miembro viril de gigante. Rebuscó nerviosa hasta que encontró lo que buscaba; una pequeña polvera plateada. La abrió y contempló su rostro. Se le cayó de las manos temblorosas. Alguien, algún cliente se había ensañado con ella. La hinchazón del lado derecho de la cara había comenzado a cambiar el rojo por el morado y el pómulo izquierdo también inflamado mostraba un corte que parecía una boca desdentada. El labio superior estaba reventado y lucía un coagulo de sangre seca El resto del cuerpo no estaba mejor. En ambos pechos tenía marcas de mordeduras que le habían desgarrado el pezón izquierdo que pendía de un colgajo de piel escarlata.

Se habían levantado ampollas sanguinolentas en los muslos como si la hubieran azotado y la espalda estaba cubierta de arañazos profundos a medio cicatrizar. Las terminaciones nerviosas, empezaban a desperezarse del efecto sedante del sueño, se vieron sobrecargadas de trabajo; había un mensaje urgente que transmitir. Dolor, mucho dolor. ¿Quién la había torturado así ?. Era...era como si la hubiese poseído un demonio llegado de lo más profundo del averno. ¡Dios mío! ¿Quién le había hecho esto? Intentó recordar entre la paleta de dolores que la asediaban. Pero en su cabeza no había nada. Las últimas doce horas de su vida estaban en blanco, como si las hubieran borrado. Una y otra vez intentó traer algún recuerdo a su mente, pero lo único que conseguía ver era un color. Azul...azul.



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Las tres doncellas se afanaban en acomodarle el traje. Las mujeres trabajaban en silencio. Una le anudaba un cíngulo dorado con una moña a la espalda. Otra se aseguraba de que el cuello de puntilla quedara en su sitio y la tercera ,que parecía la jefa, revisaba el trabajo de las demás. Laura simplemente se dejaba hacer. Ora levantaba la cabeza, ora un brazo ; así durante un buen rato siguiendo las indicaciones, que le hacían llegar mediantes ademanes o moviéndola con sumyuuyuuuuyuuyuuuuuu7uuu7uuuuuu7uyuyyuyuuuuuuuuyuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuyuuuuuuuyuuyyuuuuuuuuuuuuuuuyuyyuuyuyuuyuuyuyuyuuuuyuuuuuuuyuuuyuyuuyuyuyuuyyuuuyuyyuyuyyyyyyyyya delicadeza igual que fuera una muñeca muy cara .

Por fin habían acabado. Entre dos de las asistentas colocaron un espejo de pie, del tamaño de una persona, delante de ella y pudo contemplarse. Era una princesa, una reina . En su vocabulario infantil no había suficientes adjetivos para describirlo . Era como si llevara puesto un vestido hecho de esmeraldas, pero no uno que tuviera piedras preciosas cosidas o pegadas a una tela; sino que el mismo tejido era una lámina fina y flexible que hubieran confeccionado con finísimos hilos de esmeraldas. Se giró un poco, para verse desde otro ángulo y la tenue luz que entraba por las ventanas se reflejó en ella, llenando la habitación de miles de pequeños destellos verdes .

En cualquier otra situación hubiera gritado, saltado de alegría, pero allí nada podía confortarla. Se quedó muy quieta, mirándose, observándose y una pequeña lágrima cayó de su ojo derecho, mojando su carita blanca hasta llegar a sus sonrosados labios, donde probó el sabor salado de su tristeza.

- Está espléndida señora. Comentó la doncella jefe . Una mujer alta de ojos azules , con el consabido hábito verde, de cofia blanca, que apenas si dejaba ver el pelirrojo de su cabello. Paula secó la lágrima con disimulo.

- Gracias. Contestó intentando ser educada.

- Señora ahora , la peinaremos, por favor. Dijo mientras que señalaba ,un taburete dorado de patas torneadas , y asiento de terciopelo color esmeralda, que las doncellas habían colocado junto a ella.

La niña tomó asiento obediente, disponiéndose a una larga sesión de peinado, con tirones de pelo incluidos. Las sirvientas también habían traído una pequeña mesita, que sin miedo a equivocarse, haría las veces de tocador. La doncella pelirroja, se colocó tras de ella y comenzó a cepillarle el largo cabello rubio, con la mayor delicadeza. La otras dos desaparecieron sin hacer el menor ruido, dejándolas a solas en el vestidor.

Paula miró como la mujer hacía su trabajo con los ojos fijos en su cabeza .

- Querida, no tengas miedo. Le dijo sin levantar los ojos de su trabajo. Es solo un sueño, un sueño del que no puedes despertar pero sólo un sueño.

.Paula alzó los ojos y cruzó su mirada con la mujer en el espejo. Su expresión era serena , tranquila, los labios se curvaban en una leve sonrisa amable y comprensiva.

- Señora, por favor, yo quiero ir a casa, por favor...

La niña comenzó a suplicar, iba a girarse para hacerlo directamente y no a través del reflejo del espejo; cuando la doncella la sujetó por los hombros, obligándola a estar en su sitio mientras le decía.

-Sssh. No te muevas. Escúchame. Si él se enterase de que estamos hablando, lo lamentaremos las dos, te lo aseguro. Así que por favor estate quieta y escucha. No llores cariño, tienes que ser una niña muy fuerte y valiente.

La doncella seguía cepillándole el pelo como si nada, a la vez que le hablaba.

La única forma que tienes para salir de aquí es usando el espejo de tu alcoba.

- Si, si allí vi mama. Comentó sorbiendo por la nariz.

- Bueno, pues cuando estés a solas, mira dentro de él y piensa en mamá. Entonces, de alguna forma, ella te podrá oír en sus sueños y podrá venir a buscarte. Pero recuerda, que no te vea nadie o jamás tendrás otra oportunidad. Tienes que hacerlo, hasta que mamá entienda lo que debe hacer, por eso tienes que ser paciente.

- Señora, ¿quién es usted?. ¿Por qué me ayuda? .Por un momento la niña desconfío, en los cuentos, no siempre las personas amables lo eran de verdad.

- ¡Qué inteligente eres cariño!. No me extraña que se fijara en ti. Yo, sólo soy una amiga. Piensa que no eres la única, que está aquí, contra su voluntad. Pero ahora calla o nos descubrirán tengo que acabar tu peinado o será lo último que no acabe.

Una pequeña llama de esperanza, se prendió en las brasas del corazón de la niña. No todo estaba perdido, miró a su doncella y vio su rostro amable y tranquilo; un mechón rojo se le había escapado de la cofia y se balanceaba sobre su frente de tez lechosa. La mujer se lo volvió a remeter bajo la tela blanca tímida, casi con vergüenza.

¡Qué guapa es! Pensó, más reconfortada. En todas los cuentos, también había hadas buenas que ayudaban a los niños perdidos. A lo mejor ella, era su hada buena. Su hada pelirroja de ojos azules, azules, como el cielo despejado que renace cuando amaina la tormenta.



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¿Dónde estaba? Debía de ser un sueño. Eso era, debía de estar soñando. Era extraño porque se suponía, que cuando se soñaba, no se podía saber, que en realidad lo estabas haciendo. Pero debía ser un sueño.



Todo estaba desproporcionado en tamaño. Había unas sillas y una mesa, de talla gigante comparada con ella. Además miles de sonidos llegaban a sus oídos. Oía como el agua corría por las tuberías, como la electricidad viajaba por el cobre, tras las paredes, como se quejaba la madera que se contaría con el frío nocturno. Lo oía todo. También lo olía. A su pituitaria llegaban olores conocidos como el del barniz, pero con una riqueza en matices, que jamás podría haber imaginado. Luego estaban otros nuevos, que aunque percibía era incapaz de describir o saber a qué pertenecían

Sí, efectivamente era de noche, pero la luz de una luna llena, tenía que estar entrando por alguna ventana, que no alcanzaba a ver, ya que la estancia no estaba sumida en la oscuridad sino ,más bien en una penumbra, que daba a todo una tonalidad gris plateada, resplandeciente.

Avanzó explorando aquel mundo de dimensiones colosales. A medida que lo hacía, comprendió que sin duda se hallaba en el cuarto de juegos, de algún niño-gigante. Primero, atravesó lo que no podían ser otra cosa, que las vías por las que correría una locomotora de juguete. También pasó por delante de un monstruo peludo que la miró con ojos vidriosos, y que resultó ser un oso de peluche y fue encañonada por un batallón de soldados con la fría quietud del plomo. Un poco más adelante, el paso se vio obstaculizado por las enormes piezas de un juego construcción, que descansaban esparcidas por el suelo. Era como la cantera del gigante niño. De donde podría extraer los materiales, para construir un universo a su escala diminuta. Desde luego era algo así, una vez consiguió subir a lo alto de una pila de bloques lo pudo corroborar.

Más allá había un castillo hecho de esos mismos bloques por los que acababa de subir. La construcción era imponente, con sus torreones y almenas. Divisó que el portón estaba bajado, así que concluyó ir hacia él. La entrada se abría en un gran patio de armas, donde confluye todo el edificio. Presidiendo la plaza, una gran torre rectangular se alzaba por encima del resto de estructuras. Debía ser la torre del homenaje. El corazón del castillo; donde sin duda se encontraban las dependencias más importantes.

A su finísimo oído llegó un sonido inesperado. Era el sonido de unos pies livianos correteando, salía del interior de aquella atalaya, luego una risa alegre e infantil. ¡Un momento! Conocía esa forma de reír; era la de su hija. Era la risa de Paula. Intentó llamarla, ¡Paulaaaa!, pero no logró articular palabra alguna. Lo más que consiguió que saliera de su garganta fue un chillido agudo. La frustración no la detuvo un momento. Simplemente corrió en su busca.

La recibió un gran salón, con una mesa enorme de madera en el centro y su sillón en uno de sus extremos. El mundo había recobrado sus proporciones normales, al menos para ella, el castillo de juguete, había cambiado los bloques de plástico por solida piedra. El suelo estaba vestido con una alfombra mullida y en las paredes colgaban tapices. No podía distinguir los colores, que seguían siendo un abanico de infinitos tonos grises. Pero lo más importante, ni rastro de Paula.



Las risas se volvieron a escuchar y después el ruido de los pies menudos que subían apresuradamente unos escalones de piedra. Intentó nuevamente llamar a su hija y otra vez lo único que pudo emitir fue ese chillido agudo, chirriante. Salió del salón, por un arco cubierto por una pesada cortina que encontraba un distribuidor con varios corredores que conducirían a otras habitaciones, desestimó esas rutas ya que en el centro se descubría una escalera de piedra que subía.



La escalera subía y subía, sin niveles intermedios sólo arriba y arriba. Notaba su corazón palpitándole en el fondo de la boca, por el esfuerzo, igual que una miga de pan que no puedes tragar. ¿Cómo podía ser una niña tan veloz? ¿Se habría confundido de camino?. La duda quedó despejada cuando la risa se volvió a oír. Alzo la mirada, para comprobar con alivio, que las escaleras terminaban unos pocos tramos más arriba. Estaba llegando.

Los peldaños morían en un amplio rellano. Solo había una puerta de madera. Con cuidado la empujo. Cedió retirándose, abriéndole paso a la habitación que guardaba. Era un dormitorio, precioso, digno de una reina, una cama con dosel, una descalzadora junto a un biombo y un tocador con un maravilloso espejo con marco tallado, también encontró un baúl pero Paula tampoco parecía estar allí. La oyó reír. ¿Dónde estaba? La risa se escuchaba cerca. Buscó detrás del biombo, debajo de la cama incluso dentro del baúl, pero nada. Iba a darse por vencida cuando la vio. Estaba en el espejo o mejor dicho dentro del espejo, que más parecía una ventana o ella qué sabía. El caso es que, su hija estaba al otro lado.

La niña reía, estaba allí con un vestido azul con manguitas de farol y cuerpo en nido de abeja. Con el pelo recogido con una moña también azul. Chilló al intentar llamarla. Pero Paula no parecía ni verla ni oírla, solo reía quieta, estática. Acercó la mano para tocar la superficie. Los dedos atravesaron el espejo como si fuera una película líquida, haciéndola vibrar. Sintió un frío helador que le llegó hasta el tuétano de los huesos. La imagen de su hija tembló desfigurándose, comenzando a girar sobre sí misma. Primero poco a poco, para tomar más y más velocidad. Laura se asustó e intentó retirar la mano, pero no podía parecía que se hubiese quedado atorada. Paula se deshacía en un remolino

.De imprevisto todo dentro de la habitación empezó a girar también, incluido ella que seguía con la mano dentro de aquel espejo . Era como si se hubiese desencadenado un tronado dentro de la alcoba.

Terminó tan repentinamente como comenzó. Pudo retirar la mano. Su hija ya no estaba, el espejo, ahora estaba negro y vidrioso como hecho de obsidiana. Algo en el fondo de él, brillaba tenue. El brillo se fue ampliando, floreciendo como un capullo que se abre. El espejo volvía a ser un espejo. En su reflejo se podía ver la habitación con su cama con dosel, su biombo y sus paredes de piedra. Pero había algo nuevo y sorprendente. Su imagen no se reflejaba, en su lugar había una rata. Bigotuda y de ojos rojos, que movía el hocico olisqueando. ¿Qué quería decir aquello? Volvió la cabeza para mirar detrás de ella lentamente y descubrió con horror que el roedor la imitaba. ¡No podía ser! ella era la rata del reflejo. En ese justo instante el marco del espejo se desprendió súbitamente de la pared, cayendo sobre ella con violencia. Sintió como su espalda se quebraba bajo su peso, como sus huesos se descomponían en esquirlas que se clavaban en la carne y como su médula espinal se derramaba salseando sus entrañas aplastadas. Comenzó a gritar, pero en realidad solo se podían oír los chillidos de una rata atrapada en un cepo.



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El doctor giró la cabeza del perro 180° . Se escuchó un clic, que liberó el mecanismo oculto en la figura de bronce sobre el escritorio. Un segmento de librería se hundió un 40 cmts en la pared. Orgaz la empujó haciéndola rodar sobre unos carriles, para remeterla tras el cuerpo del anaquel contiguo, dejando al descubierto la caja fuerte. Introdujo la combinación en el teclado numérico y la abrió. En su interior había varios estantes llenos de documentos. Sacó una carpeta. En su tapa tenía rotulada la leyenda "Proyecto Set". Al sacarla accidentalmente, arrastró otra que cayó al suelo desparramando su contenido.

- ¡Maldición! Masculló.

La incipiente barriga le hacía dificultoso agacharse, así que terminó por ponerse a gatas para recoger los papeles.

En su mayoría eran historias clínicas y documentos de carácter contable. Todos ellos lo suficientemente comprometedores para que justificaran su lugar en la caja. A medida que los recogía los colocaba en montones clasificándolos según su naturaleza.

- Vaya, vaya ¿qué tenemos aquí? Se dijo en voz alta.

La carpeta nunca había sido blanca pero el tiempo la había vuelto más amarillenta y quebradiza. La recogió con sumo cuidado como si fuera un objeto digno de veneración, pues de algún modo lo era. Parecía que hubiera sido ayer cuando lo vio por primera vez.



Quince años antes



El timbrazo del teléfono lo despertó. Se había quedado dormido sobre la mesa .

- ¿Si, quién es? contesto aún medio dormido.

- Buenas noches Doctor Orgaz.

- ¿Quién es? Dijo mientras se recolocaba las gafas y consultaba su reloj de pulsera 01:12 am.

- Un amigo.

- Perdone pero...

- Escuche; tengo algo que ofrecerle que le será de gran interés. Si, ya se, que es tarde, sólo le robaré un minuto más.

Era una voz de anciano, áspera y dura como la lija.

-¿Quién es? Si es una broma, no tiene gracia, voy a colgar.

-Bien, cuelgue entonces, y cuando declare ante el tribunal también colgará sus estudios, todos sus esfuerzos habrán sido en vano.

El comentario lo cogió desprevenido. La citación judicial descansaba sobre la mesa, junto a un plato con restos de sopa fría.



- ¡Oiga ¿cómo sabe eso? ¿Quién es?

- Ya le he dicho, que solo soy un amigo, interesado en su trabajo. Venga mañana a la

Residencia Los Álamos y pregunte por el señor Ulf Hrubesch. Le estaré esperando.

- Oiga... ¿Oiga?



Había, colgado. Quien quiera, que fuese ese tal Ulf, había colgado.. El futuro se le antojaba ruinoso. El Buen Pastor clausurado cautelarmente y él, principal imputado en un delito por mala praxis. Pero lo realmente mortificante era, que sus investigaciones sirvieran de burla para mentecatos y cretinos que no alcanzaban a ver su grandeza, con sus absurdas estrecheces de miras. Al conocimiento no se le podían poner trabas. Y ahora esta llamada misteriosa. ¿Quién sería ese viejo?¿Un chiflado? No lo parecía. Quizás fuera el golpe de suerte que estaba esperando, que su genialidad merecía. A la mañana siguiente, a primera hora, tomaba un taxi con dirección a su extraña cita. Los Álamos, resultó ser una residencia para la tercera edad de lujo a las afueras de la ciudad. Ubicada en lo fue un palacete donde la alta burguesía del siglo pasado se retiraba durante los periodos estivales.



- Buenos días. Por favor, preguntaba por el señor Ulf Hrubesch. Comentó Orgaz a la recepcionista. Una joven guapa, de uniforme blanco inmaculado.



- Un momento por favor. Dijo la chica descolgando un teléfono y pulsando la extensión que se correspondía con la suite del huésped.

- Señor Hrubesch Buenos días, hay una persona que..... Sí señor, en seguida señor.

La mujer colgó el interfono con delicadeza.

- Apartamento 56, el señor Hrubesch le aguarda.



Desde luego aquel sitio tenía la pinta de ser un buen lugar a donde ir a dejar caer los huesos.

Nada tenía que ver con las residencias geriátricas que él conocía, más bien parecía un hotel de alto standing. Las alfombras, las paredes enteladas y las arañas de cristal decoraban tanto el amplio hall como los pasillos. Todas las puertas que veía, tenían hojas dobles, por las que una cama de hospital podría pasar fácilmente, pero nada de pomos baratos y madera contrachapada; donde los había ,los pomos eran de bronce y las puertas de madera noble, que ocultaban cerraduras, blindando la intimidad de los ocupantes. El doctor rio para sí. ¡Qué vanidad ¡ Seguro que en algún sitio, había una llave maestra que las abriría, por mucha cerradura y madera que tuvieran. Pero los ricos eran así, la vejez los volvía aún más desconfiados y celosos, como gatas recién paridas. Se detuvo, en dos pasos llegaría al apartamento 56. No podía ni imaginarse cómo le iba a cambiar la vida, cuando cruzara esa puerta. Golpeó con los nudillos sintiendo como la madera absorbía el impacto, haciéndolo prácticamente inaudible. De todas formas no tuvo que insistir, desde dentro del apartamento llegó la voz rasposa y cansada del teléfono.



-Pase, pase. Doctor, está abierto.

Empujó con suavidad. La puerta giró sobre sus bisagras bien lubricadas con facilidad y sin el menor ruido. La suite estaba prácticamente a oscuras. Las persianas estaban echadas, evitando que cualquier rayo de luz de la despejada mañana las atravesara. Sólo una pequeña lámpara de pie le permitía ver por donde pisaba. El anciano anfitrión se disculpó - Perdone la oscuridad pero mis ojos no toleran bien la claridad, venga se, tome asiento aquí junto a mí. Dijo señalando un chéster de piel oscura, situado a la diestra del sillón orejero donde estaba sentado. Orgaz tomó asiento observándolo ¿cómo podía ver con esas gafas oscuras? Antes, le tendió la mano. El viejo se la estrechó alzándola igual que si le pesara una tonelada. Notó el frío fofo de su piel marchita y colgona. Sin embargo debajo de ella, los carpíos y metacarpos resaltaban fuertes como si en vez de una mano, hubiera estrechado una garra metálica envuelta en pellejo.



- Bueno, pues usted dirá, señor Hrubesch. Comenzó

- Ah! Es usted un hombre directo, eso me gusta, sobretodo en un hombre de ciencia como usted; bien pues vayamos al grano. Lo primero que tengo que decir, es que conozco sus trabajos sobre la psique humana. Ya sé que, sus métodos no son... Digamos... muy ortodoxos y que eso le está causando problemas con las autoridades. Pero comparto con usted la idea, de que el conocimiento científico requiere de unas miras amplias y libres de prejuicios, y que muchas veces la sociedad no está preparada aún para asumir. Es por este motivo que he contactado con usted. El viejo se detuvo para toser, por su garganta salieron unos silbidos como si su pecho fuera una gaita desafinada. Cuando se recuperó continuó. Yo le ofrezco la posibilidad de continuar con ellos. Las gafas de Orgaz resbalaron por el tabique de la nariz. A pesar de que la temperatura en el apartamento era fría, había comenzado a sudar. ¡Había soñado un millón de veces con oír esas palabras!. Uso el dedo índice derecho para volver a ponerlas en su sitio, pero la transpiración no se lo facilitaba.



- Tome. Use esto. Dijo el viejo sacando un pañuelo blanco impoluto de dentro del batín.

- Me explicaré. Me refiero no solo a apoyarle económicamente y a subsanar sus "problemillas legales", sino a aportar unos conocimientos en la materia que seguro que le harán avanzar en las investigaciones. Al doctor se le cayó al suelo el pañuelo con que se secaba el sudor.

- No sé... No sé qué decir. Me siento abrumado.

¿A qué clase de conocimientos se refiere?, ¿Qué clase de información posee?

- Doctor, comprendo que todo esto le sorprenda y que tenga muchas preguntas que hacer. No se preocupe todas sus inquietudes serán satisfechas ampliamente. Pero de momento lo más importante es restablecer el orden. Todos estos contratiempos están afectando a su trabajo y por ende a usted. Por ello quiero que tome esta tarjeta, y se ponga en contacto con mis abogados. Ellos le ayudaran a deshacer el entuerto lo más rápida y satisfactoriamente posible. Pero antes; quiero que también tome esta llave, que corresponde con una caja de seguridad del Banco Internacional de Depósitos. Vaya allí y compruebe de primera mano todo el apoyo que puedo darle. Si después de la visita sigue interesado, vuelva y hablaremos más detenidamente. Si declina la oferta sólo tendrá que llamar a mis abogados y ellos recuperaran la llave, aunque dudo que se dé el caso. Tomó la tarjeta y la pequeña llave de níquel que le ofrecía el viejo.



- Gracias... Señor Hrubesch.

- No, no diga nada, sólo haga lo que le he dicho, ya habrá tiempo para hablar, se lo aseguro.



Salió de la residencia y tomó otro taxi con dirección al banco. No podía creer lo que le estaba ocurriendo. Era....era más de lo jamás había podido imaginar. Un mecenas, que le ofrecía en primer lugar ayuda legal y fondos, pero lo que más le intrigaba e ilusionaba; que le iba a proporcionar información que le haría avanzar en sus investigaciones. Las palabras era música en sus oídos, música celestial. El taxista le miró atreves del retrovisor en varias ocasiones. ¿Qué miraría?, ¿Tendría algo raro en la cara? Ah, claro, ahora caía. Lo que el chofer miraba era la sonrisa boba que se le había quedado en la cara y que era incapaz de borrar.



El coche paró justo en la entrada. El BID estaba alojado en un edificio de principios del XX. Su fachada principal estaba sustentadas por al menos dos grupos de cuatros columnas de orden corintio que soportaban un frontispicio a la manera clásica, en la que estaba claramente inspirado. En él, se representaba en piedra, una alegoría, donde el dios supremo Zeus concedía a Hermes las alas de sus pies con las que cumpliría su misión de ser el mensajero de los dioses. Todo ello hacía al edificio una mole imponente, que pareciera publicitar los tesoros que albergaba en su interior. Orgaz bajó del taxi esperando hallar en él, uno de esos tesoros. Un arco de seguridad y dos vigilantes del tamaño de armarios le recibieron. Una vez pasó el filtro, se encaminó a una de las mesas donde los empleados aguardaban a los clientes con sonrisas artificiales y falsas igual que hienas ante un animal moribundo. El interior del edificio no defraudaba, la inspiración clásica se mantenía. En los suelos el mármol de diferentes colores, hacían figuras geométricas. Sobre él, más columnas de capiteles corintios en mármol blanco y fustes de pórfido rojo sustentaban el conjunto de escala ciclópea, digno de una catedral.



- Buenos días.

- Buenos días dijo el empleado, un hombre de cuarenta años más o menos, calvo y perfectamente trajeado.

- ¿En qué podemos ayudarle? Comentó ofreciéndole, con un gesto, asiento en uno de los dos sillones de caoba barnizada, juego de la mesa a la que se sentaba.

- Me envía el señor Ulf Hrubesch. Quiere que tenga acceso a una caja de seguridad a su nombre, aquí tengo la llave. Dijo mostrándosela al empleado.

- Si, ya veo. Permítanme hacer unas comprobaciones rutinarias de seguridad. Si es tan amable de disculparme unos minutos…



Antes de que pudiera levantarse de la silla, otro empleado se le acercó por la espalda, poniéndole una mano en el hombro, haciendo que permaneciera sentado de forma sutil.

- Buenos, días. Soy Ernesto Mür, director de la entidad. El señor Hrubesch me ha informado de su llegada Sr. Orgaz. Si tiene usted la bondad, yo mismo le acompañaré a la cámara.

- Desde luego, aquel viejo debía de estar bien relacionado. Pensó, bastaba con ver el brillo en los ojos del director. El brillo del dinero.



Bajaron por las entrañas del edificio, en un ascensor, lo que le pareció una eternidad, en medio de uno de esos silencios incómodos. Se les unió otro guardia de talla XXL con chaleco antibalas y automática en la cartuchera del muslo. Cuando salieron del ascensor, el guardia se adelantó y abrió una reja que les impedía el paso. Detrás de ella, otro arco de seguridad y tras él, una pequeña sala de color blanco, iluminada con potentes halógenos empotrados en el techo y en la pared, la puerta de una cámara acorazada, por la que podría pasar cuatro jugadores de baloncesto cogidos del brazo. La puerta en sí, era una sólida pieza de metal pulido con un volante en el centro a Orgaz le recordó a la escotilla de un submarino gigante. Ahora el que se adelantó, fue el director, que hundió una llave plástica en una ranura. El vigilante le imitó e introdujo otra en otra contigua. Se pudo oír un crujido metálico. Luego, asió el volante y lo giró 360°. Otro sonido llego desde la cámara, esta vez, un siseo neumático. La gran pieza de metal se movió y muy lentamente comenzó a abrirse.

El proceso tardo unos 7' que también transcurrieron con el incómodo silencio de banda sonora. Una vez abierta, el guardia entró dentro de ella y tecleo algo en un panel adosado una de sus paredes. Era el único espacio libre, todo el resto estaba tapizado con cajones y puertas. Todos con un número de orden blanco grabado sobre sus frentes de metal negro, donde también se podía ver una cerradura. En efecto el interior, con un poco de imaginación, podía pasar por una consigna de algún aeropuerto, eso sí, de viajeros con maletas muy pequeñitas. En el centro una mesa de metal y nada más, aparte del halógeno en el techo que procuraba la iluminación.



- Señor Orgaz puede pasar y consultar la caja. Nosotros nos retiraremos para preservar su

Intimidad. Cuando haya acabado, sólo tendrá que utilizar el interfono y bajaremos a buscarle.

Dijo señalando el panel donde había estado tecleando el vigilante. Dicho esto los hombres desaparecieron y le dejaron a solas. Miró la pequeña llave plateada y por un instante, la sintió pesada como si fuera de plomo. 275 era el número que tenía grabado. Sus ojos buscaron ansiosos 150...235....278. Allí estaba. El cajón de metal negro con la cifra en blanco; a la altura de sus rodillas. Probó a meter la llave .Resbaló de entre sus dedos sudorosos, cayendo con un tintineo metálico. Se pasó las manos por los pantalones, para secar la transpiración. Estaba nervioso, igual que una feligresa que intenta sisar en el cepillo. Al segundo intento embocó la cerradura y la llave entró suavemente, notando como los dientes encajaban perfectamente dentro del bombín. Le dio un par de vueltas a la izquierda y el cajón quedó liberado. Un mecanismo hizo que el frente sobresaliera de la pared unos centímetros, lo justo para meter los dedos y poder tirar de él. La caja de 50 ancho por 40 de alto, ocultaba un fondo de más de metro y medio, que se desplegó al mínimo impulso, sobre unas poderosas guías. Más parecía un archivador o mejor una cámara refrigeradora de morgue donde se guardan los féretros a la espera de ser reconocidos. El contenido lo dejo boquiabierto. Los lingotes de oro se apilaban, llenando casi todo el interior, no supo calcular cuántos habría, pero parecían muchos. Desde luego la promesa de fondos era más que una realidad. Hay había para mucho, mucho tiempo de investigación. Pero aunque lo impresionó, no era realmente lo que deseaba ver. Lo que él realmente quería ver, debía de estar al fondo detrás de los ladrillos dorados . Efectivamente no todo el espacio estaba ocupado por los lingotes, atrás había un espacio libre, en la zona del cajón que quedaba remetida en la pared. Orgaz agudizó la vista, escudriñando esa parte en penumbra. Sí, allí había algo más, se agachó y metió la mano tanteando. Las yemas sintieron el roce del cartón de una carpeta, tantearon hasta que por fin se hicieron con ella. La sacó con extremo cuidado intentando no doblarla. No supo explicar la sensación que le embargó cuando la pudo observar. ¿Sorpresa? ¿Confusión? o simplemente decepción.


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Orgaz se incorporó dejando el resto de los documentos a medio recoger, aún por el suelo. Avanzó hasta el sillón de polipiel negra y se dejó caer, todavía con la carpeta en la mano. ¡Cómo pasaba el tiempo! Aún se sorprendía de su ingenuidad, tenía delante una fuente de conocimiento empírico, con la que jamás hubo soñado y pensó que no valía nada, que sólo eran paranoias fanáticas y que no le ayudarían en su trabajo. Afortunadamente estaba el señor Ulf; él conocía muy bien el potencial de lo que había en esa carpeta. Volvió a releer su encabezamiento y recordando la primera vez que lo hizo.

" Studiengesellschaft für Geistesurgeschichte‚ Deutsches Ahnenerbe".

Podría haber estado en chino; para él hubiera sido lo mismo, pues no sabía alemán. Lo único que si identifico, fue el emblema que lucía en la portada. En muchas culturas había sido conocido como señal de buena suerte, pero la acepción más reciente y extendida de la esvástica, era la que la relacionaba con el nazismo. Sin darse cuenta volvió a retrotraerse en el tiempo y se vio otra vez en la residencia de lujo, en el apartamento de su mentor, del señor Ulf Hrubesch o como comenzó a llamarle desde ese día Set. - Buenos días de nuevo Doctor, espero que haya encontrado estimulante su visita al banco. Saludó con una sonrisa en la cara de cuero blanquecino y arrugado. El viejo seguía sentado en el sillón rodeado de penumbras exactamente igual que cuando lo dejó un par de horas atrás. Creyó ver unos pequeños destellos azules, en los cristales oscuros de sus gafas, posiblemente el reflejo de la luz, que entró desde afuera, al penetrar en aquel ambiente lúgubre. Si había visto un montón de oro y unos documentos nazis, de hacía más de cincuenta años. ¿Pero clase de conocimiento podían aportarle?; ¿cuál era ese saber, que le había prometido? Las preguntas le bullían en la cabeza, la incertidumbre le torturaba.

- La verdad, no sé qué decir, estoy un poco desconcertado, señor Hrubesch.

- Naturalmente, naturalmente mi querido doctor. Si me permite, déjeme que le cuente algo, que le ayudara a ponerse en situación y a comprender mejor la magnífica oportunidad que le estoy brindando. Pero por favor, tome asiento.

El doctor lo hizo nuevamente, en el sofá junto al sillón orejero dispuesto a escuchar.

- Bueno, bueno, pues empecemos:

Como sabe, en la década de los treinta del siglo pasado, mi país natal, se vio envuelto en una serie de cambios políticos y sociales que terminarían llevando a la nación alemana a embarcarse en una nueva y cruenta guerra, como jamás se había visto en el mundo. Una de sus justificaciones, entre otras muchas, fue la reivindicación sobre unos territorios, que la gran Alemania, caudilla de la raza aria reclamaba de su natural propiedad. Yo por aquel entonces era un muchacho ,que como muchos jóvenes, primero milité en las juventudes del partido nazi y luego pasé al ejército regular de la Wermacht con la llamada filas, más concretamente al Heer o ejército de tierra . Hasta aquí mi vida no se diferenciaría mucho de las de miles de jóvenes de la Alemania nazi. Pero yo siempre había sido digamos...especial. Desde muy pequeño había tenido una mente muy despierta, privilegiada, casi clarividente. Con la pubertad esas cualidades aumentaron cualitativa y cuantitativamente. Mis características no pasaron inadvertidas a mis superiores que lo hicieron constar en sus informes. Hasta que un día recibí un mensaje de la SS, más concretamente de su sección de " Studiengesellschaft für Geistesurgeschichte‚ Deutsches Ahnenerbe". O para que usted lo entienda "Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana”. Era una orden directa, relevándome inmediatamente de mi destino en Polonia y emplazándome en uno nuevo en un lugar secreto, en los Alpes austriacos, en el corazón del III Reich. Resulté ser lo que estaban buscando un Übermensch o superhombre. Yo era el ejemplar ario perfecto. Yo representaba la mente superior, de una raza superior y por lo tanto debía ser alejada de cualquier peligro. Tenía que ser preservada, estudiada. Así, junto con otros elegidos, fui inscrito en un programa científico ultrasecreto llamado SET. El viejo detuvo de súbito su relato. Un ataque de tos le sobrevino. Su pecho ladraba como si tuviera dentro una jauría de perros rabiosos. Orgaz se levantó, aun asimilando la historia, con el fin de asistir al hombre, que se debatía piafando como una bestia que se asfixia. El médico observó, que tras el sillón había una pequeña bombona de oxígeno medicinal. La tez del viejo tornó del blanco mortecino al violáceo cianótico. Tomó la mascarilla y se la aplicó sobre la Cara, girando con la otra mano, la llave que liberaba el gas. El oxígeno comenzó a entrar en sus pulmones difundiéndose por su sangre, haciendo que su ritmo cardiaco bajara poco a poco.

- Gracias... doctor, dijo el hombre cuando consiguió respirar con normalidad, apartando la

Mascarilla.

- No tiene por qué darlas.

Orgaz volvió a ver el destello azul. Intentó disimular su sorpresa. Pero estaba seguro, el brillo azul, no era ningún reflejo. El brillo, provenía de detrás de las gafas, de los ojos del señor Hrubesch. Por primera vez en su vida entendió el concepto de la palabra Frío.

- Bien por dónde iba. ¡Ah! sí .Volvió a retomar el relato después de limpiarse un esputo amarillo- sanguinolento que le quedó colgando de la comisura del labio inferior, en otro pañuelo que sacó del batín de terciopelo azul marino.

En mi nuevo destino, en las instalaciones secretas ubicadas en lo más profundo del valle alpino, oculto a los ojos de resto del mundo, con un presupuesto ilimitado y lo que es más importante con la libertad absoluta para la experimentación, los cerebros más brillantes del III Reich hicieron unos descubrimientos que podrían haber cambiado el signo de la guerra y con el ello el del mundo. Pero lamentablemente, tanto usted como yo, sabemos que la ciencia necesita de otros ingredientes a parte de los recursos y el genio. Ese recurso al que refiero es el tiempo del que no pudieron disponer. La tan anunciada victoria final, no recaía como más tarde se supo, en la posible obtención de una bomba de hidrogeno o en la fabricación de aviones a reacción, ya que también se estaban investigando en esos campos, si no en un poder mucho mayor. El poder de la mente. En las instalaciones austriacas, se pretendía formar una elite aria de soldados, capaces de manipular síquicamente al enemigo. No me refiero solamente, desde el punto de vista del espionaje y así poder conocer sus planes, sino también a que se trabajaba en la transmutación mental. Si, ya sé que suena como si fueran los delirios de un viejo loco. Pero le aseguro que el proyecto estaba en su fase final, cuando a principios de 1945 tuvo que ser suspendido y las instalaciones desmanteladas. El III Reich se desmoronaba y el avance aliado era ya incontestable.

El doctor no pudo seguir en silencio e interrumpió, aquello que acababa de oír era una...solemne tontería.

- Perdone, señor Hrubesch pero permítame que sea cuanto menos, escéptico con su relato. ¿Quiere decir que los nazis consiguieron intercambiar mentes de un sujeto a otro? No creo que eso sea posible, en mi experiencia la mente es completamente inherente a cada individuo y por lo tanto, no tiene sentido que pueda albergarse en otro distinto. Lo que está usted sugiriendo está en contra de cualquier ley natural.

El viejo le miró directamente cambiando el rictus pasando de una sonrisa amable a una mueca lobuna que transmitía asco.

- Mire doctor, déjeme que aclare un punto. Toda nuestra sociedad hasta hace pocos años, ha y de algún modo sigue estando cimentada sobre creencias sobrenaturales, que llamamos religión. Es cierto que la ciencia va poco quitando capas a nuestra realidad, transformando en ciencia lo que antes era un misterio inexplicable. Por eso le digo que los límites del conocimiento, precisan de hombres con los arrestos suficientes para enfrentarse a estos, sin prejuicios. Esa misma característica es la que creí ver en usted. Aunque quizás no esté en lo cierto. Orgaz sintió que pisaba sobre un terreno cenagoso, que podía dar al traste con todo. Así que intentó contenerse y dejar terminar al anciano. De cualquier forma, pensó, lo que proponía, seguía pareciéndole una locura.

- No me malinterprete señor Hrubesch, lo he pretendido decir, que no dudo que los científicos nazis consiguieran llegar a doblegar, incluso controlar la mente de sujetos. Lo que me parece sorprendente es que pudieran, como usted ha dicho, transmutar la mente de una persona a otra distinta.

- No se moleste señor Orgaz, sé exactamente lo que ha querido decir. Pero no se preocupe, es un hombre de ciencia, que solo cree en lo que puede comprobar, no en la palabrería de un viejo moribundo. Y eso, habla bien de usted. Por eso le voy a dejar, una copia traducida del documento que ha visto en el banco. En él están descritos todos los experimentos y pruebas que necesitará para poder juzgar, si es posible o no, lo que le he contado. Continuó el hombre; había bajado el tono y la expresión de su rostro también se había suavizado. Pero antes quiero que tenga un pequeño anticipo tangible que le...digamos le predisponga. El viejo se llevó ambas manos a las gafas y se las quitó lentamente dejando al descubierto sus ojos. El fuego azul que desprendían, le atravesaron las retinas al doctor. No podía apartar su mirada de ellos, era como intentar detener una ola con los brazos, era... Imposible. La luz azul cabalgó sobre sus nervios ópticos hasta llegar al cerebro. Entonces el azul lo llenó todo. Sintió la quemazón del alcohol en una herida y por un momento el dolor fue insoportable, luego se fue diluyendo hasta ser sólo un pequeño latido en la base del cráneo.

Ta-ta-ta-ta La ametralladora tableteaba escupiendo su munición mortal. El olor a sangre y a barro lo impregnaba todo. En el horizonte se alzaban columnas de humo negro y más arriba en el cielo, los alaridos de los Stuka prometían su vomito de acero y fuego. Estaba paralizado por el miedo. Las balas silbaban sobre su cabeza. ¡Dios mío! ¿Qué era todo esto? Se levantó del agujero en la tierra, donde estaba arrellanado, mirándose. Llevaba puesto una guerrera gris manchada de barro, era un uniforme de infantería alemán. Tirado junto a él, el cuerpo de un chico, de no más de veinte años con la cabeza abierta como una sandía ,dejando desparramar los sesos aun humeantes, sobre un charco de sangre . ¡Dios mío qué era esta locura!

- ¡Erdung körper!, ¡Erdung körper dummkopf!

-¡Cuerpo a tierra! , ¡Cuerpo a tierra idiota!

Sintió un golpe en el pecho y después calor. Luego llegó el dolor, que le subía desde dentro, hasta la garganta con cada latido. El borbotón carmesí, manó de su boca en una arcada explosiva. Sintió como el mundo se desdibujaba, desenfocándose. Las piernas ya no le podían soportar. Lo siguiente que sintió, fue el calor de su sangre y el frio del suelo helado. No podía estar muerto, o sí. ¿Dónde estaba su cuerpo?

... Estaba sustentado en un nada negra e infinita, como flotando. Simplemente era un ser etéreo, sin materia; sólo pensamiento puro.

- Jojo, jojo . ¿Cómo está mi querido doctor? ¿Asustado? Jojo jojo No tema, sólo es un juego...de momento. Desde ese nuevo punto de vista, seguro que tendrá en mejor estima, el regalo que le estoy ofreciendo.

-¿Que me está haciendo? , ¿Qué quiere de mí?

- Bien, bien esa actitud me gusta más. Le seré franco. Sólo le pido una cosa, a cambio de ofrecerle todos los conocimientos de los que le he hablado, de solucionar sus problemas, de devolverle...su vida:

Que termine el trabajo que quedo incompleto, que culmine el proyecto SET. Me hago viejo y pronto mi cuerpo morirá. El proyecto debe culminarse; la orden debe de ser cumplida.

- ¿Pero, por qué yo? , ¿Por qué ahora?

- Doctor, igual que una bacteria, adopta la condición de espora, cuando las condiciones no son favorables, los Übermensch hemos sabido esperar .El mundo gira cada vez más rápido. Las potencias nacen y mueren. Primero la URRS, pronto los EEUU. Primero el comunismo y su Perestroika. Pronto el capitalismo se autofagocitará en una crisis mundial semejante a la de 1929. Otras las sustituirán, China, India... Pero que todavía están en pañales. El vacío de poder, el desorden, que llegara a la vieja Europa; es nuestro caldo de cultivo ideal. El momento está llegando, pero el tiempo biológico se agota, por eso nuestras mentes deben perdurar.

-¿Quiere decir, que hay más como usted...?

- Sí, querido doctor, distribuidos estratégicamente alrededor del mundo, esperando.

- Pero, no sé si seré capaz de conseguir lo que usted desea.

-Jojo ,jojo. Lo conseguirá. Sé de su capacidad, de su genio no reconocido, además le tengo reservado un estimulante incentivo, que le hará esforzarse al máximo. Jojojo, si no lo consigue o su esfuerzo no es el esperado ,sus días acabaran en una institución mental....

La luz penetró en oscuridad vacua igual que un rayo en medio una noche huérfana de estrellas y de luna .Orgaz volvió a tener su forma corpórea. Estaba tumbado de lado, con las rodillas a la altura del pecho. Descansaba sobre una superficie mullida. Intentó ponerse de pie, pero apenas si consiguió moverse . Notó como no podía retener su propia saliva, que le caía de los labios, manchándolo a él y al suelo acolchado. Entonces lo comprendió. Una voz femenina, llego desde algún punto detrás

Diagnóstico: Esquizofrenia Paranoide, Calificación: Muy Peligroso,

Tratamiento: Sedación Paliativa.

Pronóstico: Incurable,

Confinamiento: indefinido.

La voz se alejaba pero con un eco que le repetía una y otra vez "confinamiento indefinido.”.

“confinamiento indefinido".

Todo se volvió azul, profundamente azul con la risa del viejo de fondo burlándose de él...Jojojo....jojo.....jojojo. El escalofrió le recorrió la espalda con su dedo helado. Habían pasado quince años, pero aún lo recordaba perfectamente. Recordaba el miedo, la angustia, la impotencia. Recordaba su risa húmeda y malvada. Si hubiera podido, muchas veces, le habría gustado viajar en el tiempo, para sentarse a observar, como el viejo se ahogaba en sus propias flemas. Otras en las que hubiera gustado arrancar el cable del teléfono, aquella noche, para que no hubiera soñado. Pero la mayoría del tiempo, se sentía muy afortunado y de alguna forma agradecido. Si, trabajar a su sombra, era tan peligroso como nadar entre tiburones, pero gracias a él, había podido conocer y tener acceso a los misterios de la mente humana. Algo con lo que el resto mundo, aún soñaba. Faltaba poco, el proyecto estaba casi terminado. El huésped intermedio "aguantaba" satisfactoriamente, no cabía duda de que el viejo había elegido bien. Sólo quedaba dar el salto final, Set estaba listo. Entonces encontraría el reconocimiento que tan injustamente, le había sido negado.

-Bueno hay que ponerse a trabajar, dijo al despacho vacío.

Dejó la carpeta ajada sobre el escritorio y retomó el archivador rotulado SET. Antes de ir a dormir quería dar un último vistazo, repasar los cálculos una vez más. Nada debía descuidarse



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El A6 avanzó sobre el camino de graba crujiendo bajo los neumáticos, hasta detenerse frente a la verja oxidada. Los barrotes le cerraron el paso igual que una falange macedonia, alzándose ante él con sus puntas de hierro amenazantes. Detrás de ellas el edificio se resguardaba en el negro de la noche. No se veía ninguna luz encendida, ni si quiera un farol exterior; nada, sólo los faros del coche permitían intuir que el Buen Pastor estaba más allá de la verja.



-Algo no cuadraba, ¿qué clínica, permanece en ese estado por la noche? Cada vez era más evidente que ni era una clínica, ni residencia, ni nada que se le pareciera ¡Mierda! Se dijo Luis a la vez que se masajeaba el cuello dolorido, que le volvía a morder. Bajó del coche arrebujado en el abrigo y llamó al portero automático. Nada... Insistió un par de veces más, pero nadie atendió su llamada. O no había nadie, lo que parecía, o simplemente no querían abrirle. Pensó, y el suelo de chinos por pura frustración, haciendo que saltaran, algunos golpearon los barrotes arrancándoles notas metálicas. ¿Qué iba a hacer, darse la vuelta, esperar y volver cuando se hiciera de día? ¡Un momento!, pensó. Quizás estaba ante una oportunidad, una oportunidad de averiguar la verdad. La verdad de lo que les estaban haciendo, la verdad de lo que le estaba pasando a Paula. Volvió al coche, deshizo el camino por la pista adentrándose de nuevo en el bosquecillo. Lo ocultaría y buscaría la forma de entrar. A medida que lo pensaba, le parecía increíble solo el hecho de estar planeando una incursión furtiva, por eso dejó de hacerlo. Se lo debía a su familia, a su hija, no podía fallarles.



Después de varios cientos de metros, se echó a un lado, internándose entre los cedros, con cuidado de no meter las ruedas en un socavón o rozar los bajos con alguna piedra. Sacó del maletero el gato y una linterna, dirigiéndose de nuevo al Buen Pastor. No usó la pista, así que dio un rodeo por entre los árboles. La verja era demasiado alta para intentar saltarla, además sinceramente no se creía capaz de conseguirlo. Su plan era utilizar el gato para separar lo suficiente los barrotes y colarse entre ellos. El plan terminaba allí, una vez dentro, si lograba pasar claro....ya se vería. No se dio la opción de pensar a más allá, o terminaría dándose la vuelta.



- El pasado no se podía cambiar y el futuro sólo es una hipótesis. Lo único que cuenta es el presente. ¡Tú puedes hacerlo! O algo así. Se repetía para sí. Era una cita de motivación, que aprendió en un curso de ventas. Cualquier cosa serviría, para infundirse el valor del que escaseaba.



El ulular del viento entre las copas de los arboles era lo único que interrumpía el silencio sepulcral, eso y el crujir del suelo del bosque bajo sus mocasines italianos. Luis apenas veía por donde pisaba, así, sus pasos eran prudentes y cortos, por lo que cubrir el escaso kilómetro que lo separaba del enrejado se le estaba antojando mucho más distante. Desestimó encender la linterna, no sabía en qué estado se encontrarían las baterías y concluyó que economizarlas sería lo mejor.



De súbito una criatura del bosque correteó por entre la hojarasca muerta, unos metros más adelante del hombre. Luis respingó asustado y tropezó con una raíz, que lo hizo caer de bruces contra el suelo helado. No tuvo tiempo de poner adecuadamente las manos, para amortiguar la caída, ya que las tenía ocupadas. Ahora los reflejos felinos de los que había hecho gala en la carretera, le habían abandonado. Instintivamente al alargar los brazos, el gato se le escapó de los dedos, quedando entre su cuerpo y el suelo. Uno de sus bordes le golpeo en el mentón igual que si fuera un directo a la mandíbula. Entonces la fría noche de luna nueva penetró en su interior y todo se fue a negro.



Caminaba por un pasillo estrecho. Unas paredes blancas le flanqueaban, alzándose infinitamente a una altura tal que Luis no alcanzaba a ver el techo, si lo había. Tampoco se adivinaba el final a dónde conducía y ni el comienzo que debía estar el algún punto distante a su espalda, o a lo mejor no, a lo mejor no había comienzo o no había fin, o a lo mejor no existían ninguno de los dos. Él era lo único cierto, él y su caminar. Caminaba por un suelo blanco que parecía del mismo material de las paredes, algo parecido al PVC. El pasillo era ortogonalmente una línea recta, ni una sola curva o giro, ni subía, ni descendía. Ni una junta, ni un empalme, todo liso y continuo; eterno. No sabía cuánto tiempo llevaba caminado o si en ese espacio el tiempo tenía sentido. ¿Por qué caminaba, si no conocía el destino? ¿Por qué no detenerse o invertir el sentido? Pero ¿qué motivos tendría para no seguir caminando? ¿Por qué no seguir? , ¿Qué sentido tenía hacerse esas preguntas? ¿Quién era el para alterar el orden? ...... ¿Quién era...él? ¿Quién...era...él?



El sonido penetró en los oídos agudo. Las paredes se agrietaron como si fueran los muros de una Jericó. Y grandes trozos comenzaron a desprenderse cayendo con estrepito al suelo. Uno impacto junto a Luis haciendo un gran roto en suelo blanco perfecto. El cascote lo travesó y siguió su camino descendente, pudo ver como bajo el piso no había ningún cimiento que lo sustentara, sólo una nada vacía y vacua. Más trozos cayeron haciendo cráteres cada vez más grandes, Luis intentaba esquivarlos con cuidado de no ser aplastado por uno de ellos y de no acompañarlos por los agujeros que dejaban. La estructura seguía desmoronándose con el pitido como fondo. Otro pedazo golpeó el suelo, combándolo, convirtiendo su huella, en la guarida de una hormiga león gigantesca, por la que el indefenso hombre no pudo hacer otra cosa que rodar hasta caer por el al vacío infinito.



Sintió frío y el olor a la humedad pútrida del humus. ¿Dónde estaba? En la boca notó un regusto a monedas y el rechinar de los dientes al masticar tierra. Y ¿qué era ese pitido? Mientras se incorporaba lo recordó. Estaba en el bosque caminando hacia el Buen Pastor, para intentar colarse y el pitido era su móvil que sonaba insistentemente. Lo buscó y miró la pantalla. En ella, el dibujo de un teléfono verde temblaba, debajo, en grandes letras brillantes se podía leer LAURA.






Sólo necesitó escuchar los sollozos para saber que algo malo le pasaba a Paula, algo muy malo.



Prácticamente se tiró del coche cuando llegó al hospital por la entrada de urgencias, reservadas a las ambulancias. Dejó las llaves puestas, el motor encendido y corrió. Entró en la recepción como un brazo de mar. De hecho el vigilante de seguridad, instintivamente llevó la mano a la porra que le colgaba del lado izquierdo de la cintura.



- ¿Dónde está Paula, qué le pasa? Gritó, abalanzándose sobre el mostrador de admisión.



Las dos enfermeras que estaban absortas en un monitor, no lo vieron venir y se sobresaltaron. La mayor, de no más de 45 años, primero le miró por encima de la montura de unas gafas de pasta rosa chicle, mientras con el rabillo del ojo localizaba al guardia, luego habló.



- Señor, por favor tranquilícese, no le hemos entendido y si no lo hacemos, no podremos ayudarle. Además le recuerdo que está usted en un centro sanitario, así que por favor, le pido que baje el tono.



Luis escuchó a la mujer con claridad pero el concepto Paula, con todo su significado, como si fueran granos de arena, se le había introducido en los engranajes de su motor metal, lo volvió a repetir.



- ¿Dónde está Paula, qué le pasa?



El ojo clínico de la enfermera detectó que el hombre estaba en un estado de shock. Con naturalidad pulsó un botón bajo la mesa y en un instante un enfermero y un celador irrumpieron en la recepción, Luis volvió gritar otra vez la misma pregunta, ajeno a todo lo que le rodeaba. Los dos sanitarios se acercaron con precaución. Desde el otro lado el vigilante también comenzó a acercarse. La enfermera de monturas rosas le hizo un gesto para que no interviniera, de momento.



- Señor, ¿se encuentra bien? , preguntó el enfermero. Luis le miró como si fueran un espectro del más.



- allá.



-¡No me toquéis! , ¡¿Dónde está Paula?! ¡¿Qué le habéis hecho?!



El alboroto hizo que algunas personas que se hallaban en la sala de espera contigua se asomaran a curiosear. El enfermero retrocedió alzando las manos.



-Señor, no le vamos a tocar, tranquilícese.



El vigilante resolvió que al final iba a tener que intervenir.



En el otro extremo de la sala, las puertas que comunicaban con los box de observación se abrieron, por ellas, salió una mujer aún joven y guapa, aunque la preocupación y el miedo la habían hecho envejecer 15 años de golpe. Traía una bolsa con las ropas de su hija enferma, con un pañuelo de papel enjugaba las lágrimas de su rostro. Cuando Luis la vio corrió hacia ella, zafándose del guardia que intentaba sujetarle.



Ambos se fundieron en un abrazo desesperado. Laura lloraba balbuceando palabras incompresibles entre hipidos y lloros. Luis no tardó en acompañarla. Así unidos por la amalgama del dolor, permanecieron, buscando el mínimo consuelo del contacto físico, antes de que sus almas derrumbadas se fueran por el sumidero de la locura.



Los siguientes días fueron un borrón en las vidas de Luis y Laura, su mundo se redujo a los escasos metros de la habitación del hospital. Mientras Paula seguía en un estado comatoso. Los médicos intentaban explicarlo dando rodeos y retorciendo conceptos técnicos, que ocultaban que en realidad no tenían la más remota idea de lo que le pasaba a la niña.



Resolvieron denominarlo, reacción autoinmune atópica. En otras palabras, el organismo de Paula se autodestruía.



Cuando ingresó, pensaron que había llegado el final. Paula se debatía entre terribles dolores de cabeza que los calmantes apenas conseguían apaciguar. El cuadro de cefaleas aumentó exponencialmente, producido por una inflamación de las meninges que presionaron el encéfalo, como si fuera una esponja rezumante de sangre que manaba por los oídos y la nariz. El equipo médico estaba dispuesto a una intervención desesperada de urgencia. Cuando afortunadamente la meningitis remitió tan repentinamente como apareció, siendo reemplazada por el estado vegetativo en el que la niña había comenzado el nuevo año. Según los escáneres, milagrosamente no se apreciaban lesiones, aunque los facultativos no descartaban la posibilidad de daño, pero no podrían ser valorados hasta que la niña saliera del coma...Si salía. De esa posibilidad no se hablaba abiertamente; los galenos evitaban hacer pronósticos o simplemente recurrían a la muletilla "aún es pronto" o a las de “necesitamos más datos”, cuando en realidad pensaban; en que el cerebro de la niña era muy improbable que remontara la situación.



El coma es un estado en el que la actividad cerebral queda reducida a mínimos, pero no quiere decir, que el cuerpo esté muerto. Desafortunadamente para Paula su cuerpo no lo estaba, si no que seguía luchando, aparentemente contra él mismo.



Poco a poco el cuerpo se llenó de pústulas negruzcas que se expresaban con mayor virulencia alrededor de los ganglios linfáticos, como en las ingles o las axilas. Con las bubas también apareció la fiebre que llegó a picos de 42° y casi nunca bajaba de los 38° a pesar de la medicación. El cuerpecito de la niña luchaba con todas sus energías, pero los efectos comenzaron a darle más el aspecto de un cadáver, no ya tanto por las pústulas, sino por la pérdida de peso que le provocaba una delgadez extrema, que encogía el corazón sólo con mirarla.



Durante uno de esos pequeños lapsos de tiempo donde el dolor, la preocupación y el miedo dejaban a Luis un resquicio, para simplemente no perder el sentido de la realidad, sujetó a Laura por un brazo y la miró a los ojos, donde el color azul claro se había diluido hasta el celeste de tanto llorar.



-Laura, no sé cómo hemos podido llegar a esto. Jamás imaginé que podría afectar a Paula.



Las lágrimas se asomaron a la mirada del hombre, que intentó esconderlas en el pecho de su esposa.



- Lo siento, mi amor, lo siento tanto que no sé qué hacer, sólo tengo ganas de morir. ¡Ojalá pudiera cambiarme por Paula!



Su mujer lo rechazó con fría indiferencia. Sí, comprendía a Luis y realmente le creía, pero la que yacía en la cama luchando a vida o muerte era su hija y ante eso su corazón era un bunker nuclear. Habían llorado juntos y seguirán luchando juntos como padres, pero sólo eso, nada más, fuera cual fuera el resultado final. Luis no era nada. Ahora mismo sólo era una alianza de conveniencia por el bien de la niña. De hecho, si pudiera devolverle la salud estrangulándolo no dudaría un segundo.



- Hay algo que tengo que decirte, ya sé que pensaras que es una locura. Pero si puede ayudar a la niña...dijo gimoteando mientras se restregaba el reverso de las manos temblorosas, enjugándose las lágrimas que no podía contener.



Comenzó el relato, ahora que había logrado la atención de su mujer. Primero narró el viaje para realizar su "encargo”, con todas sus incidencias. Luego le habló de su encuentro con la prostituta en aquel burdel, pero sobretodo hizo hincapié en lo referente a que en sus sueños debía usar el espejo.



- Laura, Laura mi amor, no sé qué está pasando, ni en dónde os he metido. Lo único de que sé, es que tengo miedo, mucho miedo. Pero sobretodo tengo miedo por lo que le pueda pasar a Paula.



La tez de Laura pasó del blanco lechoso al gris mortecino según el relato avanzaba. Cuando acabó se quedó callada, mirando a un punto en el infinito, más allá de la pared. Luis esperó su reacción, pero, ésta no llegaba. Laura permanecía en la inopia.



- Laura, cariño. ¿Estás bien?, ¿Laura?..¿Laura? Por favor di algo... Luis le tomó una mano y el zarandeo mientras la seguía llamando ¿¡Laura, Laura!? Responde, me estás asustando.



La mujer volvió en si



- No puede ser... No puede ser. Yo he visto ese espejo, yo he visto el Espejo...



La mujer se acercó a la mampara que la separaba de la cama de su hija y se quedó mirándola mientras repetía; “el espejo...el espejo”. Unos de los aparatos que monitorizaban las constantes vitales de Paula comenzaron a emitir una señal de alerta. El sonido apenas audible a través del cristal, lo acompañó una luz roja que brillaba en el panel de control. Al instante otro aparato también comenzó a emitir señales y así todas las máquinas que se conectaban con la niña, siguieron sumándose con sus luces parpadeantes y pitidos. Algo no iba bien. Luis corrió al pasillo buscando a algún médico. Cuando se asomó vio aliviado que el doctor de guardia seguido de una enfermera se aproximaba a toda prisa. Volvió a entrar en la habitación, Laura seguía mirando por la mampara con una expresión que jamás le había visto. Tenía el terror dibujado en la cara. No pasó un segundo cuando comprendió el porqué del terror de su mujer. Los pitidos de las maquinas se habían solapado unos a otros, combinándose hasta formar una melodía y él había oído esa melodía antes. Era parte de la banda sonora de una película antigua. Una película donde una niña era transportada a algún lugar, más allá del arco iris. Justo cuando el personal médico accedió a la zona de aislamiento, los pitidos se descompasaron, perdiendo la estructura de melodía, pasando a ser, un caos sónico de pitidos de monitores médicos. Algunos fueron desapareciendo hasta extinguiese junto con sus luces, otros bajaron de intensidad. Fuera lo que fuera la crisis había pasado, la niña volvía a estar estable.



Luis y Laura se miraron y cada uno pudo ver el horror propio reflejado en la cara del otro. Ellos lo habían oído, ellos habían oído cómo las máquinas se habían asociado para ofrecerles el "SomewhereOverTheRainbow"



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Laura se negó rotundamente a establecer cualquier tipo de turnos para velar a Paula. Ella no se movería de su lado y punto, no había nada más que hablar. Luis haría de enlace con el exterior. Él le traería lo que necesitara. El aseo personal, que durante la primera semana había descuidado, no sería un problema, seguiría usando el baño de la habitación. Sí, no tenía ducha, pero se las apañaba, y si fuese necesario se raparía la cabeza, pero no se iba a apartar del lado de su hija, nada de este mundo o de otro, la haría apartarse de allí.

Ésos eran problemas menores. Ahora, tenía la certeza absoluta, de que el mal que aquejaba a su hija, no tenía ningún origen natural, como había sospechado. Después estaba la historia de Luis y lo del espejo. ¿Qué debía hacer? Habían pasado dos noches desde el episodio de los pitidos, prácticamente no había dormido, y así desde que la niña ingresó, pequeñas cabezadas de las que despertaba sobresaltada y con el corazón a punto de salírsele por la boca. Tenía miedo a dormir, a cerrar los ojos, miedo de apartarlos de Paula, miedo a que durante ese tiempo le pasara algo y ella estuviera dormida. Pero por otro lado, estaba la posibilidad de ayudarla, usando el espejo, como había dicho la fulana. ¿Y qué quiso decir con “no estábamos solos”? Iba a terminar perdiendo el juicio si no lo había hecho ya.



Se levantó del sillón de polipiel azul y se arrimó para mirar otra vez a Paula, al parecer ella era la única que podía ayudarla. Debía tomar una determinación, soñar o seguir confiando en la medicina. En su mente no habrían cabido esas tonterías de control mental, apariciones y demás patrañas para frikys… pero eso había sido antes, ahora era.....distinto. Si tenía que usar un espejo en un sueño, para salvar a su hija lo usaría con fe ciega. Lo que la perturbaba era que en el sueño dónde vio el espejo, en el que estaba Paula, no fue agradable, más bien todo lo contrario. El espejo era un cepo, que terminó cazando a la rata en la que ella se había convertido y eso la tenía preocupada, aún más preocupada, si eso era posible.



Volvió al sillón y se dejó caer el suspirando. Quisiera o no, el sueño terminaría venciéndola, pero preferiría dormir cuando Luis volviera; o ése era el plan. Plan que no coincidía con el de Morfeo, que la acogió en sus brazos antes de que pudiera darse cuenta. En ese mismo momento a media ciudad de distancia el teléfono de su marido sonaba.



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Allí estaba su reflejo, mostrándole su belleza infantil. Su piel de fina porcelana, sus labios rosados y sus ojos inocentes, que sólo sabían decir la verdad. Los cabellos le enmarcaban el rostro con una cascada de oro ensortijado. Parecía una princesa; era una princesa. Contempló su tiara, como para confirmarlo. Las esmeraldas engarzadas en la fantasía de hilos de oro blanco, brillaron asegurándoselo. Ella, la princesa Paula, o como se llamaría desde hoy, Dorothy. Habían sido unos días agotadores, no podría decir cuántos habían pasado. En Oz la sensación del paso del tiempo era distinta. Desde que llegó no había visto ningún reloj o nada que se le pareciese. Algunas jornadas eran breves y duraban lo que un amanecer seguido de un atardece, mientras que otras se alargaban, como si en vez de ser un día, fueran dos o tres seguidos, sobre todo cuando estaba él. En los días que el espantapájaros aparecía, la bola brillante del sol se paseaba por el cielo, pavoneándose, sin prisas por irse a descansar. Por el contrario, cuando estaba a solas, el astro amarillo corría a ocultarse, apresurado como una cenicienta que llega tarde. Las noches en cambio siempre aparentaban ser de la misma duración, antojándosele muy cortas. Pero lo más sorprendente era que no tenía necesidad de dormir, hasta que el sol se ponía. Daba igual que fuera un "día corto" o uno "largo", se adaptaba a las horas de luz, como una flor, desplegándose con la mañana y recogiéndose con la oscuridad, descansando lo suficiente, en función del siguiente día, en el que no volvería a tener sueño, hasta el ocaso. ¿Quizás, el espantapájaros controlaba el tiempo, o a los habitantes de ese mundo o a ambos? ¡Todo era tan raro! Fuera como fuese, estaba agotada. No sabía cuántos seres le habían besado la mano, ni cuantas veces había dicho "encantada" haciendo que sonreía. Fue como ir a la estación a recibir a mil "titas recién llegadas del pueblo". Vio, toda clase de seres, y todos parecían haber salido de cuentos, pero de cuentos que no se habían contado o escrito aún. Desde pequeños hombrecillos, que lucían largas cabelleras de hierba verde a poderosos centauros. Tuvo miedo, sobre todo al principio, pero según fueron pasando las comitivas, comprendió que no tenía por qué tenerlo, ya que, esas gentes sólo venían a presentar pleitesía a su nueva princesa, a ella.



Durante las largas recepciones, la doncella que la había peinado, la acompañó sentada justo detrás de ella, susurrándole consejos y recomendaciones, que le permitieron actuar correctamente en todo momento. El espantapájaros también permaneció sentado a su lado izquierdo, pero en un trono que hacia pequeño y pobre al suyo. Tallado en solo bloque de mármol blanco, de vetas verdes e incrustaciones de esmeraldas del tamaño de puños parecía el asiento de alguien mucho más grande que él. Permanecía allí, a casi un metro por encima de ella y a más de dos del resto, solo, en silencio; a lo mejor estaba dormido. ¿Pero dormían los espantapájaros? Creía que no, aunque se suponía, que tampoco podían hablar o caminar o mejor aún, ser reyes. De todas formas por muy rey que fuese, desde el suelo debía tener el aspecto de un puñado de palos envueltos en un manto verde. Paula pensó que podría pasar por un nido de pájaro. Uno de esos pájaros a los que les gusta las cosas brillantes. ¡Qué gracia! Sobre el respaldo del trono, que se alzaría otros dos o tres metros más, estaba posado el mono alado. Aquella desagradable criatura que no dejaba de husmear y mironear. Paula detestaba que le mirara; era volver a recordar cuando la atrapó entre sus garras. El bichejo debía intuirlo y disfrutaba posando sus grandes ojos amarillos sobre ella y aullando, mostrándole sus afilados colmillos. Lo único que podía agradecer al espantapájaros, es que lo mantuviera alejado de ella.



Ahora, sentada en el tocador de su cámara, intentaba apartar todo eso. Estaba sola y tenía que aprovechar la ocasión. No sabía cuándo volvería a tener una como ésta. No sabía si el próximo día iba a durar mucho o poco, o si no iba a tener que dormir nunca más. Pero sobretodo, tenía una duda que no se atrevió a consultar. Una curiosidad que le daba miedo satisfacer. ¿Por qué la habían nombrado Dorothy XXIII? ¿Dónde estaban las veintidós anteriores? Había cosas que era mejor no saber. Los parpados comenzaron a pesar y la necesidad de bostezar, le hizo abrir la boca hasta que sus ojos lagrimearon. El sueño se acercaba, y pronto no podría resistirlo .Había que usar el espejo como le dijo la doncella, tenía que salir de allí, tenía que llamar a mamá.

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- Buenos días, Don Luis.

El auricular vomito las palabras, que fueron recibidas como un cubo de ácido volcado en el oído. Primero notó el frio de la sorpresa, luego el fuego de su corrosión.



- ¡MALDITO HIJO DE PUTA! ¡¿QUE LE ESTA HACIENDO A MI HIJA?!



La respuesta nació en la parte más primitiva del cerebro, aquella que sigue siendo igual que cuando en el mundo dominaban los reptiles. Luis estaba en casa, había ido a buscar algo de ropa para Laura y de camino asearse e intentar descansar algo, si era capaz. Intentó contactar con ellos varias veces; la última, después de oír la canción en los monitores de Paula. Pero nadie respondió a sus llamadas. Era como si se los hubiese tragado la tierra. También pensó en volver al Buen Pastor, pero el miedo a que cuando volviera su hija “no estuviera”, se lo impidió y ahora esta llamada.



- Ah su hija, de ella precisamente quería hablarle. Venga a mi casa, en el campo. Ya sabe dónde está.... ¿No? Mire el navegador de su teléfono...como la primera vez jajaja. Le estaré esperando. No tarde.



Habían levantado una cerca metálica alrededor de la casa y plantado arizónicas, que con un poco de tiempo la ocultarían. Un heraldo en forma de columna de polvo, anunció que Luis se acercaba por el camino sin asfaltar a toda velocidad. El coche apareció por entre los arboles como un fiera desbocada. Teniendo que clavar sus garras neumáticas en la tierra, para no arrollar la verja que le cerraba el paso a la propiedad. Cara de perro le aguardaba en la puerta de la casa de aspecto de búnker enladrillado en rojo. Luis recodó la primera vez que la vio y como le llamo la atención las ventanas escasas, no sólo en cantidad sino también en dimensiones, por eso la comparación con un búnker le pareció una buena forma de describirla. Su techo, a cuatro aguas parecía indicar la existencia de un patio central que suministraría la luz natural. No sabía exactamente por qué su atención se entretenía con aquellos detalles, pero lo hacía. Quizás observaba al enemigo como el púgil que lanza golpes de tanteo. O quizás su mente tenía que buscar alguna evasión por el bien de su propia integridad. El hombre acaparado, de torso robusto inclino la cabeza a modo de saludo y le instó a seguirle. Luis avanzaba por los por los pasillos en penumbra con el latido de su corazón zumbándole en las sienes. En breves instantes iba a echarse a la cara a aquel maldito viejo. Esa maldita piltrafa humana que estaba destrozando su mundo. Un hombre al que destruiría sólo con un puñetazo. Sin ni si quiera darse cuenta, en su cabeza se coló una imagen; la de un viejo paseando a un Doverman. Él era ese perro, podría devorar a su amo, pero era el viejo era el que llevaba la cadena que estrangulaba su cuello. El anciano era el amo y le obligaría a obedecer. Sintió como el fracaso y la impotencia apagaba su furia con un balde de agua fría de realidad. Seguía siendo el mismo hombrecillo cobarde de siempre. Casi chocó con el matón que se detuvo junto a una puerta de doble hoja, golpeó la madera y la puerta se abrió. Apareció el otro matón, que se retiró dejando el paso libre a Luis. Si en la casa reinaba la penumbra en esa habitación lo hacían las tinieblas. Dio un par de pasos hacia el interior de la sala, hasta el límite donde el gris se convertía en negro. Cara de pájaro salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Entonces la oscuridad fue total. Una oscuridad que casi se podía mascar, una oscuridad espesa. Esa puerta era el brocal de un pozo y él se había sumergido en sus aguas negras.



- Buenos días, Don Luis, me alegro de volver a verle.

Escuchó la voz del viejo, rasposa y gutural. Al final de cada palabra se percibía el silbido agudo de un muñeco hinchable que perdiera aire cada vez que abría la boca. Aquella voz le ponía los pelos de punta.



- ¿Qué tiene que decir sobre mi hija? El poco valor que le quedaba en el cuerpo le calentaba la sangre. ¡Qué le está haciendo! Los dedos se curvaron transformando sus manos en unas garras y dio un paso más en la negrura insondable.



- Me está asustando... jo jo jo. Es un payaso muy divertido. Mire, sólo se lo voy a decir una vez, estúpida e insignificante criatura. Si me vuelve a levantar la voz o a insultar hare que sus sesos se le cuezan dentro de la cabeza y luego me los serviré de cena. ¿Me ha comprendido?



Las centellas azules relampaguearon en la oscuridad. La reacción del viejo, lo paralizó, las luces azules penetraron por las pupilas dilatadas ansiosas de luz. Sintió su frio helador y ardiente al tiempo, como un colirio de nitrógeno líquido que lo cegaba y lo colmaba de azul. Por un momento pensó que había muerto. En su cabeza veía su vida pasar, rodando sobre los cabezales de una moviola infernal. Vio o recordó la primera vez que vio la luz, cuando abrió los ojos, segundos antes de su alumbramiento, aún en el canal uterino. Sus primeros recuerdos, su madre, sus ojos, el roce de sus labios sobre sus pechos y la tibieza de su leche. Luego se vio gateando sobre un suelo de linóleo marrón, avanzando por un pasillo. Debía ser su casa, pero no estaba seguro, todo era tan grande. Avanzó hasta entrar en el baño. Entonces oyó la música. Su madre estaba metida en la bañera.

- Hola mi Bebé, ¿dónde vas mi amor? Anda, ve con papá. ¡Marcos! , ¡Marcos ven a por el niño!

- Ahora voy cariño, ahora voy.



La música era, era preciosa era… pero no podía ser, era la canción de la película y le atraía como una bombilla a un insecto. Él era un bebe y quería coger aquella música tan bonita que salía de aquella cosa de plástico rojo. El aparato de radio, estaba apoyado sobre el borde de la bañera a los pies de su madre conectado a una toma de corriente cerca del lavabo... Alzó sus manitas regordetas, que se enredaron con el cable.



¡Noooooooo!. No, él no lo hizo. Su padre le contó que fue un infarto cerebral. No, aquello era otro truco, esos recuerdos eran falsos. Pero ese grito era tan... y el olor a carne quemada era tan real. El azul desapareció y el negro volvió ser el dueño de todo. Se había derrumbado y yacía sobre el suelo hecho un ovillo llorando como un bebé, un bebé que ha asesinado a su mamá y sobre él, la risa negra y húmeda del viejo. Jo jo jo.



-Por favor...Por favor qué quiere de nosotros. ¿Por qué nos hace esto? ¿Por...qué? Suplicaba desde el suelo.



- Jo jo, jo jo. Mi pequeño gusano, por eso le he hecho venir, para darte la explicación que tanto busca. Será mi regalo de despedida, por sus servicios y el de su familia...jo, jo jo. Ahora levántate del suelo. Un metro a su derecha hay una silla, siéntase. Luis estiró la mano buscando. Sus dedos rozaron las patas talladas y se aferraron a ella.



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No podía ser verdad, todo lo que aquel....aquel monstruo le había contado, no podía ser que fuera cierto. No podía ser cierto, que estuviera a punto de perder todo. Pero un todo literal, absoluto que incluía desde su hija a su propia vida y terminando por la de Laura. Corría compitiendo contra un destino funesto. Conducía como si ya estuviera muerto. Pues en cierta forma lo estaba. Pero tenía que intentarlo no podía quedarse mirando impasible mientras su mundo se desmoronaba como un castillo de arena arrasado primero por una ola de maldad de Set y luego ver como sus trozos eran engullidos por la resaca de su cobardía.

Aquel viejo en realidad sólo era el envoltorio de algo realmente maligno. De una maldad que la propia humanidad apenas si había comenzado a olvidar pero que seguía viva, como un virus acantonado, esperando a un descuido para volver a expresarse con más virulencia. Y ellos iban a ser sus primeras víctimas. Ellos eran la primera ficha de un dominó que caería en una sucesión que amenazaba con arrastrar muchas, muchas más vidas.



- Mi querido y estúpido Luis, ¿aún cree en los cuentos de hadas con final feliz?

Usted sólo has sido la llave que me ha llevado a ella.

- Por favor, es sólo una niña, déjela, por favor. Su alma se desbordó licuándose por sus ojos que manaron lágrimas amargas de dolor absoluto.

- Jo Jo. Estúpida criatura, no ha comprendido nada, su linda hija sólo es "algo necesario", ya ha visto que puedo tener todos los niños que deseo, no , no es a su lida hija a la que me ha conducido. Es a su mujer, ella es lo que realmente importa, no su mocosa. Jojojo.

-¿Cómo?...pero...Paula...

La revelación fue como si le derramaran una sartén de aceite hirviendo sobre la cabeza. ¿Qué decía aquel demonio?..

- Su hija es, digamos una plataforma para acceder a su mujer. Una mujer muy especial que tuvo la desdicha de conocerle. Jojojo. Aunque sin proponérselo su destino le va a hacer formar parte de algo mucho más grande e importante que languidecer a su lado.

Entonces el viejo empezó a hablar de nazis y control mental y de transmutaciones mentales y de que se hacía viejo…pero Luis ya no estaba allí él sabía que él y únicamente él era el origen y la ruina de todo, como lo fue ya desde el principio de su vida.



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El rojo pasó al blanco doloroso. La cabeza le dolía y la lengua parecía de dos tallas más grandes que su boca.

Tragó saliva, una masa espesa y abrasiva le recorrió la garganta arañándole igual que una bola de alambre de espino.

¿Dónde estaba?.

Tardó unos segundos en que sus pupilas consiguieran acostumbrarse a la luz, brillante y amarilla. El rocío lo había calado y la escarcha había sustituido el tuétano de sus huesos. Olor a hierba y dolor, poco más.



El sol todavía estaba alto y las copas de las coníferas no conseguían ocultarlo. Se pasó las manos por la cabeza como buscando una herida que explicara qué había tirado en medio de un bosque pero no la halló, sólo agujas secas de abeto. La noción de la realidad se presentó ante él y le pateó en la cara. Laura. Fue la primera palabra que pudo articular. Se levantó y probó a dar un paso y luego otro, inseguro como un bebé. El cuerpo parecía que se recuperaba de una sedación, sin embargo su cerebro funcionaba, si eso era posible al doble de su velocidad normal. Laura, Laura se decía mientras componía el puzle de recuerdos, ideas y sensaciones.



Un cuervo graznó. El graznido dejó una pregunta en el aire: “¿Qué haces aquí?”.

Luis grito - ¡Laura! por pura frustración y el pájaro le contestó con otro graznido, que esta vez sonó a : “¡Fuera!”. La voz de pájaro fría y áspera le empujó, tenía que salir de allí. Caminó en busca de un rastro , de cualquier cosa familiar que le proporcionará el dónde o el porqué. No tuvo que andar mucho para encontrarla. La casa de ladrillo rojo estaba allí. La visión le golpeó, fue un mazo en la cara, romo y contundente, no podía ser.

La cerca metálica estaba herrumbrosa y había sido derribada en algunos tramos, en otros presentaba grandes agujeros, el seto arrancado por algún jardinero sádico y sustituido por pasto y matorrales y en medio de aquella debacle la casa de ladrillo rojo. Manchas negras de hollín asomaban por lo que fueron sus escasas ventanas, ahora convertidas en cuencas vacías. El portón de madera había desaparecido y mostraba una boca desdentada como el cadáver de un viejo torturado que exhala su último suspiro.



Era imposible, ¿qué nuevo truco era ése? Se refregó los ojos intentando aclarar la vista, negándose a aceptar aquella visión. Se acercó y golpeó con todas sus fuerzas la cerca, el metal oxidado se hundió absorbiendo el impacto. Los puños se tiznaron de herrumbre, la valla moribunda se quejó con un rechinar de somier desfondado. El coche, ¿dónde estaba el coche? Eso era, él había venido en el coche, tenía que encontrarlo, tenía que encontrar un resquicio de realidad a donde aferrarse, comenzó a trotar. Rodeo la finca devastada por el vandalismo. No sólo había ardido, si no que mostraba restos de actividad humana como si hubiera sido la guarida de una horda salvaje. En la parte posterior se podían ver los restos colchones que habían sido quemados hasta dejar expuestos sus esqueletos de muelles y túmulos de basura y escombros. Pero ni rastro del coche, nada, ni unas rodadas. Se detuvo para recobrar el aliento. Apoyó las manos en las rodillas y miró su sombra en el suelo. El grito nació de las entrañas, una onda sísmica que amenazara con partirlo en dos. Aún con el grito zumbando en los oídos otro sonido le llegó. Se irguió como un conejo asustado, husmeando, oteando el horizonte cerrado por la muralla de cedros y abetos. Salió disparado hacia el foco del ruido que se le antojó la más bella melodía que había escuchado en su vida. Corrió hacia ella. No podía dejarla escapar. El camión o lo que fuera no debía de andar lejos. Enfiló el camino del que había desaparecido la grava, igual que un ciclón, corriendo, azuzado por la necesidad de no saberse loco.



El camión marchaba por la pista forestal, con el traqueteo del que lo hace por el camino resabido de la monotonía diaria. Luis se plantó en medio del camino haciendo aspavientos para llamar la atención del conductor. El chófer tardó en reaccionar. Esperaba ver cualquier animal, un cervatillo incluso un jabalí, pero la imagen de un hombre accionando como un poseso no estaba dentro de lo posible. Hundió el pedal del freno y el vehículo se detuvo. Luis corrió hacia la cabina.



- Por favor, ¿me puede acercar a la carretera? Suplicó a bocajarro

El chofer y el copiloto se miraron.

- ¿Qué le ocurre amigo? Preguntó el copiloto, un hombre calvo de 50 años y con la piel curtida por el trabajo a la intemperie, que podría haber pasado por gemelo del chofer, si no fuera por la diferencia de edad.

- Perdón, he tenido …un accidente.

Los dos hombres se volvieron a mirar.

- Suba, nos dirigimos al pueblo, sí quiere le podemos dejar allí ¿Se encuentra bien?

- De acuerdo, dijo y se encaramó a la cabina.



En medio de un silencio incómodo los tres hombres reanudaron la marcha. No pudo retener la pregunta que le bullía en la cabeza y la lanzó al aire. ¿Qué día es? Era más una pregunta retórica, un pensamiento. El conductor apartó un instante la mirada de la pista de arena para volver a mirar al polizón como valorando lo acertado de su decisión de haberlo recogido. Hoy es martes.

¿Martes? Repitió Luis ¿qué martes?

- Se encuentra bien, ¿de verdad?... amigo

- Sí, pero por favor ¿qué día es?

- 10 de Febrero.

La tez de Luis se oscureció .Habían pasado cinco días, cinco malditos días.

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El camión entró en la pequeña población después de atravesar huertos y alguna granja que les saludó con su fétido aroma a estiércol de gallina. Luis permaneció en silencio el resto del viaje sumido en sus preguntas para que las que la única respuesta que encontraba era el miedo, un miedo atroz e impotente que invitaba a esperar un golpe de hacha sobre el tajo de la realidad. Realidad, ¿qué era lo real?, de eso también dudaba. Entre todas sus dudas, una se columpiaba con más fuerza que las demás en la punta de su lengua y terminó saltando de sus labios.

- En el bosque había una casa abandonada. ¿Saben sí hace mucho que lo está?

Esta vez el que contestó fue el operario de mayor edad con el que casi rozaba el hombro izquierdo.

- Amigo, en el bosque no hay ninguna casa, de hecho está prohibido construir. ¿De verdad que se encuentra bien? En la base tenemos un enfermero, sí quiere...

- No muchas gracias, tengo mucha prisa. Y sin pensarlo tiró de la manila que abría la puerta del camión y saltó.

A pesar de la reducida velocidad Luis rodó por el suelo polvoriento hecho un ovillo y sintió un pinchazo en el tobillo.

El camión frenó en seco y los dos hombres bajaron.

- ¡Está usted loco , ¿se ha hecho daño?. Le gritaron.



Unas decenas de metros más atrás. Luis se incorporó haciendo oídos sordos y sin ni si quiera volver la cabeza echó a correr. Sí, estaba loco y corrió como uno, que el tobillo le palpitara de dolor no era importante, tenía que volver a la ciudad y tenía que volver ya.



Se adentró en la población de casitas de muros y tejados de pizarra, que aún se desperezaba. El piso de arena fue sustituido paulatinamente por un suelo asfaltado que dejaba ver en algunos tramos tachones del empedrado original. No sabía realmente que iba hacer, quizás lo mejor sería encontrar la salida hacia la carretera principal y allí, allí, ya se vería. Notó como algunos ojos se posaban en él, desde detrás de persianas a medio alzar que desaparecían temerosos tras visillos tímidos como niños pillados mirando algo que no debieran. Las calles retorcidas y estrechas daban todavía, sí eso era posible un toque más angustioso e irreal a su carrera.

La calleja por la que corría fue a desembocar en una más ancha, flanqueada por arbolitos desnudos. Un hombre se disponía a montar en un todoterreno. Seguramente sería algún agricultor que se preparaba para ir a su lugar de trabajo en alguna finca cercana.

Luis lo abordó por la espalda.

-Señor, buenos días, necesito que me acerque a la ciudad.

Literalmente, el hombre de ropas de cazador y gorrilla de pana caqui saltó sobre el sitio sorprendido.

- Siento haberlo asustado, pero necesito imperiosamente que me lleve a la ciudad, le pagaré, dijo Luis buscando en el bolsillo trasero de su pantalón la billetera.

El hombre aún sin recuperarse del susto, se giró con la mano al pecho y jadeado. Debía de pasar los 65 años, aún en pleno invierno lucía un tono bronceado, no de ese tipo de tono que se consigue en un solárium, si no de ese tono rojizo quemado, que se logra con una vida entre los surcos de tierra labrada .

- Mire, contestó el hombre con un pequeño temblor en su voz, lo siento amigo pero no puedo acercarle, tengo trabajo y llegó tarde. Lo siento.

Luis esgrimía su cartera en la mano sin prestar atención a la negativa del hombre.

- Le daré lo que me pida.

El labriego abrió la puerta del coche del coche y montó.

El portazo hizo que Luis comprendiera la realidad y golpeó el cristal con el puño.

- Oiga, tiene que llevarme, no me puede dejar aquí. Entonces la furia hizo presa en él y antes que pudiera cerrar, asió la manila de la cerradura y abrió.

- ¿Está usted loco?, gritó.

- Lo siento, pero no me deja otra opción y le lanzó un puñetazo que impactó en el mentón. Al golpe le siguieron dos más, innecesarios pues al recibir el primero el labriego cayó como un saco. Un hilillo de sangre brotó de la comisura de los labios.

- Lo siento volvió a murmurar Luis a modo de disculpa.

Sacó al hombre del coche trabajosamente, no debería de pesar más de 70 kilos, pero le parecieron 200. No tenía tiempo, lo depositó en amplia zona de carga. No sabía si alguien lo había visto u oído el forcejeo. Apartó sus dudas e intentó pensar con frialdad por un momento.

En el maletero encontró un rollo de cuerdas y una de lona, además de herramientas. Más adelante podrían servirle, ahora tenía que salir zumbando de allí. Maniató al labriego y usó un trapo manchado de grasa para amordazarlo, luego lo cubrió con la lona. Arrancó y condujo buscando la salida del pueblo que se le apareció al torcer la calle. Luis sudaba curiosamente a pesar del frío y su pies repiqueteaban sobre los pedales como si fuera un novato en su examen de conducción. Su vida era una pesadilla que lejos de amainar aumentaba de intensidad llevándolo a al borde de la paranoia, acaba de asaltar, golpear y secuestrar a un pobre hombre. Asió el volante con fuerza, sus nudillos protestaron de dolor, inflamados después de los puñetazos propinados que descansaba detrás. Debía buscar algún lugar un poco apartado donde dejarlo, pensó.

Condujo por una comarcal que desembocaba en un cruce que le incorporaría a la nacional, cuando vio un camino de tierra que debía ser el acceso a alguna finca y sin pensarlo demasiado lo tomó. Atrás el labriego se quejó, volvía en sí.

No había tiempo que perder. Tiró del freno de mano y el todoterreno se detuvo en medio de una polvareda.



- Amigo, perdóneme pero así será mejor para los dos. Comentó al hombre que recobraba la conciencia con el miedo pintado en la cara y el sabor de su propia sangre en la boca.



.El hombre se resistió levemente ante la superioridad física de su captor, pero lo que realmente le hizo desistir fue la mirada de Luis. Una mirada fría y ausente, la mirada de un loco.



Algo llamó su atención, algo que había pasado invertido detrás de la lona. Al fondo de la zona de carga había una funda alargada de color caqui. Luis se quedó mirándola un instante. Una idea funesta se paseó por su mente. Una idea que le hizo sentirse feliz por un instante. Fue como encontrar una llave que andaba pérdida, como una pieza extraviada del puzle. Se estiro todo lo que pudo para comprobar que la funda contenía lo que él esperaba. Sus dedos sintieron la dureza del acero debajo de la tela, su frío, le confortó. Apartó la mano y la fugaz sonrisa de su cara desapareció sustituida por una mueca cruel que reflejó su pensamiento. Por un momento su suerte parecía cambiar, esa escopeta parecía decirlo.



Volvió a mirar a su rehén y posando su mano en él, le habló en voz baja y calma.



- No tenga miedo, no voy hacerle daño, le devolveré el coche.



Y diciendo esto, lo cargo, lo sacó del coche y lo dejó tumbado junto a la cuneta, en la linde del camino. Luego cerró el portón y volvió al volante. El automóvil hundió sus garras en la tierra, aulló y salió como alma que lleva el diablo.



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Cinco días antes

Sabía que se había quedado dormida, que su cuerpo estaba recostado en el sillón de polipiel azul, justo enfrente de la mampara que la separaba de su hija enferma. También sabía que al igual que ella, Paula no estaba en esa cama de hospital. Sobre esa cama sólo estaba la carne de su hija, era la cáscara; su niña, su hija en realidad andaba perdida en algún lugar de detrás de otro cristal.

El espejo estaba allí, sobre el tocador, majestuoso, rodeado por su marco labrado en madera recubierta de pan de oro, en medio de esa habitación de piedra. Esa era la puerta, detrás de él, en algún lugar estaba Paula y ella la iba a traer de vuelta. Tomó asiento frente al espejo, se miró en él. Vio sus ojos hinchados y sus ojeras, era el rostro de una mujer abatida, pero también vio la determinación. Sus iris eran rocas talladas y sus pupilas las bocas de dos cañones, nada de lo que viese allí, nada, absolutamente nada la haría cejar.


Paula, cariño ¿estás ahí?



La llamada le resultó absurda, le estaba hablando a su propio reflejo. Esperó unos instantes, no sabía que debía hacer. La superficie del espejo vibró formando ondas concéntricas, como si le hubiese hablado a la superficie de un charco de cromo líquido. Volvió a llamar


Paula, soy mamá ¿estás ahí?



Justo al otro lado del espejo, sólo que en otra dimensión, la niña estaba sentada en frente de ese mismo espejo y también vio su superficie reverberar.


¡Mamá, mamá!. llamó



Set estaba tumbado, semidesnudo, con el pecho lleno de parches cableados, uniéndose íntimamente al cerebro informático, de la misma forma que un cordón umbilical une a un feto a su madre y con ese dispositivo sobre la cara, que recordaba al visor usado en los sistemas de realidad virtual. Estaba tenso, tieso, como si en vez de estar en el sillón del laboratorio, en los sótanos del Buen Pastor, estuviera sobre un potro de tortura en las mazmorras de la inquisición, sólo que su rigidez no era provocada por el dolor, si no por el placer, uno infinito, el que da la victoria. La luz roja lo bañaba, proporcionándole un extraño brillo a la piel blanquecina y flácida, de hecho parecía que la piel del viejo hubiese sido arrancada, dejando a la vista los músculos alongados, dando un aspecto aún más grotesco a la escena, si eso pudiera ser posible.

Todo estaba saliendo como había previsto. Podía ver a ambos lados del espejo como en una clase magistral de cirugía, tenía una visión cenital de la escena. Aquel era su mundo, él era Dios y sus criaturas sólo podían cumplir el destino que él había diseñado para ellas. Él era Set, el tercero, el tercer hijo de Adán y Eva, el superhombre, pronto abandonaría su decrépita forma de anciano y alcanzaría su plenitud.



En la superficie del espejo volvieron a aparecer las ondas, pero esta vez ella no había dicho nada, ella no las había provocado.


¡Paula!



El golpe de voz produjo otra ondulación concéntrica que chocó con la anterior. Su hija debía de estar al otro lado, era como en su sueño. No lo pensó, introdujo las manos, primero hasta las muñecas. La película cedió sin oponer resistencia a la presión de sus dedos. Sintió como aquella sustancia parecida a un magma cristalino se adhería y como su frialdad viscosa la impregnaba, luego hasta los codos, hasta que casi tocar con la punta de la nariz. Removió buscando donde asirse, buscando la calidez de las manitas de Paula dentro de aquel barro de vidrio gélido.


¡Paula, Paula! soy mamá. Cariño, si me ves, toma mis manos.


Claro, que no las ve…. pero yo sí ….que las veo.

Las palabras salieron de la boca del viejo entre jadeos y resoplidos espasmódicos.



Paula veía las ondulaciones en el espejo y llamó a su madre una y otra vez, incluso intentó “tocarlas” pero las yemas de sus dedos tan sólo chocaban con la superficie fría y dura de un espejo. Era como si ese espejo tuviera otro un cristal por delante, como si estuviera mirando una pecera. La desesperación hizo presa de ella y empezó a gritar y a golpear con los puños aquella, aquella ventana, aquel cruel ojo de pez que sólo le permitía intuir que su madre debía estar llamándola desde el otro lado y que por alguna razón no podían reunirse. La doncella le dijo que usará el espejo para llamar a mamá y ella lo había hecho, pero no daba resultado. Pronto sus bracitos empezaron a pesar, la cadencia de sus golpes decreció a la misma vez que la angustia invadía su corazón infantil.


Paula, mi vida, soy mamá. ¿Dónde estás?



No, así no la iba a encontrar, pero tampoco se iba a rendir. Hundió el rostro. No sabía si allí dentro podía respirar, pero aquello no era real, sólo era una especie de sueño, muy vívido pero un sueño al fin y al cabo y en los sueños se podía hacer cualquier cosa, así que lo hundió con decisión, la decisión que da la certeza de que nada más tenía que perder. Su hija era lo único a lo que no estaba dispuesta a renunciar, aunque fuera a cambio de su vida. Contuvo la respiración y cerró los ojos. El magma se le introdujo por todos los orificios, entró en sus fosas nasales y penetró en sus oídos, sintió su viscosidad helada y un silencio romo golpeando en los tímpanos. Detrás de sus párpados los ojos percibieron luz, allí dentro no había oscuridad. Tendría que abrirlos, abrir los ojos y después respirar. Elegir entre que aquella masa le cuajara los globos oculares o que le crionizara los pulmones. Despegó los párpados y contempló el Azul. La boca se le abrió de forma refleja.



Azul, azul…


¡Señor, estamos al máximo, no podremos aguantar mucho más tiempo, la niña no lo podrá soportar!. Gritó el doctor



Orgaz, parecía que se fuera a fundir. Estaba sentado frente a la consola, nervioso, sudando a mares, bajo aquella luz roja su cara redonda y fofa se asemejaba a la de un cerdo dentro de un asador; un cerdo con gafas de pasta y bata. el doctor vigilaba los testigos, que controlaban las constantes vitales de las “baterías”, como llamaba a los niños de las cápsulas del pabellón contiguo. También controlaba el funcionamiento de todo el sistema, además del sillón donde se hallaba el viejo, que a su vez lo hacía con la mente de Paula. Paula había sido una antena, un reclamo, una baliza para que su madre picara el anzuelo y eso acaba de pasar. La transmutación al fin se iba a poder realizar. Todos estos años de trabajo bajo la garra de aquel monstruo iban a dar fruto. La mente de Laura había conectado, había bajado el portalón de su fortaleza, había entrado en el Azul.



Azul infinito, un azul luminoso de un solo tono. El azul de un mar inmóvil y denso, un mar de aceite azul semi-helado. El frío le atravesó las pupilas y sintió cómo se expandía por los nervios ópticos hasta anegarle el cerebro, fue una inyección de nitrógeno líquido, pero no hubo dolor, sólo frío, aunque aquel simple adjetivo no podía abarcar su sensación. Era llegar al cero absoluto, ese instante donde cada partícula subatómica de su ser hubiera dejado de oscilar. El óleo azul también le entró por la boca, llenándole todas las cavidades, desde los pulmones hasta los intestinos, difundiéndose a su sangre, igual que un líquido de embalsamar. No podía pensar. Después del tsunami azul, iba a llegar la resaca.



No fue vomitar, no, el azul a la destripó, una violación brutal e inversa. Fue salir de su cuerpo, la habían empujado afuera con una tracción desgarradora. Ella era un calamar, al que un pescadero sádico y cruel le acababa de sacar las entrañas de un solo y despiadado tirón. Intentó aferrarse a sí misma, pero era imposible, aquello la engulló con la rotundidad incontestable de un agujero negro.



Afuera sólo Azul, ingravidez azul.



Empezó a caer, o al menos esa era la sensación. El Azul se oscurecía a medida que caía en dentro de aquel éter. Más rápido, más rápido. Negro, oscuridad, dolor. Primero un pulso, luego un pinchazo, luego dolor, más dolor, más. Quema, abrasa, duele, duele más de lo que puede soportar, intenta gritar, no sabe gritar. Luz, menos dolor… más luz, es roja, brillante. Ruido, voz, algo incomprensible. Está cansada muy cansada, no quiere pero se deja ir, no sabe si está muerta, no lo sabe, sólo se deja ir no puede hacer otra cosa, es incapaz un último pensamiento, Paula.



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El todoterreno devoraba los kilómetros a una velocidad suicida, aún era temprano y la carretera estaba prácticamente vacía, no había tiempo que perder, debía poner fin a toda aquella locura, él la comenzó y él la acabaría. Detrás, en la zona de carga, en una funda de color caqui, descansaba una nueva amiga con dos preciosos ojos negros, que estaban deseando mirar a los de aquel demonio decrépito. Mirar a esos ojos azules, fríos y azules, maléficamente azules. El recuerdo era angustioso, él los había visto, conocía bien su poder y su maldad, tenía que encontrar el suficiente valor para cerrarlos para siempre, lo debía hacer, se lo debía a su familia, se lo debía a su hija. La pierna derecha tembló, ¿tendría el suficiente valor para apretar el gatillo?



El temblor se repetía, no era sólo su pierna la que temblaba, que también, era el teléfono móvil que estaba haciéndolo en su bolsillo. Se había olvidado por completo de él, además y lo más sorprendente es que aún tuviera batería. Redujo un ápice la velocidad mientras se removió en el asiento para poder sacarlo. Era una llamada de Laura.


¡Luis!, ¿dónde te has metido? Estoy cansada de llamarte. Ven a cas..
¡Laura, Laura..!.



La pantalla se volvió negra, la poca batería que debía quedar se acababa de agotar, el Smartphone se había apagado. Arrojó con furia el aparato al sillón del copiloto y pisó a fondo el freno. El cinturón de seguridad se le hincó en las costillas, cortándole por un instante la respiración. El todoterreno culeó, dejando las improntas de los neumáticos en el asfalto, una nube blanca y olor a goma quemada ¿Qué hacía su mujer en casa? .La última vez que la vio, no había forma humana de separarla de Paula, ¿querría decir eso, que la niña había mejorado? Una llama de esperanza prendió en la desolación abisal de su alma. Pero no hay luz sin sombra, y ésta proyectaba una sombra fría y azulada - forma humana - . Retorció el volante con violencia e hizo un cambio de sentido mientras aceleraba al máximo, el motor rugió como una bestia a la que le clavan unas espuelas con saña. Los dos cañones de la escopeta tendrían que esperar, para mirar a los ojos de Set, primero había que ir a casa.






Tenía que respirar, no podía, algo pesado y húmedo le llenaban el pecho. Se estaba asfixiando. Intentó tomar aire pero no servía de nada, aquel peso aceitoso y gélido le inutiliza la tráquea atorándola. La necesidad de vivir, ansias de tomar aire, y su coraje se unieron en un espasmo, que amenazó con deshacerla en dos, mitad arcada, mitad acceso de tos, su cuerpo se agitó en un acto reflejo de rebeldía final. De su estómago, de sus fosas nasales y de sus pulmones manaron a la vez, caños de un fluido viscoso, glacial, como si ella fuera el surtidor bizarro de una fuente del averno, del que nacieran chorros de metal líquido, líquido y frío, mortalmente frío.

Exhausta, tiritando por el esfuerzo se volvió a derrumbar, en medio de sus propias regurgitaciones y de una oscuridad absoluta.



__________________________________________________________________________.



El rostro del anciano estaba relajado, calmo, con los ojos cerrados . Sus facciones afiladas y enjutas parecían haberse suavizado y casi parecía que estuviera sonriendo. Se hallaba tumbado boca arriba, cubierto hasta el cuello con una fina sábana de color blanco. El cuerpo del anciano apenas si tenía carne, la sábana formaba pequeños abultamientos allí donde lo tocaba, que podrían haber pasado por arrugas de una cama hecha con descuido; lo único que indicaba claramente que la cama estaba ocupada por aquel anciano, era la cabeza que le sobresalía de entre la ropa de cama. Una cabeza a la que habían colocado una especie de gorro de baño del que salían decenas de cables, que recordaban a los cabellos bífidos de una medusa geriátrica.



Aquel era el cuerpo de Set, su soporte vital, su chasis. Set, lo que hacía a ese conjunto de órganos ser un ser con conciencia propia, su alma, no estaba. Set había abandonado su alojamiento físico, para encontrar otro donde pudiera alojarse porque éste, su hasta ahora casa se estaba muriendo, pero no sólo ése era el motivo; por esta simple característica cualquier cuerpo joven hubiera servido, y no cualquier cuerpo le servía. Había estado buscando un cuerpo, un alojamiento con ciertas capacidades. Rastreó como un aparato de radio esa señal, esa frecuencia que él necesitaba, para poder seguir desarrollando sus capacidades, y la encontró en aquella mujer, Laura, una mente especial, pero que lamentablemente, no había sido educada como la suya lo fue. Set la necesitaba, por eso tuvo que expulsarla. Pero una mente así no se asalta sin encontrar resistencia. Por muy poco cultivaba que estuviera, era fuerte y opondría resistencia, una resistencia que produciría daños, tanto en ella como en él. No, esa mente había que tomarla con estrategia, usando un ardid, no la fuerza bruta, la quería intacta, para ello se sirvió primero de esa estúpida criatura que tenía como marido (extraña asociación, otra anomalía, esa del amor ) y más tarde de su pequeña hija. Sí, la niña también hubiera sido una buena elección, compartía muchas características con su madre, pero demasiado joven y a él se le agotaba el tiempo, no podía permitirse esperar a que se desarrollara.



La transmutación se había realizado con éxito. Había tomado la mente de Laura, la había expulsado de su soporte físico, pero aún no podía desligarse completamente de su decrépito cuerpo de anciano, necesitaba un tiempo de adaptación, tener una base segura donde volver cuando fuera necesario, aquella invasión debía de ser consolidada completamente antes de abandonar por completo la antigua. Había un pequeño escollo que sortear para realizar finalizar el proceso, Luis, su marido, aquel pusilánime debía de ser eliminado, era un peón que había dejado de ser útil y sólo podía convertirse un estorbo si seguía en el tablero de juego. La siguiente fase sería eliminarlo.



Más tarde vendría la eliminación de Laura. Cuando la transmutación fuera completa saldría del limbo intermedio, ese mundo que él había creado para albergar la mente de su hija, un decorado donde la mente de Paula había sido colocada estratégicamente, una versión modificada a su antojo de un cuento que le marcó en su infancia “El maravilloso mago de Oz”, un cebo para atraer a la madre, y donde como no podía haber sido de otra manera, su plan había funcionado con la precisión de un reloj suizo. Sí, era paradójicamente divertido que ambas estuvieran tan cerca la una de la otra y sin saberlo. Cuando pudiera desligarse completamente de su anterior cuerpo, Laura sería alojada en él, allí, simplemente moriría junto con el cuerpo del anciano, Orgaz tenía instrucciones para que ello ocurriera.

Para la niña, no había ningún plan, específico. El limbo, “Oz”, simplemente dejaría de existir cuando todo acabara, la chiquilla se derrumbaría con él, no lo soportaría, su mente ya había sufrido demasiado, estaba agotada, afectada irreversiblemente, si su cuerpo no se autodestruye, lo más probable, será carne de institución mental, el tiempo que sobreviva, que no debería ser mucho. Una pena, tener que desperdiciar una mente con tanto potencial, al menos podría haber sido una magnífica batería, una lástima, una verdadera lástima.





Y la niña, ¿cómo está?, fue lo primero y único que acertó a decir cuando entró en la casa en tromba
¡Ay Luis! ¡Qué susto me has dado!, contestó Laura desde la cocina



De dos zancadas el hombre se plantó junto a la mujer.


No esperaba que llegaras tan pronto, ¡por el amor de Dios!, ¿dónde te has metido?, ¿has visto la pinta que traes?, me tenías muy preocupada. ¿Por qué no cogías el teléfono?, te he llamado cientos de veces.



Su mujer le lanzaba preguntas estúpidas, preguntas que cualquier otra mujer podría hacerle a un marido, porque fue al súper y olvidó algún encargo, porque se enredó con unos amigos tomando unas cervezas y llega tarde. Pero no, su mujer no podía hacerle esas preguntas no tenía ningún sentido, su hija se les moría en la cama de una UCI, ella debía estar a su lado, destrozada y no en casa, con ese aspecto radiante, con esa pinta de mujer perfecta de serie americana , de perfecta ama de casa, guapa, servicial, que regaña a su marido despistado. Imaginó unas risas en off



La tomó de los brazos y la zarandeó con fuerza


¿Qué estás diciendo?, ¿qué te pasa? ¿y Paula?, ¿Cómo está?, ¿Dónde está?
Luis me haces daño. ¿Por qué me haces esas preguntas?, ¿qué te pasa?. Dónde quieres que esté la niña, acabo de venir de dejarla en el colegio...



No, aquello no podía ser, era otro truco de Set, otra alucinación inducida por aquel malvado hijo de puta, quizás aún estuviera tirado en el bosque, y todo esto sólo sería, otro sueño, un sueño tan bonito, y que le apetecía tanto soñar, pero no podía hacerlo, no, aquello no podía ser real, él sabía distinguir lo real de lo que no era.

El dolor, el miedo eran reales, su hija agonizante era real. Aquello no podía serlo, simplemente era imposible, Laura, su Laura no era así, si efectivamente no hubiera respondido a sus llamadas, si se hubiera ausentado sin justificación no le recibiría de esa forma, ni siquiera le dirigiría la palabra, no, su mujer era muy orgullosa, estaría enfadada y no se parecería a una Barbie. Tenía que estar en guardia, algo malo pasaba allí, algo ..Aquel viejo le había tendido otra trampa , pero esta vez no caería


¡Montas un numerito en urgencias, desapareces, estaba a punto de llamar a la policía y ahora cuando vuelves, llegas haciendo un montón de preguntas extrañas sobre la niña!. Me estás asustando, ya no sé qué pensar de ti, si nos quieres abandonar, hazlo de una maldita vez, pero no nos hagas esto más, no juegues más con nosotras, no puedes irte cuando a ti te dé la gana, no es bueno, pero sobretodo no es bueno para la niña, que no ha dejado de preguntar por ti, por su papá. Seguro que habrás estado por ahí, bebiendo y haciendo Dios sabrá qué más cosas



La mujer hundió el rostro en el pecho del hombre que notó la humedad de sus lágrimas, no la abrazó pero tampoco retiró los brazos. ¿Urgencias?


¿Urgencias?, ¿qué pasó en urgencias?, estoy confuso, sí he estado bebiendo, mintió



La mujer empezó a hablar mientras sorbía y se enjugaba las lágrimas


Paula se golpeó la cabeza, se cayó jugando y perdió la conciencia, la llevamos a urgencias, la examinaron, tú te empeñaste en que le hicieran un escáner, que los médicos de la Seguridad Social no consideraron necesario. Cuando perdiste el trabajo, nos retiraron el seguro médico privado, creo que es lo que más te lo molestó de todo y eso de que no le fueran a hacer un escáner a Paula te sacó de tus cabales. Llamaron a seguridad, fue como si te hubieras vuelto loco, desapareciste dejándonos allí, solas, a las dos y ahora vuelves. Estás bien, estaba muy preocupada. ¿Cuándo ha sido la última vez que has dormido?



La pregunta se quedó flotando en el aire, como una pluma que se burlaba de él, recreándose en su caída, tomándose todo el tiempo del mundo para que Luis atara cabos, para que recordara “¿cuándo había sido la última vez que había dormido?

“- Amigo, en el bosque no hay ninguna casa, de hecho está prohibido construir. ¿De verdad que se encuentra bien?. En la base tenemos un enfermero, si quiere..”

La voz del camionero se volvió a oír en su cabeza, alta y clara “- Amigo, en el bosque no hay ninguna casa...”

Sintió flaquear sus piernas, por encima del hombro de su mujer algo llamó su atención, era la taza de desayuno de su hija, esa que siempre usaba y que estaba decorada con un personaje de dibujos animados, estaba en la pila, junto con otras piezas de loza sucias, tenía manchas de cacao con galletas, tenía una marca, la de unos labios, unos labios, tiernos y rosados, los de su hija. Paula había tomado su desayuno, no haría más de 40 minutos y ahora estaría en el colegio y él sólo había tenido una crisis nerviosa y El Buen Pastor no existía y ni aquel doctor, ni aquellos niños, ni Set, todo había sido un mal sueño. Instintivamente, apretó a su mujer entre sus brazos, ahora sí la abrazó.


Date un baño, te vendrá bien. Luego seguiremos hablando. Estás cansado, a lo mejor deberíamos de ir a ver un médico. Lo de tu trabajo nos está afectando más de lo que queremos reconocer.



Un baño, sí un baño no le podría hacer mal, un baño, imaginó el agua caliente golpeándole sobre la piel. Era una buena idea.




El concepto va más allá de la materia. Energía pura a la que necesitamos dar un nombre, una palabra, un grupo de sonidos de los que nos valemos para cuantificarlos y así poder intentar manipularla, Amor, Odio, Bien o Mal son sólo el nombre que le damos a alguna de esas energías, conceptos. Luego las ideas, el pensamiento formulan de alguna forma las ecuaciones que los relacionan, los combinan, los transforman, produciendo otros conceptos nuevos, más complejos o simplemente liberando su energía.



Laura era ahora eso, poco más que un grupo de ideas, un conjunto de pensamientos que la hacían diferente de cualquier otro ser del universo. Pensamiento puro apartado de su cuerpo, una especie de fantasma, en una cárcel para fantasmas.



Paula, toda su existencia se sustentaba en un solo concepto, de él provenía toda la energía que necesitaba. Su niña. Ese concepto la hizo ser de nuevo consciente. Tenía frío y estaba sobre algo duro y húmedo, un suelo de adoquines tal vez, pero no podía ver nada, todo estaba oscuro ¿Dónde estaba?.

Los recuerdos llegaron como fogonazos dolorosos; EL ESPEJO, EL FRÍO, EL AZUL , DOLOR, MIEDO, OSCURIDAD, EL AZUL...EL AZUL. Cerró los ojos que en realidad ya no tenía.








La doncella le había mentido, le había engañado. Sí, había visto a mamá, pero mamá no pudo venir a rescatarla, nadie lo haría, nadie. Se quedaría allí atrapa en esa especie de cuento, con ese espantapájaros loco para siempre. Lloraría más, pero ya se había cansado de llorar. Llorar no solucionaría nada, mamá se lo dijo muchas veces, ella no la creyó, ahora sí lo hacía, comprendía lo que su madre le quiso decir.

Era una niña muy fuerte, y muy inteligente, hasta la doncella se lo dijo, intentaría escapar, en realidad nunca lo había intentado de veras. Además qué más le podía pasar, nada peor que no poder volver a casa.



Se acercó a la puerta y con el mayor de los cuidados probó a abrir. Estaba cerrada como suponía. Ahí terminaba su plan de escape, de súbito recordó un detalle que había pasado por alto, el león. Se había olvidado por completo de él, había un león echado en su puerta, casi mejor que estuviera cerrada.

Giró en redondo observando su habitación, no había escapatoria posible, estaba en una torre y cualquier niña sabía que de una torre no se podía escapar, a menos que algún caballero viniera a rescatarla o usando algún tipo de magia, magia que ella no tenía, solo había un espejo, un espejo mágico. “La única forma que tienes para salir de aquí es usando el espejo de tu alcoba” le dijo la doncella, pero le había mentido “Tienes que hacerlo, hasta que mamá entienda lo que debe hacer, por eso tienes que ser paciente” le dijo también, a lo mejor ella no había sabido hacerlo, a lo mejor ella no había sabido llamar a mamá, o a lo mejor mamá no había comprendido bien lo que debía hacer. Lo intentaría de nuevo, volvería a llamar a mamá, esta vez lo conseguirían, quizás no era verdad que la doncella le hubiera mentido, corrió hasta el tocador.





¡Mamá!, ¡mamá! ¿dónde estás mamá? soy yo Paula, mamá ayúdame.
¿Mamá?....¿Paula?...-pensó- ¿Mamá?, ella era mamá y Paula era su hija



¡Maldita sea!, ¡¡¡ELLA ERA MAMÁ, PAULA ERA SU NIÑA!!! No podía rendirse, no podía olvidar por qué estaba allí, dónde demonios quisiera que fuese allí. Su hija la estaba llamando, esa era toda la energía que necesitaba, ese era el concepto más poderoso, esa chispa que lo hacía funcionar todo.


No tengas miedo cariño, mamá está aquí. Murmuró



(El alma no tiene una forma concreta, puede ser cualquier cosa o ninguna pero el reconocimiento, de que has dejado de ser carne es un paso traumático y los fantasmas o como queramos llamarlos, toman normalmente el aspecto que habían tenido durante su vida corpórea. Así que Laura seguía viéndose como Laura)



Apretó las palmas de las manos contra el suelo duro y encharcado de ese fluido cristalino y helado que ella misma había regurgitado, luego hincó una rodilla, después la otra, el esfuerzo era titánico, era como si tuviera sobre la espalda el peso de toda aquella oscuridad, esa misma oscuridad que la rodeaba y que pareciera que se le había subido a horcajadas sobre la espalda y no quisiera que se levantase, que se rindiese, pero no, ella no se iba a rendir, no señor.




El chorro de agua le golpeaba en la nuca. El agua estaba muy caliente, lo más que podía soportar. Había abierto el caudal del grifo al máximo, y regulado la salida del agua, seleccionando la posición en la que todos los chorros se unían en un solo haz, grueso y burbujeante. Luego la había colocado en el soporte de la pared, dejando que el grueso chorro le golpeara directamente, masajeándole las cervicales.



Todo era tan confuso.

“No amigo, en el bosque no hay ninguna casa, de hecho está prohibido construir.”, “¿Cuándo ha sido la última vez que has dormido?”, “Mi querido y estúpido Luis, ¿aún cree en los cuentos de hadas con final feliz?”,“ Se encuentra bien, ¿de verdad?... amigo”



Oía aquellas palabras en su cabeza, una y otra vez en un bucle insano. ¿Qué era lo real?, la taza en la fregadera, con la marca de los labios de su hija. Su niña, sana y jovial que ahora mismo estaría en aula del colegio, con sus compañeras, haciendo monigotes de plastilina o pintando con pintura de dedos, casas con dos ventanas y una puerta, con el tejado rojo y chimenea con volutas de humo negro saliendo por ella, o la niña agonizante, que se debate entre la vida y la muerte porque un malvado hijo de puta demente, un monstruo de otro tiempo, se le ha metido en la cabeza, en la UCI del Claudio Galeno ¿Cuál era verdad? la que él quería creer, o la que temía tanto, tanto, que le hacía dar por buena aquella nueva ilusión . Era como estar soñando dentro de otro sueño. Y claro que no, no creía en los finales felices, ésos sólo eran válidos para las películas, en el que el bueno siempre terminaba venciendo al malo. En su “¿sueño?”, se suponía que él era el bueno, un bueno demasiado malo, para un malo demasiado bueno. Estaba hecho un lío y tenía miedo, miedo a estar volviéndose loco. Ojalá sólo fuera eso, ojalá sólo se estuviera volviendo loco, ojalá. Todo se aclararía cuando viera a Paula; eso era, ver a su niña volver del colegio, sería como salir de la madriguera, tomar conciencia de que era verdad que había despertado, que todo había sido eso, un mal un sueño, y para eso sólo quedaban unas pocas horas.



La puerta del baño se abrió con suavidad, la cortina del baño le pegó a la piel mojada, sacándolo de sus reflexiones, con su tacto baboso y frío . Laura había entrado.

El vapor llenaba el cuarto de baño, y apenas si podía intuir la silueta de su mujer, a través de las flores de la cortina de plástico translúcido.
¿Laura?

No hubo respuesta. La cortina de baño se corrió hacia un lado.
¿Me dejas pasar?

Laura estaba desnuda, con el pelo recogido en un moño, mirándole con sus ojos azules, sugerente. No espero al permiso






Paula. Laura, toda ella se centró en ese solo concepto, Paula, su hija, para crear uno nuevo que se retroalimentaba, crecía, haciéndose más y más denso, más poderoso, atrayendo toda la energía de su alma, todo su amor, todo su odio, todos sus miedos, todas sus esperanzas, concentrándose en un solo punto del universo.



Y en la oscuridad, en el mismo corazón de las tinieblas más absolutas, prendió la chispa, y fue como en un Big-Bang. Una explosión, que irradiaba energía, luz blanca y pura.





¡Mamá, mamá!

Primero fue como una súplica, luego poco a poco empezó a subir el tono, hasta que se levantó del sillón dorado de un salto y comenzó a gritarle, exigiendo a aquel estúpido cristal, que le dejara ver a su madre, como si fuera un aparato que no funcionase bien, como si porque le gritara lo fuera hacer, sentía rabia. Las palabras rebotaban en él y solo le devolvía su imagen, la imagen de una princesa de cuento llamando a su mamá. Impotente lo golpeó con el puño cerrado. Medio castillo debía haberla oído gritar, pero qué más daba. Debía haberlo aporreado con mucha fuerza, porque el espejo vibró, pero no su superficie, sino todo él. Aun con la mano dolorida volvió a aporrearlo. Esta vez vibró también, pero no sólo era el espejo lo que vibraba, era todo el tocador, no, toda la habitación lo hacía. Sentía el temblor subiendo desde el suelo, un hormigueo que subía desde la planta de los pies e iba aumentando, como un temblor de tierra, un terremoto. Los frascos perfumes y ungüentos comenzaron a bailotear y a chocar entre ellos, el cepillo empezó a dar saltitos como si le hubieran dado cuerda, hasta que cayó por el borde. La niña se agarró al tocador. Todo se tambaleaba como si en vez de en la ciudad esmeralda, estuviera un barco en medio de una tormenta. Intentó sentarse pero el sillón también se había caído y estaba patas arriba, luego oyó un crujido de piedra y algo se desprendió del techo. Oz se estaba desmoronando, se deshacía.




.



Había imaginado diferentes finales para Luis, sí podía haberlo obligado a estrellarse con el coche, podía haberse metido en su cabeza, simplemente haberlo destruido. Pero aquel final era más divertido, un último giro, una última vuelta de tuerca en su plan perfecto. La expectativa era tan estimulante, que no podía resistirse, al fin y al cabo él era un ser humano y también tenía sus debilidades jojojo.

Lo mejor sería ver sus ojos a través de los de él creía los de su mujer. Morir sabiéndose engañado una vez más.

Él era mucho más fuerte físicamente, que su mujer pero eso tampoco sería ningún problema. Un golpe certero en la nuca era cuestión de técnica, no de fuerza y aquella triste e insignificante marioneta quedaría definitivamente fuera de juego. Y tan fácil de confundir con un mal paso en el baño, con una desgraciada caída.. Ni siquiera tendría que influir en la policía, cuando tuviera que llamarla, en medio de un mar de lágrimas, no podía resistirse a la tentación y no lo iba a hacer jojojojojo.






A pesar de que el agua caliente seguía cayendo, Luis sintió como un escalofrío lo recorría de arriba a abajo, al notar cercanía del cuerpo desnudo de su mujer.

Era preciosa, siempre lo había sido. No pudo evitar la erección, su cuerpo la deseaba y él aún más. Por un instante el tiempo se detuvo. Un instante perfecto de nada, de la nada más vacua y absoluta; nada a excepción de ellos dos, nada más había en el universo que él y la mujer a la que amaba. Se fundieron en un abrazo y la besó.

Un beso donde puso todo su amor, todo su miedo y toda su esperanza en que aquello fuera verdad, que aquella mujer a la que besaba siguiera siendo Laura, su amor, su único y verdadero amor, la mujer junto a la que había crecido y formado una familia. Aquella misma familia que se estaba desmoronando entre sus dedos, y rezó para que no fuera un truco; por favor, que no lo fuera, que aquellos ojos azules solo fueran los recuerdos de un mal sueño, lloró. El salado de sus lágrimas se mezcló con el agua cálida que caía sobre ellos y por un momento fue feliz.



Laura también lo besaba, apretándose contra su cuerpo, solícita y apasionada. Notó como sus uñas se le hincaban en la espalda y como poco a poco iban ascendiendo hasta el cuello.






La respiración tranquila del viejo se hizo un estertor continuo y cavernoso . Algo no iba bien.

En la consola decenas de luces cambiaron el verde por el rojo.

Orgaz tecleó con manos sudorosas. ¿Qué diablos estaba pasando?. La sala se llenó de pitidos, los sensores avisaban de que los registros no eran normales. Había problemas, había que aumentar la potencia de emisión. Era preocupante, aquella mujer, esa mente se estaba resistiendo más de lo previsto. No sabía cuánto tiempo podría aguantar ese ritmo, ya se habían fundido tres baterías/niños, ahora aumentando el consumo de forma exponencial, durarán mucho menos.



Si no podía mantener el flujo de energía Set tendría que volver a su cuerpo o su mente quedaría aislada, sin soporte vital y moriría. No podía permitirlo, aquella era su obra, más incluso que la de aquel maldito viejo, él, su mente lo había articulado. Sí era verdad que sin los conocimientos de la mente le había proporcionado no hubiera llegado tan lejos, pero sin sus años de trabajo, aquello tampoco podría estar sucediendo, sin su genio. El proyecto SET, era el triunfo de la Ciencia, estaba por encima de todo, incluso de Set mismo.

Aquel carcamal estúpido había subestimado el potencial de la mujer, y luego estaba aquella última ocurrencia, completamente fuera de lugar, sólo movido por su sadismo. La Ciencia carece de sentimientos, sólo la Razón debe de guiarla, tenía que haber acabado con el marido, debía haberlo hecho.






Y en las mismas entrañas del Azul infinito y gélido, la luz blanca surgió como un nuevo sol en un universo de desolación. Un cáncer de luz que lo había empezado a devorar, lo absorbía.

¿Cómo? Set se sintió empujado con la fuerza de un tsunami. Era un líquido dentro de un vaso, y un torrente, un chorro con la presión de una manga de bomberos le apuntaba directamente.

No dejaba de ser divertido, era ella, volvía a luchar, volvía para intentar echarlo.

Maldito ser insignificante, nadie podía enfrentarse a él ¡Nadie!. Él era un übermensch, la perfección aria, la raza superior.

De algún modo desde el principio sintió admiración por ella, era una especie de respeto entre cazador y presa, nada personal, sólo era algo que deseaba, sin embargo ahora eso había cambiado.

Era fuerte, muy fuerte, aún más de lo que había imaginado. Se volvió hacia ella, con toda su energía, con todo su azul. Debería haberse resignado al destino que había decidido para ella, porque de cualquier forma se iba a cumplir.






Seguían abrazados, él le besaba el cuello El cuerpo de Laura tembló entre sus brazos, por un momento lo sintió frío. Intentó separarse de ella, ¿qué pasaba?. Estaba rígida, agarrotada, sus uñas se clavaron en el cuello cuando intentó alejarse. Notó el dolor de las diez hincándose en la carne.

Por un momento todo volvió a tener sentido, desgraciadamente lo hizo, ahora el que temblaba era él. Empujó al cuerpo de su mujer, tenía que separarse de ella, sintió asco y terror al tiempo. ¡Dios mío, no podía ser, no podía ser!.

Lo consiguió a duras penas, la cara de Laura quedó frente a la suya, a poco más de un palmo. Los ojos le brillaban en azul, como si en vez de ojos tuviera dos zafiros incandescentes que le apuntaran, azules, profundamente e insanamente azules. No podía seguir mirándolos, era mirar a la mismísima Locura. No, esos ojos no eran los de su mujer, él lo sabía bien; él los había visto antes, en otro lugar, en otro rostro.



Todo era verdad, lo que aquel demonio le había contado era verdad, lo que él había vivido era verdad, no lo había soñado y ahora también estaba dentro de su mujer. Le habían vuelto a engañar. El pánico hizo presa él. La empujó en un acto más reflejo que voluntario, producto del terror. El cuerpo de Laura no se resistió, estaba vacío, igual que una cáscara, ausente, como si fuera un autómata que se hubiera quedado sin baterías. No intentó defenderse, no usó los brazos para protegerse en la caída, simplemente cayó como un árbol que recibe un último hachazo, como un peso muerto. Una de las argollas de la cortina de baño saltó por los aires, no pudo sujetar el peso de la mujer al caer, como tampoco las cervicales pudieron resistir el impacto contra el bidet.





¡Paula, soy mamá!
¡Paula!, soy mamá, tienes que atravesar el espejo. Cariño, entra en el espejo, debes hacerlo. Deprisa, ya viene.
¡Mamá, mamá, estoy aquí mamá, ayúdame!



La voz de su madre se dejó oír por encima del crujir de la piedra. La niña se había acurrucado en una esquina de la habitación, junto a la cama con dosel, intentando protegerse de los pedazos que seguían cayendo del techo. Primero pensó que era su imaginación, que oía solo lo que deseaba oír, la segunda vez estuvo segura, era la voz de mamá, la había encontrado venía a rescatarla, por fin lo había entendido, por fin había encontrado la manera de venir a buscarla, estaba salvada. Lloraba y reía a la vez.

Tenía que entrar en el espejo, mamá se lo había dicho, pero cómo. Se levantó tambaleándose como si estuviera en la cubierta de un barco en medio de una marejada, todo se movía, sería fácil caer. Se agarró con fuerza a uno de los varales del dosel. Ya lo tenía, probó a soltarse, con cuidado se puso a gatas y avanzó esperando tener suerte de que ningún cascote le cayera encima. Le dolían las rodillas y las palmas de las manos, se le hincaban trozos de escombro

.
Paula, mi vida, corre, date prisa, no hay tiempo. ¡Corre!



Estaba a un par de metros de la peinadora. Apoyándose en el sillón que había volcado con el tambaleo, se alzó, tomó una piedra del suelo. Reunió todas las fuerzas que pudo y la lanzó con rabia contra el espejo. Fue como lanzarla dentro de un pozo lleno de barro, no se rompió, no saltaron pedazos. El espejo se lo tragó, se oyó un chapoteo grave y viscoso, no pasó nada más. La superficie seguía siendo la de un espejo como cualquier otro.




Los dedos del doctor volaban, tecleaba como un poseso. Aquello, era un desastre, un verdadero desastre, no salía de su asombro, lo comprobaría una vez más . La pantalla volvió a devolver los temidos resultados, no cabía duda, el anfitrión había muerto. Golpeo con el puño lleno de rabia.

Todo su trabajo, todos los ensayos, todas las comprobaciones, se habían ido al traste, tendrían que empezar desde el principio, volver a buscar un anfitrión compatible, y eso era más fácil de decir que de hacer, además cuánto tiempo le quedaba de vida a ese maldito saco de pellejos, que seguía respirando entre ronquidos y gorjeos, como un desagüe que no tragara bien.

Volvió la mirada hacia la camilla. Allí estaba el cuerpo de aquel monstruo, sintió un deseo irrefrenable de tirar de los cables, de acabar con él de una vez por todas, sería sencillo. Tecleó el comando, que empezó a parpadear en la pantalla, esperando confirmación. “Are you sure?”



Pulsó la tecla Esc en el teclado. No podía hacerlo, no podía renunciar a sus sueños, no mientras quedase una oportunidad, por pequeña que fuera. Era un yonki, la ciencia era su droga y Set su único camello, no podía destruirlo. Empujó la montura de las gafas recolocándoselas sobre su nariz chata y sudada con el dedo corazón, comenzó a teclear de nuevo en la consola, tenía que preparar la reentrada, Set debía volver de nuevo a su cuerpo.






Laura, no sabía que su corazón había dejado de latir. Sólo era pensamiento puro y si seguía existiendo era porque estaba en ese limbo intermedio que Set había construido para albergarla tanto a ella como a la de Paula. La única diferencia es que ahora ya no tendría donde volver, su cuerpo ya no la podría sustentar. Pero consciente o no de aquello, ella estaba luchando por su hija, ella era lo que la había hecho posible. Había cruzado ese espejo para venir a buscarla y no se rendiría, bajo ninguna forma de existencia. Paula tenía que salir de allí, tendría que volver a cruzar. Era la única forma de salvarla, de que paula volviera a su cuerpo, de que Paula fuera otra vez Paula.

No quedaba tiempo, su energía se agotaba. Aquel peso, aquella masa azul se había rearmado, no podría contenerla mucho más. Había ascendido, luchado contra el azul como una centella blanca, había llegado de nuevo hasta aquel portal, hasta aquel espejo y ahora iba a sacar a su hija de allí.

El Azul se condensaba se hacía más y más pesado más y más frío. Se condensaba en una especie de lava gélida que las atraparía para siempre como insectos en resina . Paula tenía que atravesarlo tenía que hacer el camino inverso y lo tenía que hacer ya, antes de que el azul se cuajara o lo haría nunca.


Cruza, cariño, cruza. Corre, date prisa. Ven con mamá, no tengas miedo. Estoy justo aquí.

.






El cuerpo del viejo tembló sobre la camilla, su respiración se hizo más rápida y más débil al tiempo. Sus pulsaciones se había disparado por encima de las 120, la actividad cerebral había aumentado un 80%, los indicadores estaban en valores peligrosos, el consumo de energía era bestial; más de la mitad de las baterías habían muerto. Era una lucha titánica. Set, mejor dicho el cuerpo de Set no resistiría mucho ese nivel de exigencia, podría sufrir un paro cardíaco en cualquier momento. Estaba poniendo el peligro todo el proyecto, se había convertido en una lucha personal, que ya no tenía ningún sentido, no había anfitrión, no había cuerpo, debía de abandonar. Aquello sólo era un gasto del todo innecesario y un riesgo demasiado alto. De alguna manera cuanta más energía demandaba Set, más energía recibía también la mujer, sólo que ella usaba algún tipo de catalizador que la hacía más eficiente, más potente. Aquella escalada sólo les llevaría a la autodestrucción. Había que dejar de emitir



La mujer estaba luchado por su hija, ese era el catalizador, ese era el ingrediente que la hacía tan poderosa. El proyecto Set se basaba en el terror, en el uso de los miedos de la mente humana para poder anularla y poder manipularla. Set era un maestro en ello. Pero había otros conceptos tan poderosos como el miedo en la psique. Laura, aquella mujer poseía unas cualidades innatas similares a las del viejo, por eso había sido buscada y encontrada, no entraba en los cálculos que de forma espontánea hubiera descubierto cómo manipularlos. Laura había aprendido a usar un concepto poderoso, muy poderoso, el amor de una madre.



Estaba empapado en sudor, Orgaz temblaba, tendría que asumir la responsabilidad de traelo de vuelta, era su deber como hombre de ciencia, estaba atrapado entre dos fuegos. Arriesgar todo el trabajo de su vida o arriesgarse a la ira de Set. Aquellos minutos de duda podrían ser vitales. Cerró los ojos y apretó con toda la fuerza que fue capaz los dientes, notó como se deshacía un trozo de una muela cariada, la boca se le llenó de una especie de tierra con sabor a sangre podrida. Pulsó la tecla intro, El ordenador central había recibido la orden, la reentrada había comenzado. En ese mismo instante, la musculatura lisa de su vejiga decidió dilatarse y la orina manó libre. El doctor sintió la humedad cálida derramándose por sus piernas, un segundo después esa humedad se enfrió, haciéndolo tiritar. Gimoteaba, era el perro maltratado que olía la llegada del amo, lo sentía, el amo estaba de vuelta.






Ese espejo daba miedo, no es que el espejo lo diera propiamente, sino la idea de que tenía que meterse en él. Mamá se lo había vuelto a pedir, tenía que ser valiente.

Acercó el dedo con cuidado como si temiera quemarse. Era difícil hacerlo, el suelo seguía temblando y guardaba el equilibrio a duras penas. Sólo quería posar la yema, pero se tambaleó por una de las sacudidas, no pudo controlar bien las distancias y terminó metiendo la mano entera, que atravesó el espejo sin dificultad. Efectivamente fue como meterla en un charco de lodo, pero muy al contrario de lo que pensó no estaba caliente, sino helado, tan frío que dejó de sentirla. La sacó inmediatamente, no estaba mojada, sin embargo la sentía húmeda y fría



Un nuevo crujido, que no era de piedra la sacó de sus pensamientos. Alguien estaba intentando entrar en la alcoba. El cerrojo se descorrió. Fue el impulso que necesitaba, seguro que el espantapájaros había mandado alguien a buscarla, la llevarían a otro lugar y ya no podría escapar de allí jamás. No lo pensó más se aupó a la peinadora de un brinco y se zambulló en el espejo.



Azul, frío, azul…. azul, mucho frío. Miedo


Paula, Paula. Mi niña, mi niña, soy mamá
¿Mamá?, ¿dónde estás?, no puedo verte
Cariño estoy aquí, despierta, despierta.



En el azul infinito un punto de luz blanca brillaba, como un sol distante. Esa luz era agradable, mandaba sus rayos blancos de luz y calor que atravesaban el azul gélido y cada vez más denso. Aquella luz era mamá.


¿Mamá, eres tú?
Sí cariño, soy yo. Ahora mi niña tienes que despertar, no queda tiempo
Mamá yo quiero ir contigo, tengo miedo y mucho frío .



La intensidad de la luz menguaba, el sol blanco llegaba a su ocaso, su energía se estaba agotando como una vela que se ha quedado sin cera.


Paula, te quiero más que a nada en el mundo, siempre te querré, recuérdalo siempre. ¡DESPIERTA!








Salió de la bañera y recogió el cuerpo de Laura, parecía una muñeca a escala de su mujer, sus ojos estaban vidriosos, sin vida. Empezó a acariciarle el pelo rubio y mojado que se le había pegado al cráneo. La metió en la bañera con toda la delicadeza que fue capaz, como si por alguna extraña asociación de ideas, pensara que allí estaría mejor, que le iba a devolver una dignidad que no tenía allí, tirada y desnuda, como un juguete roto en medio del baño.



¡Dios mío qué había hecho!, ¡qué había hecho!. Había matado a su mujer, pero no, aquella cosa no era su mujer, solo era su cuerpo, no pudo evitarlo, había sido un accidente, qué iba hacer y su hija, dónde estaba su hija. Era una trampa y había vuelto a caer, todo por su culpa ,todo había pasado por su culpa, había matado a su mujer y ¿su niña, dónde estaba su niña?.



El baño empezó a dar vueltas, el arriba y el abajo se confundían, qué era lo real, estaba despierto o solo era otro sueño. Vueltas y más vueltas. Su mente no pudo soportarlo más. Todo se desenfocó, una velo negro muerte le envolvió. Cayó al suelo como un fardo.






La luz roja parpadea en el tablero. Era un testigo que registraba cualquier cambio en el encefalograma del paciente de la habitación 325. La enfermera de guardia, llamó al doctor, la actividad cerebral de la niña había recuperado valores de conciencia, Paula había salido del coma.



En medio de un bosquecillo de abetos y cedros, en los sótanos de una residencia llamada El Buen Pastor el cuerpo de un viejo decrépito y cruel también abría los ojos, unos ojos azules, profundamente azules..






3ª PARTE



Los ojos volvieron a enfocar su imagen reflejada en el espejo empotrado en la pared del baño, los recuerdos se le hincaban como escirlas de sal sobre heridas recientes. No podía hacer otra cosa que permanecer quieto, viéndose, mirándose, preguntándose si en realidad aquella imagen era de verdad su reflejo. Una nueva regurgitación de ácido le ascendió desde el estómago. Se dobló y volvió a escupir al lavabo. Habían pasado tantas cosas desde que entró en aquella maldita gasolinera.

Era un cobarde, lo mejor sería pegarse un tiro con la escopeta, que esperaba en la parte trasera del todoterreno, aparcado a pocos metros del portal de su casa. Bajaría, se sentaría en el coche, podría música y se fumaría un cigarrillo y luego apoyaría los dos cañones debajo de la barbilla y pun!, todo acabaría; rápido e indoloro. La idea le pareció razonable, muy razonable, la mejor idea del mundo, como si en vez de haber decidido quitarse la vida, hubiera resuelto tomar otro café. ¿Café?, la imagen de la taza de loza blanca con aquel personaje de dibujos animados estampada, se volvió a colar en su mente. Esa era la taza de Paula. Paula, Paula, le susurró varias veces a su imagen reflejada en el espejo.. No, no podía hacerlo, no debía, aún no.

























Epílogo



La enfermera entró en la habitación. La niña hacía poco que había despertado del coma, estaba muy cansada, confusa, su cerebro aún no estaba muy seguro de que lo hubiera hecho, ni siquiera de donde estaba.


Hola Paula, nos alegramos mucho de que estés mejor. Tranquila, ahora tienes que descansar. ssssh. duerme, no hay prisa.



Paula volvió a cerrar los ojos, estaba agotada, sólo abrirlos le había parecido casi imposible, como si sus párpados pesaran igual que montañas. Pensó en mamá.



En algún lugar de su cerebro, la imagen de la enfermera se procesó. Ella había visto a aquella mujer antes, esos ojos oscuros cargados de máscara negra, esa melena cana, casi plateada. Sí la había visto antes, no recordaba bien donde, pero sí su nombre, era raro, no lo había oído nunca antes, por eso se le quedó grabado, estaba segura, aquella mujer se llamaba Livia.






FIN 
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