A vista de pájaro, el coche
detenido en medio de la carretera secundaria era como un enorme insecto
acechando a su diminuta presa. Aunque en realidad la situación era justo la
contraria. El ciclista paladeaba penosamente mientras Luis lo miraba paralizado.
Otra vez la alimaña del miedo le subía por la espalda para introducírsele por
los oídos, dispuesta a morder su cerebro. Se sostuvo la mirada observando el
castaño de sus iris. Interrogándose frente al retrovisor, en busca de una explicación,
que calmaran a las infinitas preguntas, hostigadoras de su mente.
-¿Te has perdido?
-¡Cómo! ¿Quién ha dicho eso? Luis
se giró en su asiento, preguntando a los niños. Debería parecer paranoico. Los
chicos se hicieron al lado contrario a su asiento, en un movimiento defensivo.
- ¡¿Quién ha hablado, quién sabe
español?! Gritaba.
Permanecieron en silencio, timoratos,
arrebujados el uno contra el otro.
- Luis mírame, ¿tienes algún
problema?
¿Quién hablaba?. Los niños desde
luego no habían abierto la boca. Debía de estar volviéndose loco, no había
nadie más en el coche. Su cabeza, algo no funcionaba bien dentro de ella. Levantó
ambas manos, agarrándose del pelo en un acto de desesperación y angustia.
- ¡Mírame! Ordenó la voz.
Luis rastreaba, buscando. ¿A quién
tenía que mirar? Sus labios temblaban ligeramente, dejando escapar un pequeño
hilillo de saliva. No era consiente pero había empezado a gimotear como un bebe.
El retrovisor volvió a entrar en
su campo visual y sus ojos se volvieron a contemplarse.
El frio azul le traspaso como un
chuzo helado.
¡Sus ojos! Sí era su cara, pero...pero
esos; esos no eran sus ojos. Eran... No podía ser.
-Luis, no tardes. Recuerda
nuestro trato.
El azul se disolvió con un
destello esmeralda en el topacio de su mirada. Sus ojos volvían a ser los suyos
otra vez.
Las ruedas giraron, derrapando
sobre el asfalto. Arrancando piedrecillas y levantando polvo. La fuerza
centrifuga empujo los tres cuerpos amenazándolos con arrojarlos fuera del automóvil.
Bajo el capo, el motor se desperezaba rugiendo como una bestia que recupera la
libertad. Luis giraba 180° buscando de nuevo la autopista, dejando a tras al
ciclista obeso, a la Puebla de Montefrío y un trozo de cordura. Toda su
determinaciones morales y éticas habían quedado reducidas a cero. En estos
momentos, lo único importante era su misión: llevar estos niños ante Él.
Temblaba y el sudor de sus manos
hacía que el cuero del volante resbalara. El coche desandaba el camino a una
velocidad suicida. Pulsó el botón que conectaba la radio del equipo de Hi-Fi
del vehículo. Esperaba que la compañía de la radio le tranquilizara o terminarían
despeñándose. Preferiría algo más fuerte, pero no había traído ningún disco, ni
siquiera en su Smartphone. Sería mejor una radio-fórmula popera, que nada. El
aparato comenzó a explorar el dial en busca de las emisoras disponibles. Aunque
el terrero era accidentado, su tecnología RDS, no tendría demasiados problemas
para sintonizar alguna. Los segundos pasaban y sorprendentemente no conseguía
enlazar con ninguna frecuencia. Hastiado Luis estaba a punto de apagarla cuando
la música empezó a se, lejana y amortiguada pero ganando poco a poco volumen y
calidad de recepción. Si quererlo, el recuerdo de la noche en que paro en
aquella gasolinera, se abrió paso desde los registros de su memoria. Apretó el botón
de power sin convicción y efectivamente no tuvo efecto. El aparato seguía
funcionando .La estación de radio seleccionada parecía emitir un tema de rock duro.
Sus notas afiladas y rápidas inundaron el habitáculo. El esfínter de su vejiga
se relajo por un segundo y parte del orín que contenía se derramó mojándolo. En
un primer momento, no había logrado reconocerla, pues hacía mucho que no la oía
y porque, debia de ser alguna versión del clásico, que hacía aún más poderosa,
la ya impresionante pieza de Al Di Meola ;"Race with the Devil on a
Spanish Highway".
Continuara....
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