jueves, 21 de agosto de 2014

CONFESIÓN #4


 
 
 
Después de andar unos veinte minutos entre la maleza llegaron a la choza de Isihogo. La choza, estaba adosada a una formación rocosa que sobresalía del suelo árido de la sabana como un puño furioso. Igual que las del poblado, era poco más que un antro de estiércol seco y paja con una cubierta vegetal del que salía un cordón de humo pestilente. El hueco que hacía de puerta estaba cubierta con una piel raída. Sin anunciarse la anciana que encabezaba la marcha entró, los demás la siguieron.  

La mujer le hizo una seña y el sacerdote dejó a la niña sobre una piel de antílope en suelo de albero de la choza. El humo azulado lo llenaba todo y apenas dejaba ver, se pegaba a todo, impregnándolo con su olor acre como si estuvieran quemando algo que llevara mucho tiempo muerto.

El brujo era un hombre anciano, tenía el cuerpo desnudo salvo por un taparrabos hecho con piel de cebra. Todo él estaba decorado con extrañas marcas hechas de un barro blanquecino. Una película lechosa le cubría los ojos ciegos. Bailoteaba canturreando entre dientes en idioma igual de incomprensible para él pero distinto al que hablaban en el poblado, este nuevo dialecto estaba lleno de sonidos guturales y chasquidos de lengua que lo hacían descargable y molesto al oído, confundiéndose con el entrechocar de unos sonajeros hechos con huesos frescos y pellejos que aún choreaban sangre, que comenzó a gotear sobre el cuerpo de la niña. Cada gota que le caía le arrancaba un alarido de dolor.

La mujer joven arrodilló junto a la puerta de la choza mirando al suelo en silencio, la anciana se acercó al brujo y también se arrodillo sumisa a su lado. El sacerdote quedó de pie sin saber muy bien como actuar. Entonces la anciana le miró y con los ojos le indicó que él también tenía que arrodillarse. El joven religioso lo hizo, no convenía hacer nada que pudiera insultar al brujo. Asistir a aquella…pantomima le recomía de impotencia, aquello sólo parecía alargar el sufrimiento de esa pobre niña. Ojalá tuviera un poco de morfina con la que pudiera aliviarla. Intentó abstraerse de aquel espectáculo absurdo, cerró los ojos y comenzó a orar en silencio.

- Señor, oye a tu siervo. Acoge a esta niña en tu seno. Llévala contigo y calma su dolor. Señor te lo pido. Por favor Cristo haz que descanse a la diestra del Padre y dale el descanso eterno. Amén.

Sumido en sus plegarias no supo decir cuanto tiempo levaba orando, como tampoco pudo oír el silencio que se hizo en la choza. Los alaridos cesaron, los cantos entre dientes se detuvieron, y los huesos dejaron de entrechocar. Silencio absoluto, un silencio espeso que casi se podía paladear. El padre abrió los ojos.

El brujo se había situado junto a él, acuclillado Las canicas lechosas le apuntaban, estaban fijas y le miraba sin verle. El brujo abrió la boca donde trozos de dientes como estacas blanqueadas al sol asomaron sobre encías de color hígado. El sacerdote notó su aliento fétido. La lengua chascó sobre la saliva, igual que el chapoteo inútil del ñu arrastrado al fondo del río por el cocodrilo.

- Ikú yakatck. ¡Ti ocht yuu!. Ikú yakatck. ¡Ti ocht yuu!.

El cuerpo de la niña que yacía sobre el pellejo del suelo primero tembló en una serie de espasmos hasta que se incorporó y quedó sentada de espaldas a ellos. Entonces giró la cabeza en un movimiento incompatible con la vida. Los ojos le resplandecían con un azul que había reemplazado al ocre de sus iris. Una voz salió de su boca. Una voz que le habló en perfecto castellano, una voz que parecía venir del fondo de la tierra. De un lugar oscuro y tenebroso, donde las montañas tienen sus raíces y la luz no llega jamás.

- ¿Pides a tu Dios que se lleve a mi hija?. ¿Por qué vienes a ofenderme a mi casa?.¿De verdad quieres que sane o sólo quieres un alma más para Él?.

El sacerdote cerró los ojos aterrado, se persignó y entrelazando las manos comenzó a orar, esta vez en voz alta. Temblaba.

- El Señor es mi pastor, con Él nada me falta…

Aquello que tenía aspecto de niña con el cuello retorcido, abrió la boca en una mueca mitad carcajada mitad detallada y vomitó una llama azul que lo envolvió con su flama. El padre gritó al sentir el frio que lo caló hasta los tuétanos. El rostro se le contrajo de dolor y su cuerpo cayó como si le hubieran sacado los huesos sobre el polvoriento suelo de la cabaña de estiércol seco y paja.

 

CONTINUARÁ…  

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