Era una mañana soleada del mes de
mayo, de ésas de las que al sol hace calor y a la sombra frío, típicas de la
primavera madrileña. El paseo de carruajes del parque del Buen Retiro estaba
rebosante de gente. La feria del libro nada más había hecho abrir sus puertas.
Los visitantes ya recorren ávidos los puestos en busca de los últimos títulos
de sus autores favoritos, pero sobretodo la recorren con ganas de verlos, de
pedirles que estamparan su firma, que les dedicasen un ejemplar, para tener un
trozo de ellos, un recuerdo de esa especie de magos, que son los escritores y
escritoras, de esas personas, que les hacían reír y llorar, amar y odiar,
viajar o soñar, usando tan sólo unas pocas hojas de papel y su imaginación,
existían, que eran de carne y hueso. Un ejemplar firmado era algo más que un
libro, era una fe de vida. Yo era uno de ellos.
Había leído todo lo que ella
había publicado, que no era poco. Aún recordaba cuando su primera novela cayó
en mis manos, allá por el 2003. Era una novelita de tapas blandas y edición
barata, ésas que se reeditan con vistas al verano, estaba en la estantería de
unos grandes almacenes, junto con otras de la misma editorial. Estaba en un
expositor de cartón de color chillón y bajo el reclamo de “imprescindibles del
verano.”.Hubiera pasado por delante de ese expositor sin fijarme en él
siquiera, pero aquel librito de color morado y título en grandes letras rojas,
llamó mi atención. “Vampiro”, una simple palabra. Las letras simulaban unos
arañazos en la cubierta, como recién hechos y aún sanguinolentos. No puede sino
sonreír, era la portada más cutre que había visto. Pero cutre o no, había
cumplido su misión y no pude evitar la tentación, lo tomé para ojearlo. Debajo
del título y en pequeñas letras doradas estaba el nombre de la autora, Laura
Sastre. Lo giré, leí la sinopsis esperando encontrar una truculenta historia de
vampiros y amor adolescente, de ésas que estaban tan de moda por aquellos años.
Eran unas pocas palabras, nunca las olvidaré.
“Alejandro, sé que estás ahí
fuera, escondido, oculto al resto del mundo. Comprendo tu dolor y tu soledad.
No es fácil ser un vampiro”.
Casi se me cayó el libro de las
manos, sentí una especie de desvanecimiento. Me dirigí a la caja y pagué
los 10€ que costaba aquella novela y empecé a leerla inmediatamente. Choqué con
varios transeúntes mientras andaba leyendo, absorto en aquellas páginas, y
también lo hice con una farola y casi fui atropellado dos veces, pero no podía
dejar de leer. Las 275 páginas no me duraron más que unas pocas horas Sí, era
una típica historia de amor imposible entre un vampiro y una humana, no demasiado
original, pero lo que me hizo no poder dejar de leer, era su forma de describir
el dolor y la soledad de aquella criatura atormentada. Vi mi dolor, leí mi
soledad en aquellas letras..
Desde aquel día, he leído con
ansia todo lo que salía de su pluma, he navegado por internet recabando toda la
información que me ha sido posible e incluso he intentado conocerla en persona,
pero por unos motivos o por otros nunca tuve éxito. Hoy, por fin lo iba hacer,
se había convertido en una necesidad, en una obsesión. Como ya habrán
adivinado, no sólo me llamo Alejandro, también soy un vampiro.
Las casetas blancas están
dispuestas a ambos márgenes del paseo, en dos filas paralelas enfrentadas, hay
muchas. Consulto la hora en el reloj de pulsera, son las once y cuarto de la
mañana, el sol está alto noto su quemazón en la cara y en las manos a pesar de
la protección solar, me escuece, pero es soportable. Las gafas oscuras y las
lentillas hacen mejor su trabajo. Voy restando mentalmente las casetas que me
quedan, es la 220. Está en la hilera de la derecha, 150, 148, 146. Oigo las
conversaciones de los asistentes y de los expositores, la mayoría son cacareos
huecos de contenido, poco más que frases hechas y recurrentes, me levantan
dolor de cabeza; también huelo sus perfumes, los aftershave y la halitosis de
los fumadores, es como caminar por un vertedero sembrado de flores. Tengo sed.
El corazón me martillea en el pecho con fuerza, 130, 128. Intento no parecer
nervioso, las manos me sudan, me las meto en los bolsillos de la cazadora, y
bajo la cadencia de mis pasos, soy como un enamorado que no quiere llegar
demasiado pronto a su primera cita. 90, 88. No deben de separarme de ella más
de 500 metros. El número de visitantes baja a medida que me alejo de la
entrada, la mayoría se queda en los primeros stands, a mí sólo me interesa el
220. Los expositores me miran desde sus puestos de chapa, me sonríen, quieren
que me acerque, están frescos, ilusionados con la oportunidad que les da la
feria, quieren darse a conocer, promocionarse, vender, para algunos es la
primera vez, ya veremos si siguen igual de sonrientes dentro de una semana.
20, 18 ya he localizado la caseta 220, aspiro aire con fuerza, intento
percibirla antes de verla.
Huelo dos perfumes de mujer, uno
es Chanel Nº5, pesado y empalagoso para esta hora de la mañana; el otro
no lo conozco, es dulzón, huele a frutas demasiado maduras, también hay y una
fragancia masculina, maderas y canela, agradable. Debajo de ellos hay otro
olor, más sutil, fresco, a piel limpia, recién lavada y aún con trazas del
aroma de jabón de Marsella. Desde aquí no puedo asegurarlo pero tiene que ser
el de ella.
Dejo el centro del paseo por
donde camino y me escoro un poco a la izquierda, para tener mejor ángulo de
visión. Allí está, no está sola, hay un par de personas visitando el stand, y
un hombre su lado, debe ser alguien de la editorial, ella sólo estará unas
pocas horas.
Ya la había visto antes en fotos,
pero ninguna le hace justicia. Sus 45 años son la envidia de muchas chicas de
35. Su cara es un óvalo perfecto, de tez blanca, casi lechosa, enmarcado por
una melena negra azabache, recogida en una especie de moño que ha sujetado con
un lápiz. La nariz es pequeña ligeramente respingona, que le hace parecer más
joven. Su boca no es ni grande ni pequeña, con unos labios rosados que no
necesitan ningún carmín que los realce, con dientes iguales que perlas,
pequeños y regulares. Pero sobre todos sus rasgos es la mirada la que te
cautiva, con un poder casi hipnótico, inteligente, con unos ojos profundamente
azules y unas pestañas que son azotes de seda, te someten con cada parpadeo.
No soy consciente, pero llevo dos
minutos plantado en medio del paseo de carruajes, embelesado, mirando la caseta
220, mirándola a ella.
Tengo que acercarme, aprovecho
que está ocupada con esas personas, parecen muy interesadas, también son fans
de Laura, no sólo curiosean, así no seré su único punto de atención. Es
estúpido, pero creo que de esta forma tendré ventaja, más tiempo para saber qué
voy a decir, practicar mi frase, para no dudar cuando salga a escena. Soy
doctor en hematología, a menudo doy conferencias, estoy acostumbrado a hablar
en público, sin embargo irónicamente temo tartamudear.
“Buenos días Laura, encantado de
conocerla, soy su mayor fan”
“Hola, me llamo Alejandro, como
el vampiro de sus novelas, encantado de conocerla”
“Soy Alejandro. Buenos días,
además soy vampiro, igual que el protagonista de sus novelas”
¿Quién da más?, El catálogo de
estupideces que me bulle en la cabeza es antológico. El caso es que ya no hay
remedio.
- Buenos días, ¿en qué le puedo
ayudar?
Era el compañero de stand de
Laura. Un hombre que ya había pasado del lustro, calvo y con unas gafas
lectoras rojas, de ésas que se llevan alrededor del cuello en dos mitades y que
cuando se van a colocar sobre la nariz, se arman mediante un imán.
- Buenos días. Quería comprar un
ejemplar y que me lo dedicase la autora
- Por supuesto, si quiere se lo
voy cobrando mientras ella termina.
- Claro, claro
Ya la tenía, de hecho ya la había
leído. Venir a la feria sólo es una excusa para conocerla personalmente.
Sus novelas seguían siendo
fundamentalmente historias de amor entre vampiros y humanos. Llenas de clichés,
de lo que se suponían que eran los vampiros, y que se alejaban bastante de la
realidad, pero lo realmente increíble de aquella mujer era como dominaba la
psique vampírica, como la entiende y como la describe. Había llegado a pensar
que ella también era una vampira y que sólo escribía esas tonterías de los
crucifijos y del ajo como una cortina de humo. Pero no, ella no podía ser
vampiro, ya me había fijado en las fotos y ahora lo vuelvo a hacer, no cabía
ninguna duda, Laura Sastre tiene colmillos.
- Laura, perdona - le interrumpió
el compañero- tienes aquí a otro lector, que también quiere le dediques la
novela.
La aclaración era del todo
innecesaria, pues las dos señoras con las que charlaba cuando llegué se iban, y
ya se había percatado de que tenía más trabajo.
- Hola, por supuesto, será un
placer. -Dijo y tomó el libro que le tendía su compañero- ¿Cuál es su nombre,
caballero?
Está a escaso metro y medio,
preciosa, apuntándome con esos zafiros que tiene por ojos, sinceramente no he
oído la pregunta, sólo la he visto mover los labios, contesto automáticamente -
Alejandro- siento calor. Una especie de sofoco que me sube desde el pecho por
el cuello, los maxilares están recibiendo un aporte extra de sangre, siento la
tensión en la mejillas no puedo volver a abrir la boca o verá mis colmillos, que
han salido de sus cavidades en el paladar como si fueran las uñas de un gato,
es como una erección que también siento, pero más poderosa, más primitiva y más
difícil de resistir. El páncreas está segregando adrenalina, mi cuerpo
reacciona, se está preparando, todo él se tensa. Hasta mis oídos no sólo
llega el sonido de su voz, también oigo el latido de su corazón. Percibo como
la sangre asciende desde él por sus arterias carótidas. Las pupilas se me han
dilatado. Entra más luz en ellas, tamizada primero por el cristal oscuro de mis
gafas y después filtrada por las lentillas, de cualquier forma no es suficiente
protección, me arden. Unas irresistibles ganas de abalanzarme sobre ella me
asaltan. Temo perder el control, es un instinto básico y juvenil, algo
completamente olvidado, superado, impropio en alguien de mi edad y experiencia.
Tengo que alejarme. La bestia que soy, el animal que se oculta en mi interior
está pujando por salir, no sé si seré capaz de dominarlo mucho más. Aprieto las
mandíbulas, noto como mis propios colmillos se me clavan, pruebo mi sangre.
- Muy bien, pues aquí tiene,
Alejandro.
Me mira de forma extraña y
curiosa, nota algo.
- Gracias.
Es lo único me atrevo a decir, es
poco más que un gruñido incomprensible entre dientes. Recojo el ejemplar firmado,
agacho la cabeza y me alejo de la caseta 220 lo más rápido que puedo.
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