Después de andar unos veinte minutos entre la maleza llegaron a la choza de Isihogo. La
choza, estaba adosada a una formación rocosa que sobresalía del suelo árido de la
sabana como un puño furioso. Igual que las del poblado, era poco más que un antro
de estiércol seco y paja con una cubierta vegetal del que salía un cordón de
humo pestilente. El hueco que hacía de puerta estaba cubierta con una piel raída.
Sin anunciarse la anciana que encabezaba la marcha entró, los demás la
siguieron.
La mujer le hizo una seña y el sacerdote dejó a la niña
sobre una piel de antílope en suelo de albero de la choza. El humo azulado lo
llenaba todo y apenas dejaba ver, se pegaba a todo, impregnándolo con su olor
acre como si estuvieran quemando algo que llevara mucho tiempo muerto.
El brujo era un hombre anciano, tenía el cuerpo desnudo
salvo por un taparrabos hecho con piel de cebra. Todo él estaba decorado con extrañas
marcas hechas de un barro blanquecino. Una película lechosa le cubría los ojos
ciegos. Bailoteaba canturreando entre dientes en idioma igual de incomprensible
para él pero distinto al que hablaban en el poblado, este nuevo dialecto estaba
lleno de sonidos guturales y chasquidos de lengua que lo hacían descargable y
molesto al oído, confundiéndose con el entrechocar de unos sonajeros hechos con
huesos frescos y pellejos que aún choreaban sangre, que comenzó a gotear sobre
el cuerpo de la niña. Cada gota que le caía le arrancaba un alarido de dolor.
La mujer joven arrodilló junto a la puerta de la choza
mirando al suelo en silencio, la anciana se acercó al brujo y también se
arrodillo sumisa a su lado. El sacerdote quedó de pie sin saber muy bien como
actuar. Entonces la anciana le miró y con los ojos le indicó que él también tenía
que arrodillarse. El joven religioso lo hizo, no convenía hacer nada que
pudiera insultar al brujo. Asistir a aquella…pantomima le recomía de impotencia,
aquello sólo parecía alargar el sufrimiento de esa pobre niña. Ojalá tuviera un
poco de morfina con la que pudiera aliviarla. Intentó abstraerse de aquel espectáculo
absurdo, cerró los ojos y comenzó a orar en silencio.
- Señor, oye a tu siervo. Acoge a esta niña en tu seno. Llévala
contigo y calma su dolor. Señor te lo pido. Por favor Cristo haz que descanse a
la diestra del Padre y dale el descanso eterno. Amén.
Sumido en sus plegarias no supo decir cuanto tiempo
levaba orando, como tampoco pudo oír el silencio que se hizo en la choza. Los
alaridos cesaron, los cantos entre dientes se detuvieron, y los huesos dejaron
de entrechocar. Silencio absoluto, un silencio espeso que casi se podía paladear.
El padre abrió los ojos.
El brujo se había situado junto a él, acuclillado Las canicas
lechosas le apuntaban, estaban fijas y le miraba sin verle. El brujo abrió la
boca donde trozos de dientes como estacas blanqueadas al sol asomaron sobre encías
de color hígado. El sacerdote notó su aliento fétido. La lengua chascó sobre la
saliva, igual que el chapoteo inútil del ñu arrastrado al fondo del río por el
cocodrilo.
- Ikú yakatck. ¡Ti ocht yuu!. Ikú yakatck. ¡Ti ocht yuu!.
El cuerpo de la niña que yacía sobre el pellejo del suelo
primero tembló en una serie de espasmos hasta que se incorporó y quedó sentada
de espaldas a ellos. Entonces giró la cabeza en un movimiento incompatible con
la vida. Los ojos le resplandecían con un azul que había reemplazado al ocre de
sus iris. Una voz salió de su boca. Una voz que le habló en perfecto castellano,
una voz que parecía venir del fondo de la tierra. De un lugar oscuro y
tenebroso, donde las montañas tienen sus raíces y la luz no llega jamás.
- ¿Pides a tu Dios que se lleve a mi hija?. ¿Por qué
vienes a ofenderme a mi casa?.¿De verdad quieres que sane o sólo quieres un
alma más para Él?.
El sacerdote cerró los ojos aterrado, se persignó y entrelazando
las manos comenzó a orar, esta vez en voz alta. Temblaba.
- El Señor es mi pastor, con Él nada me falta…
Aquello que tenía aspecto de niña con el cuello retorcido,
abrió la boca en una mueca mitad carcajada mitad detallada y vomitó una llama
azul que lo envolvió con su flama. El padre gritó al sentir el frio que lo caló
hasta los tuétanos. El rostro se le contrajo de dolor y su cuerpo cayó como si
le hubieran sacado los huesos sobre el polvoriento suelo de la cabaña de estiércol
seco y paja.
CONTINUARÁ…
No hay comentarios:
Publicar un comentario