El cigarrillo humeaba colgando de sus labios, no recordaba haberlo
encendido pero estaba allí. Una perla de
sudor resbaló desde una ceja y
acertó a colarse en un ojo. Estaba cargada de sal y le escoció. Ya no corría, su forma física no le permitió hacerlo más que unos cientos de metros, eso y su tobillo que le había vuelto a morder. De cualquier manera estaba sudando y fumando otra vez.
Cuando fue consciente de ello arrojó el cigarrillo y
lo aplastó sobre las agujas de pino luego escupió intentando librarse del regusto a humo y de limones podridos que aún tenía en la boca. Según sus cálculos, no debía de estar lejos
de la casa pero aquel laberinto de troncos no quería darle ninguna pista y continuó lo que había comenzado como un inocente paseo nocturno.
Su mente se había convertido en
una olla a presión malsana donde se
entremezclaban pensamientos y recuerdos cocinándole una sopa
terrorífica que se veía obligado una y
otra vez a tragar. La sombra de dolor hacia ya rato que revoloteaba sobre él como un buitre buscando carroña. Intentó ignoradla pero no era posible zafarse de ella, había llegado para quedarse. Su primer picotazo le pilló desprevenido, fue como una descarga eléctrica que le cegó, sólo pudo ver una mancha de color azul, helada y dolorosa. La segunda
andanada se superpuso sobre la primera amplificándola. La maldita
cabeza le iba a explotar. Apretó los dientes hasta
rechinarlos, dio un paso, tenía que llegar a la
casa, la esperanza de analgésicos sólo sería un acicate más. No había otro sitio a donde ir.
El avance era dolorosamente lento. La jaqueca se había convertido en una horca de piedra que llevaba cargada sobre su nuca y que
amenazada con aplastarle a cada paso. Tomaba aire por la boca con leves
inspiraciones y lo expulsaba por la nariz después con pánico de que cualquier gesto provocara una oleada extra de dolor.
Caminaba bajo las bóvedas verdinegras
de aquel templo de columnas de madera, cual penitente que soporta un castigo
para expiar sus pecados, cuando por entre la maraña de agujas de coníferas y ramas retorcidas apareció la luna. La
densidad de arboles empezaba a menguar y eso sólo podía significar que la carretera estaba próxima. Carlos apretó el paso inconscientemente, había vencido al
bosque. En la sien derecha sintió un calambrazo que
correteó hasta algún punto de detrás de sus ojos. Recordándole que tenía nuevos enemigos que poco o nada tenían que ver con
esos arbolitos. Así y todo no bajó la cadencia de sus zancadas. Casi había llegado, estaba
cerca, muy cerca.
Justo después de abandonar el
bosque cruzó la carretera, tan
desierta como la recordaba y allí, al fondo de la
pista de tierra la pudo divisar. La casa seguía estando en el
mismo sitio; con su verja/bozal y sus ojos/ventana, de uno de ellos salía luz. Le estaba haciendo un guiño travieso, como
si se burlara de él, gritándole, “corre, ven ven, no
sabes lo qué te has perdido”. El pensamiento reverberó por todo su
cerebro. El dolor de cabeza se hizo tan insoportable que le dobló por la mitad hasta que terminó hincando las
rodillas en el suelo sujetándose el cráneo con las dos manos, sentía como las
meninges le vibraran, algo viscoso y cálido le brotó de la nariz. El polvo gris del suelo se tiñó con los círculos negros de su sangre.
Haciendo un esfuerzo titánico se volvió a levantar, la presión que le estrujaba
el cerebro había bajado un ápice la intensidad, lo justo para poder hacerlo. Alzó el antebrazo y se lo restregó por la cara limpiándose la sangre que había dejado de manar
tan repentinamente como comenzó. Ya no le cabía ninguna duda, había algo en aquella
casa, algo peligroso, tenía que sacar a su
familia de allí a toda costa. Él no estaba equivocado, él tenía ese “algo” que podía notarlo y él era el único que podía protegerla de
eso. Este nuevo razonamiento fue como una patada en la faz. Su familia todavía estaba dentro y algo malo iba a pasar o ¿habría pasado ya? No lucharía más contra el dolor, simplemente lo asumiría. Echó a correr pero sólo consiguió andar rápido. Era menos
que nada, la casa estaba tan cerca, no podía cejar, no se lo
podían permitir.
Continuara...
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