Paula estaba gritando, él jadeaba
por el esfuerzo, sentía como la sangre, bombeada por su corazón acelerado, le
recorría cuerpo y como sus músculos hormigueaban por el esfuerzo. De alguna
forma extraña se sentía poderoso. El grito de su hija, paradójicamente no sólo
era una fuente de terror, si no también una dolorosa confirmación, estaban en
peligro, algo los había estado acechando desde mucho antes de que pusieran un
pie allí, ese grito de terror infantil le daba la razón; él estaba en lo
cierto, aquella casa era algo insalubre y maligno y lo percibió a cientos de
kilómetros porque su don no era ninguna maldición, nada de lo que tuviera que
rengar. Había conseguido abrirle la boca a esa maldita casa, ahora rescataría a
su familia del interior y huirían de allí, Iba a ganarle la partida a aquel
caserón, y jamás volvería a mirarse al espejo con miedo de ver a un loco. Su
madre tenía razón había cosas, pero al contrario que ella no se dejaría amedrentar
más.
Cuatro zancadas y se plató a los
pies de la escalera. Tomó impulso y de un brinco se encaramó al quinto escalón.
Se aferró al pasamano de madera, para frenar su siguiente impulso intentando no
perder el equilibrio, había algo agazapado, una forma interrumpía el paso en el
rellano, un bulto. Alzó en hacha y lo empujó con el pie, ese rincón estaba
especialmente oscuro y apenas si podía distinguir el contorno de aquello que se
parecía vagamente a un fardo, un saco y que le bloqueaba el paso. Lo sintió
blando, de una molicie orgánica, igual que cuando cogió aquel pobre gato
mutilado para enterrarlo; sí, ese minino había sido el epicentro de aquella
pesadilla, solamente habían transcurrido un par de días desde que lo encontró, tantas
cosas habían pasado en tampoco tiempo, demasiadas, y ninguna buena.
El bulto era mucho más grande que
un gato, se agachó. Oh! La exclamación salió de su boca como si tuviera
existencia propia, aquello era el cuerpo de su mujer que yacía desmadejado, sin
sentido en el suelo del descansillo de la escalera, ¡Dios mío que había pasado
allí!, se agachó un instante y comprobó que tenia pulso, se volvió a erguir y
pasó sobre él, había que priorizar, Paula seguía gritando, aterrada.
Subió el segundo tramo de escalones aún más veloz
y penetró en la habitación principal desde donde salía el llanto de la niña. La
luz estaba apagada pero de un manotazo la volvió a encender. La tensión
arterial había reventado algunos capilares y unos globos oculares inyectados en
sangre escanearon ávidos el dormitorio en buscándola.
- Paula, ¿dónde estás?, soy papá.
No pasa nada.
El cuerpecito de la niña salió
reptando de debajo de la cama. Carlos se abalanzó sobre ella y la abrazó fuerte
entre sus brazos. Paula gimoteaba y preguntaba por mamá.
- No te preocupes cariño mamá
está… bien, está...dormida, eso, está dormida.
Mientras improvisaba una
explicación la estudiaba en busca de algún daño. Afortunadamente no halló
ninguno. Había llegado justo a tiempo de aquella casa les hubiera hecho más daño.
Pero un momento, él había bajado la guardia, había soltado el hacha, no había sido
cuidadoso, no podía permitirse ningún error, no podía darle ninguna ventaja a
la casa. Debían salir de allí. Se echó a Paula al hombro y recogió el hacha del
suelo.
- Papá me haces daño, ¡bájame,
bájame, quiero ir con mamá…quiero ir con mamá!
- Sí cariño ahora te bajo,
aguanta un poco.
Volvió a bajar las escaleras lo más
rápido que pudo, implorando porque Paula no descubriera el cuerpo de su madre
en la oscuridad, ojalá el salir de la habitación iluminada sus pequeñas pupilas
tardaran en adaptarse a las escaleras sumidas en tinieblas.
- Papá hueles muy mal, dijo Paula
intercalando una nueva queja al catalogo de “bájames”. Había comenzado a lloriquear.
- Ya llegamos, ya llegamos.
Carlos intentaba calmarla
mientras escudriñaba las sombras para acertar con los escalones, cosa que
cargado con la niña en un hombro y llevando el hacha en la otra mano no
resultaba fácil. Pasaron sobre el cuerpo el cuerpo inerte de Laura que seguía
en la misma posición en la que había dejado, Paula no la vio.
Carlos no respiró hasta que no
tuvieron otra vez e cielo bajo sus cabezas. Sólo era una pequeña victoria, aún
no habían escapado. Corrió hacia el
donde estaba el coche y sentó a Paula en su silla y le abrochó el cinturón.
- Papá vuelve en un momento.
Le hizo una caricia en la mejilla con el dorso
mano y luego le besó en la frente. Cerró el
monovolumen salió corriendo dejándola a solas. El llanto subió de
lloriqueo a llanto terrorífico, quedarse allí, en medio de la oscuridad era peor
que viajar como un fardo cargado al hombro de su mal oliente padre, mucho peor.
Carlos deshizo el camino batiendo el record mundial los cien metros hacha con
el llanto de su hija hincado en el celebro, pero no había más remedio tenía que
volver a por Laura.
El cerrojo arrancado estaba en el
medio del hall/garganta de la casa, había salido despedido por los hachazos y
ahora estaba tirado en el suelo, oculto,
esperando su oportunidad para vengarse, como un caimán de infinita
paciencia, como una mina anti persona que aguarda durante años a que un pie
descuidado lo pise. Esta vez no tuvieron que pasar años, sólo unos minutos para
que el pie de aquel hombre, el mismo que lo había arrancado a golpes lo hiciera.
Carlos pudo oír el chasquido, algo parecido al sonido que hacen dos piedras al chocar. Algo se había roto dentro de él, notó como se vaciaba una ampolla cargada
de calor. Comenzó a doler, subiendo su intensidad hasta se transformarse en un
filo al rojo que le acuchillaba en el tobillo, el mismo tobillo que había
metido en un socavón en el bosque, el mismo que había dejado de doler el mismo
que ahora volvía a torturarle. Hubiera firmado el esguince, pero no era pago suficiente,
la casa necesitaba más, quería destruirlos y por eso le había puesto una
zancadilla y por eso había caído de bruces sobre la dura madera y sobre el duro
filo de acero del hacha. Tenía gracia, la casa le había devuelto el golpe con
su misma arma. Todo eso pasó por su
cabeza cuando intentó levantarse del suelo y notó algo pegajosamente cálido
sobre su pecho. Luego el ojo plateado de la noche le hizo un guiño y todo quedó
a oscuras, completamente a oscuras……
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Las luces azules y amarillas coloreaban
la noche estival como las de una verbena. La mujer parecía estar envuelta con un
chal hecho de papel de aluminio, tenía la mirada fija en un punto impreciso del
suelo. La niña estaba a pocos metros de ella, unos hombres de uniforme también le habían
puesto otro chal plateado sobre los hombros. Recordaban a unos astronautas que
acabaran de salir de su capsula, después de haber viajado por el espacio
exterior. El cuerpo de su esposo seguía tirado
en el suelo del hall en medio de un charco de sangre esperando al juez.
Carlos estaba muerto…era como
mirar un cuadro de Dalí donde los relojes se derriten y la realidad se pliega dejando
ver la tramoya del universo, donde los seres humanos no son otra cosa que marionetas
y donde el Caos juega con ellas.
No recordaba bien como había sucedido todo
desde que se despertó en el rellano de la escalera. Era dolorosamente absurdo podía
evocar, la imagen de su esposo sobre un charco de sangre negra, pero su
pensamiento siempre le obligaba una y otra vez a detenerse en un detalle sin
sentido y absurdo ..Un mechero, un Clipper que se le había salido del bolsillo
de Carlos, un mechero decorado con dos letras dos “S” .Esa estúpida imagen se empeñaba
en quedarse en su mente, como una mosca
cerca de una herida que no puedes espantar. Carlos había vuelto a fumar. ¿Cuántas
cosas no sabía de el hombre con el que se había acostado durante media vida..?
FIN
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