Silenciosos notas sus pasos en el suelo, romos, esa vibración callada en los oídos, ese retumbar en la cabeza. Se eriza el pelo, como cuando la tormenta está cerca, aún no se oyen los truenos aún no se ven los relámpagos pero no tardarán. No puedes esconderte, no puedes huir. Esa estaca de marfil clavada en tu boca, es un vórtice que lo atrae irremediablemente.
Lo sientes, ya está aquí.
La primera descarga de dolor es despiadada, tanto que te hace confiar en que las próximas no podrán ser peores. La segunda no tarda ni un segundo en sacarte de tu error, es mil veces, un millón de veces peor. Se suceden en una progresión de intensidad exponencial que parece no tener fin...
Primero es un dolor helado, como un puñal de hielo que se hinca veloz para luego empezar a calentarse hasta hervir igual que la roca se funde en una caldera del mismo infierno.
Te encoges en la oscuridad de la mazmorra en que se ha convertido tu cabeza, intentas encajar los golpes que ya no son una sucesión d, ahora son un continuo chorro de dolor una onda que solo se modula en amplitud, la frecuencia ya no es un parámetro, es una constante línea de sufrimiento.
Aprietas los dientes en un vano intento de disminuirlo, es inútil. Quieres arrancarte esa astilla diabólica que te tortura. Tu lengua la busca, la palma, la acaricia servil en busca de piedad, una piedad que a sabiendas sabe que no va a encontrar.
Ya hace diez minutos que comenzó y parecen diez eternidades de sufrimiento. Te retuerces, sudas y tiemblas. Solo, solamente queda resignarte a que el dolor se canse, ese verdugo se agote de martirizarte.
La Santa Inquisición está en tu boca, la ira de dios dentro de un diente, el pecado solo se expía con dolor que no cesará hasta que sus nervios se necrosen, hasta que la infección deshaga todas las terminaciones nerviosas. Ojala sea pronto, ojala la negra pústula se los coma y no tarde o la locura no se te será ajena, pues no hay nada peor que un dolor de muelas.
FIN.
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