Un tremendo estruendo la sacó violentamente de su duerme
vela. Había sonado como un trueno, no, mejor, era un cañonazo. Otro estruendo
siguió. Pero no, aquellos eran golpes secos, como si un gigante estuviera
golpeando la casa con sus puños… ¡Dios mío! alguien estaba intentando echar la
puerta abajo. Rápidamente es su cabeza una mazmorra se abrió. Era la puerta de
un olvidadero. Un olvidadero es ese agujero en el fondo de tu mente donde
encierras a todos los monstruos, primero de tu infancia y luego de esas
películas para adolescentes de asesinos con moto-sierra y cabaña junto a lago,
un lugar donde quedan desterrados cuando crees que ya eres lo suficientemente mayor
para no temerlos, un lugar donde la mente los guarda para intentar olvidarlos,
pero siguen estando allí, esperando que otro golpe en la puerta haga saltar el
cerrojo que los retenía. Ahora aquel olvidadero se había abierto y todos esos
monstruos salían gritando alzando sus garfios, sus garras afiladas, aullando y
mostrando sus colmillos a la Luna. Habían estado enjauladas mucho tiempo y de
nuevo habían recobrado la libertad. Otro golpe más, su pierna derecha empezó a
temblar sin control.
Primero pensó en coger a la niña de la cama e intentar
esconderse, la idea fue desechada al siguiente instante. De nada serviría esconderse,
sólo seria retrasar lo inevitable. Intentó mantener la calma y pensar. Carlos
estaba fuera, durmiendo en el coche, los golpes, si no lo habían despertado ya,
lo harían los gritos, que estaba sujetando a duras penas en su garganta y que reservaba
estúpidamente como si fueran un arma secreta. En el rabillo del ojo apareció el
móvil que reposaba sobre la peinadora, podría
llamarlo, si él de su marido no estuviera también unos centímetros más a la derecha.
No, el teléfono no la iba a ayudar, aquella maldita casa estaba demasiado lejos
de todo, la Guardia Civil tardaría demasiado en llegar, eso si se supiera el número
al que había que llamar. “Maldita casa” las palabras, aun siendo un pensamiento
carente de sonido se quedaron reverberando por su mente donde de sí se podían oír
alto y claro.
Tomó a la niña que dormía en brazos, pesaba, y aunque con
dificultad consiguió deslizarla debajo de la cama. Afortunadamente la cría no
se había despertado. Ese dato le dio nuevas fuerzas para retener otro poco más
sus gritos. Otro golpe, instintivamente hundió la cabeza entre los hombros. Descalza
como estaba se encaminó hacia la escalera que conducía al piso inferior. Bajo ningún
concepto, fuera lo que fuera aquello que estaba tirando abajo su puerta debía de
subir esas escaleras. Tenía que ganar tiempo, quizás llegar a la cocina para
armarse con un cuchillo o un machete y si tuviera oportunidad salir al exterior
en busca de su marido. Pero no le sobraba tiempo. La puerta no resistiría mucho
más.
La madera de los dos primeros escalones crujieron bajo sus precavidos
pasos. Aquello era absurdo, el sigilo de sus pasos sólo la retrasaría. Saltó en
la semioscuridad. Los 10 escalones pasaron hasta que aterrizó en el descansillo
donde giraba la escalera. Su articulaciones absorbieron perfectamente el
impacto, sus visitas al gimnasio la mantenía en forma. Estaba de frente a la puerta,
sólo otros doce escalones y unos metros de recibidor la separaban de la puerta.
Entonces el cerrojo de hierro saltó cayendo al suelo al tiempo que la puerta se
abría con el último golpe. El tiempo pareció espesarse, los segunderos se
arrastraron sobre las esferas de los relojes cruelmente, alargando los
instantes para que al pánico le diera tiempo a llegar y acomodarse tranquilamente
en la mente de Laura.
Un chorro de luz
plateada atravesó el dintel, en el
centro de aquella avalancha argenta la figura negra carbón, de un hombre con un
hacha que resollaba. Ya no pudo retener el grito que brotó de su boca como una
arcada de terror. Los planes, la estrategia, cualquier pensamiento había desaparecido
de su cerebro, sustituido por un lienzo plateado con un hachazo negro en el
centro, un desgarrón, una herida por donde supuraba oscuridad. La mujer estaba
en estado de shock, como un conejo deslumbrado por los faros de un camión, dispuesto
a ser machacado sobre el asfalto.
Huir
Gritar
No
Paula
Hacha
PAULA, HACHA
HUIR
Conceptos, era sólo eso, conceptos….
¡¡Mamaaaaaaaa!! . El grito de Paula fue el cubo de agua
helada que la despabiló. Aquella silueta oscura avanzaba sobre ella. Había que reaccionar.
Subiría a la habitación, no podía dejar a su hija sola, ahora que se había descubierto.
Se atrincherarían con lo que pudieran y saltarían desde la ventana sobre el
porche… todo menos quedarse allí quieta esperando un hachazo.
El pie desnudo erró, entre la penumbra y el pánico no había calculado
bien la distancia al tercer escalón al que pretendía encaramarse. La caída fue
inevitable y sorpresiva. El golpe en el mentón brutal, la oscuridad que llegó después
absoluta e incontestable.
Continuará...
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