El día había amanecido soleado. Parecía que al fin las lluvias habían dado una tregua e incluso que se mantendría unos dias.
Las gotas de sudor le perlaban la frente y el aire cargado de olor a pino le atravesaba los pulmones. Salía a correr a menudo, le gustaba hacerlo. Correr era una forma de desconectar del mundo, de los problemas cotidianos. de cuidarse, de dedicarse un tiempo solo y exclusivamente para él, y también la manera que tenía de justificar otro hábito mucho menos saludable, fumar. Correr compensaba el tabaco, se decía.
Normalmente lo hacía por un parque cercano a casa. Se ponía música y corría hasta que las piernas o el pecho le quemaban. Se negaba a usar aplicaciones para que le informaran de la distancia, la velocidad o las calorías consumidas. corría por el mero placer de hacerlo. No necesitaba esa especie de competición absurda con el mismo, no le preocupaba batir su récord personal y por supuesto, mucho menos estaba interesado en pavonearse en ninguna red social. No, correr no era una cuestión de ego, sólo era correr, correr y escuchar música. Pero hoy era un día especial. Hoy no corría por el parque de al lado de su casa, hoy lo hacía por un bosque lejos de la ciudad, un bosque que guardaba un secreto, uno que él quería si no descubrir, por lo menos cercionarse de que existía, de que otra pieza del puzzle estaba sobre el tablero El Buen Pastor una residencia, un sanatorio abandonado donde según Luis habitaba un ser, un monstruo. Por un momento sintió un pequeño temblor de piernas y dio una zancada más corta, más insegura. De ser cierto todo, se estaba adentrando en la boca de un lobo, de un lobo viejo, astuto y malvado. Tenía que ser prudente, mucho.
Dream Theater seguía sonando en sus oídos, su música actuaba como un bálsamo, uno que le templaba y sosegaba. Sólo echaría una mirada discreta, suponiendo que existiera, y suponiendo de que diera con él. Las instrucciones de Luis fueron vagas “sigue la pista forestal”.
Ya llevaba 20’ trotando por aquel bosquecillo y nada. Una urraca graznó desde su percha en una rama alta de abeto cercano, su desagradable voz se coló entre las notas de Endless Sacrifice. Por supuesto no entendía el idioma de las urracas, y de ningún otro pájaro, pero juraría que aquel graznido sonó a: “Vete!”. como si aquella ave fuera un portero y le estuviera advirtiendo de que allí no era bien recibido, que no les gustaban los trotones curiosos.
200 metros más adelante el camino torcía a la derecha en una curva brusca, que no dejaba ver qué había más allá pero tuvo una corazonada y fue cierta el Buen Pastor surgió entre el verdor del bosque, rotundo, sobrio, una mole blanca con tejados a dos aguas, negros de pizarra y ventanas enrejadas.
La imagen de la construcción le hizo detenerse. Allí estaba lo que había venido a buscar. Justo como se lo había descrito el mendigo. Y ahora qué. Tanto se había preocupado en encontrar y de alguna forma casi había deseado que no existiera o que fueran unas ruinas, los restos de algo que ya no era, de algo que solo fuera una sombra en los recuerdos de un hombre trastornado y que, porqué no reconócelo, le diera la excusa de dar por zanjada esta madeja en la que poco a poco se estaba enredando.
El pájaro volvió a graznar otro “Vete!” Más contundente, más seco, más “No te lo voy a volver a repetir”. Pero no, no se iba a ir. El Buen Pastor existía, lo había encontrado, al menos físicamente, ahora solo había que comprobar que no era un simple edificio perdido en medio de un bosque. Reanudó la marcha. Echó a trotar de nuevo, muy despacio. Quería tomarse tiempo para observarlo detenidamente mientras recordaba las palabras de Luis:
“Está rodeado por unas verjas de hierro, acabadas en puntas de lanza, donde el óxido medra. Es un edificio con planta de cruz, compuesto por dos alas y una nave central de tres alturas. En medio de una pradera de césped, verde, cuando no hay calvas de barro rojizo. Los muros son de ladrillo enfoscado en blanco, con refuerzos de granito. Los tejados de pizarra a dos aguas. De ellos sobresalen varias chimeneas. En la nave principal, se adelanta un porche, con columnas de piedra y un portón de madera de dos hojas con tachones de metal, que recuerda al de una fortaleza. Sobre él hay un cartelón con el nombre de la institución.
En las fachadas se asoman ventanas. Las del nivel inferior tienen rejas de hierro pintadas en blanco y en las de las demás están protegidas con una tela metálica como las de un gallinero”
Decidió seguir el camino hasta la cancela y luego rodearlo discretamente. No se apreciaba ninguna actividad, las chimeneas no expulsaban humo y no había ningún coche a la vista. A lo mejor no había nadie, a lo mejor solo estaba cerrado. Era una bonita idea, tan bonita como breve, pues el morro de un Mercedes negro apareció lento e imponente por un lateral del edificio. Ya lo habrían visto, igual que él los había visto a ellos, su indumentaria de runner no era especialmente discreta y los colores fosforitos del cortavientos no le hacían pasar precisamente desapercibido entre aquel fondo verde de coníferas. El camino moría en la verja del Buen Pastor era absurdo fingir que iba a cualquier otro lugar o intentar hacer un cambio de dirección. Lo mejor sería actuar con naturalidad. Se llevó la mano al brazo y sacó el móvil de la sujeción, donde lo portaba mientras corría. Se detuvo y lo apagó. En ese instante la música dejó de sonar y la pantalla se volvió negra.
El Mercedes negro cruzó la cancela y siguió avanzando, con el crujir de la grava bajo los neumáticos hasta donde él estaba quieto y sin dejar de mirar el móvil. Puso cara de circunstancias y les llamó la atención para que se detuvieran.
El cristal tintado de la ventanilla del copiloto bajó un par de palmos.
Un hombre trajeado de negro, con gafas de sol de pasta del mismo color y cabeza cuadrada apareció. No dijo nada.
· Perdón. Mi teléfono se ha debido de estropear y no puedo usar el GPS. Creo que me he perdido. Me podrían indicar cómo se sale de este bosque.
· Suba al coche- Dijo cara de perro.
No era una sugerencia, no era una petición. Era una orden.
· No, no será necesario tanta molestia. Ya encontraré yo solo el camino de vuelta. Gracias.
Aquello no le gustaba, nada, ni una pizca. Tenía que salir de allí. Lo mejor sería correr pero hacerlo campo a través, por entre los pinos. Allí el coche no les sería de utilidad, y podía correr, correr muy rápido.
Sin mediar una palabra más se giró, dispuesto a salir a toda velocidad de allí. El motor que accionaba la ventanilla del copiloto volvió a trabajar, emitiendo un leve siseo para ocultar completamente la luna tintada en la carrocería del coche. Entonces cuando ya estaba a tres zancadas de él, llegó hasta sus oídos el inconfundible sonido de un arma cuando se monta y una voz autoritaria, mucho menos amable, mucho más tajante, que le gritó, Alto!
· Suba al coche. No se lo volveré a repetir.
El miedo a saberse encañonado era paralizante. Su formación no sirvió de nada. El miedo le tenía atrapado entre los dientes.
· No me ha oído?
· Sí. No sé qué quieren de mí pero les aseguro que esto es una terrible equivocación.
· Desde luego que sí agente Arturo. Ha cometido una terrible equivocación. Ahora monte en el coche o le volaré la tapa de lo sesos y luego le quemaremos igual que quemamos a Pepín.
Continuará...
RIADA #1
RIADA #10
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