Alimentó la máquina con las monedas que cayeron con estruendo haciendo sonar el tesoro de su estómago. Era como arrojarlas al pozo de los deseos. La próxima moneda sería la buena. El artilugio agradeció el sustento con esa melodía que tanto le gustaba y con el girar de sus ruletas, era divertido igual que un juguete preescolar. Estaba llena de botones que parpadeaban en bonitos y brillantes colores, pulsa sobre la vaca y sonará ¡muuuu! Pulsa sobre el perro y sonará ¡guau, guau!.
La suerte le iba sonreír, lo presentía. La primera ruleta se detuvo en el dibujo de una bolsa decorada con el símbolo del dólar. El segundo tambor empezó a frenar, cerdovacaperrobaladehenosacadedinero… cerdo, vaca, perro, bala de heno, saca de dinero. Cerdo...vaca….perro…….bala de heno……..saca de dinero.
Jajajaja lo sabía, sabía que iba a ser su día de suerte, ahora sólo faltaba que la última ruleta parase también en la bolsa de dinero y no le cabía duda de que lo haría,nunca en su vida había estado tan seguro de algo.
Cerdovacaperrobaladehenosacadedinero. La mano que estaba apoyada en la consola comenzó a temblar casi imperceptiblemente, cerdo, vaca, perro, bala de heno, saca de dinero, sus suprarenales segregaban adrenalina a toda velocidad, el corazón latía al borde del colapso. Cerdo...vaca… la frente se llenó de gotas de sudor como si fueran los estigmas de una corona de espinas, ...bala de heno...bolsa de dinero..Sí! La exclamación salió de su boca en un grito orgásmico, había ganado Allí estaba su premio…..cerdo…
En un instante empezaría el coro de mugidos, gruñidos y cacareos de la granja bajo la sintonía que anunciaba el premio y un segundo después la cascada de monedas. Las perlas de sudor se evaporaron de golpe ..la frente le ardía, ¿y la música? ¿y la cascada de monedas?. Miró las ruletas. No podía ser, el tercer tambor se había parado en cerdo.¡CERDO!. Golpeó con el puño la tragaperras que protestó con una agudo pitido que alertó al dueño del bar.
-Eh! amigo no vuelva a hacer eso o tendré que apagarla.
- Perdón, lo siento, no lo volveré a hacer; pero no la apague por favor. Se disculpó sin girarse mientras se pasaba ambas manos por el pelo intentando calmarse y de camino secarse el sudor que las encharcada. Había estado tan cerca, tan cerca.
-La máquina no tiene culpa de su mala suerte. Apostilló el barman.
Su brazo llevó a su mano al bolsillo trasero del pantalón en busca de la cartera. Era un movimiento automático, preciso como un paso de baile ensayado miles de veces, apenas si fue consciente de él. Sacó la cartera de piel negra ajada y buscó dentro de ella algún billete. No había ninguno. Desabrochó la solapa del monedero, no había billetes, pero una moneda también serviría. Escarbó dentro, ávido igual que un perro que busca un hueso enterrado. Nada, todo eran monedas, demasiado pequeñas para poder seguir jugando. Cerró el monedero, iba a doblarla para devolverla a su lugar cuando sus ojos se cruzaron con los de su hija. La niña que ya no era una niña le miraba desde una instantánea tamaño carnet. Era una foto hecha en un fotomatón estaba arrugada y tan ajada como la cartera, era de cuando Laura tendría más o menos 5 años ..y de eso hacía más de diez, no recordaba que llevara esa foto. Cerró los ojos y apretó la cartera con fuerza, no podía sostenerle la mirada, no podía mirar a su hija, no antes de ganar.
Devolvió la cartera al bolsillo trasero del pantalón. Tenía que conseguir dinero de alguna manera debía seguir jugando, era de vital importancia . Se volvió a mesar el pelo. La máquina le miraba descarada haciéndole guiños de colores y silbando su musiquilla burlona. No sabía qué hacer con las manos. Seguía allí plantado como un pasmarote, sintiéndose observado por el camarero y también por los clientes que habían interrumpido sus charlas y cambiando la contraportada de los diarios deportivos donde salían chavalas exuberantes ligeras de ropa por el espectáculo de su agonía. En otro acto de impotencia refleja sus manos fueron a los bolsillos de los jeans. El dedo corazón derecho rozó algo duro y frío. Era una moneda, estaba salvado. La sujetó con fuerza ése disco metálico era su salvavidas rezó para que no fuera una moneda demasiado pequeña. La saco y la miró. Era una señal debía de serlo, era una moneda de dos euros. La cara del monarca abdicado grabada parecía sonreirle. Sin pensarlo un milisegundos más la introdujo en la máquina. Los tambores comenzaron a girar de nuevo.
Cerdovacaperrobaladehenosacadedineropozo, cerdovacaperrobaladehenosacadedineropozo. Los símbolos volaban pasaban raudos casi imperceptibles excepto para el ojo entrenado de un jugador. Sus pupilas los seguían intentando creer que su mente concentrada podría de alguna manera casi mágica los detendrían en la combinación ganadora. Cerdo..vaca..perro..baladeheno..sacadedinero..pozo...pozo!?
Las tres ruletas se detuvieron en el icono de un pozo. Esos pozos no estaban antes, qué truco era aquél?. Seguramente se trataría de algún premio especial, sí debía de ser eso,por qué si no, qué otra cosa podía ser?. Miraba los tres pozos completamente absorto en ellos, no había nada más en el mundo. El bar había desaparecido, los clientes, el barman, el silencio incómodo, todo, sólo existían aquellos tres dibujos parpadeantes, tres pozos de piedra y polea de hierro y soga atada a un balde hecho de madera, el típico pozo que llega a la mente cuando se piensa en un pozo de los deseos. Y eso era una buena, no, eso era una muy buena señal. Nada malo podía suceder, al fin su golpe de suerte había llegado y él estaba allí, listo, paladeando cada segundo cada, instantes esperando, listo para recibirlo.
En la parte superior de la consola de la tragaperras se iluminó en blanco una nueva pantalla que hasta ese momento se había mantenido con la imagen fija del dibujo de una granja. Un dibujo de bonitos colores y siluetas redondeadas que recordaban a ese estilo de dibujos animados japoneses que tenía tanto éxito , “manga” creía que se llamaba. La granja había desaparecido sustituida por un fogonazo de luz blanca que lo encandiló. “Bienvenido al juego de los pozos”
Las letras azules aparecieron de súbito. Así que efectivamente se trataba de eso, había activado la consola de los bonos. Bien eso implicaría que su premio sólo podía engordar. Estaba en el camino. En la pantalla led las letras de caligrafía turgente y azul parpadeaban y bailoteaban al compás de la nueva sintonía. Una un poco menos alegre un poco menos rápida y un poco más misteriosa, pero claro, eran pozos de los deseos y esos pozos siempre eran misteriosos, la música los acompañaban perfectamente era mucho más apropiada que la sintonía anterior plagada de toques countries, gruñidos y cacareos.
Pulsó sobre la tecla “avances” como signo afirmativo de que iba a seguir jugando. No fue un golpe seco, decidido y rotundo, tampoco fue un toque breve, suave casi delicado pero eficaz de jugador. No, pulsó con todo lo que tenía, con todo lo que le quedaba o mejor dicho, con lo único que aún poseía, con su alma, como una alma desesperada y pulsó como si ese pulsador fuera el timbre de las puertas del paraíso.
La imagen de los pozos sufrió un cambio, sobre cada uno de ellos se dibujaron unos nuevos iconos. Sobre el situado más hacia la izquierda apareció un corazón rojo, en el del centro los píxeles se combinaron para mostrar unos lingotes de oro apilados y el tercero lo que surgió fue un cáliz por el que se enroscaba una serpiente. Las tres nuevas imágenes de los pozos rotulados aumentaban de intensidad alternativamente al compás de la música. Al mismo tiempo el pulsador de avances volvió a chirriar en rojo. La máquina le estaba indicando que debía pulsar para seguir jugando. No le hizo esperar y volvió a hundirlo. En la pantalla una animación simuló que las imágenes giraban igual que si fueran ruletas analógicas.
Los pozos virtuales estuvieron haciendo como que giraban 30 segundos. 30 segundos puede parecer poco tiempo pero a él se le antojaron una eternidad. La máquina era todo su universo, no había nada más, en su mente no cabía nada más, pero eso ya daba igual porque los tres pocitos hechos de puntitos de luz se habían vuelto a detener y algo maravillosos iba a suceder. La música se aceleró, se hizo más rotunda, casi épica y la máquina se llenó de luces azules y rojas que se entremezclaban dando tonos violáceos. Desde luego aquella máquina era la mejor que había visto en su vida, la ambientación era espectacular sólo faltaba que por algún lugar empezara a expulsar humo blanco. Sus ojos miraron los pozos. Tres pozos iguales!, tres!, los tres rotulados con los lingotes!.
Había ganado! Había ganado! Lloraba o reía o viceversa no lo sabía pero, qué importaba?, el caso es que las lágrimas resbalaban por sus mejillas y se le metían en la boca, eran dulces, vaya si lo eran.
Ávido metió la mano en el cajón para recibir su premio. Los dedos correteaban inquietos por la bacía de metal pero las monedas no caían. Su experiencia de jugador detuvo al pánico antes de que abandonara su jaula. Un momento, no había siquiera mirado el display de premios , jajaja estaba tan obsesionado con ganar que no sabía cuál era el premio. Pero en realidad importaba? . Estaba arruinando para varias vidas, había perdido a su familia y el trabajo. Vivía de la pensión de su pobre anciana madre. Realmente importaba un premio de 60, 100 o incluso 200€, la respuesta era un rotundo no. Él era muy consciente. Lo único importante era esa sensación, esa dopamina que segregaba su cuerpo, esa sensación que le hacía sentir pletórico , el juego era su droga, un ancla que le impedía salir de aquel infierno donde el solo se había metido, era un ancla a la cual se había unido de forma irrevocable, y también era consciente de ello, aquel golpe de suerte únicamente serviría para que su martirio continuará unas partidas más, un poco de agua al deshidratado, lo justo para continuar con vida, para mantener la agonía. El dinero ganado no duraría más que unas pocas horas en su cartera. Su cartera? aquel pensamiento esquivó por alguna incomprensible razón la papelera de reciclaje de su cerebro y se quedó bloqueado en alguna sinapsis, como una ternilla, un cartílago en el engranaje de una picadora de carne, una piltrafa que se anuda a la cuchilla inutilizándola, anulándola. Esa piltrafa, ese desperdicio mental le sacó del éxtasis, porque sabía que en su cartera vacía seguía estando aquella foto, la foto de Laura, de cuando su hija era sólo una niña, de cuando él aún no les había arruinado, de cuando él todavía no le había robado su infancia.
Pero...hoy había ganado, los pozos,aquella máquina era tan extraña y diferente, a lo mejor su premio era un deseo, algo además de dinero. A lo mejor su suerte realmente iba cambiar.
La máquina empezó a escupir billetes por una ranura. Allí estaba su premio, era dinero ...sólo y exclusivamente dinero.
Fin.
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