ELISEO
Los nichos de la cuarta fila
asomaban por encima de las tapias del cementerio, eran como los áticos de los
bloques de apartamentos para muertos, en una ciudad para muertos..una ciudad de
muertos dentro de una ciudad para vivos.
El camposanto de
Carabanchel, otrora aislado en medio de un páramo, no hacía una década que
había sido engullido por la ciudad capital. Como otros antes, fue alcanzado por
la última y tan celebrada ampliación urbanística, la ciudad crecía, necesitaba
expandirse. Era un río de ladrillos que se había desbordado, avanzaba en
tromba; el pequeño cementerio sólo fue un escollo que quedó rodeado por un centro
comercial, zonas verdes con parques de juegos infantiles, gasolineras y pisos,
muchos pisos. Urbanizaciones enteras, con nombres tan rimbombantes y
desafortunados como “Residencial Vista Alegre” (justo enfrente del cementerio)
o “Colonia Los Olmos” (aunque no hubiera un solo olmo en kilómetros a la
redonda) llenas de bloques, repletos de apartamentos, apartamentos pequeños,
casi tan pequeños que parecieran nichos, curiosamente como los de aquel
cementerio que había engullido.
Eliseo, chófer de la EMT
(Empresa Municipal de Transportes) pasaba a diario junto a él,
.Primero muy temprano, a las
cinco de la mañana, camino de la cochera, que está justo al lado del cementerio
y luego una vez terminada la jornada, pasado el mediodía, después de dejar su
puesto al volante del coche número 352, de la línea 155 al compañero de relevo,
regresaba a recoger su coche, que dejaba aparcado junto a la cochera. Aunque
vivía muy cerca, él prefería ir a trabajar en su vehículo particular que
andando. Ir en él le daba unos cuantos minutos más de margen, para holgazanear
en la cama, minutos de los que siempre andaba escaso, la puntualidad no era su
fuerte. El trayecto no le llevaba más de diez minutos, los tenía cronometrados,
u ocho si pillaba los semáforos en verde. Era una persona de costumbres, eso
también. Siempre el mismo camino. Primero salía del garaje de su casa en la
calle del Maravedí para tomar la avenida del Euro, que iba a dar a una rotonda
que repartía el tráfico. Continuaba entonces por la Vía Lusitana un par de kilómetros
hasta llegar al cruce de la calle donde las lápidas de los nichos asomaban por
encima de la tapia del cementerio. La calle bordeaba el lado norte del
camposanto, una calle poco transitada, sólo conduce al tanatorio que linda con
la autopista de circunvalación o a la cochera. Estaban construyendo un
supermercado, en unos de los solares que quedaban baldíos pero su acceso
principal sería por la avenida de los Poblados por lo que la calle seguiría
siendo casi de uso privado para los trabajadores de la EMT y para los servicios
tanto del tanatorio como del cementerio.
Aquel día era uno de esos
extrañamente calmos de la capital madrileña. Era lunes, un lunes entre dos
festivos ya que al día siguiente se celebraba la Almudena, patrona de la
capital y muchos de sus vecinos lo habían tomado como puente. Los colegios no
abrirían de nuevo sus puertas hasta el miércoles, era una excusa perfecta para
hacer una escapada con la familia o los amigos. El tiempo acompañaba y a pesar
de ser Noviembre el sol todavía calentaba lo suficiente para atreverse a echar
unos paseos por la sierra o ir unos días a la playa, donde el clima era aun más
benigno. De cualquier forma Eliseo tenía que seguir haciendo circular el
autobús. Él nunca libraba los puentes, así que siempre había algún compañero
dispuesto a cambiárselos. Era una de las ventajas de no tener ni familia, ni
demasiada vida social.
Vivía solo desde que
fallecieron sus padres y de eso hacía ya. Su padre también fue chófer, de hecho
fue él el que le animó a seguir sus pasos. Al morir le dejaron una pequeño piso
en el barrio de Usera y unos ahorrillos. Un buen día decidió vender el pisito e
invertir su modesta herencia en uno nuevo con ascensor y plaza de garaje y más
cerca de la cochera.
De cualquier forma seguía
yendo en coche a trabajar y ese lunes no fue una excepción. La jornada pasó
lenta y aburrida. Casi no había tráfico, los colegiales habían desaparecido y
con ellos la algarabía de risas y gritos, parecía que todos los niños fueran
sordos, entraban en el autobús en tromba y salían en tromba. Sólo quedaban
algunos viejitos que subían trabajosamente, quejándose de que era muy brusco
conduciendo. En ese momento empezaba un cacareo y comenzaban a darse la razón
los unos a los otros, en un bucle que se retroalimentaría hasta el infinito,
sino fuera porque alguno de ellos rompía el ciclo, introduciendo un nuevo tema
más jugoso que éste, las nuevas dolencias que les asaltaban, y entonces pujaban
por ser el más castigado de todos, hasta que el nuevo bucle se autodestruía por
la falta de consenso o por otro tema favorito, el tiempo: que no llovía, que no
hacía frío o que hacía mucho….prefería el bullicio alegre y descarado de los
chavales al zumbar lastimoso de los viejos moscardones.
A las 12:30 su compañero
Julián estaba en la parada acostumbrada, e hicieron el cambio. Julián era mayor
que él, había conocido a su padre, y si todo iba bien en pocos meses se
jubilaría. Así a las 12:45 Eliseo estaba arrancando el coche y listo para
volver a casa, donde le esperaba su almuerzo, una lata de fabada Litoral, un
vaso de vino tinto de marca blanca y una manzana fuji, que eran las que más le
gustaban. Luego una siesta en el sofá mientras veía alguna película de vaqueros
de las que ponían en el canal autonómico y después a lo mejor se animaba y
bajaba a dar un paseo antes de la cena.
En ésas estaba cuando el
semáforo cambió a ámbar, freno levemente y redujo una marcha pasando de tercera
a segunda, utilizando la retención del motor de su viejo, pero bien cuidado
Renault Clío como freno, hasta que el coche estuvo prácticamente al paso de una
persona y entonces volvió a usar el pedal del freno para detenerlo
completamente. Tenía la mala costumbre de aguardar en los semáforos con una
marcha metida y el pedal del embrague pisado, sí un conductor tan experimentado
también tenía sus manías, a pesar de llevar años conduciendo coches de línea de
cambios automáticos.
Su Clío azul metalizado era
el único coche parado en el semáforo, se aburría. Era un semáforo de los
lentos, la Vía Lusitana tenía muchísimo más tráfico que aquella calle,
lógicamente el tiempo que permanecía verde también era proporcional. Conectó la
radio con desgana, de sobras sabía que a esa hora, en la única emisora que
tenía presintonizada del dial, sólo había un magazine para marujas y muchos
anuncios. Anuncios que terminarían metiéndosele en la cabeza y que le
obligarían a tararear su musiquilla o incluso sus locuciones durante días.
Efectivamente los altavoces del coche comenzaron a vocear las bondades de un
nuevo restaurante en el centro de Madrid, uno que según decía el actor de
doblaje fusionaba la cocina gallega y la valenciana, no lo dejó terminar,
—valiente tontería. Ya no saben qué hacer— pensó en voz alta Eliseo. Ahora
tendría metida esa cancioncilla en la cabeza hasta Dios sabía cuándo “Venga a
Restaurante Gallencia.. ni no ni...♪♫♪” . El semáforo seguía rojo. Sin nada más
que hacer que seguir esperando a que cambiara a verde, su mirada fue saltando
de un lugar a otro buscando algún entretenimiento que acortara esa espera, que
tan larga se le estaba antojando ― ¿se habría estropeado el semáforo?― y sin
darse cuenta empezó a leer las lápidas de los nichos que asomaban por encima de
las tapias del cementerio.
Manuel Requena Bermejo
02-06-52 / 05-08-15 ✝ Tus
hijos no te olvidan
Soraya Martín Herrero 23-10-38 / 13-01-12 ✝ No
te olvidamos
Rosa Urbano Gil 15-07-40 /
01-03-08 ✝
Siempre te querremos mamá
Elíseo Crespo Rodríguez
20-05-68 / 12-11-10 ✝
Nadie se acuerda de ti
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