La Oscuridad
No sé dónde estoy. No sé cómo he llegado hasta aquí. Está oscuro, parece algún sótano. Tengo frío. No sé qué hora es, no tengo reloj, ni teléfono móvil. En realidad no tengo nada porque estoy desnudo. No siento dolor, parece que no tengo ninguna herida. He intentado encontrar alguna pared pero este lugar debe ser muy grande, porque no he hallado ninguna, por alguna extraña razón me aterra alejarme demasiado de donde he despertado, así y todo he explorado mi entorno. Quizás solo haya estado andando en círculos, no lo sé, estoy muy asustado y desorientado. Tampoco he topado con columna alguna. He gritado esperando oír el eco de mi voz, pero este no se ha producido, tampoco nadie ha debido oírla, o tal vez, sí lo ha hecho. Esa posibilidad me tortura. He leído suficientes novelas para imaginar porqué estoy aquí. Esa idea me ha estado recomiendo desde que desperté.
Tengo hambre y también tengo sed. He tanteado el suelo en busca de algún balde siguiendo mi teoría de que alguien me haya encerrado aquí pero nada. El suelo es frío, parece cemento pulido y está limpio. Mis sentidos se han agudizado como los de un ciego. El silencio es absoluto. No huelo nada salvo mi propia inmundicia, porque sigo siendo esclavo de mi fisiología. Me he alejado de ello, pero su hedor me persigue.
No sé cuánto tiempo llevo aquí, cálculo que al menos un par de días. Porque me he quedado dormido una vez, después de caer rendido de gritar, de pedir, auxilio, de llorar.
Ahora vuelvo a tener sueño. Estoy agotado, no quiero dormir. El miedo me tiene en tensión constantemente, es demoledor. Es como si mi cuerpo se rindiera a un pensamiento absurdo, has despertado aquí, duerme y saldrás, es una especie de pesadilla. Es la única explicación a la que le encuentro un mínimo de lógica. Por qué, qué hago aquí, por qué, quién me ha traído. No soy nadie, no he hecho nada a nadie. Entonces mi mente me responde, acaso se necesita un motivo, quizás ese sea el verdadero motivo, que no lo haya. Una víctima elegida al azar por una mente enferma, una víctima elegida sin ningún patrón, solo puro y duro azar. Estabas en el lugar equivocado en el momento más inoportuno.
No puedo dormir, no sin saber porqué, no hasta escapar de aquí. Tengo armarme de valor. Aceptar esta situación e intentar salir de ella. ¿Intentar? No, no lo intentes, hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes. Todos tenemos un Pepito grillo, el mío resulta que es Yoda, espero que sirva de ayuda ahora que se ha despertado.
Estoy sentado. He decido que la pared debe estar a mis espaldas. Es una dirección como otra cualquiera. Me giro sin levantarme, me siento más seguro cerca del suelo, la oscuridad me provoca especie de vértigo. Prefiero gatear, reptar, que avanzar andando. Cuento, es un ardid para calcular la distancia. Es otra estupidez, pero así sabré lo lejos que estoy de mi punto de partida por si tengo que volver. Pero volver ¿a dónde? Sonrío parece que nombrado cuartel general este espacio de nada dónde he estado. Llevo el equivalente a 100 “pasos” gateados. Me duelen las rodillas y aún no he chocado con nada. La pared podría estar a medio metro o a mil kilómetros. La pregunta es ¿seguir o volver?
No tengo nada mejor que hacer. Así que sigo. 200, 201 el dolor de las rodillas no para de aumentar. Ahora repto apoyado en los codos y los laterales de las rodillas, dando un respiro a las rótulas. 220, 221 Por fin. Mi mano ha topado con algo. Ávido examinó como un ciego, intentando averiguar si se trata de una pared. Sí, debe ser eso. Mis brazos no encuentran bordes. Primero me pongo de rodillas obviando el dolor, luego espoleado por aquel descubrimiento me incorporo y pego mi cuerpo desnudo a la pared, intentando aferrarme a ella como si estuviera borracho. Sí, es una pared. Es del mismo material pulido y frío del suelo. Hay algo diferente en la pared no es plana. No parece curva, sí es ligeramente cóncava. Por lo tanto con mucha probabilidad debo de estar en algún lugar con forma cilíndrica. Un cilindro enorme. Sí he entrado (me han metido aquí) debe de existir alguna forma de salir, una puerta, una escalera. La euforia se evapora con la rapidez de una gota de sudor en el desierto. En mi mete se acaba de colar una imagen, en la que ha estado trabajando en segundo plano, desde que deduje que el lugar donde estaba debía de ser un cilindro. A lo mejor no había ninguna puerta, a lo mejor no había manera de escapar, porque a lo mejor aquel espacio cilíndrico, simplemente era un pozo.
Pozo, la palabra es una patada a mí castillo de naipes mental. Me derrumbo con él. Estoy en un pozo. Estoy llorando, sentado, con la espalda apoyada en la pared en medio de la oscuridad absoluta, como un niño ciego perdido en un bosque. No sé cuánto tiempo pasa hasta que logro reponerme. Sí puede que sea un pozo, uno enorme y qué. Miro hacia arriba con la absurda intención de ver su brocal. Me riño a mí mismo con vergüenza. Si es un pozo desde luego no es uno de esos de cubo y cuerda, no sé qué esperaba ver. No existe otra opción, hay que reanudar la expedición topográfica. Continuar pegado a la pared para circuncidarlo. Hay un pequeño problema debía de hacer algún tipo de marca, un hito que me advirtiera que fue desde este punto desde el que comencé a seguir la pared, o si no podría estar dando vueltas infinitamente. El tema era con qué. Ni siquiera hay una piedra con la que intentar arañar el suelo para hacer una marca. Golpeo de furia el pavimento con el puño cerrado. El suelo se defiende y me devuelve el golpe a modo de calambre que me recorre el brazo, de forma refleja me lo llevo al vientre. El dolor comienza a difuminarse hasta desaparecer mientras maldigo una vez más mi suerte. Entonces siento como mis tripas rugen de hambre. La idea surge de súbito. No, es asquerosa, es propia de un demente… es la única solución que tienes.
La duda aún no me ha abandonado y ya estoy gateando de vuelta, descontando los pasos con la extraña seguridad de que esta vez sí sabía el destino. Aún en la oscuridad absoluta y sin contar, hubiera podido encontrar mi objetivo. El hedor marcaba la posición de mis deposiciones mejor que una bengala. Con un asco supino tanteo el suelo hasta que topo con ellas y recojo un pedazo de la inmundicia con la mano derecha y me dispongo a emprender el camino de vuelta. Esta vez no me agacharía, si aquello era la base de un cilindro, igual daban unos grados más a la derecha que a la izquierda. Eso sí, los pasos eran cortos y prudentes. Esta situación es ridícula hasta la humillación, por primera vez me alegro de estar sumido en aquellas tinieblas. El brazo de la mano libre va adelantado como el bastón de un ciego, para evitar estamparme contra el muro. La correspondencia entre pasos gateados y reptados no debía de guardar una relación de uno a uno, así que posiblemente llegaré mucho antes de los 221. Aquí estoy, de nuevo frente a la pared. Me agacho y coloco mi baliza en el suelo, en el ángulo que forman suelo y pared. El plan es sencillo conocer el perímetro, investigar cualquier opción que hubiera para poder salir de allí, o simplemente (y más sincera) mantener la mente ocupada para no terminar desquiciado.
Comienzo a desplazarme hacia la derecha gateando, con la mano izquierda pegada a la juntura entre el pavimento y la pared como si fuera un lector invidente que leyese un mensaje en braille. La otra mano la tengo sucia y también la arrastro por el suelo, pero de una forma más burda y descuidada, con el objeto de limpiármela, no sirve de mucho pero no puedo dejar de intentarlo. Sigo con mi método de medición aunque de sobras sé que van a ser muchos pasos pues la curva es sutil, además a pesar de que no soy muy bueno en matemáticas, sé que dos veces 2π por 221 pasos son muchos. Siempre suponiendo, que me encontrara en el centro de aquella circunferencia cuando comencé a avanzar hacia el borde.
He contado 1000 y no he encontrado ninguna diferencia a lo largo de la frontera entre pared y suelo. Lo único que ha cambiado han sido mis rodillas que me están matando de dolor. Esto es absurdo, tengo ganas de llorar. Soy un ratón en un laberinto donde no hay queso. Me he tumbado a descansar, Tengo la piel que recubre ambas rótulas abrasada, me palpitan de dolor. Las palmas de las manos también están doloridas. En realidad me duele todo. Gatear es más duro de lo que parece. No sé si voy a ser capaz siquiera de completar el perímetro. Al menos la sensación de hambre ha desaparecido, la sed no. Podría abandonarme y dormir pero, no puedo permitírmelo, he de seguir.
Por fin he completado la circunferencia. A partir del 1085 el dolor hizo que me incorporase, y continuara andando pegado a la pared. Los primeros pasos fueron casi como los de un alpinista que avanzara por una cornisa. Luego gané en seguridad, eso sí, sin separar el pie de la pared. Supongo que parecería alguna clase de tullido que arrastra la pierna izquierda.
A pesar de todos mis esfuerzos, no tengo ni idea de dónde estoy. Ni siquiera de sus dimensiones aproximadas, ya que a pesar de seguir contando la escala se ha desvirtuado y los 1273 no sé qué, que he contado no son para nada fiables. Sigo igual que al principio, solo que ahora tengo un pie y una mano manchados de mierda, de mi propia mierda. La carcajada ha salido de mi garganta en un acto reflejo, ha sido tan inesperada que me he sobresaltado, como si no fuera mía, como si se hubiera reído otra persona; una que me estuviera siguiendo con unos anteojos de visión nocturna y que se estuviera divirtiéndose con todo esto. Un espectador privilegiado, que se deleita ante la puesta en escena de su gran obra. ¿Cuántos antes que yo habrán actuado para él?
Alejo ese pensamiento como a una mosca que revolotea sobre un trozo de carne dejada al sol...
No, es estúpido, si soy el juguetito de algún sádico, con seguridad me estará observando pero a través de cámaras ocultas en algún rincón, mientras está cómodamente sentado frente a unos monitores, comiéndose una pizza de pepperoni y extra de queso, y una cerveza helada.
Tengo que pensar en algo más productivo. Bien ya he recorrido el perímetro. Quizás ahora debería probar a intentar trazar un diámetro. Siempre será mejor que estar aquí, sin hacer nada, esperando a que la sed me mate antes que el hambre. Pizza… Cerveza…Me trago la saliva que he comenzado a producir.
Ahora que vuelvo a dejar la seguridad de la pared, vuelvo a sentir el vértigo, el miedo del funambulista sin red, del astronauta que se enfrenta a un paseo por el vacío y negro espacio. Me vuelvo a postrar como un animal y gateo sobre mis rodillas magulladas. Estar apoyando en las cuatro extremidades me hace sentirme más seguro, compensa el dolor.
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50 metros más hacia la izquierda la figura anaranjada del visor de infrarrojos comenzó a moverse lentamente. Y una sonrisa se dibujó en el rostro de su portador. Todo marchaba bien, como siempre, pero aquel juguete era más divertido, no dejaba de moverse, de intentar descifrar el enigma y eso era bueno para el juego, muy bueno.
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Avanzo hacia el otro lado del circulo tanteando el suelo e intento recabar toda la información posible de mi entorno, pero no encuentro nada a excepción del suelo duro y frío, exactamente el mismo tipo de suelo frio que he estado encontrándome todo el tiempo y que se parece como dos gotas de agua a la pared donde me dirijo. Me repito que no debo perder la calma, que debe haber alguna “puerta” por donde me hayan introducido aquí. La palabra techo vuelve a aparecer, como una mosca verde, puntual a su cita con la carroña. La posibilidad que me hayan descolgado desde el techo, cada vez me parece más verosímil, pues desde que inicié mi exploración no he hallado ningún indicio que pueda rebatir tal argumento. Y si es así, realmente estoy condenado, ya que escapar es simplemente imposible. Me detengo, es absurdo seguir arrastrándome. Estoy en un entorno controlado, todo lo que hago debe estar calculado. Quien me haya puesto aquí, ha estudiado la escena de este juego macabro, todas mis reacciones deben de haber sido previstas; solo soy una víctima, un desdichado gatito que ha caído en manos de un futuro sociópata, uno que se hizo adulto y que ya no se conforma con torturar animales, sino que prefiere personas. Bien, pues si es así, no le voy a proporcionar más placer.
No sé cuánto tiempo llevo sin beber, pero debe ser bastante, porque a parte de la atroz necesidad de beber que tengo, siento náuseas y no recuerdo la última vez que oriné. Debo de estar deshidratándome y si mi anfitrión no me proporciona agua, pronto se quedará sin su juguete nuevo. Me siento y me llevo la mano que no tengo sucia a la boca haciendo bocina.
¡EEEH TÚ! SÉ QUE PUEDES OIRME, SÉ QUE ESTÁS AHÍ. NO ME VOY A MOVER DE AQUÍ HASTA QUE NO ME DES UN POCO DE AGUA. SI VOY A MORIR, NO VOY A DARTE LA SATISFACCIÓN DE QUE DISFRUTES CON ELLO. ¿TE ENTERÁS? PORQUE, ¿SABES? ¡NO CREO QUE HAYAS MONTADO TODO ESTE CIRCO PARA VERME MORIR DE SED!
La oscuridad absorbe las palabras gritadas y me devuelve silencio, el mismo silencio y la misma negrura. ¡Dios! Esto es estúpido. Me encorvo, doy con la frente en el suelo y golpeo con los puños el suelo, igual que un niño malcriado con una rabieta. Lloro, mi llanto es seco, ya no me quedan líquidos que desperdiciar, el instinto es más inteligente que yo y no va a desperdiciar ni una gota de agua, en algo tan fútil como unas lágrimas. Debo ser honesto conmigo mismo. ¿Qué esperaba? que el sicópata que me tiene aquí encerrado me contestase y me dijera “¡Oh sí! Tienes razón. Disculpa. Toma, aquí tienes tu agua. ¡Ah! y perdona las molestias” ¿En serio? A lo mejor incluso este desafío le ha parecido aún más divertido, o puede que lo haya enfadado y ahora sí me deje morir de sed, o simplemente no me haya escuchado, porque esté trabajando, haciendo de convecino educado y encantador del que nadie sospecharía y me esté grabando para verme, después al final de su jornada de trabajo. Me voy a volver loco.
Entonces lo escucho, mi cuerpo reacciona y se tensa, es un ruido metálico, repetitivo, cíclico, como de algo metálico que rodase, que se estuviera aproximando. Lo noto, es frío y duro y acaba de toparme en el muslo izquierdo. Estoy a punto de saltar de terror. En la cabeza las ideas borbotean hasta derramarse, fluyen en una colada de lava de pánico, que me paraliza a medida que me recorre de arriba abajo. Está aquí, dentro, conmigo.
-¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me tienes aquí? ¿Qué te he hecho?
Me he puesto a gritarle como un energúmeno, mientras gateaba unos pasos hacia la dirección que llegó aquello rodando. Nada. Luego me he venido abajo y he comenzado a suplicar. De eso hace un buen rato ahora estoy sentado en medio de la oscuridad con un termo metálico vacío. El agua estaba fresca. Ha sido lo mejor que he probado en mi vida.
Un pensamiento más oscuro que este pozo cruza mi pensamiento. Y si en el agua había algún tipo de de droga. Qué tontería y qué más da. Ha quedado claro que estoy a su merced, ha quedado claro que es él el que controla la partida. Sí, pero ¿no ha parecido demasiado fácil? Pido agua y me la da. Así de sencillo, como si estuviera esperando a que se la pidiera. Un nuevo pensamiento se introduce a empujones, sacándome de mis cavilaciones de forma rotunda, imperativa. ESTABA Aquí, déjate de monsergas y céntrate en lo importante. ¡ESTABA AQUÍ! Mi propia voz me grita haciendo que las palabras me retumben dentro de la cabeza. ¿No te das cuenta? ¿Y si está aquí todavía? Bueno, eso no cambiaría nada. ¿Cómo que no? si está aquí implica que se puede salir, que hay una forma de hacerlo y que él la conoce. Ya, ya pero a lo mejor se ha descolgado desde una trampilla, haciendo rapel y un socio le está esperando para izarlo. Sí, y a lo mejor tiene un rifle con mira infrarroja apuntándome a la cabeza y dentro de un segundo me deja el cráneo reducido a pulpa. Vamos hombre, piensa algo útil.
¡Cazarlo!, atraparlo él es la llave, la forma de poder salir de aquí, tengo que atraparlo. Pero ¿cómo?
Ha pasado otro buen rato de nada y sigo sentado pensando. No se me ocurre nada, es desesperante. La impotencia de verme observado como un conejillo de indias, atrapado en un laberinto de metacrilato, por una inteligencia superior, que se divierte con mis penurias es aplastante. Me siento pequeño e inútil. En un acceso de rabia pateo el suelo con un talón. El dolor me asciende por la pierna hasta las ingles, corre como la chispa por un cordón de pólvora. Entonces surge la idea, de la explosión de dolor. Dolor, el dolor mismo es la respuesta. Pero ¿tengo el valor? Si me paro a pensarlo un segundo más, no, desde luego que no. Me levanto de un salto. Siento nauseas y me tambaleo como un borrachín a la hora de volver a casa. Doy la primera zancada, después la segunda, para coger el máximo impulso. Los pies desnudos se agarran al suelo consiguiendo buena tracción. Agacho la cabeza y la acomodo entre los hombros. Soy un misil, una especie de cruce humano-rinoceronte que corre a embestir al muro. Es evidente que no me quiere muerto, no al menos aún, esta es la única forma que tengo de atraer su atención lo suficiente para que se acerque, para que tenga la opción de cazarlo. Soy lo único que tengo, soy el único cebo que le puedo lanzar. Si le hago creer que mi vida corre peligro vendrá hasta mí, o eso creo.
El impacto es rotundo e inesperado, sabía que iba a llegar pero no cuando. El mundo se ha vuelto más negro, de uno opaco y sólido, antes he visto luces blancas, como escrilas de dolor plateado que se me han hincado en las córneas. Mi cuerpo ha rebotado contra la pared y he caído al suelo. Me zumban los oídos y me moquea la nariz. Me duele la cabeza y el cuello como si hubiera llegado sobre ella un fardo muy pesado durante días. Después de un rato me vuelvo a incorporar y deshago el camino. Voy a volver a hacerlo hasta que me abra la cabeza o hasta que este psicópata lo impida. Es un plan sencillo, absurdamente sencillo, pero me va a suponer un verdadero quebradero de cabeza. No puedo de dejar de reírme de mi propio chiste.
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El juguete se está golpeando contra el muro, se va a romper. Un juguete roto no es divertido. ¿Por qué lo hace?, ¿por qué no sigue luchando? Aquel comportamiento no era aceptable. Lo del agua era previsible, tarde o temprano ocurriría, de una u otra forma. Es verdad que la manera que tuvo de hacerlo fue sorprendente, pero eso lo hizo incluso más divertido. La esperanza es como las pilas de los juguetes, pero aquel parecía haberla perdido. Ahora tendría que prescindir de él y eso era un fastidio.
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Algo cálido y húmedo me chorrea desde la frente, espero que solo sea sangre. He sentido un crack como si se hubiera roto dentro algo, igual que cuando retuerces un palo de canela. Es la tercera vez que me empotro a toda velocidad contra el muro. Aunque no hay nada, todo me da vueltas, creo que voy a perder el conocimiento. Me dejo caer, tengo que mantenerme consciente, es mi única oportunidad, no puedo fallar, no puedo…
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El juguete está tumbado en el suelo. Debía de estar malherido, conmocionado, ya han pasado dos horas desde que cayó. Habría que retirarlo. Pero primero hay que cerciorarse de ello, echar un vistazo desde más cerca. Vuelve a colarse delante de la trampilla y deja caer la escalera de cuerda. No lleva armas de fuego, ni siquiera un cuchillo, unas gafas de infrarrojos, un taser y la oscuridad y el sigilo eran suficientes aliados; además si no el juego no sería tan divertido. Le gusta observar desde cerca, desde peligrosamente cerca. Sí es voyeur, ver cómo los juguetes se enfrentan a sus desafíos, a sus juegos le excita sobremanera. Es una droga una muy poderosa, lo único por lo que merece la pena esta vida y aquel estúpido juguete le había estropeado la diversión demasiado pronto, con lo bien que había empezado. Se sumergió en la oscuridad del tanque.
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Es apenas imperceptible, tanto que los propios latidos de mi corazón retumbando en los tímpanos me entorpecen su escucha. Aquí está, ha venido, puedo oír su respiración, debe de estar a menos de un par de metros. El dolor sigue torturándome pero ha merecido la pena, ha picado el cebo, ahora solo tengo que cerrar la trampa. Sigo con los ojos cerrados, aunque parezca estúpido en aquella oscuridad tan rotunda, tenerlos así me ayuda a concentrarme. Es muy importante no fallar, no sé a qué clase de hombre me voy a enfrentar, no sé si estará armado. Lo único de lo que sí puedo estar seguro es que me puede ver y yo a él no.
Es ahora o nunca. Vuelvo a la vida como un muñeco de resorte, con los brazos estirados y los dedos formando garras. Atraviesan la oscuridad buscando el cuerpo de mi captor. Chocan con él, las garras se cierran y escucho un gruñido de sorpresa. Con toda la fuerza de la que soy capaz lo arrastro para hacerlo caer al suelo. La sorpresa me favorece y le hago perder el equilibrio, lo siento caer sobre mí. Me revuelvo para quedar encima, no parece demasiado grande. Forcejeamos y recibo dos golpes en la cara que me hacen ver de nuevo las esquirlas plateadas. Lo golpeo con los puños, lo quiero matar, machacar. Un puñetazo da en el suelo y siento crujido en la mano, afortunadamente la adrenalina que me encharca hace que duela una fracción de lo que debería. Seguimos forcejeando. He encontrado su cuello, lo aprieto con todas mis fuerzas, entonces noto un pinchazo en el costado y luego 20.000 voltios recorriéndome el cuerpo. Las fuerzas me abandonan, he fracasado. Ese Pensamiento se queda en la bandeja de salida de mi cerebro hasta que la descarga termina.
Mis manos siguen aferradas al cuello del psicópata. La corriente eléctrica también ha pasado al cuerpo de mi enemigo a través de mis manos. Usar el taser ha sido una medida desesperada. Gracias a mi mayor masa corporal me he recuperado antes de la descarga paralizante, porque mi contrario no forcejea. Quizás lo haya estrangulado de veras. Una arcada me sobreviene, puede que acabe de matar a una persona. Siento asco, la extrema necesidad de separarme de aquel cuerpo. Pero antes le palpo la cara. Efectivamente ahí está lo que busco, lleva un dispositivo de visión, se lo arranco. Esto me ayudará a salir de aquí. Me lo coloco sobre cara mientras me alejo. Vuelvo a sentir un pinchazo en el costado pero esta vez solo son los anzuelos del taser que me desgarran la piel. Miró su cuerpo arrellanado en el suelo, solo es una mancha una mancha anaranjada que debe de corresponderse con su cara, ahora que me fijo diría que parece una mujer, de cualquier modo no me voy a parar a comprobarlo. Busco en la oscuridad algún punto que me indique hacia dónde tengo que ir, hacia donde se encuentra la salida. Entonces lo veo. Es un punto anaranjado en medio de la oscuridad, una fuente de calor. Esa sería la señal que debía indicar la salida. Corro hacia ella. Es una especie de escala de cuerda, que debe de llevar adosado un filamento emisor de algún tipo de radiación calórica, para que las gafas lo puedan detectar. El caso es que esa escala es sin duda es el camino a la libertad. Asciendo hasta que topo con una trampilla. Está abierta y cede cuando la empujo con la mano. La trampilla da a una especie de habitación, que también está oscura pero la oscuridad aquí no es tan rotunda. Unos metros más allá una raya azulada en el suelo me indica una fuente de calor, posiblemente una puerta. Me acerco y me quito las gafas, con precaución tanteo hasta que encuentro un picaporte, efectivamente es una puerta. Lo giro a la vez que empujo con cuidado. Ante mí aparece una sala llena de monitores en blanco y negro, en uno de ellos se ve una mujer tirada en el suelo que se comienza a mover. Me vuelvo y me acerco a la trampilla. Recojo la escalera y cierro la trampilla de metal. Hay un cerrojo, lo echo con cuidado.
FIN
Magnífico, me ha encantado todo el conjunto.
ResponderEliminarMuchas gracias 🤘🏼
EliminarMuy bueno el relato. El terror psicológico es el mejor...que agonía!!!
ResponderEliminarMuchas gracias :)
ResponderEliminarBuenísimo. Q manera de mantenerte en tensión!!
ResponderEliminarMuchas gracias \m/
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