martes, 13 de febrero de 2018

RIADA #11








Azul, azul.

Una bocanada de aire, otra más, otra. Parecía un pez fuera del agua dando boqueadas desesperadamente en busca de aire. Se iba a hiperventilar. Pero el azul era tan intenso, tan brillante que quemaba los ojos…



Desde lo alto de la copa de un cedro, llegó el desagradable sonido de una corneja - ¡Despierta! Graznó

Y lo hizo de súbito, con la precisión de un verdugo que le sacase la cabeza del tonel de agua justo antes de que se ahogara, despertándolo,

¿Dónde estaba? Un momento, tenía que poner su cabeza en orden, porque aún no podía discernir con claridad qué era sueño de lo que no. ¿Estaba soñando ahora o lo hacía antes? Lentamente los engranajes comenzaron a funcionar, sus recuerdos empezaban a encajar de la misma forma que los dientes de las ruedas de un molino al recibir la fuerza motriz del agua o del viento. Había salido a correr, por eso llevaba esa ropa puesta. Pero estaba en un bosque, no en el parque de al lado de casa. Casa… El concepto rebotó por sus meninges como la bola de acero cromado de un pinball. El pensamiento, el recuerdo de su casa se hacía fuerte. Era un cuchillo caliente atravesando un cerebro de mantequilla. La idea crecía y lo llenaba todo. Casa, ir a casa era lo único importante en ese momento, qué más da dónde estuviera o porqué había venido. Era estúpidamente evidente, estaba en el suelo, desparramado en medio de un carril de arena, con su ropa de correr. Había tropezado, había dado un mal paso, había caído de bruces y había quedado un poco conmocionado, nada más. Puede que hubiera olvidado a qué vino hasta aquí pero ya lo recordaría. Se levantó y comenzó a sacudirse el polvo. Había tenido suerte, a pesar de la caída no tenía ni un rasguño. Sacó su smartphone del soporte del brazo y pasó el dedo por el cristal negro, que al instante reaccionó preñándose de luz. El teléfono funcionaba bien, afortunadamente no había recibido ningún golpe. Parecía mentira, casi estaba más aliviado porque aquel engendro tecnológico hubiera resultado indemne, que de que no le hubiera pasado nada a él. Igual que si fuera un perro que recibe las carantoñas de su amo el teléfono comenzó a vibrar. En la pantalla apareció el icono de un “teléfono” de los que solo servían para hablar y un número que no estaba asociado a ningún contacto de su agenda. Sin pensarlo lo seleccionó y lo arrastró hasta que el icono se volvió verde.
-Dígame
-Hola, buenos días. ¿Es usted el agente Arturo? Quiso saber una voz de mujer
-Sí, ¿quién lo pregunta?
-Soy la doctora Emma Gómez.

Aquel nombre, oírlo fue el manotazo que hace que todo vuelva a funcionar. Ahora lo recordaba, había venido buscando el Buen Pastor y le estaba llamando la forense a la que le dio la muestra para que hiciera la prueba de ADN. Si alguien le estuviera observando lo hubiera visto respingar igual que un marinero cuando oye la voz de “capitán en cubierta”.
-Buenos días doctora, me alegra oírla.
-Yo, no estoy tan segura de estarlo. Tenemos que hablar.
-¿Ha encontrado algo interesante?
-Sabe que sí. Pero ahora no es el momento de hablar de ello. Le mando la dirección de una cafetería. Mañana a las 21:00 estaré allí, ¿podrá venir?
-Sí, claro allí estaré.
-Bien, pues hasta entonces.

La pantalla mostró un mensaje escrito en letras blancas “La llamada de voz ha finalizado” sobre un fondo azul, un instante después se volvió negra.

Se quedó mirándolo un segundo. Cómo pensando qué hacer. Consultó la hora. Casi las doce de la mañana. ¡Dios qué tarde era! ¿Cuánto tiempo había estado conmocionado? Una nube cenicienta cruzó por sus pensamientos. Nunca le había ocurrido algo así. Cuando pasase todo aquello se haría un chequeo. Sí, sería lo mejor, aunque no fuera nada importante, no convenía dejarlo caer en el olvido, pero no ahora, ahora tenía otra cosa en mente. Giró sobre los talones y comenzó a andar en dirección al coche, que estaba en una especie de apartadero que formaba un ensanchamiento del carril, justo al comienzo, nada más abandonar la carretera comarcal, o al menos eso recordaba. Aquella broma de pésimo gusto con el mismo, le hizo sonreír. Apretó el paso y comenzó a trotar. De poco importaba ya que no hubiera encontrado el Buen Pastor, la cita con la doctora lo hacía un dato insignificante. Algo le decía que aquel mendigo le había dicho la verdad, toda la verdad, por muy extraña que pareciera.

A lo lejos se volvió a oír el graznido de una corneja, puede que fuera la misma o puede que no, lo que no dejó lugar a dudas es que el graznido sonó a carcajada. 

Continuará... 

RIADA #12 
RIADA #1

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario