domingo, 29 de octubre de 2017

RIADA #3







Llovía, otra vez llovía. Los goterones del tamaño de huevos de codorniz caían como obuses sobre cualquier cosa que no estuviera a cubierto. Las cañerías saturadas de la ciudad, la intentaban escupir por las alcantarillas, borboteando agonizantes. Eran las bocas de un condenado al que torturan derramándole litros y litros de agua en un martirio que se deleita viendo como se ahogaba.

Los truenos martillean las nubes exprimiéndolas, los relámpagos son los dedos azules señalan los objetivos. Uno de ellos es el instituto anatómico forense.


El sonido de un disparo en el sótano de un edificio vacío como ese, en mitad de una noche, hubiera alertado al par de guardas de seguridad, que además de los policías lo custodiaban, pero quedó amortiguado por uno de aquellos truenos que estaban resquebrajando el cielo.

Pepín siguió inmóvil durante un par de minutos después del beso de la chica resucitada, como si se hubiera transformado en una estatua de sal y se resguardarse de la tormenta. Aunque la verdadera tormenta se desarrollaba en su interior y el brillo azulado de los relámpagos sólo se dejará ver por las ventanas en las que se habían convertido sus ojos.

Ya no temblaba está rígido, con el rostro inmutable. Pasado ese tiempo se agacha y toma en brazos el que ahora definitivamente sí es el cadáver de una chica, y con la delicadeza de un padre, que lleva a la cama a su hija dormida, la vuelve a introducir en la cámara frigorífica. La coloca decúbito supino cubriéndola con la sábana blanca, como debería haber estado, como están los cadáveres dentro de una cámara de una morgue.

Sale de la sala y se dirige hacia el hall de entrada con paso calmo, paseando sin aparente urgencia. Pasa por encima del que fue su compañero. Está tirado en el suelo, es una suerte de espantapájaros al que en vez de ponerle de un saco o una calabaza por cabeza, le ha colocado una sandía pocha, que al derrumbarse se ha rajado dejando salir una pulpa roja, maloliente y líquida.


Utiliza las escaleras para subir a la primera planta. Las botas de suela de goma chirrían sobre el piso pulido de mármol blanco, veteado de aguas negras.
Las escaleras desembocan en un distribuidor amplio, de donde nacen cuatro pasillos y dos escaleras laterales, que permiten el acceso a las plantas superiores de las alas del edificio. Frente a él se abre el hall de entrada, donde está el arco de seguridad y los dos vigilantes. Uno, el más joven, está de pie, mirando su teléfono móvil, con una sonrisa boba. El segundo, mayor, completamente fuera de forma, está arrellanado en una silla junto al arco de seguridad mirando las musarañas, debe de estar al borde de la jubilación, después de una vida de guardias nocturnas eternas y soporíferas. No advierten la llegada del agente hasta que está a menos de 50 metros. El joven se mete el móvil en un bolsillo y chista al mayor, que sale de esa especie de inopia, para indicarle que tenían visita.

El policía desenfunda y descerraja dos disparos al vigilante que está de pie. Los dos impactan en el pecho, de donde le brotan dos claveles rojos. Al otro no le da tiempo a reaccionar y otro disparo le alcanza en medio del rostro convirtiéndolo en una máscara grotesca de carne, pelos y sangre.

Se acerca a la mesa sin mirar siquiera a los cuerpos de los hombres que acaba de asesinar, levanta el teléfono y marca un número.

No lejos de allí suena un teléfono móvil. Una mano de hombre acepta la llamada deslizando el dedo por la pantalla, no contesta, solo escucha. La comunicación dura unos pocos segundos. La ventanilla tintada de un coche de alta gama y fabricación alemana se abre, por la rendija que deja, sale el teléfono receptor para precipitarse al asfalto encharcado de lluvia. La ventanilla vuelve a cerrarse, acto seguido el coche se pone en marcha.

La pistola de Pepín vuelve a funcionar, vacía el resto del cargador sobre los equipos informáticos que controlan las cámaras de vigilancia.

Luego selecciona el canal en el Walkietalkie para contactar con la comisaría. Pide ayuda, refuerzos. En su voz hay urgencia, casi desesperanza, pero no da detalles, es escueto, corta la comunicación y apaga el dispositivo. A los pocos segundos tres coches patrulla encienden las sirenas y vuelan hacia el instituto.

El mercedes negro se detiene en la misma puerta del anatómico forense. La puerta del copiloto se abre y de él baja un hombre, lleva un traje del mismo color del coche, es delgado, alto, lo que le hace parecerlo más, del rostro le sale una nariz grande y ganchuda, que recuerda al pico de una rapaz, sobre las que lleva apoyadas unas gafas de sol negras a pesar de estar bien entrada la madrugada. Está diluviando y la lluvia lo cala prácticamente nada más bajar. Su rostro no transmite ninguna sensación. Del interior del coche saca un paraguas grande de caballero, pero no lo abre, solo espera.


Una de las puertas del instituto se abre y por ella sale el policía, inmediatamente cara de pájaro sale a protegerlo con el paraguas. El agente rechaza la protección, haciendo un ademán de desprecio con la mano y se dirige al coche con determinación. El hombre del paraguas corre servil a abrirle la puerta trasera de la berlina y luego la cierra con suavidad antes de montar de nuevo por la puerta del copiloto. El coche abandona el lugar sin prisas, casi pavoneándose, casi como si le dijera a cualquiera que lo pudiera ver: “podría correr, correr muy rápido, pero no tengo necesidad y además no quiero hacerlo” y se pierde lentamente en la noche lluviosa.

Unos minutos después tres coches de la Policía Nacional llegaron centelleando en azul, un azul parecido al de los rayos que seguían iluminando la noche, en un azul casi idéntico al que se podía ver en los ojos de ese policía que todos conocían como Pepín.
Continuará...

martes, 24 de octubre de 2017

RIADA #2













Fresas con nata, un enorme bol metálico a medio comer, con pedazos de fruta chorreante de jugo impregnando la crema blanca, mezclándose, dando matices rosados aquí a allá, A eso se parecería la sala de autopsias, si no fuera porque los pedazos de fruta no eran tales, sino cadáveres y si no fuera porque el zumo que las teñía no fuera su propia sangre.

El cuerpo del doctor y de su ayudante estaba desparramados por el suelo, ambos con heridas recientes en el cuello como si le hubieran abierto nuevas bocas. La del ayudante una grotesca de labios encogidos, pintados con un carmín seco, insinuantes, esperando a ser besados La del doctor dos tiras de hígado apretadas que intentaran retener la saliva roja que resbalaba por ellos.


El cuerpo de la chica yacía de nuevo en la mesa de operaciones, desnudo, inerte, sin rastro de salpicaduras de sangre, recién lavado. Los restos de humedad sobre su piel blanca le daban un aspecto de muñeca de cera.

Pasaron tres horas, hasta que la carnicería fue descubierta.

El instituto anatómico forense se llenó de policías. Se registró de arriba abajo, se revisaron las cámaras de seguridad, los controles de acceso ¿Quién, había podido hacer aquello? ¿Por qué? Nadie se atrevía a concluir nada, no antes de recabar todas las pruebas posibles, pero que no se hicieran en voz alta no quería decir que debajo de ese silencio prudente se oyera un run run, una especie de murmullo que señalaba hacia la chica ahogada. Ella era la clave de aquella matanza. La chica no se ahogó por accidente, alguien la ahogó, casi con toda seguridad. El autor de la nota que se le encontró en el bolsillo, ese demente había matado al forense y a su ayudante, y temiendo que descubrieran algo, los eliminó, no cabía otra explicación. Pero ese mismo run run era rebatido al poco, por otro más calmo, más analítico, más cabal. ¿Qué sentido tendría matar a unos forenses y no llevarse el cuerpo? Vendrían otros, a menos, que hubiera borrado las pruebas y por eso el cuerpo había sido “lavado”

Las hipótesis, las ideas, los razonamientos, incluso los murmullos quedaron sepultados bajo una losa de piedra de dura y contundente realidad. Ni una huella, ni un cabello nada que no perteneciese a alguno de los dos cadáveres. Qué ocurrió entonces? Un arrebato de locura asesina de alguno de aquellos dos hombres? Aquella nueva hipótesis era tan peregrina como increíble. Las heridas no podían haber sido autoinflingidas, como más tarde determinó la policía científica. El callejón sin salida se estrechaba.


La autopsia se pospuso, y el cadáver de la chica aguardaría almacenado en las cámaras frigoríficas. Un par de agentes custodiarán la sala hasta entonces.

Las fuerzas de orden público están entrenadas para vigilar y proteger personas, edificios, lugares de especial sensibilidad pero custodiar una morgue, a un cadáver era una misión que no era el sueño de ningún policía. Les tocó a los agentes Camacho y Téllez. A uno de ellos no le hizo ninguna gracia especialmente, pero órdenes eran órdenes y sólo serían un par o tres noches, hubiera preferido de cualquier forma el turno de tarde o el mañana.

El agente Camacho, Pepín cómo todo el mundo le conocía en la comisaría, un tiarrón de 190 y 85 kilos de pura fibra no pudo disimular el color ceniciento que adquirió su tez cuando entraron en la morgue. Si aquel lugar le ponía los pelos de punta a plena luz del día, ahora bien entrada la noche, y con la luz verdosa de los fluorescentes rebotando en los azulejos, en las puertas de acero de las neveras, le obligaba a hacer un esfuerzo titánico para no perder la compostura, sobretodo delante de su compañero. El agente Téllez, Paco Téllez un sabiondo que se metió en el cuerpo para tener un sueldo fijo, llevar una pistola y jubilarse pronto.

Al compañero de Pepín no se le escapó aquel detalle y no iba a dejar escapar aquella oportunidad. “Pepín el superpolicía, el defensor del desvalido” y el que se estaba cagando de miedo por pasar una noche en un almacén de fiambres. Sí porque aquel lugar era solo eso, él lo sabía bien, había que temer a los vivos, no a los muertos. Este destino era más como unas vacaciones, muchísimo mejor que estar en controles de drogas, pidiendo la documentación a búlgaros de dos metros con músculos hasta en las pestañas. No tenía madera de héroe y los escasos 1600€ de sueldo tampoco eran una excusa para serlo. Pepín era un soñador, él solo un funcionario.


-Cambia esa cara hombre-
-¿Qué cara?-
Esa que tienes descompuesta. En esas neveras no hay nada, sólo unos muertos. Unos trozos de carne. No hay nada que temer además he traído el rosario de mi abuela. Jajajajaja - Dijo mientras se palmeaba el bolsillo del pantalón haciendo una mueca burlona.
-No el hagas el gracioso Téllez. A mí no me hace ningún chiste. Deberías mostrar mas respeto. Esos “trozos de carne” como tú los llamas son, han sido personas. Personas que no deberían de estar en una cámara frigorífica, que no deberían haber muerto. Mira lo que ha pasado. Algo no cuadra en todo esto.-
-Pepín por Dios! Qué estás insinuando?. Un loco entró y asesinó a esos dos pobres médicos. Eso es lo que debería preocuparte y no los muertos.-


02:30 a.m.

-Pepín, voy a mear.-
-De acuerdo-

El policía salió de la sala de las cámaras frigoríficas, empujando las dos puertas batientes con ojos de pez. Nada más cerrarse detrás de sí gira bruscamente y vuelve a entrar exclamando un ¡Buuu! que hace saltar a su compañero en el sitio, y sin esperar su reacción vuelve a desparecer camino de los lavabos que se encuentran en el fondo del pasillo, unos trescientos metros más adelante. El micrófono de la emisora, que lleva sujeta a la hombrera derecha de su camisa cruje de estática y la voz de Pepín se escucha un instante después. “Eres un gilipollas y lo sabes”. Téllez no contesta sólo se sonríe malévolamente.


Todavía con el corazón en la boca Pepín se acerca una de las sillas del extremo más alejado de la sala y se deja caer en una de ellas. Saca el móvil y consulta el wasap. Como esperaba no hay mensajes nuevos, solo lo hace como una forma de distraerse, para intentar serenarse después de la gracieta de aquel idiota. Desliza el dedo pulgar mirando sin ver la pantalla, los avatares pasan veloces como los rodillos de una tragaperras.

¡Click!

El sonido metálico le hace levantar la mirada del teléfono. Ha sido un sonido seco, como el de un pestillo. Debía ser la puerta, el idiota de Téllez volvía del wc. Las puertas siguen inmóviles.
Paco, deja de hacerte el gracioso. Con una vez ha sido suficiente.

¡Click!

No, el sonido no viene desde la puerta, ahora está seguro, es de mucho más cerca, es de la pared donde están las cámaras. Hay diez, en dos filas, cinco abajo y cinco arriba. Las puertas le recordaban a las de los camiones que reparten congelados, esos mismos camiones que esperaba con tantas ganas cuando era pequeño, cuando veraneaba con sus abuelos en la playa, esos que hacían sonar esa musiquilla tan divertida Ni Noo Niii No Nino.

¡Click!

La palanca que abre la tercera cámara de la fila de arriba, la que hace tres desde donde está él, se está moviendo, como si la quisieran abrir desde dentro, pero esas cámaras no se pueden abrir desde dentro, no tiene sentido que se pueda hacer, porque dentro de esas cámaras nada querría salir, porque dentro de aquellas cámaras lo que hay son muertos.

¡Click!

La palanca de la tercera nevera se ha bajado accionada por una fuerza invisible y la puerta se abre suavemente empujada por una mano dedos delicados, de un blanco mortecino y yemas amoratadas.

El agente Camacho se ha levantado de la silla y se lleva la mano a la pistola que descansa en su funda del muslo derecho. El móvil ha caído al suelo, la pantalla se ha hecho añicos y se empapa con el orín cálido y amarillo que ha empezado a manar por una de las perneras del pantalón del policía.

El cadáver de la chica sale de la cámara de un salto propio de un felino y aterriza en medio de la sala sobre sus cuatro extremidades. La chica muerta se yergue, mira fijamente al agente con unos ojos malvados y azules. Un azul profundo de hielo antiguo, que le hiela el alma. La mano de Pepín tiembla sobre la culata del arma reglamentaria, que continúa en su cartuchera. En la cara de la muerta se dibuja una especie de mueca que podría recordar a una sonrisa, de ella surge un siseo de víbora. Dos pasos y se planta frente al hombretón de 190 que tiembla como un flan, paralizado por el espanto que está contemplando. Una de las manos de la chica le agarra por el cuello, lo atrae hacia sí con violencia, lo besa efusivamente. En ese momento las puertas batientes vuelven a abrir y aparece el agente Téllez. La mano de Pepín ya no tiembla, saca la pistola y de un solo disparo vuela la cabeza a su compañero. El arma aún humeante vuelve a su funda con seguridad. La mano de la muerta afloja la presión y cae al suelo como si fuera una muñeca a la que le hubieran sacado el relleno, como si fuera un títere, al que le han cortado súbitamente los hilos que la conectaban a la cruceta que la manejaba.

Pepín sigue de pié igual que una estatua de dios griego uniformado de policía nacional. Sus ojos almendrados de color topacio siguen muy abiertos, como si fueran a salirse de sus cuencas pero ya no son del color de las botellas de cerveza, ahora son azules, de un azul hielo, de un azul muerte.



Continuará.. 

viernes, 20 de octubre de 2017

RIADA










Ya era la tercera semana de lluvias constantes y seguía cayendo inmisericorde. El río no hacía mucho, una fíbula de lodo marrón ponzoñoso, que se arrastraba sobre un lecho pedregoso entre lindes polvorientas, se había desbordado, anegando las riberas amarillas que lo escoltaban, invadiendo carreteras y convirtiendo las tierras de labor sedientas en auténticos barrizales donde el trigo encharcado agonizaba.



Los ríos en su irremediable discurrir hacia el mar arrastran cosas, troncos de árboles, cualquier cosa los suficientemente incauta para entrometerse en su camino y no respetar su caudal, hasta personas.



El cuerpo llegó flotando, envuelto entre la rabia de la espuma del torrente ocre de aguas iracundas, como un tocón más de los muchos que se vieron durante aquellos días de riadas. Las ramas flexibles y aún jóvenes de un árbol lo sujetaron, igual que las manos de una madre desesperada por salvar a su niño y lo retuvo entre ellas días, entre sus dedos paralizados por la impotencia de haber llegado tarde.



Era el cuerpo de una joven rubia, poco más se pudo decir de ella hasta que la policía la sacó del río. Flotaba boca abajo. Sus vaqueros y la sudadera rosa apenas si dejaban ver nada de su piel blanqueada e hinchada por la muerte y la humedad. El rubio de su pelo enmarañado entre las ramas bajas, había perdido el brillo, que le tenían que dar sus escasos veinte años y más parecía un puñado de musgo español.



La noticia corrió chapoteando veloz por los caminos embarrados. Pronto los vecinos de toda la comarca fueron conocedores del macabro hallazgo, a pesar de los esfuerzos de las autoridades por retirar el cuerpo con la máxima discreción. Lo llevaron, al instituto de medicina legal de la capital, mientras intentaban averiguar si alguna joven había sido echada en falta por las localidades río arriba. Nadie había denunciado ninguna, a excepción de un vecino, al que el río le desbarató el establo donde cobijaba a sus ovejas, ahogándoselas allí mismo, menos a tres que se las robó para dejárselas unos kilómetros más abajo, embarrancadas junto a un bancal de tierra y unos arbustos, en una escena muy parecida a la que contemplaron cuando encontraron el cuerpo de la chica, con el mismo aspecto de animales de peluche, de muñeca perdida de niña gigante.


El cuerpo no presentaba signos de violencia de ningún tipo, sólo algunos arañazos postmortem ocurridos durante su luctuoso crucero fluvial. La causa del fallecimiento, resultaba evidente, ahogamiento No tenía ningún documento que pudiera aclarar su identidad, ni siquiera un teléfono móvil. Así y todo la guardia civil no cejaría en sus esfuerzos por aclarar aquella muerte y la identidad de aquella chica que no reclamaba nadie.


La único que encontraron en sus bolsillos fue una nota de papel casi deshecha por el agua. La tinta de bolígrafo azul con la que se había escrito, se empeñó en aguantar sobre la octavilla de papel blanco, aún se podían leer los trazos de de caligrafía redondilla tan tosca e infantil, que hacía dudar que la chica hubiera sido su autora.



“Estoy en casa”


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La morgue de un instituto anatómico forense, es idéntica a cualquier otra morgue, es un lugar frío, aséptico e impersonal. La diferencia es que allí los cadáveres son estudiados, interpretados, leídos; una biblioteca de libros de carne que comienzan por el final de la historia.



El cuerpo desnudo estaba sobre la mesa de acero con desagüe. El forense y su ayudante estaban sacándole fotos. Junto a la mesa de operaciones había una mesita con todo el instrumental quirúrgico que iban a necesitar para realizar la intervención, pinzas, bisturís, varios tipos de sierras y tenazas, que recordaban macabramente a las que se usan para trinchar asados de pollo.

Las novelas y en gran medida las series de televisión, han rodeado a las autopsias de un halo de atractivo misterio que en realidad no tienen. Es un procedimiento tan rutinario como lo puede ser una operación de apendicitis. Los exámenes postmortem se realizan siempre que la muerte llega de una forma inesperada. La mayoría son un mero trámite legal, pero algunas veces, las necropsias tiene una carga emocional especial, por lo excepcional del caso. El Doctor Alfonso Domínguez no estaba acostumbrado a realizar ese tipo de intervenciones a chicas de 20 años. Trabajaban en una pequeña y tranquila capital de provincia y lo más excepcional con lo que se había enfrentado era algún accidente de caza. Rara vez ocurrían muertes violentas o acaecidas en extrañas circunstancias por aquellos lares, y desde luego ninguna desde que él había llegado para ocupar la plaza de dejó vacante por jubilación el antiguo patólogo. Su ayudante en cambio, llevaba más tiempo y había auxiliado al antiguo titular en algún caso de ajustes de cuentas por drogas, pero él tampoco se había enfrentado nunca al féretro de una mujer tan joven, por lo que la sala estaba sumida un silencio respetuosamente profesional y hasta incómodo. Hoy no comentarían la última jornada de liga mientras trabajaban y mucho menos pondrían la radio.


La sesión fotográfica, había concluido. El doctor se acercó a la grabadora y le dictó los detalles de la intervención, mientras el ayudante se disponía a tomar muestras de posibles restos de debajo de las uñas. El cuerpo había estado flotando en el agua, a pesar de ello no podían dejar pasar por alto cualquier detalle que pudiera alumbrar el porqué aquella muerte tan prematura, quizás el río hubiera olvidado algo debajo de las uñas, algún resto que pudiera indicar que aquello a lo mejor no había sido un accidente.

Tomó la mano de la chica, el rigor mortis había desaparecido y la mano de mostró flexible como si solo estuviera dormida. Recortadas y sin pintar, apenas si sobresalían de las yemas de los dedos, tenían ese característico tono azulado por la falta de oxígeno. Con un instrumento parecido a una cuchara diminuta comenzó a raspar con delicadeza debajo de la uña del dedo pulgar de la mano derecha. Aun protegido por los guantes de nitrilo azul sentía la frialdad de la carne.


Estaba tan absorto en su trabajo, que no fue consciente de cómo el resto de dedos de la chica se movieron lentamente hasta formar una especie de garra, mientras la otra mano se había ido separando sigilosamente hasta llegar a la mesita donde esperaba el instrumental y asió con fuerza un bisturí muscular de veinte centímetros. La garra se cerró súbitamente sobre la mano que sujetaba el pulgar. El auxiliar al notar aquella prisión imposible miró de una forma refleja a la chica que le devolvió la mirada con unos ojos azules y fríos que le traspasaron como chuzos helados. El terror no le dejaba articular palabra, su cerebro no encontraba una explicación a aquello, porque simplemente aquello no podía ser. En ese mismo instante el doctor apagaba la grabadora y la dejaba sobre una mesa blanca ajeno a lo que estaba sucediendo a dos metros escasos de su espalda.


El bisturí voló como un puñal hasta hincarse en el lateral del cuello del auxiliar, seccionándole las venas yugulares interna, externa y dañándole también gravemente la arteria carótida. Antes de desplomarse un geiser de sangre manó de su cuello. Cuando cayó al suelo ya estaba muerto.

El estruendo sobresaltó al forense que se giró para comprobar que estaba ocurriendo. La chica, el cadáver de la chica estaba de pie al lado de la mesa de operaciones y su ayudante tumbado en medio de un charco de sangre. Es lo único que pudo ver antes de que una cuchillada le rajara la garganta de un movimiento veloz, tanto que en un primer momento solo noto un leve cosquilleo, un pequeño escozor parecido a cuando el sol te ha quemado después de un día de playa y el cuello de la camiseta te roza la quemadura. En la siguiente inspiración los pulmones se llenaron de su propia sangre. Se llevó las manos a la garganta como intentando sujetarse a la vida que se le escapa entre espumarajos carmesíes y gorgoteos de desagüe atascado.



Continuará...
RIADA#2

 

sábado, 14 de octubre de 2017











Debajo de un ciclón de sábanas revueltas te espero cada noche.
Detrás de una celda de almohadas.
Dentro de un abismo húmedo de sueños inconclusos.

La luna me mira con su ojo legañoso
velado de catarata maliciosa.
Estrellas sin nombre me sonríen malvadas.
No llegas y la vida se me escapa

No tardes que la oscuridad me rodea
de insomnios huecos,
de pesadillas de felicidad beige
de futuros de realidad plana
de monotonía infinita

Me acuna en un moisés de huesos blanqueados de plata sin bruñir.
Cierro los ojos y te veo
Hablo dormido y te llamo
Y no vienes
Y no estás
Alargo el brazo y te toco
dentro de otra carne y me repele,
vómito sucio de asco propio.
Sudo de dolor
Tiemblo de angustia
y me muerdo de hambre

Al amanecer del día,
cuando sus dedos amarillos y afilados, se clavan en el pensamiento,
el sol burlón me recuerda, que ha empezado otro día del resto de esta perpetua,
de otra jornada en este presidio sin puerta,
en este calabozo sin llave,
en este patíbulo sin horca,
con este verdugo sin tajo,
y de vivir sin despertarme a tu lado.






sábado, 7 de octubre de 2017

Palo Alcuello, un boinómano fuera de su tiempo.

Las redes sociales lo inundan todo, tarde o temprano se sucumbe a ellas, se entra dando un salto al vacío entre ilusionante y temeroso y en la mayoría de casos no hay marcha atrás. Sólo se abandonan por obligación (para evitar un posible peligro de un hacker o un particular que está mal de la cabeza) o por decisión personal (no son pocos los casos de personas que viven en el mundo digital y un buen día se cansan, lo venden todo y se dedican a viajar en una furgoneta de segunda mano con pinturas florales y fotos de Hendrix, Janis, etc)

Un buen día, el que suscribe padeció una conexión neuronal caprichosa y se le ocurrió que sería buena idea crearse un álter-ego, un seudónimo para así poder dar rienda suelta a sus ataques de poeta frustrado amante de la buena lectura.
Pero teniendo en cuenta que el origen rural de este servidor Calavera y que las rimas que amenazan con salir por la boca en el momento menos oportuno y que últimamente (será por la edad) no filtro ni mido las consecuencias (yo creo que estoy madurando) sería positivo y liberador ir soltando lastre en forma de poesía corta y desenfadada, desligada de cualquier tipo de límite, de encorsetamientos sociales.
Esto último va porque no resulta muy correcto en una reunión matutina en el despacho del jefe que al entrar éste y saludara cortésmente con el típico: ''buenos días'' y yo le conteste: ''buenas pollas te comías''.
Que sí, que rima y seguramente lo piensen varios más, pero a nadie se le ocurre decirlo en voz alta. No se debe, no es que no se pueda, pero no es lo más adecuado.

Por otra parte, desde hace unos años es evidente la cantidad de libros que se están editando de autoayuda, superación y motivación. Por miles se pueden contar, pero donde hay tanto hay que ser muy selectivo y cuidadoso a la hora de saber adquirir el libro que nos ''abra la mente'' y nos eleve a otro nivel de conciencia.
Yo antes de eso viajaría para conocer otras cosas, otras formas de entender la vida y quedarnos con lo que nos aporte algo positivo. He viajado y viajaré mientras pueda. He aprendido más fuera de mi entorno que dentro de él.
Cuando hay tanta variedad literaria, no sólo hay verdaderas joyas, también hay mucha basura. Casi cualquier cosa se publica (si yo escribo aquí y soy un tipo de lo más normalito, ya podemos imaginar cuantos miles de genios lo hacen y muy bien, por cierto) cuando se tiene un poco de experiencia en la vida, si te llega un iluminao de la vida y te dice: ''si deseas algo con mucha fuerza, el universo se confabula para que lo consigas'' dan ganas de decirle: ''en serio? de verdad?'' ''y eso lo has deducido tú solito o te has fumao una sustancia estupenda?''.

Y si ellos lo hacen, por qué yo no? Y me lancé. Y así fue como nació Palo Alcuello, poeta rural.
En todos los pueblos hay una Palo Alcuello, se identifica porque suele estar en una zona apartada del pueblo, pero desde donde ve pasar a sus autóctonos y para cada uno de ellos tiene un chascarrillo y en tiempo de fiestas patronales concursa en los trovos.

He estado haciendo un pequeño recopilatorio de algunos chascarrillos propiedad de mi álter-ego para dar muestra de lo que puede dar de sí pasar mucho rato al sol trabajando y no llevar puesta una gorrita.

Vds me sabrán perdonar, pero ahí va eso:

''ver tu cuerpo de mujer
es pensar en todo un poco.
es por eso que me toco
y voy a desfollecer''

''quisiera ser el agua de tu inodoro
porque refleja lo que más añoro''

''aunque hables en suizo
y no te entienda ni jota.
no me prives de tu boca
ni de tu aliento a chorizo''

''pensabas que iba a follarte
sin hablarte, sin tocarte.
pero hoy es lunes, no martes
qué malo es el mundo de helarte''

''el tiempo borra
las huellas de las gaviotas,
pero nunca borrará
de tu coño mis pelotas''

''te he comprado un poto
porque la sangre me arde.
-mejor me comes el toto
y el poto, pa tu madre''

''la mujer de mi anhelo,
la que me da regocijo,
es la que me sube en alto
y me usa de botijo''

''hace bochorno,
pero yo te calentaba el horno''

''si vas a plantar un pino,
que no falte papel fino''

''si al acostarte te pica el culo,
al levantarte te huele el dedo''

''después de zampar,
un cigarro y a sobar.
y si no eres de fumar,
pues a follar''

''si te vas a sentar
y llegan antes los huevos que el culo,
no eres un semental,
está viejuno''

''tú opinas así
y so opino asao.
si no te va lo que escribí,
agárramela de lao''

''ese lunar que tienes
cielito lindo
junto a la boca,
le voy a dar pollazos
cielito lindo
y dejarte loca''

''que sea en tus labios
si tengo que nadar
y de tu aliento
poder respirar
darte todo mi cariño
envolverte en muchos muaks
pero se acabó el papel
en tu váter voy a cagar''

''el final del vegano
llegó y tú comerás
rape, fuet, lomo, magro,
faisán, torreznos jamón...

--dime, dime, dime coliflor
dime tú si comerás
huevos fritos, chorizo, lacón
o prefieres foigrás..''

''una balada de otoño
cantos de melancolía
cuando te arreglas el moño
me la pones revenía''

''hoy quise regalarte
unas frases de amor desmedido
y no sé lo que ha ocurrido
que sólo pienso en follarte''

''no es el bicho una gran cosa
pa dedicarle unos versos
y no le encuentro la gracia
tié bigotes la muy morsa''

''igual soy medio tonto
porque si fuera tontontero
sería la capital de Toronto
y prefiero el solanero''

''sabiendo que me mentías
una cosa te voy a aclarar
tú eres tonta perdía
y no lo puedes remediar''



Palo Alcuello, poeta rural y boinómano.

martes, 3 de octubre de 2017

El dolor de marfil




 


Silenciosos notas sus pasos en el suelo, romos, esa vibración callada en los oídos, ese retumbar en la cabeza. Se eriza el pelo, como cuando la tormenta está cerca, aún no se oyen los truenos aún no se ven los relámpagos pero no tardarán. No puedes esconderte, no puedes huir. Esa estaca de marfil clavada en tu boca, es un vórtice que lo atrae irremediablemente.

Lo sientes, ya está aquí.

La primera descarga de dolor es despiadada, tanto que te hace confiar en que las próximas no podrán ser peores. La segunda no tarda ni un segundo en sacarte de tu error, es mil veces, un millón de veces peor. Se suceden en una progresión de intensidad exponencial que parece no tener fin...

Primero es un dolor helado, como un puñal de hielo que se hinca veloz para luego empezar a calentarse hasta hervir igual que la roca se funde en una caldera del mismo infierno.

Te encoges en la oscuridad de la mazmorra en que se ha convertido tu cabeza, intentas encajar los golpes que ya no son una sucesión d, ahora son un continuo chorro de dolor una onda que solo se modula en amplitud, la frecuencia ya no es un parámetro, es una constante línea de sufrimiento.

Aprietas los dientes en un vano intento de disminuirlo, es inútil. Quieres arrancarte esa astilla diabólica que te tortura. Tu lengua la busca, la palma, la acaricia servil en busca de piedad, una piedad que a sabiendas sabe que no va a encontrar.

Ya hace diez minutos que comenzó y parecen diez eternidades de sufrimiento. Te retuerces, sudas y tiemblas. Solo, solamente queda resignarte a que el dolor se canse, ese verdugo se agote de martirizarte.

La Santa Inquisición está en tu boca, la ira de dios dentro de un diente, el pecado solo se expía con dolor que no cesará hasta que sus nervios se necrosen, hasta que la infección deshaga todas las terminaciones nerviosas. Ojala sea pronto, ojala la negra pústula se los coma y no tarde o la locura no se te será ajena, pues no hay nada peor que un dolor de muelas.

FIN.