La habitación sin ventanas, de paredes blancas y desnudas, estaba limpia y ordenada. Una habitación espartana en su decoración, con un único toque de calidez, que le aportaba el edredón rosa y el par de peluches que había sobre la cama. Por lo demás, el resto del mobiliario era más propio de un aula de colegio de los años 50 del siglo pasado, que del dormitorio de una niña o una adolescente de nuestros días. Ni rastro de tecnología o electricidad, más allá de la lámpara de la mesita de noche, el plafón del techo y del flexo del escritorio.
La cama era de madera de cerezo, lo mismo que el pupitre y el anaquel. Los muebles habían sido barnizados muchas veces y la madera rojiza se había ido oscureciendo con cada pátina. A pesar de no ser muebles nuevos, lucían robustos y bien cuidados . La estantería estaba repleta de libros. Ese era el indicio, que definitivamente desligaba la estancia a una niña. Todos los volúmenes versaban sobre temas demasiado gruesos para una cría, incluso para una chica de bachillerato. Había tratados matemáticos, de física, de mecánica cuántica y luego los había de medicina también de filosofía y política. Sólo un libro desentonaba entre toda aquella pila de saber académico y formal. Había un cuento, un pequeño cuento de tapas de cartón de aspecto antiguo, muy antiguo, El maravilloso mago de Oz.
La mujer cerró la puerta con llave por fuera y se alejó por el pasillo con el repiqueteo de los tacones sobre el suelo de gres persiguiendola.
Ella se había hecho cargo de aquella niña desde la sacaron del hospital. No fue fácil, pero el dinero y el miedo lo pueden todo. Set tiene suficiente de ambos para dar y conseguir cualquier cosa, hasta un certificado de defunción falso de una niña.
Y ahora se sentía extrañamente vacía como su habitación. Muchas veces se dijo a sí misma, que solo era otro niño más de los muchos que habían pasado por allí, de los muchos que seguían pasando. Set necesita su energía para mantenerse con vida, pero aquella niña no iba a ser simplemente una pila. No, aquella niña era especial, igual que lo fue su madre, la única persona que pudo plantarle cara al viejo y casi vencerlo. Primero quiso a Laura, pero Set no pudo hacerse con ella, la segunda opción era su hija o empezar a buscar otra desde cero. Esa búsqueda podría llevar años. El viejo ya tenía otra mente, otra aunque demasiado joven. Es verdad que tendría que aguardar, mas era una inversión a seguro, y además durante ese tiempo podría moldearla a su gusto, hacerla a su medida. La juventud en algunos aspectos podría ser un impedimento, en cambio en otros era una ventaja. Una mente adulta tiene pilares que no se pueden alterar sin arruinarla. Con Paula todo estaba sin hacer. El único problema era que habría que esperar a que creciera.
Y ahora la niña tampoco estaba, también se reveló, también se enfrentó a Set prefirió ahogarse antes que sucumbir a él. Aquel contratiempo podría haber acabado con Set y haberlos arrastrado con él. Ella, Orgaz, todo dependía de Set sin él no eran nada. Llevaban media vida en aquello, ya eran demasiado viejos para echarse atrás. De alguna forma cuando Orgaz levantó el teléfono aquella noche su futuro quedó sellado. Aún recordaba cuando conoció al doctor. Era una joven enfermera y él un joven doctor , que empezaba a despuntar en el departamento de neurología, no era especialmente apuesto. No, a ella no le atrajo su físico. Orgaz era brillante, inteligente, osado, ambicioso. Eso fue lo que le hizo acercarse a él. Pronto fue su mano derecha.
Luego llegaron los reconocimientos, y más tarde las envidias, la censura y tras ellos la caída, la descalificación y la persecución. Nunca lo abandonó, nunca le falló y nunca lo haría.
El teléfono móvil le vibró en el bolsillo de la bata. Orgaz la necesitaba. Habían pasado un par de meses desde que la niña se escapó. Los problemas no habían acabado, de hecho solo habían hecho nada más que empezar.
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Un mes antes.
Luis hombre, no vengas a pedirme más tabaco
No, no vengo a eso.- Dijo el vagabundo-
Traía la cara desencajada, los ojos abiertos como platos y el escaso pelo más revuelto de lo habitual, como si ese baño que se debía, se acercara y fuera un gato asustado por el ruido de una alcachofa de ducha abierta.
El policía se puso en guardia, algo pasaba. Luis era un hombre tranquilo, que había perdido la cabeza y vagabundeaba por el barrio. Él hacía la vista gorda. Le tenía lástima, le daba algún paquetillo de tabaco e incluso conversación en esos días que parecía , una persona normal, que había tenido mala suerte y no un demente.
El indigente traía un periódico, una hoja en realidad y la agitaba con la desesperación de un náufrago que ve un barco en el horizonte.
Tranquilo Luis. Qué ocurre?
Esta es mi hija. Es ella. Mi niña, no estaba muerta no, me la robaron.! - Empezó a repetir gritando.
Luis se derrumbó en los brazos del policía que solo pudo sostenerlo. Lloraba , balbuceaba. Entre los hipidos y el llanto su retahíla se volvió indescifrable. Aquel hombre, aquel pobre hombre por el que normalmente sentía pena ahora realmente le estaba oprimiendo el corazón, aprentándoselo en sus manos sucias, se deshacía entre sus brazos igual que si fuera una réplica de arena. Quizás fuera una recaída y su enfermedad mental estuviera empeorando. Miró a su compañero de patrulla para indicarle que no había ningún peligro, sólo era un hombre enfermo, solo y destrozado, un nombre que no tenía nadie, ni siquiera un hombro en el que llorar.
Arturo consiguió apartar a Luis que seguía murmurando, llorando señalando la foto de la chica del periódico. Quedó sentado en el umbral de un portal. El policía usó la emisora para solicitar ayuda. Lo mejor sería que viniera el SAMUR social. No podían dejar a aquel hombre allí en la calle, en medio de un brote de lo que sea que tuviera.
Es verdad que Luis le había contado alguna vez su historia, sobre su hija y su mujer, que murieron, porque una especie demonio nazi se les metió en la cabeza y todo había sido por su culpa. Siempre lo había tomado como una historia fantástica, fruto de una mente trastornada, pero también era verdad que nunca lo había visto como hoy; además aseguraba que la chica, ésa que apareció ahogada, era su hija. El recuerdo de aquello, le puso la piel de gallina y le erizó el pelo de la nuca, como un dedo de una mano helada que se le hubiera colado dentro de la camisa y le estuviera recorriendo la espina dorsal de arriba abajo. Aquel extraño caso que tenía desquiciada a toda la policía.
Sacó un paquete de Lucky Strike del bolsillo y ofreció un cigarro a Luis que seguía absorto en la foto del diario. Le podría haber ofrecido un cofre repleto de oro y tampoco le hubiera prestado atención. Se lo llevó a los labios y lo prendió con un mechero blanco, que tenía estampado en letras rosas fucsia, Glamour, el nombre de un bar de carretera de dudosa reputación. Dió una fuerte chupada e inspiró el humo mortalmente cálido. Lo retuvo dentro de los pulmones unos segundos y luego lo exhaló. Y si lo que decía Luis era verdad, y si aquella chica era en verdad su hija. No, no podía dejarse arrastrar por la psicosis de aquel pobre desgraciado.
Continuará...
La cama era de madera de cerezo, lo mismo que el pupitre y el anaquel. Los muebles habían sido barnizados muchas veces y la madera rojiza se había ido oscureciendo con cada pátina. A pesar de no ser muebles nuevos, lucían robustos y bien cuidados . La estantería estaba repleta de libros. Ese era el indicio, que definitivamente desligaba la estancia a una niña. Todos los volúmenes versaban sobre temas demasiado gruesos para una cría, incluso para una chica de bachillerato. Había tratados matemáticos, de física, de mecánica cuántica y luego los había de medicina también de filosofía y política. Sólo un libro desentonaba entre toda aquella pila de saber académico y formal. Había un cuento, un pequeño cuento de tapas de cartón de aspecto antiguo, muy antiguo, El maravilloso mago de Oz.
La mujer cerró la puerta con llave por fuera y se alejó por el pasillo con el repiqueteo de los tacones sobre el suelo de gres persiguiendola.
Ella se había hecho cargo de aquella niña desde la sacaron del hospital. No fue fácil, pero el dinero y el miedo lo pueden todo. Set tiene suficiente de ambos para dar y conseguir cualquier cosa, hasta un certificado de defunción falso de una niña.
Y ahora se sentía extrañamente vacía como su habitación. Muchas veces se dijo a sí misma, que solo era otro niño más de los muchos que habían pasado por allí, de los muchos que seguían pasando. Set necesita su energía para mantenerse con vida, pero aquella niña no iba a ser simplemente una pila. No, aquella niña era especial, igual que lo fue su madre, la única persona que pudo plantarle cara al viejo y casi vencerlo. Primero quiso a Laura, pero Set no pudo hacerse con ella, la segunda opción era su hija o empezar a buscar otra desde cero. Esa búsqueda podría llevar años. El viejo ya tenía otra mente, otra aunque demasiado joven. Es verdad que tendría que aguardar, mas era una inversión a seguro, y además durante ese tiempo podría moldearla a su gusto, hacerla a su medida. La juventud en algunos aspectos podría ser un impedimento, en cambio en otros era una ventaja. Una mente adulta tiene pilares que no se pueden alterar sin arruinarla. Con Paula todo estaba sin hacer. El único problema era que habría que esperar a que creciera.
Y ahora la niña tampoco estaba, también se reveló, también se enfrentó a Set prefirió ahogarse antes que sucumbir a él. Aquel contratiempo podría haber acabado con Set y haberlos arrastrado con él. Ella, Orgaz, todo dependía de Set sin él no eran nada. Llevaban media vida en aquello, ya eran demasiado viejos para echarse atrás. De alguna forma cuando Orgaz levantó el teléfono aquella noche su futuro quedó sellado. Aún recordaba cuando conoció al doctor. Era una joven enfermera y él un joven doctor , que empezaba a despuntar en el departamento de neurología, no era especialmente apuesto. No, a ella no le atrajo su físico. Orgaz era brillante, inteligente, osado, ambicioso. Eso fue lo que le hizo acercarse a él. Pronto fue su mano derecha.
Luego llegaron los reconocimientos, y más tarde las envidias, la censura y tras ellos la caída, la descalificación y la persecución. Nunca lo abandonó, nunca le falló y nunca lo haría.
El teléfono móvil le vibró en el bolsillo de la bata. Orgaz la necesitaba. Habían pasado un par de meses desde que la niña se escapó. Los problemas no habían acabado, de hecho solo habían hecho nada más que empezar.
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Un mes antes.
Luis hombre, no vengas a pedirme más tabaco
No, no vengo a eso.- Dijo el vagabundo-
Traía la cara desencajada, los ojos abiertos como platos y el escaso pelo más revuelto de lo habitual, como si ese baño que se debía, se acercara y fuera un gato asustado por el ruido de una alcachofa de ducha abierta.
El policía se puso en guardia, algo pasaba. Luis era un hombre tranquilo, que había perdido la cabeza y vagabundeaba por el barrio. Él hacía la vista gorda. Le tenía lástima, le daba algún paquetillo de tabaco e incluso conversación en esos días que parecía , una persona normal, que había tenido mala suerte y no un demente.
El indigente traía un periódico, una hoja en realidad y la agitaba con la desesperación de un náufrago que ve un barco en el horizonte.
Tranquilo Luis. Qué ocurre?
Esta es mi hija. Es ella. Mi niña, no estaba muerta no, me la robaron.! - Empezó a repetir gritando.
Luis se derrumbó en los brazos del policía que solo pudo sostenerlo. Lloraba , balbuceaba. Entre los hipidos y el llanto su retahíla se volvió indescifrable. Aquel hombre, aquel pobre hombre por el que normalmente sentía pena ahora realmente le estaba oprimiendo el corazón, aprentándoselo en sus manos sucias, se deshacía entre sus brazos igual que si fuera una réplica de arena. Quizás fuera una recaída y su enfermedad mental estuviera empeorando. Miró a su compañero de patrulla para indicarle que no había ningún peligro, sólo era un hombre enfermo, solo y destrozado, un nombre que no tenía nadie, ni siquiera un hombro en el que llorar.
Arturo consiguió apartar a Luis que seguía murmurando, llorando señalando la foto de la chica del periódico. Quedó sentado en el umbral de un portal. El policía usó la emisora para solicitar ayuda. Lo mejor sería que viniera el SAMUR social. No podían dejar a aquel hombre allí en la calle, en medio de un brote de lo que sea que tuviera.
Es verdad que Luis le había contado alguna vez su historia, sobre su hija y su mujer, que murieron, porque una especie demonio nazi se les metió en la cabeza y todo había sido por su culpa. Siempre lo había tomado como una historia fantástica, fruto de una mente trastornada, pero también era verdad que nunca lo había visto como hoy; además aseguraba que la chica, ésa que apareció ahogada, era su hija. El recuerdo de aquello, le puso la piel de gallina y le erizó el pelo de la nuca, como un dedo de una mano helada que se le hubiera colado dentro de la camisa y le estuviera recorriendo la espina dorsal de arriba abajo. Aquel extraño caso que tenía desquiciada a toda la policía.
Sacó un paquete de Lucky Strike del bolsillo y ofreció un cigarro a Luis que seguía absorto en la foto del diario. Le podría haber ofrecido un cofre repleto de oro y tampoco le hubiera prestado atención. Se lo llevó a los labios y lo prendió con un mechero blanco, que tenía estampado en letras rosas fucsia, Glamour, el nombre de un bar de carretera de dudosa reputación. Dió una fuerte chupada e inspiró el humo mortalmente cálido. Lo retuvo dentro de los pulmones unos segundos y luego lo exhaló. Y si lo que decía Luis era verdad, y si aquella chica era en verdad su hija. No, no podía dejarse arrastrar por la psicosis de aquel pobre desgraciado.
Continuará...
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