viernes, 26 de julio de 2019

AZUL 1ª Parte



AZUL



“La locura es relativa. Depende de quién encierre a quién en la jaula.” Ray Bradbury






.6:00. a.m. Los pitidos le taladraban los tímpanos con cada pulso, como si le clavaran en ellos agujas heladas y penetraran en su mente aguijoneándole el cerebro. Amanecía, estaba tirado en el suelo del baño, desnudo, pegado al gres como un reptil.

Tras unos pasos sin sentido aparente, la cocina apareció. El olor a café era un lastre que le bajaba una y otra vez al mundo, la promesa de cafeína hacía latir el corazón con más fuerza y la realidad era ya inevitable. Se había despertado otra vez más, lamentablemente no era un sueño, lamentablemente estaba vivo.



Cuando la conciencia de la propia existencia se derramó por su ser, sólo sintió dolor, un dolor que lo llenó todo. Sus ojos buscaron el cuchillo de cocina, que descansaba sobre el granito de la encimera. Era la llave que abriría su cuerpo y dejaría salir su alma. Los dedos corretearon hasta asir el mango negro con remaches dorados. Levantaron los 20 cms de acero y con un leve temblor lo colocaron en su soporte magnético de la pared. A quién quería engañar, era un cobarde y aunque deseara acabar de una vez por todas con su vida no podía hacerlo, no debía, aún no.



La negra infusión penetró en su boca dejando un regusto amargo. Dejó la taza de la pila y se quedó mirándola, como si fuera la primera vez que la veía, pero no, no era la primera vez. La taza era de loza blanca, decorada con la imagen de un personaje de dibujos animados. Era la taza favorita de su hija, donde ahogaba las galletas con forma de animales. Por las mejillas le rodaron lágrimas. Odres de pena líquida que se desbordaron sus ojos cayendo y arrancando de la pila metálica notas de duelo. El llanto contenido le abombó el pecho y le hizo inspirar moco y un quejido, como el de una ballena agonizante, salió de sus entrañas grave y largo. Consiguió separarse de la fregadera y se derrumbó de la misma forma que un muñeco al que le sacan el relleno.

Se incorporó, avanzó hacia el cuarto de baño como lo haría un no-muerto. Los azulejos verdosos le devolvieron la luz fría y parpadeante del fluorescente del techo. En el piso de damero blanco y negro, un insecto huyó a su refugio de humedad en alguna grieta. Apoyando las manos en el lavabo, observó la corona de óxido que rodeaba el desagüe, que le sostenía la mirada con su ojo tuerto de pelo podrido, grasa y jabón seco. Levantó la cara y se encontró con un espejo empotrado en la pared. El rostro que se reflejaba era el de un hombre o al menos de sus restos. Casi no tenía fuerzas para sostenerle la mirada. Unos 50 aun, cuando sólo hacía menos de un año que había pasado de los 40. Los ojos, mojados de lágrimas, de un marrón con reflejos ambarinos, estaban inyectados en sangre y los globos oculares tenían el color de la cera. Los pómulos prominentes por la delgadez. La barba negra y rala, con bastantes canas que no se afeitaba desde no menos de cinco días. En la cabeza el pelo, al igual que en la cara no abundaba, dejando ver el cuero cabelludo blanquecino. La nariz sobresalía algo torcida y afilada como un escollo sobre unos labios finos y planos del color del hígado.



La respiración aumentó su ritmo sin previo aviso. Las pupilas se dilataron haciendo caso omiso del dolor que recibían por el aumento de luz que penetraba en ellas. La imagen reflejada se distorsionó desenfocándose y en la mente se empezaron a encadenar imágenes, de la misma manera que si fueran vagonetas de una montaña rusa, pero que viajaran al revés, tomando cada vez más y más velocidad llegando al límite del descarrilamiento.

Carentes de sentido temporal, los recuerdos alternaban con fogonazos de luz blanca, como cuando la película se desenhebra en un proyector de superocho.



La habitación era amplia y blanca, en el aire había un resto de olor a desinfectante. La ventana era doble, siendo el cristal exterior ligeramente ahumado, con lo que tamizaba la luz solar que todavía entraba a esa hora de la tarde. Todo el mobiliario lo formaban tres piezas, un sillón reclinable de símil-piel azul cían, que recordaba a algún prototipo fallido de silla eléctrica, una mesita de metal blanco y madera contrachapada en el mismo color, con un cajón y un estante.; ambas separadas de la tercera pieza, una cama, por una mampara de cristal. Una cama articulada, hecha de tubo metálico lacado, con embellecedores de resina gris que sostenían el cuerpo enfermo de una niña, Paula.



El doctor entró, tras golpear con los nudillos a la puerta suavemente.



-Buenas tardes. ¿Cómo están?, dijo dirigiéndose a los padres de Paula que encontraban frente a la mampara. La niña dormía. Prosiguió.



-Veo que sigue descansando, los sedantes la mantendrán así durante un buen rato.



Laura le abordó con la súplica en el rostro



- Doctor, por favor díganos ¿Qué le pasa?



El médico habló en un tono bajo, casi en un susurro, que pretendía ser tranquilizador, mientras con la mano invitaba a que le acompañarán fuera de la estancia. Una vez en el pasillo se dirigió a ellos mirándolos alternativamente a la vez que les daba las tan ansiadas explicaciones:

-Bueno, aún es pronto para saberlo, estamos esperando el resultado de varias pruebas y analíticas, lo único que puedo decirles es que Paula está desarrollando una reacción auto-inmune muy agresiva. Comprendo su preocupación y sólo les pido que tengan paciencia. Su hija está en las mejores manos.



Tras despedirse se marchó con paso decidido, mientras la bata blanca se le levantaba como la capa de un superhéroe de cómic, dejando una estela de inquietud.



Los ojos volvieron a enfocar su cara, los recuerdos dejaron a su cerebro en punto muerto. No podía hacer otra cosa que permanecer quieto, viéndose en el espejo, al mismo tiempo una regurgitación de ácido le ascendió por el esófago quemando todo a su paso. Era la culpa, el remordimiento, que desgarraba su cuerpo desde dentro. Escupió en el lavabo una masa negruzca de saliva, sangre y jugos gástricos. No podía creer que él tuviera la responsabilidad de todo lo que había sucedido.



En el fondo del espejo, junto a su esquina superior izquierda algo llamó su atención.

Una de las argollas de sujeción de la cortina de baño no estaba, en su lugar un desgarrón que había destrozado el ojal, donde debería estar. Se giró y observó.

Allí estaba la bañera y la cortina de plástico translúcido con flores grandes de colores, que dejaba intuir el cuerpo desnudo de Laura, parecía una muñeca hecha de cera. Se agachó junto a ella y le acarició la mejilla con el dorso de la mano, estaba fría, murmuró:



- Lo siento cariño, ya sabes que no tuve elección.



Otra vez las lágrimas se asomaron a sus ojos. Se restregó el antebrazo por la nariz sorbiendo los mocos.



Era verdad que su relación se había ido apagando hasta el límite de la indiferencia e incluso habían estado barajando la idea del divorcio, pero al final siempre permanecían juntos. Un poco por pereza, un poco con la esperanza de recuperar la ilusión y un mucho por Paula. Nunca hubo ni la más mínima violencia en sus discusiones, nada más allá de algún insulto o algún portazo. Y pensar que todo comenzó con eso, con un portazo.






1ª PARTE



En cualquier lugar del arco iris, los cielos son azules y los sueños que te atreves a soñar se vuelven realidad. (Lyman Frank Baum)

La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre. (Friedrich Nietzsche)



Unos meses antes:



Ya estaba avanzado el mes de noviembre y el aire comenzaba a oler a Navidad. Los comerciantes lo sabían y no perdían la ocasión, adornando anticipadamente sus negocios (cada año antes). Campanas doradas con enormes lazos rojos, abetos de plástico verde y portales de belén llenaban los escaparates y fachadas. También en las calles más céntricas de la ciudad las autoridades comenzaban a colgar guirnaldas luminosas, deseando felices fiestas y un próspero año nuevo.

La crisis económica que azotaba el país parecía menos importante es estas fechas y toda la sociedad parecía huir hacia delante. Envolviéndolo todo en papel de regalo y bombillas de colores, como si así fuera a desaparecer por sí misma, de cualquier forma la época de vacas flacas seguía su curso ralentizando el consumo engullendo empresas y aumentando el número de desempleados.

A la familia de Luis también le alcanzó con unos de sus tentáculos en forma de regularización de empleo. Tras diez años en plantilla de Componentes y Materiales s.a. se veía en la calle con buenas palabras y una indemnización ridícula.

Siempre es mala fecha para un despido, pero la cercanía de la Navidad lo hacía si cabe, un poco más cruel. Tenían algo ahorrado y con la prestación por desempleo el horizonte a corto plazo no parecía desesperado.

Laura, primero se indignó e incluso culpó a su marido de que había bajado el rendimiento, dando a entender que casi se lo había buscado. Pero tras el acaloramiento entró en razón y lo apoyó. Comenzando a auto-inculparse de la situación familiar, ya que ella había dejado su puesto de secretaria de dirección cuando nació Paula.


Pulsó el botón de arranque con el dedo índice y los 200 caballos del motor alemán resucitaron de su letargo con un suave ronroneo. El sedán salió del garaje como una flecha plateada que quisiera clavarse en el corazón de la noche. Los neumáticos dejaron un su impronta de goma quemada en el asfalto y una nube de humo azulado le despidió. Había vuelto a discutir con Laura, en la cabeza aún resonaban los gritos, los insultos... pero lo que más se oía era el llanto de Paula. No podía soportarlo, se le introducían como la sal en una herida. No recordaba cómo comenzó la discusión esta vez, pero daba igual, la situación se estaba haciendo insostenible. Desde que perdió el empleo, todo había ido de mal en peor. La convivencia con Laura se hacía difícil, en parte porque pasaban demasiado tiempo juntos, cosa que con anterior ritmo de vida se restringía a alguna hora por la noche y algún fin de semana y en parte por su mal carácter, que no era otra cosa que el producto del tedio y la pérdida de autoestima. Su mujer, también aportaba, con sus dosis de reproches y lamentos que poco a poco le iban desquiciados.



Las farolas con su luz de vapor de mercurio, daban a la ciudad los tonos sepia de las fotos antiguas. Las calles residenciales desiertas, dejaron paso a las grandes avenidas y estas a las autopistas de circunvalación. El Volkswagen se introducía más y más en la oscuridad a medida que se alejaba. Por sus diez altavoces salía el heavy metal, potente y afilado, que le animaba a apretar aún más el acelerador. En el velocímetro digital, los 120 km/h legales hacía treinta cifras que se habían rebasado .Los escasos automóviles que adelantaba eran como luciérnagas en sus retrovisores en pocos segundos.

Esto le relajaba. Siempre le había gustado conducir, la velocidad le hacía que su mente tuviera que concentrarse sólo en la carretera, olvidado lo demás.



La señal azul reflectante informaba de que se encontraba a setenta kilómetros de su casa. En la luz rojiza del tablero de mandos, el testigo de combustible comenzó a parpadear combinado con un pitido. En el estéreo sonaba "Highway to Hell" de AC/DC. Tenía la gasolina justa para volver. ¿Volver? .La idea se empezaba a abrirse camino como un gusano, que va royendo la carne de una manzana, tras 45 minutos de vagar por la autopista. Al mismo tiempo, que sopesaba la idea de volver a casa, decidió que primero buscaría una estación de servicio para repostar y aclarar un poco la mente.



De imprevisto el reproductor de Cd saltó y se conectó la radio. Sólo se escuchaba el ruido de interferencia. Luis se sorprendió, con gesto de disgusto accionó los mandos del volante que harían que volviera a sonar la música. El rock volvió, pero tras unos segundos, la estática de nuevo fue la dueña del equipo de audio. Esta vez, el bajo la estática se escuchaba algo más, como una emisora que no tuviera la suficiente potencia de emisión. Accionó los mandos de nuevo para volver a reproducir el disco compacto, y comprobó que no podía. No había manera de pasar al modo CD. Finalmente pulsó la tecla power en la consola del salpicadero. Se hizo el silencio dentro del coche, lo único que se podía oír era el murmullo del viento y el trabajo del motor a 2500 revoluciones por minuto, bajo el aislamiento de una carrocería de más de 40.000 €.



La radio se puso en funcionamiento a máximo volumen. El sobresalto hizo dar a Luis un respingo en su asiento anatómico de piel negra y por un milisegundo perdió el control del coche. Asió el volante con firmeza recuperando la trayectoria y con el dedo corazón de la mano derecha empujo el mando bajando el volumen diez puntos. Ahora la estática había desaparecido y una voz de un locutor dicharachera dijo:



- Buenas noches y bienvenidos a todos los oyentes de nuestra frecuencia. Hoy dedicamos nuestra emisión especial todos los noctámbulos, a aquellos que en esta noche no tienen un rumbo fijo, aquellos que no tienen claro su destino y muy especialmente a Luis ese conductor del Volkswagen gris plata.

No podía ser. Aquel locutor le dedicaba un programa de radio, que por cierto se había introducido en su radio de una forma completamente anómala. Debía de haber oído mal. Era tarde y estaba más cansado de lo quería reconocer. Tenía que descansar. El subconsciente le habría jugado una mala pasada. Por la radio ahora se oía la melodía de una canción que le resultaba familiar pero que no lograba identificar. En el selector estaba resaltado la opción radio. Lo pasó a CD y la voz de Bon Scott surgió de nuevo cantando; Autopista hacia el infierno.



En el margen derecho de la carretera se veía a lo lejos, las luces de una estación de servicio. Tomó el carril de salida y se dirigió hacia ella.

Era una estación de servicio pequeña, con un logo que no pertenecía a ninguna petrolera, por lo menos que él conociera. El color corporativo era rojo y dos SS mayúsculas amarillas decoraban el display de precios y los demás elementos. Estaba vacía. Eligió de las dos líneas de surtidores la más a la izquierda, para que su depósito quedara justo enfrente del surtidor. Odiaba tener que rodear el coche con la manguera. A estas horas de la noche, lo lógico es que estuviera en prepago; así que apagó el motor y se bajó en dirección a la tienda. Sorprendente estaba abierta, no sería atendido a través de un cristal y un interfono, eso también lo odiaba. Se estaba haciendo mayor.



Las puertas se desplazaron lateralmente, abriéndole paso. Cuando entró, la melodía del hilo musical vino a lo, era la misma que ponían en la radio. Ya lo tenía, era, era la música de la película "El Mago de Oz","Somewhere Over The Rainbow”.

También vinieron a recibirlo un par o tres grados de temperatura menos que el exterior, donde no estaban a más de 2°. Era extraño que hiciera más frío que en la calle, pero lo que más le extrañó era que el empleado, que estaba al fondo, sólo llevara una camisa roja. Una de esas camisas de uniforme, con el logo correspondiente bordado en el pecho y una chapita donde pone el nombre del dependiente con la coletilla " a su servicio". Había dos hileras de estanterías con los productos típicos, desde aceite de automoción a revistas y chicles. También había un refrigerador con bebidas y un horno de pan precocinado. Junto al mostrador, una máquina de café de monedas y una pequeña barra con un par de banquetas, hacían las veces de cafetería. Todo estaba ordenado y limpio.

Avanzó unos pasos dentro del local y el empleado saludó haciéndole un gesto con la mano y sonriéndole. Luis se acercó a la caja llevándose la mano a la cartera, en el bolsillo trasero de sus Levi's 501 diciendo:

-Buenas noches, por favor me pone 50 € de gas-oil.

El empleado un hombre de unos 30 años, bien parecido, rubio, alto con ojos azules. Le contestó:

-Buenas noches, por supuesto. Y continuó. - No desea nada más el señor.

Luis poniendo los 50,00€ sobre el mostrador de vinilo rojo sentenció:

- No, muchas gracias.

Se dispuso a coger el ticket que le entregaba el empleado, cuando éste le volvió a preguntar en un tono sugerente, mientras le miraba directamente a los ojos con una mirada firme y penetrante.

-¿De verdad que no desea Nada Más? Seguro que tendremos algo que le pueda interesar.

Luis tiró del ticket contestando un no seco. No le gustó nada el tono de la segunda pregunta. Parecía como si le hubiera ofrecido todo, menos algo que se pudiera encontrar en una gasolinera. Claro que deseaba algo más. Todo el mundo deseaba cosas, por ejemplo no haber discutido con su mujer y no estar en el paro; ¡Qué tontería!

Descolgó la manguera y la metió en el depósito. La voz impersonal de la máquina le informó de iba repostar gas-oil. La bomba comenzó a vomitar el combustible viscoso, mientras que descontaba el crédito. Cuando se detuvo la voz informatizada volvió a hablar.

- Gracias y buen viaje D. Luis y recuerde si desea "algo; sólo tiene que decirlo".

Ya se estaban pasando con lo del deseo. Colgó la manguera y montó en el coche. Era lo último, tomaban los datos de la tarjeta de pago para personalizar la despedida, dónde íbamos a llegar.

Realizó un cambio de sentido para emprender la marcha a casa. Miró por el retrovisor viendo como la gasolinera se alejaba más y más. Se sonrió al recordar lo de "Don Luis".

La frente se le perló de sudor frío. Había pagado en efectivo. ¿Cómo podían haber sabido su nombre?...




La pantalla del ordenador portátil mostraba un tapiz de tono de azul salpicado de pequeños iconos, uno con apariencia reloj analógico, en la esquina superior derecha marcaba la 9:00 a.m.

Luis estaba delante de él. Llevaba 20 minutos levantado. El tiempo justo de pasar por el baño y prepararse el café que humeaba en la mesa junto al ordenador.

Cuando se levantó del sofá, en el que había dormido, comprobó que no había nadie en casa. Su mujer habría ido a llevar a Laura al colegio. Así que como todas las mañanas se dispuso a consultar su correo en busca de alguna respuesta a los mails había mandado solicitando trabajo. La bandeja de entrada estaba llena de basura y publicidad.

Se desperezó estirando los brazos al mismo tiempo que bostezaba. Tenía todo el cuerpo dolorido. Miró a su alrededor y contempló la habitación, en el suelo descansaba, hecha un ovillo, una manta de cuadros rojos y negros, de ésas de viaje. Unas estanterías baratas de kit, sobrecargadas de libros y archivadores, además de la mesa y la silla con ruedas donde se sentaba. En la pared estaba su título de ingeniero técnico industrial y la orla de su promoción.

Su improvisada cama, un sofá de dos plazas, tapizado en una tela también de cuadros pero verdes y amarillos, con los almohadones arrugados y hundidos; Junto al sofá, tirados de cualquier forma yacían sus vaqueros. De uno de los bolsillos sobresalía una tira de papel. Sin levantarse se estiró y haciendo equilibrios para no caerse, cogió el papel. Era el ticket de la gasolinera. Lo contempló recordando lo acontecido la pasada noche. Ahora, en la distancia todo le parecía irreal, pero ese ticket no dejaba dudas. Había ocurrido.



En el encabezamiento estaban las letras SS esta vez en negro y más abajo venían los detalles del cargo. Cerraba el "Muchas Gracias y Buen viaje" de otros tickets. Lo que lo hacía especial era el inquietante "D. Luis”. Descubrió que bajo el encabezamiento había una dirección web, [www.ss@group.com]. Sintió curiosidad y lo tecleó.



Apareció una página corporativa con el consabido logo, amenizada por el tema del hilo musical de la estación de servicio. En la página también se reproducía un vídeo a modo de introducción. Mostraba un páramo yermo bajo un cielo plomizo en el descargaba una lluvia torrencial. A medida que el vídeo avanzaba; el temporal amainaba, se despejaba el cielo, dejando ver el sol a la par que el páramo reverdecía. Al final, aparecía un arcoíris en un cielo azul sobre un campo florido y en el horizonte podían contemplarse dos grandes ss. Doradas. Un verdadero pastelito.

Cuando la introducción término apareció un botón cuadrado rojo con la leyenda: SI TIENES UN DESEO, PULSA AQUÍ. Luis no lo pensó y colocando el puntero sobre él, clicó.



En la pantalla con el arcoíris de fondo, apareció un cuadro de texto:

Bienvenido nuevamente Don Luis, es un placer para nosotros contar con su interés en nuestros servicios. Esperamos poder estar a la altura de sus expectativas.

Ya sabemos que usted se estará haciendo muchas preguntas en estos mismos momentos. No se preocupe todas serán contestadas en breve. Pronto tendrá noticias nuestras y recuerde nuestro único fin es cumplir sus deseos.



Reciba un cordial saludo y hasta pronto. SS.



Releyó el texto. No salía de su asombro. Repentinamente todo se fundió en negro. El portátil se estaba reiniciando, a los pocos segundos en la pantalla volvió a parecer su escritorio azul con los iconos. Tecleó nuevamente la dirección de la página web y su navegador le devolvió " The page is not found or not exist". No era posible, insistió varias veces obteniendo el mismo resultado. Decidió mirar en el historial de exploración, pero este no registraba ninguna página visitada en el día de hoy. Se había borrado.




El tráfico era fluido. Los automóviles circulaban por las carreteras como si fueran las arterias y las venas de un órgano, llevando y trayendo nutrientes o productos de desecho. Vista desde el cielo, la ciudad parecía un ente con vida propia.



El Volkswagen gris era otra partícula más en ese torrente.

Necesitaba una explicación. Así que se dirigió hacia la gasolinera. No sabía muy bien que haría cuando llegara. Entraría y le preguntaría: -Eh ¿Cómo sabéis mi nombre? Sólo con imaginarlo le sonaba estúpido.

Pero era mejor que quedarse sin hacer nada, ¿no? La señal colgaba suspendida de su brazo metálico, informando de que estaba llegando al kilómetro setenta y que un poco más adelante estaba la salida que le llevaría a la vía de servicio y ésta a su destino.

La gasolinera apareció en el horizonte. Allí estaba pequeña y roja. Creciendo paulatinamente a medida que él se acercaba.

Accionó el intermitente derecho y redujo la velocidad progresivamente hasta dejar el coche al paso de una persona. Se encontraba al pie del panel de precios. Algo no cuadraba, era rojo y de plástico; correcto. Pero el logo era el de una petrolera nacional, uno blanco en forma de cruz. La doble S amarilla había desaparecido; de los surtidores, de los luminosos de...todos los sitios. Sin preocuparse de donde dejaba el coche, se bajó mirando como si fuera un viajero al que hubieran teletransportado del pasado. Corrió hacia la tienda haciendo caso omiso de las miradas de los clientes que reportaban mezcla de curiosidad y temor. Entró a grandes zancadas en la tienda, frenó en seco. Allí estaba el dependiente rubio y guapo. Se acercó a él, esquivando a varias personas, que hacían cola para pagar. Los clientes protestaron pero al ver la cara desencajada de Luis optaron por el silencio.

- ¿Qué clase de juego es este? Le espetó.

- No sé a qué se refiere señor, pero en cuanto termine de atender a estas personas estaré con usted.

Contestó el cajero en un tono formal y carente de cualquier emoción. Tampoco daba ningún signo de haberlo reconocido.

Se quedó en estupefacto. Y ahora, ¿qué? Comprendió que lo único que lograría era quedar en evidencia. En ese momento sonó su móvil y se apartó de la caja. Era Laura. Saliendo en dirección al coche y sin importarle las señales que prohibían usar el teléfono, descolgó.

-Hola .Luis, no tenías por qué haber hecho esto, pero, gracias de todas formas por las rosas.

Le dijo su mujer con un tono de reproche, pero dejando entrever que en realidad no lo era.

¿Rosas?, ¿qué rosas? ¿Pensó Luis? Su mujer siguió hablando.

- ¿Dónde estás? Bueno tú sabrás, llámame si vas venir a comer.

Luis sin saber muy bien que decir contestó.

-Cosas de trabajo, sí, iré a comer, de hecho ya voy para allá, hasta ahora. Y colgó justo cuando llegaba al coche aún más confundido que antes.




Cuando entró en su casa, el perfume de las rosas le saludó. Las flores estaban en un jarrón sobre la mesa del salón. Laura asomó la cabeza por la puerta de la cocina, para cerciorarse que era su marido el que entraba. El saludo que se cruzaron fue un hola neutro. Los efectos de la discusión aunque atenuados todavía se dejaban notar .La mujer volvió a desaparecer. Luis se acercó a la mesa donde estaba el jarrón con las rosas. Lo primero que llamó su atención fue precisamente, el jarrón, de cristal tallado, que no recordaba haber visto desde hacía mucho tiempo. De hecho creía que ya no existía, pues fue un regalo de bodas que nunca supo encontrar su sitio en su casa y esos regalos tienen un alto riesgo de incidencias. Después su atención se dirigió al ramo. Era espectacular, de eso no cabía duda, no menos de 24 rosas rojas de terciopelo de tallo largo y recto. Las flores tenían una cinta dorada que las rodeaban y de ella colgaba un sobrecito donde no podía ir otra cosa que una nota. La cogió entre sus dedos .Era blanco y de un papel grueso de calidad. Las SS estaban troqueladas en la superficie satinada, nada más. En su interior la tarjeta con unas escuetas palabras; "perdóname, te quiero" en letras de imprenta negras. De la cocina salió la voz de su esposa.

-¿Qué estás haciendo?

- Nada. Contestó dejando la nota otra vez en su sitio, sobresaltado como un niño al que descubren haciendo algo prohibido, soltó el sobre que se balanceó al final de la cinta, de la misma forma que lo haría el cuerpo de un ahorcado.

Entró en la cocina y se acercó a Laura por la espalda, con la intención de besarla en la mejilla. Ella primero se encogió reacia pero al sentir las manos de su marido entorno a su cintura se relajó aceptando la caricia. Se giró y le devolvió el beso esta vez en los labios.

- Yo también te pido perdón. A lo mejor me pase un poco. Y apostilló - Lo siento.

. El beso le reconfortó. Pero a la vez le hizo sentirse mal consigo mismo. En ese beso no hubo amor. No fue sincero, sólo fue una reacción lógica. Era lo que se esperaba de un marido arrepentido que regala flores.



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Fue como una estampida. La cancela de color burdeos se abrió y una muchedumbre bajita salió gritando agitando entre sus manos estandartes pintados con ceras y pintura de dedos, arrastrado mochilas y bolsas que en muchos casos sobrepasaban en talla a sus portadores. Al otro lado los cuellos se estiraron, los ojos se abrieron y las madres, padres, abuelos y cuidadores comenzaron a gritar nombres y a hacer gestos, como en los documentales de vida salvaje cuando las bandadas de pájaros vuelven para alimentar a sus polluelos, solo que aquí los adultos eran los reclamaban la atención de las crías.

Allí venía Paula corriendo con su mochilita rosa saltando sobre sus hombros. El plumas azul a medio abrochar, por el que sobresalían los faldones de la camisa blanca. La falda gris tableada un poco girada y los mocasines negros despuntados, que el betún ya no podía disimular. Un calcetín más alto que otro y la cola de caballo, que Laura le hacía todas las mañanas, había desaparecido junto el coletero en forma de moña. En una mano el jersey del uniforme con el emblema del colegio arrastraba ligeramente y en la otra traía una felicitación navideña que habían hecho en clase. Se fundió en un abrazo con su padre mientras lo cubría de besos. Hoy era un día especial. Luis nunca iba a buscar a su hija a la salida del colegio, su trabajo lo había impedido. Mientras guiaba a Paula hasta el coche, la niña lo bombardeó con anécdotas y explicaciones sobre su manualidad, al mismo tiempo en su cabeza, se forjaba la duda: podrían mantener el gasto que suponía este colegio. Desechó ese pensamiento y se dispuso a disfrutar de la compañía de su hija y de su alegre parloteo. Por el rabillo del ojo algo llamó su atención. Un hombre o dos, no estaba seguro, con pinta de matones, estaban junto a un coche negro de cristales tintados. Se volvió un poco, disimuladamente para poder observar mejor la escena. Era cierto que el colegio de Paula era privado y de cierto nivel, pero no como para que hubiera guardaespaldas a la salida de clase. Sí, eran dos hombres vestidos con traje oscuro, gafas de sol y pelo muy corto.

Uno tenía aspecto de bulldog. Chato, ancho de torso y de extremidades cortas. El otro sin embargo recordaba a un rapaz, delgado con las facciones afiladas donde resaltaba una nariz prominente y algo ganchuda, asemejándose al pico de un ave carroñera. Los hombres estaban en la calzada junto a la puerta trasera del mercedes de alta gama, miraban como buscando algo o a alguien. Luis se sintió observado. Buscó a Paula. Ahora su hija saltaba los baldosines de la acera siguiendo un patrón de colores, igual que en una película de aventuras, cuando el protagonista sortea un río de lava brincando de roca en roca, a la par que cantaba algo que no llegaba a entender. Cara de perro golpeó la ventanilla con los nudillos. El cristal tintado bajo unos centímetros. El espacio justo para dejar salir un sobre blanco. Lo cogió y se lo tendió a nariz ganchuda que asintió y cruzó la carretera hacia ellos. Luis instintivamente agarró a su hija de la mano. El hombre del traje negro se plantó delante de ellos y le tendió el sobre diciendo.

- Esto es para usted.

Paula es escondió detrás de las piernas de su padre un poco asustada. Su padre, sin saber muy bien que decir lo tomó, rapaz se alejó y se montó en el coche en marcha, en que ya le esperaba bulldog. El Mercedes salió rodando calle arriba lento y majestuoso.



La niña preguntó; ¿Quién es, ese señor, tan raro papá?

Luis la miró y contestó con sinceridad.

- No lo sé, cariño. No lo sé...



La carta descansaba sobre la mesa del estudio. Era un sobre americano blanco, de estos que tienen una línea punteada de la que hay que tirar para abrir. Luis lo contemplaba desde su silla. Había intentado abrirlo en varias ocasiones pero no lo había hecho. Los últimos acontecimientos lo tenían desconcertado y por qué no decirlo, asustado. El sobre, parecía un nuevo billete para otro viaje a lo sin sentido, patrocinado por SS, fuera lo que fuera, porque ese era el remitente; sin dirección, sólo las dos consonantes grabadas, como dos serpientes que reptaran por el papel, bellas y letales. Inspiró y tiró de la pestaña. La solapa se abrió dejando una fila de dientes de papel que amenazaba con morder a quien quisiera fisgar en su interior. Dentro había un documento plegado y un talón bancario. El cheque era al portador. Estaba escrito en tinta azul, con una caligrafía exquisita, donde aparecía primero en letras y luego en números la cifra de 3.000,00€. Las manos le temblaron un poco. Dejándolo a un lado, tomo el escrito impreso en letras negras. Leyó:



Estimado Don Luis

Nos alegramos de saludarle nuevamente.

Como ha podido comprobar, no hemos faltado a nuestra palabra y hemos comenzado a cumplir sus deseos. Esperamos que le gustaran las rosas a su esposa. Pero esto sólo es una pequeña muestra de lo que podremos hacer por usted. De hecho el talón que acompaña a este comunicado no es más que otra manera de seguir haciéndolo. Tómelo, como un anticipo y como un a cuenta de nuestras próximas relaciones. Para que estas relaciones continúen prosperando sólo vamos a pedirle un pequeño favor. No se alarme no vamos a pedirle nada extraño o ilegal. Muy al contrario, creo que lo hará gustosamente usted y toda su familia. Nuestro pequeño favor es que visite a un niño. Set. Un niño que nació al mismo tiempo que su hija Paula con la diferencia que en vez de hacerlo en el seno de un hogar, lo hizo en un albergue para inmigrantes ilegales de la costa. Su madre llegó estando en avanzado estado de gestación en una patera. Por complicaciones en el parto, su progenitora falleció y ahora se encuentra aquí, en un centro de acogida. Por eso queremos que en estas fechas tan entrañables que se acercan vaya a visitarlo, así podrá recibir un poco de cariño, que tanto desea y que sabemos que podrán darle de sobras. Como ve, nuestro fin es cumplir Deseos. No se inquiete por los permisos y burocracia, ya está todo solucionado, sólo depende de usted. Si declina la oferta sólo tiene que romper el talón y desapareceremos de la misma forma que nos encontró. Pero si como esperamos acepta. Será el comienzo de algo que cambiará su vida...



Reciba un afectuoso saludo. SS



El resto del documento eran unos permisos y autorizaciones para poder realizar “el favor" que le habían propuesto. Se removió en su silla y soltó los papeles en el escritorio ocultando parcialmente el talón, pero dejando ver la cantidad que atraía su mirada de forma hipnótica. No se lo creía. ¡3000,00€ por visitar a un niño! Repasó mentalmente los acontecimientos recientes una y otra vez, buscando el truco. Tenía que haberlo. Por más vueltas que le daba al asunto siempre llegaba a la misma conclusión .Era cierto que todo esto era muy extraño, pero ¿qué de malo podría haber? No lo encontraba. Solucionó que tenía que contárselo a Laura, quizás ella lo viera de otra manera con su astucia femenina. Solo había un problema. ¿Por dónde empezaba?






El despertador digital de la mesilla de noche señalaba las once y media, cuando decidieron irse a dormir. Antes habían estado viendo un programa de viajes en la televisión, esos que tanto gustaban a Laura. Ella siempre fantaseaba, medio en serio medio en broma, con abandonarlo todo, incluido a él (de un día para otro) y marcharse con Paula a un país lejano.



Luis no encontraba el momento de abordar el tema. Pensó en sacarlo durante la cena pero prefirió que Paula no estuviera presente. Cuando la niña se fue a la cama, decidió que esperaría al momento en que se fueran a acostar.

Laura con su pijama de dos piezas color vino tinto y botones blancos, estaba junto a la cama de matrimonio, colocando cuidadosamente los pendientes, que acababa de quitarse en un pequeño joyero de alpaca labrada, que había sobre la cómoda. Él, sólo llevaba puestos unos bóxer de cuadritos azules, cuando entró en la habitación desde el baño, se atusaba el pelo intentando reunir fuerzas para empezar a hablar.



- Laura, cariño tengo que contarte algo, comenzó.



Su mujer escuchó el relato completo, en el que sólo omitió el episodio de la radio y el de su segunda visita a la gasolinera. No tenía claro por qué lo hizo. Pero algo en su interior le empujó a guardarlos en secreto, como algo privado y vergonzoso, que no se puede confesar. Cuando terminó, Laura se le quedó mirando como si no creyera ni una sola palabra de lo que le había dicho. Luis para dar crédito a su historia sacó la carta y el talón que había guardado en su mesilla. Se lo dio a leer. Ella lo hizo un par de veces, con expresión seria. Cuando terminó, miró a Luis y dijo:



- La verdad, todo esto es tan raro, que yo tampoco sé qué pensar. Espero que no te hayas metido en ningún lío. Lo que más sorprende que te ofrezcan tanto dinero por tan poca cosa y sobre todo ¿por qué? ¿Por qué? Volvió a repetir hablando consigo misma y tras una pequeña pausa sentenció. Creo que deberíamos rechazarlo.



Su marido contestó alzando un tono la voz.



- Laura te juro que es tal y como te lo he contado. No sé, quizás sea una de esas cosas de favores en cadena... No lo sé. Lo único que sé es, que tenemos un cheque al portador de 3000,00€ sólo por ir a ver a un crío. Sería una tontería no cogerlo. ¿Qué puede pasar? Y continuó casi susurrando.

- Piensa en nuestra situación. Al paso que vamos ¿cuánto nos durarán los ahorros, si no encuentro trabajo? Con la ayuda por desempleo no cubrimos ni siquiera los gastos. Piensa en el colegio de Paula. Sólo con ese dinero tendríamos pagados más de 4 meses. Y volvió apostillar tomando las manos de su mujer, acariciándolas entre las suyas. Piensa en eso...

Laura se zafó de Luis y se paseó por la habitación dando vueltas, cabizbaja. Cuando completó el tercer giro a su circuito imaginario levantó la cabeza diciendo.



- Vale. Será como tú quieras, iremos a ver al chico.



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Los abetos y cedros de troncos negros y copas verdes apuntalaban un cielo de borra sucia y gris que amenazaba con derrumbarse. La lluvia caía inmisericorde, martilleando, con furia esa mañana de sábado.

Al El Buen Pastor se llegaba por una pista de grava, que nacía de una carretera comarcal a 120 km de la ciudad, tras atravesar un bosquecillo que lo ocultaba del resto del mundo. Estaba rodeado por unas verjas de hierro, acabadas en puntas de lanza, donde el óxido medraba. Era un edificio con planta de cruz, compuesto por dos alas y una nave central de tres alturas, en medio de una pradera de césped, verde, cuando no había calvas de barro rojizo. Los muros eran de ladrillo enfoscado en blanco, con refuerzos de granito. Los tejados de pizarra a dos aguas. De ellos sobresalían varias chimeneas que expulsaban el humo blanquecino de la calefacción. En la nave principal, se adelantaba un porche, con columnas de piedra y un portón de madera de dos hojas con tachones de metal, que recordaba el de una fortaleza. Sobre él había un cartelón con el nombre de la institución.

En la fachada se asomaban ventanas. Las del nivel inferior tenían rejas de hierro pintadas en blanco y las de demás estaban protegidas con un cerco exterior de tela metálica que recordaba a las de un gallinero. Parecían que su función era más impedir salir, que evitar entrar.

.Luis salió el primero del coche. Abrió un paraguas azul con el logo de una cadena de hoteles. Fue a resguardar a Laura y a Paula que salieron a continuación. A Laura no le parecía buena idea que les acompañara su hija, pero no tenían con quien dejarla así que no hubo otra opción. Luis cogió a la niña de la mano y los tres arrebujados bajo el paraguas azul subieron los escalones que conducían hasta el porche.



Una vez delante del portón Luis pulsó un timbre, que estaba justo al lado, empotrado en el muro bajo una tapa para protegerlo de los elementos. Pasaron unos segundos. Una mirilla se abrió y el rostro de una mujer apareció tras una celosía.



- Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles?, dijo con una voz fría y carente de interés.

- Buenos días .Contestó Luis alzándose en portavoz familiar,

- Venimos a visitar a un niño.



La mujer replicó sorprendida, casi molesta.



- Lo siento debe haber un error, en este centro no hay régimen de visitas.

Laura y su marido se miraron. Luis volvió a tomar la palabra mientras sacaba del bolsillo interior del abrigo la documentación.

- Perdone que insista; pero antes de marcharnos, nos gustaría que viera esto .Dijo acercando el documento a la mirilla, para que pudiera leerlo.

Tras unos instantes la mirilla se cerró y se oyó el ruido de unas llaves. El portón se abrió con un lamento de bisagras.



La mujer que salió a recibirlos aparentaba unos 60. En la cara las líneas de expresión, hacía varios años que habían pasado a la categoría de arrugas. Los ojos grandes y perfilados de negro igual que sus pestañas, cargadas de máscara acentuaban aún más sus ojos oscuros. El pelo cano, sin teñir, caía sobre sus hombros como una cascada de plata sin bruñir. No era una belleza; pero tuvo que romper algún corazón en su juventud. Llevaba unos pantalones grises de pinzas y un jersey de lana negro, sobre el que sobresalían los cuellos de una camisa blanca. Los zapatos también negros, de dos dedos de tacón le daban una talla media, que no tenía.



Los invitó a entrar y se disculpó.

- Perdónenme, pero tienen que comprender que esto es del todo excepcional. Por favor si tienen la bondad de esperar unos minutos, comentó señalando una habitación que se habría a la derecha del hall de entrada. Los tres entraron en la sala.



Era poco más que dos sofás de polipiel marrón algo ajados y una mesita de cristal, que ocupaba el vértice del ángulo formado por los dos divanes, no había ventanas.

Se sentaron, Paula junto a Laura, en un sofá y Luis solo, en el otro .Cuando estuvo segura de que la mujer había desaparecido Laura miró a su marido y habló.



- A mí este sitio me pone los pelos de punta. Y ¿qué era eso?, de que esto es... ¿cómo dijo?; excepcional. Dios mío en qué lío nos estaremos metiendo.

Pasaron unos diez minutos, cuando el ruido de los tacones, sobre el suelo de terrazo, anunció la vuelta de la mujer. No volvía sola. La acompañaba un hombre. Luis y Laura se levantaron al verlos entrar.



- Les presento al Doctor Orgaz. Comentó la mujer. El doctor era hombre bajo, de unos 50 años, completamente calvo, de cara rolliza y gafas de montura redonda, que le daba un aire bonachón .Llevaba una bata blanca desabrochada, que dejaba ver, una camisa a cuadros marrones y verdes, y unos pantalones de pana beige. Es el director de este centro. Informó.

-Buenos días, dijo mientras le tendía la mano. Me ha comentado Livia que venían a ver a un niño y que traían un permiso "especial", ¿verdad?

- Sí, creo que se llama Set. Dijo Luis, ofreciéndole la documentación, después de estrecharle la mano y presentarse él y al resto de su familia.

-Ya veo. Contestó el doctor a la misma vez que examinaba los papeles. Bueno, pues vamos allá. Livia por favor lleve a Set a mi despacho.

- Si tienen la amabilidad de acompañarme. Dijo a los visitantes instándolos a seguirlo.



Livia desapareció con el golpeteo de sus zapatos de tacón tras de sí.



Le siguieron por un laberinto de pasillos pintados de blanco con zócalos alicatados en el mismo color, que regularmente se veían flanqueados por puertas sin rótulos, que informaran de la utilidad de la habitación a la que se abrían.

Laura caminaba, cogiendo de la mano a Paula, un paso por de detrás de su marido, que encabezaba la marcha junto al doctor. No dejaba de dar vueltas a la cabeza. ¿Un doctor, director de un orfanato? y este silencio, en un lugar que se supone que debe estar lleno de niños. No le quedaba ninguna duda. Este lugar, no era una casa de acogida; era algún tipo de hospital. Ese sólo pensamiento le hizo ponerse aún de peor humor, del que ya estaba. Venían a ver a un niño enfermo Dios sabe de qué y Paula se paseaba por un hospital. Cada paso que daba, se reafirmaba más en su opinión primera. No tenían que haber venido.



La poca luz que atravesaba la tormenta se colaba por entre las lamas de una veneciana metálica de color beige que cubría la ventana, ayudando a la de los fluorescentes a hacer un poco menos oscura la estancia. El doctor tomó asiento en su sillón giratorio de piel negra y se arrimó a su mesa. Una de esas mesas de melamina color nogal con cantos de pvc que fueron el mobiliario de oficina corriente en los 70. Sobre ella, varios montones de papeles y un monitor de ordenador que parecía venir de un saldo. El único toque personal, era un pisapapeles de bronce con la figura de un pastor alemán echado, pero con la cabeza alzada, como esperando una orden.

Luis y Laura tomaron asiento en dos sillones confidentes a juego y Paula se sentó sobre las rodillas de su madre.

- ¿Doctor, qué le pasa al niño? Soltó Laura de pronto. Las palabras salieron de su subconsciente, sin previo aviso, como si tuvieran voluntad propia. Luis la miró; preguntándole con la mirada. ¿Cómo?

.El hombre esbozó una mueca que recordaba a una sonrisa, mientras empujaba la montura de sus gafas con el dedo índice derecho.

- La respuesta es compleja. Set tiene un problema en las facultades cognitivas debido posiblemente a un sufrimiento fetal durante la gestación.

-¿Quiere decir con eso que el niño, no es, “normal"?

- Ciertamente, Set tiene dificultades que hacen que su desarrollo se ha más lento que el del resto de los niños. Pero hoy hay grandes avances para su estimulación y con el tiempo necesario podríamos decir que se podría alcanzar una "normalidad", siempre dentro de unos parámetros, claro está.

De hecho, hemos comenzado una experiencia piloto, para que los niños de este centro con este tipo de dificultades interactúen, con otros sin estos problemas. Por eso nos ha sorprendido su visita, ya que aún no estaba abierto el programa, pero viendo sus credenciales. Laura iba a replicar pero en ese instante, llamaron a la puerta. Era Livia, traía a un niño con un pijama de hospital, azul y un poco grande, de la mano, Set. Un niño de más o menos la talla y la edad de Paula con los ojos oscuros y el pelo rizado como sólo lo tienen las personas de raza negra. Andaba con dificultad metiendo el pie derecho excesivamente hacia dentro. El brazo derecho también se giraba de forma acusada haciendo que la palma de la mano quedara en una posición extraña.

- Hola Set ¿Cómo estás hoy? Le preguntó el doctor que se había levantado para ir a recibirlo.

-Biieenn dotoo. Articuló el niño con dificultad, mientras sus ojos miraban al infinito.

- Hoy es un día especial Set. Han venido a verte unos señores y también han traído a su hijita. Ves que bien.

El niño afirmó con la cabeza.

- Mira Set estos son los señores, dijo mientras se acercaba a ellos con el niño. Esta es Paula y estos son Luis y Laura, sus papás.

Laura y Luis se juntaron dejando en medio a su hija como si quisieran protegerla. La mano de la mujer apretó fuertemente a la de su marido mientras lo buscó con los ojos, con un reproche en la mirada.

El niño los miró sin decir nada. Laura se tornó en portavoz familiar, esta vez y se agacho para quedar a la altura de su hija.

- Vamos Laura saluda a Set.

La niña se arrebujó contra su madre un poco asustada, diciendo un tímido, “Hola”.

- Hoolaa, y una sonrisa se dibujó en la cara del chico que dejaron ver sus dientes pequeños y blancos como perlas.

Bien, ahora que hemos hecho las presentaciones, que les parece si dejamos, a los niños un poco a solas. Comentó el doctor.

Esta vez, quien saltó como un resorte fue Luis, que todavía sentía la mirada de su mujer.

-¿Solos? No creo...

Pero antes de que pudiera terminar la frase Livia se adelantó aclarando la propuesta del doctor.

- El doctor Orgaz se refiere a que los dejemos interactuar solos pero bajo observación; por supuesto, ¿no es así?

- Claro, claro. En la sala contigua tenemos un “laboratorio”. Me explicaré: se trata de una habitación con juegos donde se estimulan las capacidades cognitivas. Los niños pueden actuar libremente pero bajo una supervisión de la que ellos no serán conscientes, por lo que las reacciones serán libres y espontáneas, pudiéndose estudiar mejor. No se preocupen por Paula. No la perderán de vista en ningún momento.

El “No” estaba pintado en cara de Laura, sin embargo a Luis no le parecía tan grave, eran dos niños al fin y al cabo. Además qué iban a decir: " No, lo sentimos ya hemos visto al chaval y nos vamos".

- Bien, pero primero se lo preguntaremos a Paula:

A ver cariño, ¿quieres ir ahora a jugar con este niño? Papá y mamá estarán aquí al lado todo el tiempo.

En la mente de Paula la pregunta de su padre fue tomando forma y su cerebro después de relacionar los términos comenzó a elaborar una respuesta negativa, su instinto infantil no le aconsejaba ir con un "niño raro" y sin sus padres. La respuesta estaba lista como si fuera una bala a punto de ser disparada, pero una voz dulce y de niño se abría paso desde lo más profundo de su pequeña mente de la misma forma que lo hace un cuchillo caliente en la mantequilla, diciéndole: ven, ven a jugar .Lo pasaremos genial .Ven, ven...Era un impulso que no podía resistirse, era como no tomar otro pedacito de pastel, era...

- Sí papá, quiero ir a jugar.




Los niños entraron en el laboratorio. Se asemejaba a una habitación de juegos enorme. El suelo estaba alfombrado con una moqueta que representaba un camino zigzagueante amarillo, que recorría un prado verde y florido. A los lados del camino había mesas y sillas infantiles de bonitos colores. En las paredes había pintados árboles, en un fondo de cielo azul celeste con nubes blancas, pájaros y mariposas. En una de ellas, donde parecía acabar el camino, un arcoíris abarcaba todo el frontal. Sólo había una puerta y no había ventanas propiamente dichas, sólo un ojo de buey integrado en la decoración, como un sol, pero que en realidad era el punto de observación por donde los médicos estudiaban y vigilaban a los niños. También había unas estanterías de madera con juguetes en sus baldas. Incluso había un caballito con balancín y un triciclo.

A Paula le parecía un lugar maravilloso, miraba todo con los ojos abiertos como platos sin embargo Set no prestó ninguna atención especial al entorno, pues le era de sobra conocido. Camino lentamente hasta una estantería, e intentó coger la caja de ceras, que terminaron por el suelo. Paula se sobresaltó con el alboroto y se acercó al niño.

- ¿Quieres que pintemos?

El niño la miró y asintió con la cabeza diciendo

- Cii.

La niña ayudó a Set a recoger las ceras y un bloc de hojas que había justo al lado de donde estaban los lápices.

Paula comenzó dibujando dos figuras grandes, eran papá y mamá y luego pintó otra más pequeña al lado que sin duda era ella. Set miraba atento como iba rellenando las figuras. A mama le pintó el pelo amarillo y un vestido azul, mientras que a papá le pintaba con unos pantalones marrones y un jersey verde, también le pintó los pelos utilizando una cera negra. Para ella eligió un vestido rosa y una melena también amarilla. Los tres monigotes flotaban en la nada blanca cogidos de la mano. Ahora fue Set quien se animó a pintar. Con su mano izquierda, la menos torpe, tomó una cera marrón e intentó imitar a Paula pintando lo que parecía un círculo con tachones mientras decía:

- Seett, aki stta Sset.

Cuando terminó, tomó otra cera de color rojo y dibujó otro círculo dentro del círculo anterior.

- Akii stta otroo.

- ¿Qué es Set? Preguntó Paula

- ¡¡ Ottrrooo!!

- Ah, otro círculo.

- Noo, ootrro. Hhaba.

La cámara oculta en el techo seguía grabando la escena. En la sala de observación el doctor miraba junto con Luis y Laura los juegos de los niños. Laura estaba sorprendida con la reacción de su hija. No sólo había accedido a jugar con el niño, si no que parecía muy feliz y aparentemente estaba asumiendo un papel protector, casi como si fuera una hermana mayor.

- Soy yo. Contestó la voz de niño clara y dulce en la cabeza de Paula.

-Él de antes. Gracias por jugar con nosotros.

Paula se quedó muy quieta como escuchando y contestó en voz alta.

- ¿Dónde estás?

- Aquí delante tuya con Set. El niño sonrió señalándose la boca con un dedo.

-Akki sstaa. Set volvió a remarcar su círculo rojo.

- Vamos a ser amigos

¿Quieres Paula?

Era una voz maravillosa que hacía que la niña se relajara y no pensara en nada. Sólo había paz, como cuando se dormía en brazos de mamá. Sólo paz y tranquilidad.

- Vale.

- Me dejas que vaya contigo un poco. Lo pasaremos genial. Sera fantástico, ya verás.

La voz causaba la misma atracción que la luz de una farola a una polilla; irresistible .No podía decir que no.

Set seguía mirándola con los ojos fijos e inexpresivos.

- Bueno.

Fue abrir una ventana en una mañana fresca y soleada. Sintió una bocanada de aire limpio y puro, penetrando dentro de su ser haciéndola temblar con un escalofrío. Paula no lo podía saberlo pero había tenido su primer orgasmo.






El coche gris se alejaba por el camino de grava bajo la lluvia persistente. En una de las ventanas dos figuras observaban su marcha.

- Parece que todo ha salido como se esperaba. Comento Livia.

- Sí, aunque por un momento pensé que iban a salir corriendo. La mujer es peligrosa, no me extraña que se hayan tomado tantas precauciones. Dijo el doctor y se alejó de la ventana para acercarse a su mesa.

-Ahora déjeme solo Livia.

- Como desee.

La mujer se disponía a abrir la puerta cuando el doctor volvió a llamarla

- Ah, Livia por favor, traiga la grabación de la sesión y por favor no olvide preparar la eliminación del anfitrión; ya no será útil.

- Por supuesto, como usted diga doctor. Dijo cerrando la puerta tras de sí.



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- Bueno, después de todo no ha sido para tanto.

¿Verdad? Comentó Luis.



A Laura no le apetecía de hablar del tema, además Paula parecía contenta. Así que dejó sus objeciones a un lado y acordó con su marido que sí, que en realidad no había sido para tanto. Pero en su fuero interno no dejaba de darle vueltas a todo el asunto. Paula en efecto, era la que más entusiasta con la experiencia. Los cuarenta minutos con Set parecían haberla cambiado. No dejaba de decir que lo había pasado fenomenal y que el cuarto de juegos, como ella lo llamaba, era muy "chuly”, y que verías cuando lo contara a sus amigas del colegio. También preguntó qué cuando iban a volver. Su madre le contestó con evasivas. Volver no era parte del trato. Realmente lamentaba lo que ocurría a ese pobre niño, pero no, no volverían.



.Ahora sobre la carretera negra y húmeda, el coche parecía un insecto atrapado en la lengua de una bestia, que inevitablemente lo conduciría a sus fauces; la ciudad.



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La manzana tenía un color rojo brillante. Sobre su piel aún quedaban unas gotas de rocío. La agarró con la mano y con un pequeño tirón la separó de la rama de donde colgaba. Se la acercó a la cara y aspiró su aroma dulce y fresco al tiempo.



-Paula, cariño, ven. Toma. Llamó a su hija que correteaba por entre los manzanos.

La niña se acercó trotando.

-¿Qué mamá?

- Toma mi amor, come.

La niña tomó la manzana y la llevó a su boca. La pulpa blanca era dulce como el caramelo.

-¿Está rica cariño?

- Sí mamá, está riquísima. Dijo Paula a la vez que masticaba.

El jugo de la fruta comenzó a resbalar por la comisura de los labios. Era rojo sangre y caía en gruesos goterones sobre la camisa blanca que llevaba puesta.

Laura miró el resto de manzana que aún quedaba en la mano de la niña. Pero no era una manzana, era un corazón sanguinolento y palpitante al que le habían dado un mordisco.

Paula se lo volvió a llevar a la boca diciendo.

- Mamá está riquísimo, riquísimo...



Sus propios gritos la despertaron, a su lado Luis, al que también había despertado, le decía; tranquila, sólo es una pesadilla .Ya pasó, tranquila.






Como cada día, Luis comprobó la bandeja de su correo electrónico en busca de alguna repuesta a sus demandas de empleo. Aunque no quería reconocerlo también esperaba alguna noticia de sus misteriosos padrinos. Hacía ya más de una semana de su visita a ese niño y no había habido ninguna comunicación. Quizás se hubieran esfumado de la misma forma que aparecieron. Releyó nuevamente la carta que vino con el talón, y lo ponía claro "próximas relaciones”. Entonces ¿por qué no se ponían en contacto con él? ¿Habría hecho algo mal? y los habría ahuyentado. No lo sabía y la incertidumbre lo tenía preocupado. Había intentado hablar con Laura de sus temores, pero ella lo evitaba. No quería hablar de nada que estuviera relacionado con eso. Desde que volvieron había estado distante y malhumorada. Luis sabía que había ido a desgana y sobretodo no quiso que Paula se hubiera visto implicada, además no dormía bien últimamente, por las noches sufría pesadillas constantes. En su opinión le daba demasiada importancia. De hecho, creía que se alegraba de la falta de noticias. Era como si quisiera olvidar todo lo ocurrido y esconderlo bajo un manto de silencio. Apagó el ordenador. No había ninguna oferta de empleo sólo alguna publicidad sobre másteres y títulos de postgrado.



Pensó en salir a correr un rato para despejar la mente.

Los poros de la piel de Luis comenzaron a excretar la solución de agua y sales minerales comúnmente llamada sudor. Primero perló su frente, luego siguió hasta encharcar sus cejas, para más tarde desbordarlas y meterse en los ojos produciéndole un escozor que le obligó a detenerse.

Llevaba recorrido unos siete kilómetros a buen ritmo. Corría por una avenida que desembocaba en un parque. A estas horas el barrio residencial estaba prácticamente desierto. Era lo normal un día de diario. Los niños estaban en clase y sus padres partían a sus ocupaciones. El barrio no retomaría su bullicio hasta el final de la jornada.



Se pasó el antebrazo por la cara, intentando usar la manga de su camiseta como una improvisada toalla. Esto le alivio algo. Luego se recolocó los auriculares del teléfono por los que salía la música del tema de Metallica "Master of Puppets" y decidió seguir andando hasta que dejara de sudar tan copiosamente.



Un Mercedes negro, con los cristales tintados, se detuvo unos cincuenta metros junto a la acera delante de él. La puerta de copiloto se abrió y bajó un hombre alto y delgado con un traje negro y gafas de sol. Luis lo observó con una mezcla de sentimientos difícil de explicar, que iban de la alegría al temor. Era cara de pájaro, el mismo que le entregó la carta junto al colegio de Paula. Evidentemente el coche le estaba esperando.



-Buenos días D. Luis si tiene la amabilidad de acompañarnos. Dijo rapaz abriendo la puerta trasera.

La entonación no dejaba lugar a dudas, no era una invitación que se pudiera rechazar.



Así que entró en el coche. No había nadie en el habitáculo trasero. Sus piernas desnudas se pegaron al asiento de piel negra y flotó ligeramente sobre una película de sudor frío. Era más amplio de lo que parecía desde fuera. Las tres plazas traseras estaban aisladas de la parte delantera por una mampara que parecía de obsidiana y que hacía imposible ver lo que ocurría delante. Las ventanillas traseras a igual que la luneta también opaca. Tras unos minutos el coche aumentó de velocidad o al menos le dio esa sensación pues sólo la inercia le daba algún dato, el silencio era absoluto por lo que dedujo que habrían entrado en una autopista. En ese momento se percató de que aunque todavía llevaba los auriculares puestos, la música había dejado de sonar. Se los quitó y los dejó colgar de su cuello. Sacó el teléfono de la sujeción que llevaba en el brazo y activó el menú. Deslizó el dedo por su pantalla táctil buscando. Allí estaba el icono. Era el de un navegador guiado por GPS. Los cristales no le dejarían ver, pero no por eso iba a dejar de saber hacia dónde se dirigía. En el móvil se dibujó un plano y una señal en forma de triángulo parpadeante de color azul le informaba, que efectivamente se encontraba avanzando por la autopista y se dirigía al norte. Pero ¿a dónde? y ¿con qué propósito? El sudor que había cesado de manar, gracias a la climatización, volvió a aparecer.




-Hola Paula.

- Hola. Contestó la niña al patio del colegio.

La voz infantil era dulce y amable, sincera; falta de cualquier entonación. Ascendía por su mente como una burbuja de aire desde el fondo del mar. Recordó cuando la "oyó" por primera vez y sintió un escalofrío placentero.

- Sé dónde están todos escondidos. ¿Quieres que te lo diga?

Paula jugaba con sus amiguitos al escondite y en ese momento "la llevaba" ella.

A la niña le pareció una gran idea.

-Sí.

Vale, pero no hace falta lo digas en voz alta, o descubrían nuestro truco. Para hablar conmigo basta con que pienses lo que quieres decir y lo sabré. Será nuestro secreto. Lo vamos a pasar en grande, ya verás.

Laura llamó a sus compañeros de juegos por su nombre, uno a uno descubriendo sus ubicaciones. Los pequeños salían de sus escondrijos con cara de sorpresa. ¿Cómo los había descubierto a todos casi sin moverse y tan rápido?

Jaime el más despabilado de la clase fue el primero en emitir su veredicto, que rápidamente cundió entre los demás. Había hecho trampas.

Los niños comenzaron a abuchearla llamándola tramposa a coro. La niña se defendía como podía, negando las acusaciones. Pero la presión recibida era demasiada y rompió a llorar.

- No te dejes amedrentar Paula. Yo te defenderé empuja a Jaime. Haz que se calle. Es un abusón que no permite que nadie nunca gane a ningún juego.

. Eso era verdad. Jaime era más alto y más fuerte que ningún niño de clase y siempre imponía su voluntad, era el que mandaba. Pero, no, no se atrevía.

- Hazlo Paula. No dejaré que te haga ningún daño. Confía en mí.

La niña se armó de valor y apretando los dientes dio un empujón al niño. Jaime recibió un fuerte impacto en el pecho, con una fuerza que le sorprendió aún más que el propio ataque. Salió despedido un par de metros para caer boca arriba en el medio del patio, ante la mirada del resto de sus compañeros.

Los niños se abrieron el círculo con el que habían rodeado a la agresora boquiabiertos y timoratos. Se iban a formar una buena. Nadie trataba así a Jaime.

El niño se levantó del suelo sacudiéndose el polvo y atusándose el pecho dolorido. Las lágrimas le bailaban en las pestañas. Sentía más rabia que dolor. Pero en vez de volver a enfrentarse a su enemiga como todos esperaban, se dio media vuelta y salió corriendo. El corro se terminó deshaciendo. No iba a haber pelea después de todo. Un instante pasó y Paula volvió a estar sola.

- Lo ves. Dijo la voz. No dejaré que nadie te haga daño.

La sirena anunció el fin del recreo y todos los infantes corrieron hacia sus respectivas clases. Paula también corría. Se sentía fuerte y poderosa, respetada y temida. Era una sensación nueva y realmente agradable.



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El Mercedes negro devoraba los kilómetros a la velocidad máxima que permitía el código de la circulación. Luis en su interior observaba la ruta en su teléfono. Estaban a unos cincuenta kilómetros de donde lo habían recogido y acababan de abandonar la autopista para entrar en una carretera nacional que enlazaba varios pueblos, de esos que son satélites de la gran urbe. Pensó que en alguno de ellos estaría su destino. Unos minutos y el coche desaceleró y de nuevo abandonó la vía para tomar otra más pequeña. Esta vez una comarcal, que se adentraba, siempre según el GPS, en una masa forestal donde aparentemente no había nada. Los kilómetros se sucedían y el automóvil continuaba atravesando el bosque. De pronto el coche redujo tanto la velocidad que Luis no sabría decir si se había detenido completamente. Pero no, al parecer el vehículo había tomado un carril. Debía de ser poco más que un camino de cabras pues el coche a pesar de su suspensión inteligente, se bamboleaba como si fuera una tartana, además el navegador no marcaba ningún camino. Después de diez minutos de baches y resaltos se encontraron de nuevo sobre un piso firme. Entonces el coche se detuvo y las puertas, con un sonido neumático, como un siseo se desbloquearon. Estuviesen donde estuviesen, habían llegado.

Allí estaba pájaro abriéndole la puerta e invitándole a salir, con su nariz ganchuda y sus gafas de sol negras y ese gesto pétreo, que hacía dudar entre si era realmente humano o un ciborg de los que salen en las películas de ciencia ficción.

Luis salió del coche, sus pupilas se contrajeron al recibir la luz del exterior después de haber viajado en penumbra.

Estaba delante de lo que parecía una casa de campo de nueva construcción. Pues todavía se podían ver algunas piezas de andamio apilado y materiales esperando a ser recogidos. En el suelo de tierra prensada, aún se adivinaban huellas de maquinaria y el inconfundible olor a humedad, del cemento y el yeso se podían percibir en al aire. Por eso no aparecería nada en el GPS. Cuando se tomaron las fotografías de aquel lugar, aquello simplemente no existía.

La casa en cuestión era de planta cuadrada y de fábrica de ladrillo visto rojizo. El tejado era a cuatro aguas de teja roja. La construcción era vulgar, nada ostentosa pero si daba el aspecto de recia quizás porque tenía pocas ventanas y las que había estaban enrejadas y no eran muy grandes.

Luis parecía un poco decepcionado. No sé, por qué se había imaginado que el cochazo que le había recogido le llevaría a un lugar más “exclusivo”.

- Por favor acompáñenos.

Allí estaba también cara de perro, que se había bajado por la puerta del conductor al trote para ponerse a su diestra. Así, escoltado por los dos hombres, se encaminó a la casa.



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La hoja de machete cayó; primero sobre la carne cortándola y luego partió en dos el hueso con facilidad. Laura tomó los dos trozos de pollo y los colocó junto con otros en un plato. Preparaba el almuerzo con la eficiencia mecánica de cualquier ama de casa. Miraba el ave descuartizada sin verla. Su cabeza estaba en otro sitio. Rodando de un sitio a otro, como una canica en cajón vacío. Últimamente no dormía bien, terribles pesadillas la atormentaban y ella sabía por qué. No dejaba de darle vueltas a los últimos acontecimientos. Había algo turbio; lo presentía. Lo único bueno de todo aquello es que parecían haber desaparecido. Y luego estaba Luis, como un novio al que le han dado plantón. Todo el día esperando, ¿cómo decía?.. ¡Ah sí!, alguna señal. Era desesperante.

Se lavó las manos en el fregadero y luego usó un trozo de papel absorbente para secárselas. No podía quedarse quieta sin hacer nada como el convidado de piedra. Era su familia la que estaba involucrada después de todo.

Luis había salido a correr y podría actuar con libertad. Así que fue hasta el despacho y rebuscó entre sus papeles, hasta que encontró la carta que le dieron. La releyó por enésima vez, buscando algo aunque, no sabía bien el qué. Sus ojos pasaban por encima de las letras negras a la manera de un escáner de supermercado. Inútilmente intentó encontrar el permiso de visita, se lo quedaron en el “hospital”, pero tenía la esperanza de que hubiera una copia o algún otro papel donde pudiera venir algo, aunque sólo fuera un número de teléfono. Pero nada, ninguna información sobre "SS". Tras unos minutos de infructuosa búsqueda Laura se daba por vencida, cuando la idea entró en su mente al asalto, como un soldado en una trinchera. Abrió el portátil de Luis y tecleó en el buscador: "El Buen Pastor". El buscador le devolvió una pantalla llena de referencias. Pero ninguna a un hospital mental, sólo eran partes de textos; sobre todo de carácter religioso. Así que volvió a teclear el nombre pero esta vez añadió la coletilla institución mental.

Ahora sí parecía que había encontrado algo. Era una noticia de un periódico local. Pero lo que realmente llamó la atención, es que la noticia era antigua, de hacía unos quince años pero lo que llamó más su atención fue que la página donde se albergaba era una especializada en fenómenos paranormales:

Se clausura hospital mental por denuncias de maltrato a los internos... Decía el titular. La mandíbula inferior de Laura bajó y las pupilas alcanzaron su grado máximo de dilatación cuando vio junto al titular una foto de un médico de cara rechoncha y gafas. Era el Doctor Orgaz quince años más joven.



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-Buenos días D. Luis me alegro de poder conocerle personalmente. Dijo el anciano.



Cuando habían entrado en la casa no podía haber imaginado lo que guardaba entre sus paredes. Toda la casa parecía sacada de un museo. Los muebles de caoba descansaban sobre mullidas alfombras tejidas a mano y las arañas de cristal colgaban majestuosas en las habitaciones por donde pasaba. Todo tenía aspecto de antiguo y caro, muy caro.

El anciano estaba en un despacho que parecía sacado de la época victoriana. La sala estaba sumida en la semioscuridad. La falta de luz solamente era aliviada, en parte, por una pequeña lámpara de pie. Si había ventanas, estaban ocultas bajo pesadas cortinas. Los dos matones se habían quedado fuera. Tras las puertas de madera maciza.



- Buenos días. Dijo Luis mientras pensaba en su aspecto y en lo fuera de lugar que se sentía. El anciano pareció leerle la mente

- No se preocupe por su atuendo. Hemos sido nosotros los desconsiderados, por traerle de esta forma tan precipitada. También tenga la amabilidad de excusar las incomodidades del trayecto en mi automóvil. Como puede observar no tolero bien la luz .Por favor tome asiento. Me gustaría charlar con usted. La mano nudosa señaló un orejero junto al suyo.

Luis tomó asiento con la misma sensación de hacerlo en un restaurante demasiado caro.



-Perdone que no me haya presentado a adecuadamente. Mi nombre es Set.

.Luis estrechó la mano que parecía una garra metálica recubierta de piel mustia.

- El motivo de esta reunión no es el otro que avanzar en nuestras relaciones y por su puesto en el cumplimento de sus deseos.

- Sí, todo eso me parece muy bien. Pero ¿por qué nos mintió con lo del niño? Y la llegada de mi hija fue cuando menos oportuna, parecía que la estuvieran esperando.

- Ah su hija, un ser encantador. Siento el malentendido. En ningún momento quisimos confundirles, pues como vieron el niño está realmente acogido, pero en un centro con los recursos que el necesita. Pero ya ve, la mente nos hace dar por sentado demasiadas cosas.

Ahora Luis no supo replicar. El anciano le miró con sus ojos tallados en hielo azul, que afloraban sobre bolsas de piel flácida y blanquecina. Lo que parecía una sonrisa hizo que sus labios violáceos se separan y dejaran ver los escasos dientes, algunos despostillados y rotos que recordaban a estacas blanqueadas por un sol inmisericorde, hincadas en las encías púrpuras, al borde del sangrado. Luís apenas pudo sostenerle la mirada. A esos ojos, no se les podía ocultar nada. Se sintió desnudo y vulnerable.

- Después a aclarada su duda. ¿Qué le parece que abordamos la propuesta que tengo para usted?

-Bien, continuó después de que su interlocutor asintiera con un movimiento de cabeza.

- El sentido de su visita a Set, que mejor nombre que el de su padrino; ¿no le parece? La pregunta no espero respuesta y continúo.

-Sólo era para que pudieran comprobar nuestro trabajo con estos niños, de primera mano. Estos críos, son los desheredados de este mundo y no me refiero sólo a niños como Set con problemas evidentes, sino también a niños completamente normales, que son abandonados o llegan de forma ilegal e indocumentada a nuestras fronteras. Esto crea terribles problemas a los gobiernos; que no tienen ni los recursos, ni en muchos casos la intención de ocuparse adecuadamente de ellos. Nosotros somos su esperanza. Proporcionamos una solución al Estado y ayudamos a los infantes a tener un futuro. Y eso es precisamente lo que le proponemos; que sea usted; ese enlace necesario, que nos traiga a aquellos que más nos necesitan. Los niños. Como ve, así cumplimos su deseo de tener un empleo y usted junto con nosotros cumplirá los de otras muchas personas.

- La verdad, no sé qué decir. Luis no podía creer que esto le estuviera pasando a él. Lo que parecía un viejo mecenas altruista, se fija en él y le ofrece ser parte de su empresa; así de buenas a primeras. Parecía un sueño.

- Claro, claro, pero no tiene que decir nada todavía .Ahora le daré su contrato para que lo estudie y decida lo más conveniente, por supuesto.

-Perdone pero antes, me gustaría hacerle otra pregunta.

- Desde luego las que usted quiera.

- ¿Por qué contactaron conmigo?, ¿qué pasó aquella noche con la gasolinera y con la radio? Y ¿Quién es usted? Si me permite el atrevimiento.

- Jajá. La carcajada era húmeda y profunda casi como el sonido de las piedras al caer en un pozo. Son buenas preguntas pero las respuestas ya se las di antes; damos demasiadas cosas por sentadas; la mente es muy poderosa. Respecto a quién soy...Digamos que me gusta pensar que soy una especie de "Mago de Oz".






“. ....Tras la denuncia, de un empleado del hospital mental "Buen Pastor" las autoridades competentes iniciaron una investigación en el centro. El denunciante afirmaba que los enfermos eran sometidos a vejaciones y maltrato...”



El artículo no aclaraba mucho más, sólo que se determinó el cierre de la institución y la inhabilitación de su director el Doctor Carlos Orgaz. Pero para lo que incumbía a Laura era más que suficiente.

El ruido de la puerta al sé, la sobresaltó; estaba absorta en la pantalla del portátil. Era Luís que volvía de correr. Miró el reloj de su muñeca. Había estado fuera algo más de dos horas pero parecieron diez minutos.



- ¿Hola? Ya he vuelto.

Había un tono alegre en su voz. Su marido estaba contento. En otras circunstancias Laura lo recibiría con buen ánimo. Pero visto lo visto, Luís sólo vendría feliz por un motivo; habían vuelto a contactar con él y a ella, eso no le hacía ni pizca de gracia. Fuera lo que fuera tenía la negativa lista para ser lanzada como el dardo de una ballesta.



¿Cómo podía decir que no? ¿Con qué autoridad podía negar el futuro inmediato a su familia? El contrato que Luis traía era fantástico. 5000,00€ mensuales, dietas y coche de empresa. Jamás habían soñado con algo parecido. Había contado a su marido lo que había descubierto en internet. Pero Luís no le dio demasiada importancia, alegaba que era una página sensacionalista de ovnis y fantasmas. A saber si no habrían manipulado la noticia. Así y todo a él lo que le importaba de verdad eran los 5000,00€ al mes. Eso era lo que realmente contaba, no el pasado de un médico, la gente comete errores. Pero la ética de Laura no la dejaba transigir y una vez más le dijo a Luis:

- A mí este asunto no me gusta desde el principio, deberías rechazarlo. Ya encontrarás otra cosa.

- A mí no, a mí no. Sólo tú eres lo que importa y ¿lo qué no me gusta a mí? Pues a mí; no me gusta estar en el paro y lo que sí me gusta es tener un buen sueldo. Pero claro doña tuve que dejar mi trabajo, tiene envidia y lo que consigue su marido no le parece bien, cuando en realidad está fenomenal.

- No sabes lo que dices. Yo dejé mi trabajo porque preferí atender a nuestra hija y ya puestos a ti. Pero no puedes comprender, que no me huela bien, que un desconocido te secuestre para ofrecerte un pastón y que busques niños para qué, por lo visto los trate un doctor al que retiraron la licencia por maltrato a pacientes. Y que sólo, porque me preocupo por ti, digo que no aceptes el trabajo, porque creo que quieren tapar mierda con oro, pero la mierda sigue ahí debajo; oliendo cada vez peor. Para mí sería más fácil cerrar los ojos y decir enhorabuena adelante. Pero no puedo, porque te quiero y tengo miedo.

- No me vengas con ésas, de que me quieres. Siempre piensas mal, con esa mente desconfiada y retorcida que tienes. Lo que te pasa es que crees que todo el mundo es igual que tú.

Lo voy a coger y me da igual lo que pienses. Creo que das demasiadas cosas por sentadas…






La oscuridad era absoluta y el silencio sólo era roto por el siseo de respiración aguda y silbante de algo roto. El viejo estaba sentado en un sillón en el centro de la nada. Sus ojos estaban abiertos aunque no los necesitaba para ver. Su cuerpo estaba allí de la misma forma que el exoesqueleto abandonado de una crisálida que avanza en su metamorfosis. Era una cáscara, un recipiente, pero él no estaba.

Blanco... Azul... Blanco...Azul.

La luz lo colmaba todo; era agradable flotar en ella. Retozar en su blandura. Todo estaba romo sin aristas, todo virgen, sin muros que impidieran el paso, sin foso, sin puertas que hicieran privado nada. La mente de Paula era como una nube de algodón y a él le encantaba alimentarse allí. Sin riesgo de arañase con alguna borde o alguna dureza. La dulce y blandamente de una niña es un manjar tierno e inocente. Llevaba tiempo buscando algo como ella. Estaba harto de mentes vulgares y enfermas. Sólo desperdicios con las que apenas podía subsistir, esta niña era una delicatesen en comparación.



Primero descubrió a su madre, su energía era un chorro que emitía de la misma forma que una hoguera en la noche fría promete luz y calor. Una mente apetecible pero fuerte, bien defendida, y en su estado no se sentía con ánimos, entonces percibió a Paula, fue igual que ver una florecilla entre las espinas. Sólo tenía que apartarlas y sería toda para él. Esa niña sería la primera pieza, la primera fase de algo mucho más grande. La llave era su padre, una mente sin valor y anodina, como la de casi todos los hombres, que no era más, que un trozo pan duro. Pero hasta el pan duro tenía utilidades, vaya si las tenía.



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Dos semanas más tarde



Las gotas de lluvia resbalaban por el cristal, formando pequeños torrentes verticales, que confluían con otros, para ir a morir en el alféizar de la ventana. El día de Navidad había llegado, regalando a la ciudad calles anegadas y garajes inundados con la promesa del barro.

La niña hacía garabatos en la condensación, que su aliento dejaba en el cristal. Con su dedo, perfilaba figuras, que lloraban hasta deshacerse sobre el frío lienzo.

Las luces parpadeantes del árbol se reflejaban dando un aspecto psicodélico al conjunto de figuras derretidas y brillos, ora rojos ora azules, ora verdes. Papá Noel pasó como todos los años, dejando un anticipo de caramelos y chocolates, que harían la espera de los Reyes Magos más dulce y corta. Justo ahora, paladeaba parte del botín, un caramelo, con sabor a menta, que hacía que el aire que inhalaba fuera tan frío que pareciera que estuviera en la calle bajo la lluvia y no en el caldeado salón de su casa.

- ¡Jo!, no vale, siempre adivinas lo que voy a dibujar. Dijo la niña en voz alta.

-¿Qué dices Paula? No te he oído bien. Preguntó Laura que venía de la cocina.

- Nada mamá, es que siempre sabe lo que voy a dibujar. ¡Hace trampas!

-Ya estás otra vez discutiendo con él. Para ser amigos os lleváis fatal. Siempre estáis regañando.



Paula había comenzado hacía poco a hablar con un amiguito imaginario, decía que vivía dentro de su cabeza y que le contaba secretos. Laura no le daba demasiada importancia, pues según leyó en un blog de psicología infantil, era bastante común, que los niños a esa edad e incluso antes desarrollaran este tipo de fantasías. Lo que no le gustaba nada, era que se suponía que los amigos imaginarios no se peleaban y mucho menos hacían llorar a sus pares reales. Otra cosa que la preocupaba es que no tenía nombre. Paula se refería a él, como "el otro".

Por su puesto, sus miedos eran privados. Ni se le había ocurrido, decir nada a su marido. La verdad, es que de todas formas, tampoco es que hablaran mucho; desde que cogió el nuevo trabajo no paraba en casa. La relación estaba agonizando; la cena de Nochebuena y la comida de Navidad habían sido una mera formalidad pensando en la niña.

- Paula, ven. Vamos a ver la tele, comentó la mujer a la vez que se acomodaba en el diván, que van a poner una peli de dibujos muy chula. Se llama "Cuento de Navidad". A mí me encanta, ven aquí conmigo...

La niña se alejó de la ventana y dando dos zancadas salto sobre el sofá de piel crema, cayendo sobre su madre, que la recibió con un montón de dedos que le hacían cosquillas. Tras la pequeña escaramuza y después de recobrar el resuello. Paula se arrimó todo lo que pudo a su madre aspirando su aroma y sintiendo la caricia de su batín de fieltro rojo. Con el puño cerrado comenzó a restregarse el ojo derecho, que aún le lloraba de las risas. Luego utilizó el otro puño para restregarse el otro.

Laura miró a su hija.



- Paula déjate los ojos, que te los vas a irritar.

Los puños se restregaban por los ojos. Pararon unos segundos, para comenzar de nuevo a frotarlos con más fuerza e intensidad provocando que lagrimearan abundantemente. La voz de la niña fue subiendo tonos, pasando del susurro al grito.

- Mamá, no veo. Mama no veo. Maamaá nooo veoo. ¡NOO PUEEEDOO VEER.!



Las puertas dobles de cristal se apartaron con un siseo de cobardía. Luis traía en brazos a su hija y Laura los escoltaba dando las zancadas más grandes que podía, para mantenerse a la par de su marido.

Un celador les salió al paso con una silla de ruedas.

Tras el registro. La niña desapareció por unas puertas batientes con ojos de buey. Laura iba con ella. Luis las miró y sintió como si algo se rompiera dentro de él. No podía hacer otra cosa que esperar. Tenía el aspecto de un perro apaleado, que buscara un lugar donde dejarse caer y lo encontró en una silla de plástico azul descolorido en la sala de espera.



Las agujas del reloj analógico de la pared se habían asociado con las del de su muñeca y se arrastraban con la lentitud del bisturí del sádico, que tortura a su víctima con infinita paciencia. En la sala había varias personas, que también aguardaban, intercambiando miradas, unas vacías y otras curiosas, intentando buscar el consuelo y solidaridad en las desgracias ajenas. Todos debían ser hijos o cónyuges, que aguardaban a padres o esposos ancianos, a los que Santa Klaus había sorprendido con caderas rotas, infartos o derrames cerebrales. El deseo de poder cambiarse por cualquiera de ellos, brotó de su yo más egoísta.



Las preguntas se retroalimentaban en un círculo eterno, persiguiendo a las respuestas. ¿Qué le pasaba a su hija? ¿Se pondría bien? ¿Por qué tardaban tanto? El catálogo era estúpido en la mayoría de los puntos. Pero era el catálogo, que siempre se usa, ante situaciones como esta. Preguntas que Luis guardaba en el subconsciente y que no tenían otra finalidad que la de hacer aún más daño; pues como sabía, cuando se las formulaba, no podría contestarlas.



A pocas decenas de metros de allí, en línea recta atravesando, las paredes de Pladur, de varias consultas estaba Paula.

La niña estaba tumbada en una camilla quieta y en silencio, mientras ondas invisibles rebanaban su cráneo. Las exploraciones previas no habían reflejado ningún problema en los ojos, por lo que el equipo médico decidió buscar alguna lesión en las partes asociadas a la visión del cerebro.



-¡Mamá, mamá!

La niña comenzó a vocear. Laura estaba en un cuartito contiguo. Cuando oyó la llamada de su hija irrumpió en la sala y se acercó a la niña que intentaba salir de la máquina de TAC.

- Puedo ver, mamá puedo ver. Paula y Laura se abrazaron y una lágrima surcó la mejilla de la madre.

-Mamá, ha sido el otro, pero me ha perdonado. Estaba enfadado mamá, pero me ha perdonado.



La voz de la niña temblaba de emoción. Las palabras entraron en los oídos de Laura como un hierro al rojo. El vello se le erizó. La náusea que le contrajo el estómago, haciendo que el alimento condimentado con los ácidos de la digestión se le subiera a la garganta. Lo volvió a tragar haciendo un gran esfuerzo para reprimir la arcada.



-Ssssh, ssssh. No digas nada. Calmaba a la niña, mientras la abrazaba y le mesaba el pelo.

-Ya mi niña, ya se acabó. Le mintió.






- Por favor, si pueden rellenar estos cuestionarios.

La voz del psicólogo era amable y cordial pero firme, como una barra de acero envuelta en terciopelo.

-¿Qué son? Preguntó Luis.

- Es un protocolo que se sigue cuando un menor ingresa con un determinado cuadro.

Si lo desean pueden negarse a rellenarlo. Pero quiero que sepan que podrá ser tenido en cuenta en una posible denuncia por malos tratos.

- ¿Qué está usted insinuando? Dijo Luis, al que las mejillas se le tiñeron de rojo.

- Perdónenme, pero yo sólo les informo de las posibles consecuencias que pueden tener sus actos. Su hija ha entrado con un cuadro de ceguera producida por algún tipo de shock. El hospital en este momento, lo único que hace es velar por los intereses de la menor y no se descarta ninguna posibilidad.

Laura que estaba sentada al lado de su marido fue la que tomó la palabra.

- Doctor, perdón no recuerdo su nombre.

- Jovellanos.

Laura volvió a comenzar.

-Doctor Jovellanos perdónenos; pero en este momento, estamos un poco nerviosos y cansados. Por su puesto colaboraremos en todo lo que pueda ayudar a nuestra hija. Terminó la frase dejando en el aire la sensación de que no lo había hecho, como cuando hablas y olvidas eso que estás a punto de decir; lo que produjo un silencio incómodo y una mirada curiosa del doctor que le preguntaba ¿tiene algo más qué decir?. Claro que tenía algo más que decir. Que su hija acusaba a un amigo imaginario de haberla castigado a no ver. Pero sintió un miedo atroz. Y si era verdad, y si al decir al médico que su hija tenía un...algo en la cabeza que le hacía daño. Y si por decirlo lo enfadaba más y la "castigaba" otra vez. Decidió callar. Todo era tan extraño .Tenía que hacer algo, pero el miedo no la dejaba pensar con claridad.



Rellenaron los cuestionarios que fueron a engrosar el historial clínico de Paula que quedaría archivado junto con otros miles. El diagnóstico final: afectación aguda de la zona peristriatica del lóbulo occipital del encéfalo, de origen desconocido, con pérdida temporal de visión. Se valora posible causa psicosomática. Tratamiento reposo físico y emocional y seguimiento neuropsicológico. La niña fue dada de alta bien entrada la noche.



- Bueno, Paula menudo susto nos hemos llevado ¿Verdad? Adiós y que traigan muchas cosas los reyes. Se despedía el doctor Jovellanos.

Paula iba de la mano de su madre, con cara de sueño y parecía haber olvidado el motivo de su visita al hospital.

Este episodio no tiene por qué repetirse, pero no cabe duda que su hija esté o ha estado sometida a algún tipo de situación estresante que ha desencadenado esta sintomatología. Les aconsejo, que no bajen la guardia y que el caso de su hija sea estudiado por un especialista, como hemos aconsejado en el informe. Lamentamos no poder hacer nada más. Esto es un servicio de urgencias médicas. Nuestro servicio de psicología está orientado a paliar efectos traumáticos en caso, de por ejemplo accidentes y no puedo llegar más allá con Paula.

El doctor continuó hablando, miraban a los padres indistintamente; sin embargo ahora se centró directamente en Laura. Un escalofrío le recorrió el espinazo.- (Sabe que oculto algo, lo sabe).

Pero, y esto se lo digo desde mi más estricto punto de vista personal y profesional; no pierdan de vista este episodio, puede ser un mecanismo de alarma que esconda algo más.

- Muchas gracias doctor. Le agradecemos mucho, todo lo que han hecho y seguiremos sus consejos y tenga feliz año. Concluyó Luis estrechado la mano del doctor.

Su mujer también lo hizo. La mano del psicólogo envolvió la suya con fuerza y sus ojos se clavaron en ella con la misma firmeza de la despedida.



Los tres volvieron a atravesar las puertas de urgencias, pero esta vez en sentido contrario. Las hojas dobles de cristal se abrieron con un suspiro de alivio. Fuera el frío les golpeó en la cara y les despabiló. Sus alientos se enfriaron rápidamente, convirtiéndolos en bestias de hocicos humeantes. Aunque en realidad el único monstruo que allí había no respiraba, ni expulsaba fumarolas de vapor por las fosas nasales. El único monstruo que allí había estaba dentro de Paula, acomodado y aun degustando su banquete navideño, ella



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Los huesos sintieron la humedad salada, que atravesó, el abrigo de lana azul y la camisa de popelín. Las mandíbulas del invierno le rodeaban, como el gato que juguetea con su presa antes de devorarla. Las suelas de cuero de sus zapatos rechinaron sobre el hormigón despostillado del suelo. Las piedrecitas sueltas se hincaban azuzando a sus durezas a morder cual perros rabiosos, haciendo de cada paso un calvario.

Pasó el dedo por la pantalla de su teléfono que le mostró unos dígitos plateados 07:06 am /28-12-12 sobre un fondo negro. Desplegó el menú y accedió al correo electrónico para consultar la última entrada.



Tenía que presentarse a las 7:30 del día 28 en la aduana del puerto de Buélgar. Un barco había arribado llevando en sus bodegas inmigrantes ilegales subsaharianos, que rescataron a la deriva en alta mar; su barcaza había naufragado cuando se dirigían a la costa. Más de treinta, entre ellos dos niños.

Alzó la mirada y allí estaban las rejas que cerraban el paso a la zona franca del puerto. Detrás de ellas, se veía el buque de casco negro y bandera de conveniencia amarrado. De sus tripas salían varias pasarelas como arpones que lo hubieran varado. Por una de ellas bajaban varias figuras arrebujadas en mantas, que en la distancia le recordaron a los Jawas de Stars Wars. En tierra les esperaban las autoridades portuarias acompañadas por la Guardia Civil y un hospital de campaña de la Cruz Roja. Lamentablemente no era una inocentada.



De nuevo una ráfaga de viento le arañó la cara con sus dedos helados. Volvió a sentir como el aire gélido atravesaba sus ropas. Sintió vergüenza de sí mismo. Hacía unos instantes se hubiera quejado, pero viendo como llegaban aquellos hombres mujeres y niños comprendió que él no podía saber lo que era el frío.

Algunos, los más afortunados, lo hacían apoyados en los hombros del personal sanitario, los menos pesados, como los niños, en brazos, otros que ni siquiera podían mantenerse en pie, en camillas que subieron a buscarlos y después estaban los que nunca verían el final de su particular odisea, también en camillas pero bajo lo que parecía papel de aluminio. Como sobras de un menú.



Luis no llegaba a entender que locura les empujaba a meterse en el mar, en una cáscara de nuez, en pleno mes de diciembre. Sin duda tenían que estar desesperados. Pero por suerte él estaba allí y al menos alguno de ellos vería cumplidos sus deseos.



Se encaminó al puesto de control de aduanas. Allí había un funcionario del puerto y un guardia civil. El funcionario debía lindar la edad de jubilación, estaba sentado a una mesa consultando unos papeles y ni siquiera se percató de su llegada. En cambio en guardia era un chaval que debía haber salido de la academia ese mismo año. En su cara el acné todavía campaba a sus anchas. Cuando se acercó llevó su mano extendida a la sien y saludo de forma marcial.

- Buenos días.

- Buenos días agente. Saludó Luis. Por favor preguntaba por el teniente Alarcón.

- Lo siento el teniente Alarcón está ocupado en estos momentos. Comentó haciendo un gesto con la cabeza indicando el desembarco. Si le quiere dejar nota o le puedo ayudar yo.

-Sí, ya veo, pero creo que me está esperando. No podría comunicarse con él. Dígale que soy Luis y que vengo de parte de Set.

Después de transmitir el mensaje y recibir instrucciones por el walkie el joven agente le guio a través del puesto aduanero. El funcionario seguía absorto en sus papeles ni levantó la cabeza. El puesto en sí, eran varias dependencias que confluían en un pasillo central. Todo tenía el aspecto frío e impersonal de las instalaciones estatales. Su destino fue una habitación que no tendría más de 10 metros cuadrados, completamente desnuda a no ser por una mesa cuadrada de tapa de formica marrón y cuatro patas de hierro, que pedían a gritos un poco de pintura, acompañadas de dos sillas en el mismo estado. Sólo había una rejilla, que era aparentemente el único sistema de ventilación a parte claro está; de la puerta. Luis nunca había estado en una sala de interrogatorios pero desde luego, eso era a lo que ésta se parecía. No sé por qué esperaba ver un flexo sobre la mesa, pero no había absolutamente nada.

Se quedó allí, sentado en soledad, esperando una vez desaparecido el guardia civil novato. Sin nada más que hacer, su mente comenzó divagar, primero se acordó de Paula. Tendrían que llevar a la niña a algún especialista. Dejarían pasar las fiestas, en estos días todo era más complicado. Entre las vacaciones y los días festivos el país parecía quedar al ralentí. Ya lo había hablado con Laura y como no podía ser de otra forma estaba de acuerdo. No querían empezar un tratamiento o lo que fuera que hubiera que hacer y tener que estar suspendiéndolo cada dos por tres, además Paula necesitaba reposo y unos días estando en casa tranquila no le harían mal. Lo que todavía no entendía es que tipo de situación le habría estresado hasta ese límite. Desde luego los niños son muy sensibles. Quizás las últimas discusiones con Laura...

La puerta se abrió bruscamente. Luis respingó en la silla. Entró otro guardia civil, algo mayor que él, alto, al que se le adivinaba la cabeza afeitada aunque llevara puesta la gorra reglamentaria. Tenía los ojos pequeños y claros, lo que unido a su nariz pequeña y afilada le daba un aspecto de roedor. Era curioso, pero había personas a las que nunca habías visto antes y con las que jamás has cruzado una sola palabra pero por alguna razón, no te caen bien. Ésa fue la sensación que tuvo Luis en cuanto vio al teniente Alarcón.



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El camino amarillo serpenteaba sobre una colina de hierba verde salpicada de florecillas de colores. En el cielo azul, el sol radiaba luz y calor haciendo que las gotas de lluvia que aún quedaban sobre pétalos y hojas, brillaran como pequeñas joyas engarzadas. Ya no había nubes y junto al astro rey lucía un arcoíris que enmarcaba todo el horizonte. La senda gualda seguía haciendo curvas a la manera de los meandros de un río dorado para desembocar en la ciudad.



La ciudad se erguía majestuosa, con sus altas torres y campanarios cubiertos de mármol blanco, rematados con pendones y banderines verdes como el color de los tejados. Pero no era un verde normal, del que se puede conseguir con un barniz o pintura. No, era el verde de las esmeraldas, pues era de eso era de lo que estaban hechas todas las techumbres. No en vano ése era el nombre de la ciudad, Esmeralda.



Laura corría hacia ella, corría con toda su alma, corría y corría. Los mechones estúpidamente rubios que parecían de muñeca, se le pegaban a la cara por el sudor. Sus zapatos de color rojo rubí, parecían de juguete y golpeaban los baldosines con el chasquido metálico de los bailarines de claqué. Incluso su absurdamente cursi, vestido azul no era propio de ella. No sabía nada, ni cómo había llegado allí, ni por qué tenía ese aspecto de muñeca, lo único que sabía era que tenía que seguir corriendo, para llegar a la ciudad Esmeralda, porque allí estaba Paula.



Sus puños golpeaban repetidamente, con todas su fuerzas el portón de madera ennegrecida, que guardaba la ciudad. Mientras gritaba el nombre de su hija. La madera recibía los golpes, uno tras otro. Laura notó como poco a poco la madera parecía ceder, como si el portón fuera perdiendo consistencia y en vez de golpear roble macizo, golpeara primero, caucho y luego alguna goma menos consistente, cada vez más y más blanda. En uno de sus golpes, los puños se introdujeron hasta las muñecas en la masa gelatinosa y negra en que se había transformado la puerta. Con renovadas fuerzas siguió golpeando la sustancia, que seguía licuándose, con más furia ahora empleando los pies, pateando, incluso mordiendo la superficie negra y viscosa, que se introducía en su boca dejando el regusto a hierro de la sangre coagulada. Había comenzado a oír la voz de su hija, en la lejanía, detrás de aquello; la llamaba aterrorizada. No estaba sola, otras voces, algunas infantiles pero otras adultas también suplicaban ayuda. Sus dedos rebuscaban intentando asir algo. Repentinamente, unos dedos fríos y largos la agarraron con fuerza, por la muñeca y tiraron de ella violentamente hacia dentro. Entonces, notó como la masa negra la invadía, introduciéndose por todos los orificios de su cuerpo, sintiendo su frío muerto y la voces desgarradas pidiendo auxilio en la cabeza y sobre ellas la de Paula, llorar, gritando ¡Mamá¡ ¡Mamá!



Los gritos de su hija la sacaron de la pesadilla, de la misma forma que la mano del matarife agarra un pollo por el pescuezo, hubiera batido un récord olímpico si se hubiera cronometrado la velocidad a la que recorrió los escasos metros que la separaban la habitación de Paula.



La niña estaba sentada en la cama revuelta. Se había hecho pis encima y lloraba desconsoladamente mientras llamaba a su madre.

- Ya estoy aquí cariño. Mamá ya está aquí contigo. No pasa nada cariño.

- Mamá tengo miedo. Tengo miedo. Me hace daño, el otro me hace daño.

- Es solo una pesadilla, mi amor ya, ya. Laura consolaba a su hija acunándola en sus brazos mientras le limpiaba las lágrimas de sus mejillas con la infinita ternura de una madre.



Laura también comenzó a llorar pero reprimió su impulso con todas sus fuerzas. No quería que la viera así. Paula jamás se había hecho pis desde que aprendió a controlarlo a los tres años más o menos. No podía seguir obviando la situación, Paula tenía algo en la cabeza que no la dejaba descansar. Tenía que enfrentar el problema de una vez por todas.

Cambio a la niña el pijama y la llevó a su cama, cuando consiguió que se volviera a quedar dormida, regresó a su habitación y mudó las sábanas con lágrimas de desesperación, que ahora dejó fluir desahogándose. Las gotas manchaban el edredón rosa con princesas de cuento. Los círculos húmedos eran los pozos oscuros por donde brotaban sus preocupaciones y cada vez había más. Pero ¿a quién podría acudir? ¿A quién contarle que su hija tenía algo en la cabeza que le hacía cada vez la vida más imposible? Los médicos no habían visto nada raro en las pruebas. ¿Se estaría volviendo loca su hija? Miró al techo como si buscara la respuesta. Sus temores más secretos ascendían, abriéndose paso a cuchilladas desde las profundidades de su alma, desde el lugar donde se esconde aquello que tus mente no puede creer, donde cuando creces guardas a todos los monstruos, fantasmas y a todas las brujas, bajo el rótulo "no los temas porque no existen". Ahora esa puerta se había abierto, y todas las bestias campaban en libertad, como una horda devastadora que lo arrasaba todo. Su cerebro se había convertido en una esponja empapada de miedo que no podía razonar. Abatida se dejó caer sobre la cama y lloró aún más.



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El teniente Alarcón cerró la puerta tras de sí y sin mediar palabra tomó asiento en la silla que quedaba en la habitación. Puso una carpeta negra de gomas elásticas sobre la mesa con un movimiento preciso y ceremonioso.

- Así que tú eres el "nuevo conseguidor" del viejo. Bueno, veamos qué tenemos.

.Luis permanecía en silencio sin saber muy bien qué decir o hacer, mientras en su cabeza aún resonaba lo que acababa de escuchar. “Nuevo conseguidor" La forma de arrastrar las palabras dejaba una entrever una ironía que no llegaba a entender. No le gustó.

- A ver, a ver. Sí; aquí está; tenemos el primer candidato, tiene una edad estimada entre ocho y diez años, se llama Kamil y su padre al parecer se ahogó durante el naufragio. Mis contactos en África tienen que hacer grandes esfuerzos para conseguir, que niños tan pequeños intenten el viaje y puedan llegar hasta aquí, atravesando países en guerra, desiertos y el mar; claro, muchos mueren por el camino .Normalmente se "incentiva económicamente" a los familiares para que los manden solos, pero algunos se empeñan en venir con ellos, lo cual dificulta las cosas. Pero hemos tenido suerte, el mar nos ha echado una mano y nos ha ahorrado tiempo y dinero. El mar tiene eso, a veces te da y otras te quita.

Luis estaba perplejo; qué estaba diciendo ese hombre, que los niños que iba a buscar habían sido previamente "comprados" a sus familias para que se embarcaran en un viaje suicida a través de las guerras, el desierto y luego el mar. En qué tipo de lío se estaba metiendo. El viejo, como lo llama el teniente, no le dijo nada de eso. Bueno en realidad no le comentó nada; solo que él "recogía " lo que el Estado no podía o no quería atender. Lo que no mencionó, fue que tuviera algo que ver en el por qué, de la venida de esos niños. Ahora le vinieron a la cabeza todas las dudas de Laura. Siempre le había dicho que había algo turbio y al final iba a tener razón. Pero ¿cómo actuar? .No debía precipitarse, tenía que ir con cautela. Si se escandalizaba y se negaba a hacer su encargo. ¿Quién le garantizaba que no correría peligro y que quizás fuera otro contratiempo como el padre de aquel niño? No creía que en este tipo de trabajos se pudiera decir: “No, muchas gracias pero no me interesa, lo dejo" y marcharse de rositas. Decidió, seguir el juego de momento y una vez cuando hubiera salido de allí ya pensaría en algo. Ahora solo cabía poner cara de póker y esperar que los acontecimientos siguieran su curso.

El guardia civil seguía hablando explicando las características del resto de la "mercancía”.

-El segundo niño se llama Kalule tiene doce años y procede de Mali, llegó a Marruecos en una partida de diez personas, solo él ha sobrevivido. Bueno es todo lo que tenemos. Los niños están listos y contra menos tiempo estén aquí mucho mejor para todos, acompáñeme le proporcionaré una orden para que se los pueda llevar. No queremos que en el viaje de vuelta tenga algún encuentro inesperado y tenga que dar explicaciones de por qué lleva dos menores indocumentados en su coche ¿verdad?



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El mensaje automatizado de la compañía de teléfonos le informó que el terminal de su marido estaba fuera de cobertura o apagado. Laura sorbió por la nariz los mocos acuosos que las lágrimas le habían formado en la nariz. Miro el teléfono, ese pedazo de plástico rojo era como un salvavidas desinflado, lo volvió a colocar en su base y suspiró.

Las terminaciones nerviosas de sus dedos informaron al cerebro que la presión sobre aquel objeto se había acabado, cuando recibieron otra vez la orden de agarrarlo.

- Servicio de información municipal. Buenos días ¿en qué podemos ayudarle?

- Buenos días, por favor necesitaría el teléfono del Hospital Claudio Galeno.

Garabateo el número en un possit con un bolígrafo que encontró en un cubilete, de la mesa del despacho de Luis, afortunadamente funcionaba correctamente.

Le costó varios minutos de esperas y desvíos de llamadas, pero al fin consiguió la información que deseaba. Solo tenía media hora para que el doctor Jovellanos comenzara su turno .Tenía que hablar con él.



Un misil plateado salió del garaje. Laura lo conducía, en el alzador del asiento trasero Paula con la cabeza ladeada y aún medio dormida no sabía muy bien donde estaba. El hospital no quedaba lejos pero las ocho de la mañana era hora complicada para tener prisas, la buena noticia; no había rutas escolares y eso era como una aspirina en las venas obstruidas de la ciudad.



Conduciendo lo más rápido que se atrevía, zigzagueo entre las filas de coches. Los semáforos rebasados casi siempre en ámbar y a veces en rojo provocaron a los demás vehículos que la amenazaron con los insultos sónicos de sus claxon, pero el pie de Laura no estaba dispuesto a relajar la presión sobre el pedal del acelerador ni un ápice.



Contempló el reloj digital del salpicadero, había tardado 17.50' en llegar al hospital. Con desesperación vio como una fila de coches esperaban para acceder al parking de visitas. No podía perder el tiempo, en una fila a que se quedara libre alguna plaza, en el ya saturado aparcamiento. Golpeó el volante con las palmas de las manos con la furia de la frustración y lo giró con brusquedad dirigiéndose hacia el de empleados.

Evidentemente una barrera impedía el paso. El personal accedía mostrando una tarjeta a un escáner que la hacía elevarse, permitiendo el acceso. Podía intentar colarse detrás de alguno. Desechó la idea al mismo tiempo que la forjaba, también había una caseta con un vigilante. La realidad se imponía, el tiempo se le escapaba como un puñado de agua entre los dedos.

Un bocinazo la sacó de sus elucubraciones. El Volkswagen gris bloqueaba el paso a un coche que pretendía entrar al estacionamiento. Sus ojos miraron por el retrovisor maldiciendo no poder volatilizarlo con un haz de rayos láser. Un instante después las pupilas se dilataron al máximo de su capacidad, absorbiendo toda la luz posible, para que su mente volviera a verificar la información que recibía. Esa cara le era familiar. No cabía duda, el conductor del coche de atrás era el doctor Jovellanos.

No se lo pensó dos veces, tiró del freno de mano y se bajó del coche.

- Por favor doctor tengo que hablar con usted. Dijo mientras golpeaba la ventanilla. Tras unos instantes donde se mezclaron miedo, sorpresa y precaución el doctor la reconoció y bajó la ventanilla a la mitad.

- Doctor necesito hablar con usted, hay cosas que no le conté. Suplicó Laura.

- Está bien, está bien. Pero primero tranquilícese, tengo que ir a trabajar. Buscó en el bolsillo interior de su chaqueta y le tendió una tarjeta de visita.

-Ahí tiene mi número .Llámeme a partir de las tres y hablaremos.

-¡Muchas gracias doctor Jovellanos!, ¡muchas gracias!



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El humo negro salía por la chimenea tiznando el cielo de una de las últimas mañanas del año. El fuego que la alimentaba no se había prendido por casualidad, esa mañana era la propicia. Apenas si había una ligera brisa y su dirección haría que no se alejara demasiado. No pudiendo así ser olfateada por narices curiosas. También la humedad del aire haría su trabajo haciendo que las cenizas que transportaba no fueran más allá del bosque de coníferas que rodeaba y escondía a El Buen Pastor. El horno alcanzaba los 1500 grados centígrados y a esa temperatura todo, absolutamente todo lo humano se convertía en polvo.

Los ojos de la mujer estaban fijos en el cristal por donde se podían observar como las llamas lamían el pequeño cuerpo. Un poco más allá, el doctor Orgaz observaba el termostato con desgana. Particularmente no disfrutaba de esta parte del trabajo, muy al contrario que Livia. Ella si encontraba placentero todo lo macabro; sin embargo a él sólo le movía la Ciencia y esta parte del trabajo no era más que una pequeña molestia. Una vez acabados los experimentos había deshacerse de los especímenes fallidos.

Sí, la ciencia había sido su obsesión desde que podía recordar, pero el mundo siempre se las ingeniaba para interponerse entre él y el reconocimiento, poniéndole límites absurdos, propios de mentes supersticiosas y atrasadas del Medievo. El Hombre tenía que utilizar todos los medios para alcanzar el conocimiento .Estaban ahí para eso. Para él, no podía ser de otra forma, el fin justificaba los medios. Aunque los medios fueran vidas humanas. Que fueran niños o no; carecía de importancia. Fue entonces, cuando todo parecía estar perdido cuando apareció Set. Le devolvió su laboratorio y le dio la oportunidad que su genio merecía.



- Doctor, doctor.

-Sí, sí. ¿Qué quiere Livia?

La voz de la mujer lo sobresaltó, sacándolo de sus recuerdos.

-La hora se acerca Él está a punto de llegar.

- Sí, tiene razón Livia. Haremos una última comprobación. Adelántese, en unos minutos iré con usted. Gracias.

La mujer miró hacia el suelo, agradeciendo el cumplido y se marchó y con de ella el ruido de los tacones al subir la escalera de hierro que la sacaban del cuarto de calderas.

El doctor Orgaz se quedó solo, mirando el crepitar de las llamas del horno. Las partes carbonizadas del féretro, comenzaban a desmoronarse como si fueran de arena. Esta vez, casi lo había conseguido. Había estado tan cerca. Pero los nuevos especímenes estaban de camino y esta vez no fallaría.



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Las ventanillas del automóvil mostraban la acuarela de trazos imprecisos en que se transformaba el paisaje distorsionado por la velocidad. Los dos niños dormían en el asiento trasero. Kamil, el más pequeño se apoyaba en el hombro de Kalule, que lo hacía sobre la manta hecha un ovillo que les habían proporcionado en el puerto. Las dos criaturas estaban exhaustas y el cansancio los había derrotado. Cuando los acompaño hasta el coche, aún temblaban de frío y/o de miedo. Luis no podría decir cuánto había de lo uno o de lo otro. Con sólo imaginar por lo que habían tenido que pasar para llegar hasta aquí, se le ponía la piel de gallina. Miraba por el retrovisor, observando como descansaban el uno sobre el otro. Igual que dos cachorros indefensos que esperan a su madre en el cubil. La diferencia estribaba en que ellos no tenían a nadie a quien esperar. Él era todo lo que tenían en el mundo .Por un momento pensó en su hija, rápidamente intentó desechar esa imagen de su mente pero no lo conseguía. ¿Qué estaba haciendo? ¿Dónde conducía a aquellos niños? El peso de la evidencia le aplastaba poco a poco el pecho y no le dejaba insuflar aire a los pulmones. Lo sabía, aunque llevara todo el trayecto buscado alguna otra explicación que le satisficiera más. No podía seguir auto convenciéndose, fuera cual fuera el destino de esos niños, no sería nada bueno. Ahora que lo veía desde esta perspectiva, todo encajaba mucho mejor. Todo lo que le había sucedido desde que entró en aquella maldita gasolinera comenzaba a cobrar sentido. El viejo tenía razón. Daba demasiadas cosas por sentadas. Se había comportado como un imbécil. "El destino te ha dado una nueva oportunidad" se había dicho a sí mismo, muchas veces, porque él era especial. Lo que él era; era un gilipollas, que se había dejado engatusar por cuatro trucos baratos, guiado por su ambición y su vanidad. Tenía que haber escuchado a Laura. Pero ya era tarde, se había convertido en cómplice de aquello. No podía cerrar los ojos ante esta barbarie. Debía enmendar su error.



.El temblor comenzó en la planta de los pies. Primero fue como un espasmo, como un calambre, que recorrió todo su cuerpo. Luego sus tripas se removieron provocando que el desayuno deshiciera su camino. La náusea era incontenible. Agarró con todas sus fuerzas el volante a la vez que frenaba desviando el coche hacia el arcén. El cambio automático y el control de tracción, hicieron el resto evitando el siniestro. Consiguió retener parte del vómito, pero unos chorros de café y tostadas a medio digerir salieron a reacción tanto por su boca, como por su nariz, impregnando todo con un lodo ácido y ocre que olía a limones podridos con toques de arábiga.



En las manchas de vómito sobre el volante y el cuadro de mandos, no sólo estaban los restos de su desayuno sino que también estaban la decepción, el fracaso y una gran dosis de miedo. Todos ingredientes habían se habían cocinado en su interior haciendo una mezcla explosiva.

Sí; sentía miedo, miedo a oponerse a ese viejo de ojos de hielo azul, que era capaz de comprar niños, dios sabe con qué intenciones; como si fueran ganado. No mucho peor, porque el ganado hacía que su viaje al matadero fuera de primera clase, comparado con el que estos niños habían tenido que sufrir.

Con la mano derecha aún temblando cogió un pañuelo de papel de la guantera y se limpió la boca y se sonó los mocos que aún le escocían en la nariz. Volvió a mirar a los niños, que seguían durmiendo como angelitos, a pesar del incidente, quizás les hubieran dado algún sedante. No tenía madera de héroe, muy al contrario se reconocía un poco cobarde y conservador. Todo aquello lo superaba, pero la imagen de aquellos niños en el retrovisor hacía que su conciencia le mordiera el corazón.

Con otro pañuelo retiró un pegote de vómito de la pantalla del navegador. Todavía estaba a 300 km del Buen Pastor, su destino. Aún tenía alguna opción para parar esta locura. Tragó saliva sintiendo su sabor agrio y su quemazón en la garganta. Sabía que iba a hacer algo de lo que muy probablemente se arrepentiría, pero tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo porque aquellos niños, eran ahora su responsabilidad.



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Se pasó las manos sudadas por la falda verde botella intentando disimular las arrugas. Era lo primero que había cogido del armario. Eso, una blusa blanca que amarilleaba y el abrigo de paño negro. A Paula le sacó unos vaqueros azules y jersey de ochos rojo y el anorak azul del colegio. Las dos llevaban recogido el pelo castaño claro en una cola de caballo, pareciendo de esta forma Paula una réplica junior de su madre.

Cualquier otro día hubiera escogido su atuendo con más cuidado, pero hoy Laura sólo vio la ropa por su uso básico y primitivo, protegerse del frío y ocultar la desnudez.

El dedo índice pulso el botón del portero automático, hundiéndolo y haciéndolo gritar…



- Lo primero que quiero era pedirle disculpas por mi comportamiento de esta mañana doctor. Pero estoy muy asustada.

La voz quebrada de Laura daba aún más énfasis a su mensaje. Paula sentada a su lado lo miraba todo con los ojos curiosos de una niña. En especial la maqueta de un cerebro de esos que están hechos de piezas de plástico, con sus lóbulos y partes anatómicas en distintos colores y que usan los profesores. Estaba distante como en su mundo. Llevaba así todo el día para aumentar un poco más la preocupación de su madre.

- Y también quiero darles las gracias por recibirnos en su consulta.

El doctor se mesó su barba rojiza que enmarcaba su cara de tez lechosa, donde resaltaban los ojos de un azul cielo. Estaba acostumbrado a los halagos. Normalmente un médico recibía casi tantos como críticas, pero la temperatura de su cara comenzó a subir y por un momento temió ruborizarse. Había algo en aquella mujer que le resultaba sumamente atrayente. Si era honesto con el mismo, fue un punto a favor, a parte de su curiosidad profesional, lo que le hacía oír su demanda.

- No tiene por qué dármelas. Pero cuénteme, ¿qué era eso que tenía que decirme?

Laura observó el despacho blanco y ordenado. Con los títulos colgados en las paredes, las estanterías blancas, como la mesa, atestadas de libros. Se removió en la silla inquieta, no sabía muy bien cómo empezar. Parecía mentira, había recorrido media ciudad buscando a este doctor y cuando lo tenía delante su lengua se pegaba al paladar.



- Doctor no sé muy bien cómo empezar. Comentó Laura mientras ponía en orden sus pensamientos.

- Hace un tiempo Paula comenzó a hablar con un amigo imaginario. Al principio no le dimos la más mínima importancia. Estaba contenta y feliz de tener un confidente secreto. Consulté el tema en internet y pude ver que este tipo de comportamiento era normal, pero con el paso de los días empecé a observar como Paula mantenía discusiones con "El Otro" como ella lo llamaba, hasta el punto de que a veces terminaba llorando. En el colegio también notaron como el carácter se iba endureciendo y pasó de ser una niña objeto de las burlas de los malotes de la clase a ser liderarlos por ella. También he de decir que al mismo tiempo que estos cambios se operaban en mi hija yo no he dejado de tener horribles pesadillas con ella. El pasado día de Navidad esto llegó a su punto más álgido. Paula acusaba al amigo imaginario de castigarla a no ver. El resto ya lo conoce.

Yo no fui capaz de contarle aquello, pensé que serían cosas de niños o no sé... Pensé que se pasaría igual que empezó .La verdad estaba hecha un lio, todo era tan raro y por qué no, llegué a tener miedo. Pero la pasada noche volvió a ocurrir Paula se despertó llorando desesperadamente y hecha pis. Desde entonces parece ausente .Yo no sé qué hacer. Pensará que estoy loca o algo así pero estoy desesperada. Por favor ¡Ayúdenos!



El doctor Jovellanos permaneció en silencio durante todo el tiempo que duró el relato, tomaba notas en un pequeño block mientras la contaba su historia.



- Ciertamente es un caso extraño. Ahora permítame que le haga algunas preguntas a Paula. Voy a grabarlas si no le importa.

- No, por supuesto que no Doctor.

-Vamos a ver jovencita.

La niña le miró con ojos inexpresivos.

- Entonces es verdad que tienes un amiguito secreto, ¿no?

Cssi. Dijo convirtiendo, la ese en una c, como si le pesara la lengua.

Un puño de angustia apretó el corazón de la madre, haciendo que los latidos pararan por un segundo. El sonido de la afirmación se repetía en sus oídos con un eco amplificador del dolor, cortando, cercenando con su vibración envenenada. Ella había oído esa forma de hablar lenta y dificultosa. Fue una mañana de sábado cuando fueron a ver a aquel niño.



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Limpió como pudo todo aquel desastre, hasta que acabó con la caja de pañuelos de papel. El coche quedó razonablemente bien. Excepto por algunas zonas de las alfombrillas y de la tapicería donde el vómito se había introducido de forma irremediable. Lo que no consiguió adecentar fue su ropa. La camisa blanca estaba llena de lamparones, que hacían juego con los de su pantalón. A la corbata no le dio opción y se deshizo de ella directamente. La chaqueta, en el asiento del copiloto, era lo único que se había salvado.



Con el último pañuelo, impregnado en el líquido verde, del ambientador del coche, "Frescor a Pino" dio un repaso final a su obra de restauración. Pensó que el contenido alcohólico del perfume ayudaría a rematar la limpieza y de camino a ocultar el hedor. No fue buena idea. Los olores del ambientador y del vómito se mezclaron, creando una nueva fragancia que bautizó "Vomitona campestre”. Aunque el sistema de ventilación trabaja al máximo, bajo los cristales delanteros. Era preferible pasar un poco de frío que seguir oliendo eso.






- Je suis pis. Monsieur. Era la voz de Kamil el niño de rasgos árabes. Que se había despertado y se frotaba los ojos.

-¿Cómo? No te entiendo. ¿Qué quieres? Luis se descubrió alzando la voz, como si con eso, el niño fuera a entender el idioma.

- J'ai beson d'aller aux toilletes. Monsieur.

Sus conocimientos de francés se limitaban a una decena de palabras sueltas.

-¡Je suis pis! ¡Je suis pis! Repetía el crío llevándose las dos manos a las ingles con expresión lastimosa.

- Ah! Toilette. Esa palabra sí la conocía, el chaval quería ir al baño, se estaba haciendo pis.



Kamil saltó el guardarrail para aliviarse en unos pastos cercanos. El A6 negro seguía en el arcén, donde Luis había conseguido detenerlo tras el incidente. Si no lo movía pronto, terminaría llamando la atención y alguna patrulla policial podría acercarse. Aunque había decidido acudir a las autoridades, no creía que su situación actual, fuera la ideal. Prefería ir él, a que le encontraran ellos. Suponía que el acto de denunciar de forma activa, por así decirlo, le repondría algún beneficio.



Esperó a que el chaval terminara y volvió a salir a carretera. El otro niño también se había despertado con el ajetreo. Pero no dijo nada, tan solo abrió los ojos y se quedó muy quieto; observando todo. Con los ojos muy abiertos que resaltaban sobre su tez del color del chocolate, como si intentara comprobar que en realidad estaba despierto, y de veras que no seguía en una patera.



Los kilómetros se sucedían, los chicos se habían vuelto a dormir o al menos eso parecía. Luis, durmieran o no, lo agradeció. La barrera idiomática era un escollo con el que no había contado. Así era mejor para todos. Además, ¿qué les iba a decir?

Abandonó sus pensamientos y volvió a concentrarse en la carretera. Una pompa de gas ascendió desde el estómago y le hizo eructar, recordándole su compromiso y haciendo que un escalofrío recorriera su espina dorsal desde la nuca hasta la rabadilla. Pararía en la próxima localidad por la que pasaran y denunciaría el caso ante la Guardia Civil.



Puebla de Montefrío. Las letras resaltaban sobre el azul reflectante. Era la próxima salida, apenas si restaban 10 kilómetros. Notó una pequeña corriente de aire, en el vello de la oreja derecha, como si alguien respirara a su lado. Asustado giró la cabeza con rapidez. Nada; solo los niños amodorrados en los asientos traseros. Volvió la mirada hacia la carretera. ¡Qué tontería! , ¿Qué esperaba encontrar?



Pasó la mano sobre el pabellón auditivo, calmando la sensación de cosquilleo. Estaba tenso como la cuerda de un violín. Cambió de postura en el asiento varias veces, pero no encontraba ninguna cómoda. Los nervios desviaron el hormigueo de las orejas, por todo el cuerpo, obligándole a rascarse igual que un mono con sarna.

Luis accionó los intermitentes del lado derecho y desaceleró mientras intentaba relajarse y dominar los picores. El A6 iba a tomar el carril que lo sacaría de la autopista. A los pocos minutos, la voz femenina del navegador protestó. Se estaba apartando de la ruta prevista.

La carretera serpenteaba sobre las colinas de la dehesa, preñada de encinas y alcornoques, con los troncos desnudos, del corcho arrancado. Los cerdos husmeando el suelo en busca de sus frutos o de cualquier otra cosa, que su apetito omnívoro considerara alimento. Unos cercados de alambre, cuando los había, los separaban de la carretera.



La carretera era apenas, dos carriles de asfalto parcheado, sin arcén. Al coche que conducía Luis le venía una talla pequeña.

La salida de la autopista había ido degradando en calidad y cantidad, hasta que había quedado reducida a la comarcal por la que iban y que les conduciría a la Puebla de Montefrío. Habían recorrido unos diez kilómetros pero aún faltaban otros tantos, según la señal que acababan de rebasar.

La aguja del velocímetro no sobrepasaba los 80. El estado del firme, además de lo revirado de la vía no lo aconsejaban. Pero Luis quería llegar cuanto antes. El trayecto se le antojaba interminable. De hecho en una ocasión había acelerado, topándose con un camión cargado de ganado, con el que casi choca al entrar en una curva. Tras el susto, se resignó, no asumiría más riesgos; pero los nervios se lo seguían comiendo… no terminaban de llegar al maldito pueblo.



La figura encorvada apareció de repente. El A6 salía de una curva cerrada para tomar la siguiente que torcía hacia el lado contrario. Cuando Luis lo vio por primera vez, aunque sólo por una fracción de segundo, la propia curvatura de la carretera le impidió hacerlo más tiempo. La escasa distancia que los separaba desaparecería inexorablemente en pocos segundos. El lento pedaleo del ciclista no era rival, para los cientos de caballos que llevaba bajo la carrocería.



El hombre sufría sobre la bici. Desde luego su aspecto físico, no era el de un deportista. En el maillot sudado resaltaba la espalda cargada de grasa, con unas lorzas sobresaliendo a la altura de los riñones. Luis redujo la velocidad a su paso, no se atrevía a adelantarlo. A las facilidades que daba la calzada, se sumaban las eses que describía el ciclista, fruto del agotamiento.

- A ese hombre le va a dar algo. Pensó.

Como si se tratara de una orden, el hombre se desplomó sobre el manillar, cayendo sobre el asfalto, en una avalancha de carne y aluminio. La reacción fue instantánea. Dio un pisotón al pedal del freno, deteniendo el coche justo antes de pasarle por encima.



El ciclista yacía boca abajo, inmóvil, con la cabeza ladeada. Luis se apeó del coche y corrió a su lado.

- ¿Está usted, bien...? ¡Qué tontería de pregunta! Exclamó Luis agachándose. Probó a tomarle el pulso. Era débil, pero muy rápido, como el de un pajarillo. Tenía los ojos entreabiertos y respiraba con mucha dificultad. Luis pensó en un infarto y rápidamente le miró las manos. Efectivamente debajo de las uñas el color morado señalaba la falta de oxígeno. A ese hombre le estaba dado un ataque al corazón y si no hacía nada moriría. Tenía que darle la vuelta, para intentar reanimarlo. No pensó, ni que fuera tan difícil, ni que pesara tanto. Cuando lo consiguió, vio a un hombre de unos cincuenta años, de tez lívida como la cera, que se había destrozado el lado derecho la cara. El asfalto se la había rasgado, llegando hasta el hueso en algunas zonas. Reduciendo la piel y la carne a una pulpa rosada cubierta de suciedad, rezumante de sangre.

Se disponía a insuflar aire al accidentado cuando sus ojos se abrieron de par en par. Clavándose en los suyos. El pecho se le abombo y comenzó a toser violentamente, esputando grumos de sangre que le recordaron a la gelatina de fresa que tanto le gustaba a Paula.

- Mmalddito.... hijjoo d putaa... me has mmataadoo.

Las palabras se colaban entre los esputos. Alzó las manos, e intentó asirle por la garganta con las escasas fuerzas que le daban los estertores de moribundo.

Pero ¿qué decía ese hombre? , que él le había... En ese momento giró la cabeza y vio la bicicleta debajo de las ruedas del coche, completamente deformada. El morro del automóvil tenía una abolladura sobre la parrilla de ventilación del radiador y un faro estaba roto. Los cristales estaban desperdigados, unos por el asfalto negro y otros sobre el asfalto rojo de sangre. Ahora volvió a mirar al ciclista. Tenía el pecho hundido y en un costado había una especie de palo astillado clavado. Luis tragó saliva. No. ¡Dios mío! Eso no era ningún palo. Era una costilla que salía del pecho hendido. En la cabeza todavía llevaba el casco, pero por los respiraderos resbalaba una sustancia; como un yogurt con trozos de una fruta exótica y gris. Pero ¿cómo? él no había atropellado a ese hombre. Él no...O ¿sí? ¿Qué era esta locura? Los ojos de muerto volvieron a la vida pero había algo diferente en ellos. Su color, su color era distinto, ya no eran oscuros si no que eran azules; del azul frío del hielo; como si la misma muerte le estuviera mirando. Set le miraba. Era él, eran sus ojos...



El vacío estaba sólo a unos diez metros cuando consiguió detener el coche. ¿Habría dado una cabezada y el coche se había salido de la carretera? Luis bajó temblando, aún sentía el frío de esos ojos. ¿Cómo había podido quedarse dormido?



Atrás los niños asustados gimoteaban. Cerró la puerta y se acercó al barranco todavía desorientado. No supo calcular su profundidad, pero lo que sí sabía es que la caída hubiera sido mortal de necesidad. Se pasó la mano por el pelo y regresó al coche, que seguía entre los arbustos que acababa de embestir. Esperaba poder sacarlo, por sus propios medios.



Después de varias maniobras y acelerones consiguió llevar el coche de nuevo a la carretera. Los niños ya habían recobrado la calma e incluso parecían felices de volver a emprender camino. Sólo faltaban cinco kilómetros para llegar. Luis giró el volante suavemente para salir de una curva, cuando lo vio. Allí estaba. El ciclista obeso, esforzándose sobre la bicicleta, al borde del colapso.






-Bien. Déjeme ver. A ver si lo he entendido correctamente.

Usted asegura, que en la visita que efectuaron a una especie de residencia para niños acogidos y después de que Paula estuviera allí, participando con uno, en una especie de experimento, en su hija o mejor dicho en la mente de su hija comenzaron a operar los cambios que antes me ha relatado, y que la manera de hablar que ha empezado a mostrar, es la misma de la del aquel niño.



- Sí doctor, eso es. Fuimos hasta allí por una extraña oferta que le hicieron a mi marido. Después, miré en internet y descubrí que la clínica había sido clausurada por un tema de maltrato a los pacientes hacía tiempo y que el doctor que nos atendió estuvo involucrado. Nunca pensé que Paula estuviera en peligro; sólo estuvo dibujando con ese niño un rato y jamás la perdimos de vista .Esto parece sacado de una película, le juro que es la verdad. Toda la culpa es mía, no debimos ir.



- No cabe duda de que suena extraño y la coincidencia en el tiempo da que pensar. Pero no creo que estén relacionados directamente. Tranquilícese. Lo primero es Paula. Aseguró el doctor Jovellanos, a la par que le tendía una caja de pañuelos de papel, para que se secara las lágrimas. Ahora no sabía qué pensar de esa mujer. Primero vio a una madre desesperada y un caso estimulante. Pero ahora no sabía muy bien que veía.



Paula seguía absorta, en un vídeo que el doctor le había puesto, para distraerla mientras su madre se calmaba y él intentaba entender todo aquel embrollo. Los auriculares impedían que la niña oyera la conversación. Lo que el doctor no sabía es que Paula no necesitaba ningún sentido para conocer lo que le rodeaba e incluso cosas que no podía percibir directamente. Ella ahora tenía otro punto de vista completamente distinto.



Cuando comenzó fue divertido, como un juego en el siempre llevas ventaja. Luego pasó a doler pero no era un dolor, no como cuando te caes y te raspas las rodillas. No; era más el dolor de cuando mamá se enfadaba con ella o de cuando papá chillaba a mamá. Pero ese dolor se estaba pasando, comenzaba a acostumbrarse a él. Él le daba unas cosas a cambio de otras. Algunas cosas no las quería cambiar y por eso, el otro le hacía daño. De la misma forma que cuando en el colegio Jaime le quitaba algo.

Otras veces, si quería lo que el otro le daba. Por ejemplo, cuando tenía más fuerza y ningún niño podía meterse con ella, sin recibir una buena zurra. Eso sí era divertido.

Notaba como si su mente se abriera y comprendiera cosas que antes, no podía; por así decirlo, se hacía mayor por dentro a la vez que se quedaba pequeña por fuera, o algo así. Tenía la sensación de que el otro ordenaba su cabeza. Cambiando de lugar algunas cosas, poniendo algunas nuevas; o quitando otras viejas, de la misma manera que lo haría, si su mente fuera una estantería con juguetes. Era difícil de explicar. No sabría decir si eso le gusto, pero no pudo hacer nada por evitarlo. Mamá y ese médico no lo entendían.

Ella tampoco, hasta la pasada madrugada, cuando lo entendió todo.



Era de noche y dormían, ella no. Permanecía en su cama revolviéndose en su edredón de princesas. No podía dormir, en su mente no había descanso. Los pensamientos, las ideas, todo, iba de acá para allá, dando tumbos. Recorrían su mente, intentaban reconstruir o recordar cómo estaba todo antes que el otro llegara y empezara a ponerlo a su gusto. Por así decirlo, era como cuando te despiertas en medio de la noche y vas al baño haciendo el camino de memoria, con la luz apagada. Pero no consigues encontrar el camino, te golpeas con los muebles y las paredes, porque ya no están en su sitio. Tanteado con cuidado. Avanzando pegada a las paredes como si lo hicieras por el borde de un acantilado, donde un mal paso la precipitaría al vacío negro e insondable.



La encontró por pura casualidad, era la puerta.



En realidad no sabía si puerta era un nombre correcto para eso, pero no encontró otro más apropiado, de hecho, no supo que lo que era hasta que se encontró al otro lado.

.Fue lo mismo que sentiría un alfiler, si pudiera sentir, cuando un imán la atrae de forma irrevocable. Su ser interior, lo que la hacía una persona viva y racional se vio atrapada en un torbellino que la engullía como una colilla en el wc.



El frescor de la hierba mojada, ascendió desde la planta de sus pies, hasta llegarle a la nuca.

El prado se extendía infinitamente. Florecillas de colores lo salpicaban aquí y allá rompiendo su monotonía verde. Aspiró y el aire tibio y fragante que le hizo recordar el aroma del cabello de su madre. ¿Dónde estaba? Giró sobre si misma intentando orientarse.

Relucía. Allí en horizonte estaba plantada, como una lanza clavada en la panza del mundo, bajo el arcoíris. Con sus altas torres y sus capiteles esmeraldas. Contempló la ciudad con asombro, pues era como las de los cuentos. Donde vivían apuestos príncipes y bellas princesas como las que decoraban su cama.

Una pequeña brisa le agitó suavemente el pelo; sintió frío. Volvió a girarse mientras se frotaba los brazos en busca de calor, viendo a lo lejos, en el cielo, como comenzaban a formarse nubarrones de color plomo. Parecía que se estaba acercando una tormenta. Debía buscar cobijo.

Se miró cayendo en la cuenta de que aun llevaba puesto su pijama de felpa rosa con un conejo blanco en el pecho y que estaba descalza. Sopesó dirigirse a la ciudad, en realidad, no había ningún otro sitio a donde ir.

El camino de baldosas amarillas parecía llevar hasta ella, solo tendría que descender por la ladera pequeña colina en la que estaba y tomarlo.

El primer goterón la cogió desprevenida y la sobresaltó un poco, con su golpe húmedo. El trueno llegó después igual que un cuerno anunciando la batalla. Las nubes habían abierto sus bodegas y arrojaban sobre el mundo sus obuses líquidos. Sentía los impactos que le aplastaban el pelo, pegándoselo a la cabeza y como se empapaba el pijama haciendo que su carrera sobre la piedra amarilla se hiciera lenta y peligrosamente resbaladiza.

La distancia a la ciudad era enorme para que ella pudiera cubrirla corriendo. Solo era una niña y su cuerpo no soportaría el esfuerzo. La fatiga comenzaba a aparecer. Tendría que seguir andando, después de todo ya no podía estar más mojada. Así, Paula se detuvo un momento para recobrar el aliento. Se apartó unos mechones de pelo pegados a la cara que le recordaron a las algas de la playa. En ese momento se imaginó allí, jugando en la orilla, con papá y mamá. El llanto llegó igual que una de las olas de su recuerdo, las piernas se le aflojaron y cayó de rodillas mientras sus lágrimas se mezclaban con la lluvia.

Algo se acercaba por el camino a su espalda, con un estruendo que el martilleo de la lluvia, no podía ocultar. Paula se apartó haciéndose a un lado, fuera lo que fuera no podía verlo, aunque sus pies sí lo pudieran sentir. Precavida, se agachó en la cuneta intentando ocultarse.

Dos percherones negros tiraban al trote del carro de madera que crujía amenazando con desguazarse en cualquier momento. A las riendas iba lo que parecía un hombre con una armadura de hierro oxidada y mohosa. El yelmo le cubría la cabeza por completo, dejando solo unas pequeñas rendijas por las que ver y respirar. Observaba desde su escondrijo, oculta por unas hierbas altas, temblando de frío y calada hasta los huesos. Pero lo que le hizo temblar de verdad fue ver la carga que transportaba el carro en su caja. Era una especie de jaula de hierro. Dentro había no menos de veinte niños y niñas, unos sentados o tumbados, de pie otros. Todos tenían la mirada perdida en algún punto del horizonte. Algunos sacaban sus manos intentando recoger unas gotas de lluvia para luego beberlas con avidez. Pero la mayoría, no hacían nada, simplemente aguardaban a su destino .Iban semidesnudos y mugrientos como si fueran las atracciones de un circo ruinoso y decadente. Sobre la jaula había otra figura que no podía ver bien desde su posición .El carruaje la rebasó y comenzó a alejarse siguiendo el camino hacia la ciudad. A medida que se alejaba el ángulo de visión le permitió observar mejor la figura sobre la jaula. Era una especie de mono pelirrojo que olisqueaba el aire y mironeaba a un lado y otro. Sus ojos eran grandes y parecían lucir con un brillo amarillo. Oteaban desde su posición, escaneando el terreno. El carro pisó un bache y resaltó con violencia. El mono abrió su boca y dejo ver unos colmillos blancos y puntiagudos como puñales, emitiendo un aullido aterrador a la vez que en su espalda se desplegaron unas alas cubiertas de plumas negras como las de un cuervo. Paula deseó con todas sus fuerzas ser invisible, pero no lo era. Los brillantes ojos del primate la habían localizado, el aullido no era más que el anuncio de que iba a cobrar otra pieza. Batió las alas ascendiendo en el aire para caer sobre su indefensa víctima.



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A vista de pájaro, el coche detenido en medio de la carretera secundaria era como un enorme insecto acechando a su diminuta presa. Aunque en realidad la situación era justo la contraria. El ciclista paladeaba penosamente mientras Luis lo miraba paralizado. Otra vez la alimaña del miedo le subía por la espalda para introducirse por los oídos, dispuesta a morder su cerebro. Se sostuvo la mirada observando el castaño de sus iris. Interrogándose frente al retrovisor, en busca de una explicación, que calmaran a las infinitas preguntas, hostigadoras de su mente.

-¿Te has perdido?

-¡Cómo! ¿Quién ha dicho eso? Luis se giró en su asiento, preguntando a los niños. Debería parecer paranoico. Los chicos se hicieron al lado contrario a su asiento, en un movimiento defensivo.

- ¿Quién ha hablado, quién sabe español? Gritaba.

Permanecieron en silencio, timoratos, arrebujados el uno contra el otro.

- Luis mírame, ¿tienes algún problema?

¿Quién hablaba? Los niños desde luego no habían abierto la boca. Debía de estar volviéndose loco, no había nadie más en el coche. Su cabeza, algo no funcionaba bien dentro de ella. Levantó ambas manos, agarrándose del pelo en un acto de desesperación y angustia.

- ¡Mírame! Ordenó la voz.

Luis buscó. ¿A quién tenía que mirar? Sus labios temblaban ligeramente, dejando escapar un pequeño hilillo de saliva. No era consciente pero había empezado a gimotear como un bebé.

El retrovisor volvió a entrar en su campo visual y sus ojos se volvieron a contemplarse.

El frío azul le traspasó como un chuzo helado.

¡Sus ojos! Sí era su cara, pero...pero esos; esos no eran sus ojos. Eran... No podía ser.

-Luis, no tardes. Recuerda nuestro trato.

El azul se disolvió con un destello esmeralda en el topacio de su mirada. Sus ojos volvían a ser los suyos otra vez.

Las ruedas giraron, derrapando sobre el asfalto. Arrancando piedrecillas y levantando polvo. La fuerza centrífuga empujo los tres cuerpos amenazándolos con arrojarlos fuera del automóvil. Bajo el capó, el motor se desperezaba rugiendo como una bestia que recupera la libertad. Luis giraba 180° buscando de nuevo la autopista, dejando atrás al ciclista obeso, a la Puebla de Montefrío y un trozo de cordura. Toda su determinaciones morales y éticas habían quedado reducidas a cero. En estos momentos, lo único importante era su misión: llevar estos niños ante Él.



Temblaba y el sudor de sus manos hacía que el cuero del volante resbalara. El coche desandaba el camino a una velocidad suicida. Pulsó el botón que conectaba la radio del equipo de Hi-Fi del vehículo. Esperaba que la compañía de la radio le tranquilizara o terminarían despeñándose. Preferiría algo más fuerte, pero no había traído ningún disco, ni siquiera en su Smartphone. Sería mejor una radio-fórmula popera, que nada. El aparato comenzó a explorar el dial en busca de las emisoras disponibles. Aunque el terreno era accidentado, su tecnología RDS, no tendría demasiados problemas para sintonizar alguna. Los segundos pasaban y sorprendentemente no conseguía enlazar con ninguna frecuencia. Hastiado Luis estaba a punto de apagarla cuando la música empezó a oírse, lejana y amortiguada pero ganando poco a poco volumen y calidad de recepción. Sin quererlo, el recuerdo de la noche en que paro en aquella gasolinera, se abrió paso desde los registros de su memoria. Apretó el botón de power sin convicción y efectivamente no tuvo efecto. El aparato seguía funcionando .La estación de radio seleccionada parecía emitir un tema de rock duro. Sus notas afiladas y rápidas inundaron el habitáculo. El esfínter de su vejiga se relajó por un segundo y parte del orín que contenía se derramó mojándolo. En un primer momento, no había logrado reconocerla, pues hacía mucho que no la oía y porque, debía de ser alguna versión del clásico, que hacía aún más poderosa, la ya impresionante pieza de Al Di Meola; "Race with the Devil on a Spanish Highway".



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Dócil, el mono cogió la golosina que le ofrecía su amo, después le acarició la cabeza diciendo:

- Buen chico, buen chico.

El animal satisfecho, en señal de agradecimiento comenzó a saltar y revolotear haciendo piruetas y cabriolas, dando chillidos de alegría.

- Bueno, bueno, ya está. Anda, ve a tu sitio y pórtate bien. Recuerda que tenemos invitados.

El tono era amable pero con la firmeza del que está acostumbrado a que sus órdenes se acaten sin rechistar. Efectivamente la algarabía cesó .Y la criatura subió mansamente a una especie de percha junto al trono de su dueño.

Paula contemplaba la escena sentada en un sillón dorado que tenía pinta de ser muy antiguo y valioso.

Cuando el mono la cogió, pasó mucho miedo, lloró, gritó y pateó como no lo había hecho nunca; pero al final se dio por vencida. La trajo a la ciudad, a la que curiosamente quería llegar. Unas personas, que tenían la misma mirada que los niños del carro, la atendieron con amabilidad. Intentó hablar con ellas pero no mediaron palabra. Simplemente le quitaron el empapado pijama rosa y le pusieron un traje con el cuerpo en nido de abeja y falda por encima de las rodillas; todo de azul cielo. El pelo se lo habían secado también lo habían peinado haciéndole una cola que sujetaron con un gran lazo del mismo color .Se sentía como una muñeca sobre todo con las calcetas blancas y los zapatitos de charol negro. Desde el primer momento sintió que estaba en un cuento. Le recordó a una película de dibujos que había visto pero que en ese momento no recordaba cómo se titulaba. Cuando lo vio a Él, lo recordó. Aunque en el cuento que ella había visto el espantapájaros tenía un papel muy diferente.



El espantapájaros la miró con los botones que hacían las veces de ojos. Estaban cosidos a la cabeza que en realidad no era más que un saco sucio y ajado, relleno de paja amarilla. La boca era un remiendo roto, como una cicatriz abierta en la tela, por la que al hablar, se le escapaba parte del relleno. No había nariz y tampoco orejas o pelo.



- Vaya. Mirad a quién tenemos aquí. Las palabras crujían como la estopa seca al pisarse. Si es nuestra amiga Paula. Sabía que encontrarías el camino pero mentiría si te dijera que pensaba que lo ibas a hacer tan pronto. Eres una niñita muy especial. Pero eso ya lo sabes tú, ¿no? El monigote relleno de paja continuó hablando sin esperar respuesta.

- No pongas esa cara de susto. No me digas que nunca has visto a un espantapájaros. ¡Ay!, estos niños de ciudad. Bueno, seguro que tienes preguntas ¿verdad?...Vamos pregunta.

- Señor espantapájaros, yo sólo quiero ir a mi casa, con mi mamá, nada más. Por favor.

Una lágrima se columpió en las pestañas de la niña.

- No, no. Eso no es una pregunta. Eso es una súplica y no es el turno de las súplicas, así que no serán escuchadas. Dado que no preguntas hablaré yo. Sentenció y unas briznas de paja salieron disparadas de su boca.

Como ya has deducido estás en el reino de Oz. Sí ya sé que pensabas que sólo era un cuento y sí en cierta manera lo es. Es un cuento en el que un impostor se alza como rey. Atribuyéndose poderes mágicos que no tiene y utiliza a una niñita perdida y a tres habitantes de su reino para sus propios fines con la promesa de darles algo a sabiendas de que no podrá. Pues bien yo soy ese espantapájaros en cuestión. Cuando el impostor fue descubierto nuestro mundo quedó sin gobierno y el caos se apoderó de él. Sufrimos mucho. Pero entonces yo con mi inteligencia conseguí encauzarlo y desde entonces lo gobierno.



Entonces se levantó de su suntuoso trono sobre sus piernas de madera y alzó sus brazos de palo en un éxtasis triunfal. El mono revoloteo sorprendido y el gran salón donde estaban se inundó de luz y sonaron trompetas y comenzó a caer confeti y serpentinas. Acto seguido se derrumbó sobre su asiento y todo volvió a quedar en penumbra. Las ramitas que eran sus dedos sujetaron el saco de su cabeza que ahora miraba al suelo. El relleno comenzó a salirle por la boca y tuvo que mirar hacia arriba para evitarlo entre gimoteos y suspiros. El espantapájaros estaba...parecía que llorara. Otra vez miró directamente a Paula y una sonrisa se dibujó en el remiendo del saco.



- Pero te he encontrado, mi pequeña. Pensé que no te volvería a ver nunca. A través de los dibujos animados te busque en tu mundo durante años, alguna vez creí verte; siempre me equivoqué pero, ahora no. Tú serás mi pequeña Dorothy. Por eso contacté con tu padre, por eso fuisteis a ver a aquel niño, por eso he estado entrando en ti durante este tiempo. Para prepararte para este día. Para que vinieras conmigo y juntos gobernemos Oz. Como debió ser desde el principio.



Paula protestó.

- Pero señor espantapájaros yo no soy ninguna Dorothy. Tiene que haber alguna confusión. Yo no sé nada de gobernar y nada de Oz sólo la película que vi en la TV. Por favor déjeme marchar, por favor...



- No te preocupes ya lo entenderás. No hay ninguna equivocación. ¡Yo no me equivoco nunca! Ni si quieras lo insinúes, sólo por eso muchos han perdido la cabeza. Me refiero literalmente...claro. Jajá. Pero no temas, hoy estamos de enhorabuena, así que ve a tus aposentos y descansa. Has tenido un día muy ajetreado. Hoy comienza una nueva era en Oz.



Dio el equivalente a una palmada y aparecieron dos chicas de mirada perdida, llevaban puestas unas túnicas verdes con dos SS bordadas en el pecho. Tras ellas venía un león. La fiera caminaba con lentitud y majestuosidad, bamboleando su melena rubia que lo hacía aún más imponente. Laura recogió sus pies y se hizo un ovillo sobre el sillón, aterrorizada.



-No temas, dijo el espantapájaros. No te hará daño, sólo será vuestra escolta y vigilará que no te pase nada. Tienes que darte cuenta que ahora todo esto te pertenece.



Con resignación y miedo Paula fue acompañada a sus habitaciones, atravesaron salones y subieron escaleras de piedra y mármol. Todo era como siempre había imaginado que sería en un castillo de cuento, la diferencia estribaba en que era mucho más oscuro, más triste.



Los cerrojos del portón de su alcoba se cerraron convirtiéndola en una celda, recorrió la habitación de sólida piedra. Había un pequeño matacán, con unas ventanitas que más bien parecían aspilleras, cubiertas de vidrio verde, no había rejas, pero por la cantidad de escalones que habían subido no creía que fueran necesarias. Con un león apostado a fuera, en la puerta escapar era una quimera.

Tenía ganas de llorar pero se las trago estaba cansada de llorar, pensaba en las doncellas que la habían atendido, empezó a entender el porqué de sus miradas vacías.

Sin nada más que poder hacer se echó en la cama. Era una cama de princesas, tenía un colchón mullido y blando que debía de ser de plumas y un dosel de terciopelo verde esmeralda con dos grandes eses bordadas en oro, sería emblema del reino porque estaba sobre todo. Tendida sobre la cama bocarriba lo miraba preguntándose qué significaba, cuando cayó en la cuenta de que no eran dos eses. Ella había presupuesto que los trazos eran dos formas independientes, pero no; eran un todo. Las líneas onduladas simbolizaban un camino. Eran un símbolo, no dos iniciales.

Ese pequeño descubrimiento la hizo evadirse por un instante y sonrió.

Con renovadas fuerzas volvió a explorar sus aposentos. En primer lugar se dirigió a un tocador que había al lado izquierdo de la cama. Todo el mueble estaba decorado con pan de oro, tenía incrustaciones de perlas y esmeraldas. Sobre él, había varios frascos de cristal de roca tallado, que supuso contendrían perfumes y un cepillo para el pelo con el cuerpo de nácar. Se sentó en la silla dorada y con el asiento del consabido terciopelo verde y se miró al espejo. Allí estaba, viéndose reflejada, mirándose con los ojos azules cansados de llorar. En lo que dura un pestañeo creyó ver como la imagen reflejada temblaba, como si en vez de ser un espejo donde se estaba mirando fuera en la superficie de un río. En efecto, la superficie del espejo había vibrado porque volvió a hacerlo.

La imagen de Paula se distorsionó y comenzó a girar desapareciendo en un remolino, como si hubieran quitado el tapón de una pila y su reflejo se fuera por un desagüe. A medida que su imagen desaparecía otra nueva surgía. La niña gritó. Era mamá, estaba dormida plácidamente en su habitación, en casa.

- ¡Mamá, Mamá estoy aquí...mamá socorro! El llanto entorpecía la llamada de la niña que hipaba entre reclamo y reclamo.



Así es como Paula tomó consciencia de su nueva realidad; su mente estaba prisionera. Y la única comunicación posible con su mundo era ese espejo, en el tocador, en su alcoba, en un castillo, en Oz.



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Las dos horas siguientes estuvieron llenas de preguntas. Algunas se las hizo el doctor directamente a Paula, otras en cambio estaban en unas fichas, donde tuvo que contestar o bien rodeando con un círculo o dibujando algo. También le enseñaron algunas diapositivas y le pusieron fragmentos de música. Respondía o al menos la parte de ella que estaba allí. Su sensación era la de que su cuerpo y su mente ya no estaban en íntima conexión; sino que era como manejar un títere, que hace todo lo que le ordenas e incluso puede emocionar a un espectador con su actuación, aparentando que posee vida. Pero que en verdad no deja de ser un pedazo de madera, dirigido por la persona, que está oculta tras un decorado. Pues bien pensado, ésa era la situación de la niña. Paula era la marioneta de Paula.



Laura no estuvo presente todo el tiempo, según le dijo el doctor, su presencia directa podría condicionar las respuestas de su hija, y se retiró durante algunas fases del estudio a una pequeña sala de espera contigua a la consulta.

En ese lapso de tiempo donde esperó a que terminaran las pruebas, Laura intentó contactar con su marido. Pero su teléfono seguía apagado o fuera de cobertura. No sabía cuándo iba a regresar; simplemente le dijo que se levantaría temprano porque tenía que salir y que posiblemente estaría fuera todo el día, poco más.

Tenía una mezcla de sensaciones; no sabía si enfadarse con Luis o agradecerle que no estuviera disponible. El problema de Paula parecía que había actuado de aglutinante de su relación, pero... ¿Era eso lo que ella realmente quería? Realmente para qué le llamaba, para decirle que Paula había tenido otra crisis y que había decidido llevar a la niña al médico. ¿Era su bendición lo que buscaba? o sólo le llamaba para informarle del estado de su hija. La cual, por cierto, no debía preocuparle, lo más mínimo, cuando no había hecho ni una sola llamada en todo el día. O a lo mejor estaba siendo demasiado dura con él y no habría podido. Sus sentimientos hacia su marido eran un completo caos ¿Por qué era todo tan complicado? Afortunadamente la puerta se abrió. Era el doctor Jovellanos que ya había acabado el examen a Paula. De inmediato supo que algo no iba bien.



-No sé cómo ha ocurrido, pero su hija es otra niña completamente distinta a la que vi en el hospital. Se han operados cambios muy importantes en ella y creo que está somatizándolo de alguna forma.



Laura se mordió otra vez los labios y se esforzó por no volver a llorar, casi no lo consiguió pero al final sus lágrimas no volvieron a rodar por sus mejillas.

-Doctor, ¿a qué tipo de cambios se refiere...?

El hombre se demoró unos instantes, como si buscara las palabras más apropiadas o menos crueles para exponer el tema.

- Podríamos decir que Laura parece estar en stand by, es como si su actividad cerebral se hubiera reducido a las funciones estrictamente necesarias para la vida, eliminando o reduciendo prácticamente a cero todos los procesos relacionados con el pensamiento abstracto y procesos cerebrales superiores. Por explicárselo con términos coloquiales; ahora mismo en la mente de su hija ha habido una involución, como cuando era poco más que un bebé.



-Pero doctor qué me quiere decir, que Paula ha sufrido un retraso mental repentino.

- Algo así, parece ser que algo psíquico atenaza la mente de Paula; limitándola; de la misma manera que si le hubieran puesto una mordaza mental. La verdad todo esto es muy extraño y de momento son sólo conjeturas. Habría que hacer un estudio completo neurológico para poder hablar con más seguridad, pero eso lamentablemente excede de mis posibilidades. Lo siento, de verdad. El doctor estiró el brazo para que su mano cayera sobre las de la madre, que le miraba con la impotencia pintada en la cara.

La mujer aguantó el tipo durante unos segundos tras los cuales acabó derrumbándose. Apartó las manos, usándolas para ocultarse el rostro y amortiguar el sonido de su llanto y de sus balbuceos que se retroalimentaban en su propio dolor. En una serie que parecía infinita tanto en su duración, como en su crueldad.

- Han sido ellos...ellos le han...metido algo a mi...niñita...Ay...Mi...Ellos...



El doctor se levantó de su sillón consternado. Se acercó a Laura para ofrecerle el consuelo que da el contacto físico y una palabras bienintencionadas, realmente se compadecía de ellas.

- Sea fuerte Laura. De momento son sólo conjeturas, hay que seguir explorando. No hay que decaer, si no buscar una solución. Precisamente yo tengo un amigo que nos podría ayudar. No desfallezca, ya verá como todo sale bien.



Al otro lado de la sala Paula seguía absorta, con su expresión bobalicona, en la pantalla en la que una película de animación desarrollaba su trama. La saliva se iba acumulando gota a gota en su cavidad bucal, hasta desbordarse por la comisura derecha, cayendo en un espagueti largo y viscoso.






El sol herido de muerte comenzaba a hundirse por el horizonte, mientras la luna se preparaba para su asalto al mundo.

El fornido brazo de cara de perro hacía las veces de bastón. Set andaba con dificultad arrastrando los pies, levantando nubecillas de polvo y dejando pequeños surcos en la grava del suelo. Recorrer los pocos metros que separaban su coche de la puerta se le antojaba una tarea hercúlea. Allí estaba nariz ganchuda, esperándolo junto al doctor y la mujer con una silla de ruedas. Ya era humillante para él, tener que usarla, pero al menos caminaría hasta ella. Él podía ver la sonrisa maliciosa escondida detrás de sus rostros, aunque fueran serviles y timoratos. Su mente estaba hambrienta y débil pero no lo suficiente para no poder percibirlo. Su cuerpo era como una armadura vieja y oxidada que le impedía moverse con libertad.

La mujer se acercó para intentar ayudar.

- Por favor señor, deje que le ayude. Dijo mientras intentaba cogerle por el brazo libre.

Set alzó la cabeza. Los cristales de las gafas del viejo eran tan oscuros que se podrían usar para soldar, sin embargo el frío azul de sus ojos los atravesaron si el menor problema, clavándose en los de Livia.

- Orgaz, dile a tu perra que se aparte.

La mujer no necesito nada más, retrocedió como un animal apaleado, hundiendo la cabeza entre los hombros, mientras se excusaba.

- Lo siento, señor. Lo siento.



Una vez sentado, lo condujeron por los pasillos laberínticos del Buen Pastor. El matón de aspecto perruno empujaba la silla, mientras que el otro le escoltaba al lado derecho. Adelantándose para abrir puertas o para eliminar cualquier otra dificultad en el trayecto de su protegido. El resto del cortejo le seguía a un paso. No necesitaban guía, el viejo les visitaba más o menos cada dos meses, aunque últimamente la frecuencia había aumentado ligeramente. Cada vez consumía más. En parte era una buena noticia, ya que eso quería decir que se hacía más fuerte y que los procesos eran más complejos y por lo tanto necesitaban más energía. Pero por otro...era preocupante pues el aumento de poder, daba miedo. Sí, miedo, pero lo que el doctor Orgaz sentía en privado, era un miedo excitante que le espoleaba a seguir, al más difícil todavía. Él era el único de ellos que podía ponderar los peligros que conllevaba manipular algunas energías sin el debido respeto.

Las puertas de montacargas se cerraron y comenzó a descender. En él, solo entraron el doctor y Set con cara de perro. El otro matón se quedó arriba, custodiando el acceso. Livia había desaparecido discretamente para continuar con sus obligaciones. Descendieron dos plantas y se detuvieron bruscamente oyendo un quejido metálico y notando un leve rebote. Las hojas metálicas se desplazaron a derecha e izquierda respectivamente.

Orgaz se adelantó y penetró unos pasos en la negrura que les recibía. Accionó unos interruptores y los fluorescentes del techo volvieron a la vida entre zumbidos y parpadeos. La luz verdosa que emitían, resultaba insuficiente para el tamaño de la sala, manteniéndola en penumbra. El lacayo de Set empujó la silla y ambos salieron del montacargas. La semioscuridad reveló un espacio de grandes dimensiones, de forma rectangular, donde el ascensor se ubicaba en uno de sus lados cortos. A ambos lados, a nivel de suelo, se disponían en hilera unos receptáculos alargados, de unos dos metros cada uno. A primera vista parecerían ataúdes futuristas redondeados, de tapas transparentes. En cierta manera podrían pasar por ellos, pues su contenido eran seres humanos.

Los hombres atravesaban el pasillo que dejaban las dos hileras de cápsulas de sueño en dirección a una puerta que estaba en el lado opuesto. Su tránsito estaba acompañado por multitud de pequeños pitidos y destellos de los testigos de cada una de las cápsulas. Los niños que las ocupaban dormían de cubito supino, desnudos salvo por la ropa interior blanca que todos lucían. Estaban sondados y llevaban múltiples electrodos, además de una vía en el brazo.



Un led comenzó a parpadear en rojo, y a emitir una secuencia más rápida de pitidos. Inmediatamente un dispositivo en el cinturón del doctor se activó, como la alarma de un despertador. La urna que avisaba estaba unos metros más adelante. Se adelantó mientras apagaba el dispositivo de su cintura. Tecleó unos comandos en una pequeña consola en la cabecera de la cápsula y los pitidos desaparecieron. El doctor observó al niño que había dentro, como el pastor que examina su ganado. El crio pareció moverse. No, no era el crío, el ruido del compresor del dispositivo anti-escaras lo aclaró unos segundos después. Orgaz se llevó la mano a la frente .Volvió a teclear en la consola y el colchón donde descansaba el niño comenzó desinflarse con un siseo. Había olvidado desconectarlo. Era un derroche que siguiera funcionando, ahora que su ocupante había muerto. Pulsó otra tecla y la pequeña luz verdosa que iluminaba el interior de la capsula se extinguió.



La silla se detuvo justo delante del portón metálico. El doctor levantó una pequeña tapa plástica que ocultaba un escáner de reconocimiento dactilar. Posó la palma de su mano derecha sobre él y un haz de luz roja la recorrió. Al instante se pudo oír como los sistemas de seguridad de la puerta se desbloqueaban chasqueando. Ahora el doctor sólo tuvo que pulsar un botón, que pasó del rojo al verde desactivando las cerraduras y haciendo que el portón se deslizara lateralmente sobre unas guías, embutiéndose en el muro, desapareciendo.

Un sillón presidia la nueva sala. Mucho más pequeña que la anterior, tenía apenas el tamaño de un despacho. El sillón en contraposición era enorme, no en sus dimensiones, sino en todo el aparataje que lo acompañaba y que le daba el extraño aspecto de ser el puesto de mando de alguna nave espacial.

Una luz rojiza lo bañaba todo, haciendo que sólo se pudieran ver otro color aparte del de la luz; el negro. La habitación podía pasar por cuarto de revelado o el interior de un submarino durante un zafarrancho de combate. Orgaz tomó el mando de la silla y entró con Set.






No hacía demasiado tiempo que los faros del coche decidieron encenderse. La poca luz que quedaba, se precipitaba por el borde del mundo como el líquido derramado, que fluye hasta el borde de una mesa. La oscuridad reivindicaba su puesto y la noche era ya algo inevitable.



El viaje de Luis tocaba a su fin. Los últimos 300 km habían sido los más largos de su vida. Todo lo que había pasado aún lo tenía aterrado. El solo gesto de mirar por el retrovisor, le hacía transpirar, temiendo volver a ver esos ojos azules... ¿Qué locura era esta? ¿A qué clase de influencia o de poder, o de lo que fuera se estaba enfrentando? No lo sabía; pero sí sabía lo que él había visto en ese retrovisor; lo que había visto en sus propios ojos. Había visto "El Azul" o mejor dicho; "El Azul” le había visto a él e intentar recordarlo, le hacía temer, perder la razón.

De cualquier forma ya estaba a escasos minutos de su destino. Se acercaba sumiso y temeroso como el esclavo huido al que aguarda el látigo del amo. Deseaba llegar y entregar su "encargo" terminar su parte del trabajo, como le dijo el viejo. Era su única opción. Era la menos mala, porque por fuerte que hubieran sido sus razones para rebelarse, había una mucho más fuerte y que sometía a todas las demás, el Miedo. Así, se había abandonado a su suerte, como en un salto al vacío, El futuro se acababa en el suelo, de nada servía pensar más allá.

El estómago se quejaba recordando que no había comido y que las huellas del desayuno seguían decorando tanto sus ropas como el habitáculo del coche. En efecto, el último tramo del viaje lo había hecho sin interrupción, salvo una pequeña parada, en un área de descanso, poco más que un recodo junto al arcén, con un par de mesas hechas de troncos y un bidón rebosante de basura. Fue el tiempo justo para orinar al pie de un arbusto. Por su puesto, el área estaba desierta. El plan no era llamar la atención. Ahora comprendía las instrucciones; llenar el depósito antes de hacer la recogida.

También tomó del maletero, un paquete de lo que parecían chocolatinas que le proporcionaron en el puerto. Tuvo la tentación de comer una. Afortunadamente lo pensó mejor, sin la menor duda contenían alguna droga que volvió a dormir a los niños.



Cuando las tripas volvieron a sonar. Trago saliva como si con eso pudiera paliar el hambre. En ese momento sintió la necesidad de encender un cigarro. Añoró el olor del tabaco al prender y su caricia templada en la boca. Surgió de repente. Era algo que pensaba olvidado, superado, como la cicatriz, de una herida que no recuerdas haberte hecho; pero que un día, sangra de nuevo. No tenía ese deseo desde hacía una década. Más concretamente desde el 15 de Abril de 2002. Era una fecha que jamás olvidaría. Esa mañana aplastó sobre el suelo del cementerio, el que pensaba sería su último Lucky Strike. Unos pasos más allá, el enfisema pulmonar se marcaba un nuevo triunfo. El ataúd con el cuerpo de su padre recibía sepultura. Alejó ese pensamiento, como el que espanta una mosca funesta. Pero la imagen del féretro de su padre, volvía como el insecto, a torturarle una y otra vez.



- ¡Maldita sea! Exclamó al parabrisas, golpeando el salpicadero con rabia, volviendo a maldecir. Los ojos se le humedecieron. Se presionó los lagrimales con el pulgar y el índice, recobrando la compostura. Al menos el ansia de nicotina, había remitido junto con el hambre. Un nuevo estímulo requería su total atención. 500 mts. más adelante se encontraba el desvío que llevaba al Buen Pastor. Había llegado.



El acero era aún más brillante si cabía sobre el tono violáceo de la piel. Livia dio un tirón de la cadena, haciendo que las argollas del cilicio se hincaran un poco más en la carne de su muslo izquierdo. Una aguja de dolor le descompuso el rostro en una mueca. La lujuria agarró al grito que salía por su garganta, transformándolo en un suspiro hondo y profundo de placer; del que la que la humedad de su entrepierna era testigo y cómplice.



El aviso del interfono la interrumpió. Alguien llamaba desde la verja exterior, debía ser el nuevo envío. Chasqueó la lengua a modo de protesta levantándose del w.c. que usaba como improvisado potro de tortura. Se alzó unas medias negras y tupidas, caídas a la altura de los tobillos. Cuando las tuvo colocadas, hizo lo mismo con el pantalón de lana también oscuro. La compresión y la holgura suficiente de los perniles, ocultaban discretamente su juguete. Se miró en el espejo sobre el lavabo, acomodándose la melena cana y mirando al mismo tiempo, que todo en su aspecto estuviera en orden. Descargó la cisterna del w.c. aunque no lo había usado y salió del aseo. El interfono volvía a sonar con su pitido impertinente y chillón.



- ¿Sí?

- Hola .Buenas noches, soy Luis, traigo... traigo a los niños.

Como respuesta llegó el silencio y el lamento metálico de la verja comenzando a abrirse. Los barrotes de hierro se retiraban dejándole el camino libre.



Luis volvió a subir al coche y avanzó por el camino que llegaba hasta los pies del porche, donde no hacía tantas fechas había acudido con su familia. ¡Cómo había cambiado todo!

Volvió a recordar a Laura y sus desconfianzas, pero sobre todo se acordó de Paula. ¿Cómo estaría? Tenía que volver a casa cuanto antes. Para eso el camino más rápido, era acabar de una maldita vez.

Tiró del freno de mano. Recogió al chico negro del asiento trasero, cargándolo sobre su hombro derecho Debería pesar alrededor de 40 kilos y medir algo más de 1.50 mts además estando profundamente dormido no le fue sencillo hacerse con él. Pero una vez lo consiguió, se dirigió al portón de entrada. Allí ya estaba Livia esperándoles.

- Por favor déjelos en la sala de espera, ya nos hacemos cargo nosotros.

.La débil luz que iluminaba tanto el hall como el pasillo primero tembló como si fuera la llama de una vela agitada por el viento y luego desapareció por unos instantes ,haciendo que saltaran la de emergencia. Parecía como si hubiera habido una subida de tensión. De cualquier forma Luis conocía el camino y los llevó, dejándolos con la mayor delicadeza posible a cada uno sobre uno de los sofás de la habitación. Intentaba no pensar en lo que hacía, en cuál sería el futuro de esos niños, se sentía la peor persona del mundo. Por eso, los acomodaba incluso con cariño, casi igual que cuando acostaba a su hija. No pudo evitar dejar escapar una lágrima. Se comportaba igual que el asesino arrepentido que trata humanamente, con dignidad, a los cadáveres de sus víctimas, como si con eso pudiera expiar su culpa.

Cuando dejó al segundo niño se quedó plantado, mirándolos sin saber qué hacer en la semioscuridad. Percibiendo como el temblor que precede al terror, comenzaba a ascender, desde el suelo, agarrándose primero a sus pies, para ir escalando su cuerpo, clavando sus piolets; como un montañero despiadado y cruel que quiere coronarlo con su divisa de locura azul.



La mujer se le acercó, con el golpeo de los tacones acompañándola. Livia lo miró de arriba abajo con descaro. Observó los lamparones de su camisa y su pantalón que el abrigo desabrochado y la poca luz no ocultaban. Pero no hizo ningún comentario. Solamente lo miraba. Luis se esforzaba por disimular el temblor de sus manos y las metió en los bolsillos, alejándolas de los dos pozos negros que lo examinaban.

- Bien. Es todo por el momento, puede marcharse. Dijo.

Luis no sabía si reír o llorar. ¿Ya está? “Puede marcharse”. ¿Qué quería decir? ¿Qué no pasaba nada? , ¿Qué su comportamiento no tendría consecuencias? o ¿qué no las iba a haber "por el momento"?.

Le hubiera gustado poder haber visto su cara en ese instante. La misma Livia debió notar algo por que le pregunto:

-¿Hay algo que quiera decir?

-No, no nada. Eesstoy cansado, han sido muchos kilómetros... Bueno puesss nada, me marcho. Adioss. Contestó Luis intentando no tartamudear, a la vez que se disponía a salir de allí lo más rápido que pudiera sin parecer que huía como alma que lleva el diablo.

Livia lo siguió con la mirada, desde el porche hasta que vio desaparecer los faros del coche en la espesura del bosque. Se mordió el labio inferior maquillado de carmín. En su mente una fantasía de cuero, látigos y sexo se proyectaba en HD. Eso no era ninguna novedad, pero en esta fantasía, si había un nuevo ingrediente, que la hacía lubricar excepcionalmente. Ese nuevo ingrediente, conducía alejándose, en la ya fría y oscura noche.






-¡Señor deberíamos parar! ¡Estamos al límite!

Dijo el doctor que observaba un vúmetro digital en unos de los monitores junto a Set.

El viejo estaba tumbado en el sillón, que se había reclinado hasta casi la horizontalidad. Llevaba puesto unas gafas que se asemejaban a una de ésas usadas en los sistemas de realidad virtual. También llevaba puestos, en el torso desnudo, unos electrodos. Tanto las "gafas" como los demás dispositivos estaban provistos de conexiones, que los unían al modo de cordones umbilicales a un computador de grandes dimensiones, donde se hallaban los monitores que consultaba Orgaz que tenía el rostro bañado en sudor.

- Ya te diré yo cuándo basta, gordo estúpido. ¡Quiero más ¡

Los haces de fibras, que conformaban los músculos del viejo, se intuían bajo su piel flácida y blanquecina. Todo el cuerpo estaba arqueado. En algunos momentos, solo apoyaba la nuca y los talones flexionando su cuerpo como un arco. Sus manos en forma de garra, se asían a los brazos del sillón, clavando las uñas en la polipiel negra. Varios indicadores pasaron del naranja al rojo en la consola de control. En el cinturón del doctor, el avisador comenzó a pitar.

¡Señor los está matando! ¡Hay que parar! ¡Hay que pa...! Todo se fue a negro por unos instantes.

Orgaz se llevó la mano al cinturón y apagó el chivato que con su pitido era lo único que alteraba el silencio, que había producido el corte de energía. El silencio era casi absoluto igual que la oscuridad. Los segundos que tardaron en volver a arrancar los generadores le parecieron una eternidad. Estar allí, a solas con él ya ponía los pelos de punta, pero estar con él, en la oscuridad aterraba.

Esa parte del centro, funcionaba ayudado con unos generadores de gasoil hábilmente modificados para que pasaran por calderas. Fue idea suya. No quería que nada pudiera llamar la atención y los picos de consumo eléctrico no iban a ser menos. El gasto combustible era algo más fácil de disimular. La parte mala era, que se sobrecargaban con facilidad y producían estos apagones. Los discos duros tenían baterías auxiliares y no sufrían los cortes. No podía ponerlos en peligro por las temeridades de ese...

Miró hacia el sillón y observó a Set. Parecía extenuado, respiraba con dificultad y tenía toda la piel cubierta de sudor, lo que le daba un el aspecto baboso de la carne que ha empezado a pudrirse. Sintió asco.

Jojo, jojo. El viejo se reía. Aunque el sonido era más propio del chapoteo de un pez agonizando en el barro, que de una carcajada. Pulsó un botón y el sillón comenzó poco a poco a recuperar la verticalidad mientras seguían sus gorjeos. Una vez alcanzada la posición inicial, el viejo se retiró el artilugio de la cara y miró al doctor. El Azul lo avasalló como un tsunami .Entró en su mente tirando puertas, derribando paredes, superando murallas. Los ojos azules rebosaban azul, como ahítos de especie de Dune. Esos ojos lo desnudaron, conociendo todo, hasta su último secreto. El doctor se tapó los ojos en un acto reflejo defensivo. La carcajada de Set subió un grado.



- Jajá, ¡Orgaz! Llamó. - Eres un gusano; inteligente. Pero gusano al fin y al cabo. No te preocupes tanto. Guarda tu basura para ti. Ya sabes, que no tienes nada en esa cabeza porcina que me interese lo más mínimo. Jajaja. Y diciendo esto recogió sus gafas oscuras. Estaban en un bolsillo que el sillón tenía cosido en un lateral. Se las colocó, ocultando el fuego azul que desprendían sus ojos

El doctor apartó las manos intentando no perder la dignidad. Set una vez "desconectado " no era realmente peligroso, pero el hecho de que te mirara, era más que pasearte desnudo delante de él. Era como una especie de violación mental. Algo sumamente desagradable y a lo que uno, no conseguía acostumbrarse nunca. Otra cosa era, cuando estaba en el amplificador. Aún sin estar al 100% podría volver loco a cualquier persona sólo con pensar en ella y eso si daba miedo, mucho miedo.






El alambique había comenzado a destilar la mezcla de dolor y miedo. La esencia resultante no podía ser otra, que odio. Un odio profundo y visceral; primitivo. El odio que proyecta una madre hacia lo daña a su cría.

Laura deambulaba por casa, ora en la cocina, ora en el baño, ora en el salón, Iba de un lado a otro intentando ocupar su tiempo con las tareas domésticas pendientes. En un esfuerzo inútil, quería olvidar por un instante todo, hacer como si no pasase nada, como si Paula, fuera la de siempre, pero no, eso era imposible. Cada vez que cruzaba de una habitación a otra, tenía que constatar que Paula seguía en el sofá, sentada mirando dibujos en el canal infantil. Aunque hubiese dado igual que la TV hubiera estado apagada. La niña seguía ausente, como una cáscara. Su Paula no estaba allí.

La visita al doctor Jovellanos no había servido para gran cosa, si acaso para comprobar aún más; que estaba empeorando. Ahora, su única esperanza era acudir a un nuevo médico; un psiquiatra amigo suyo que trabajaba en una institución mental privada. La palabra manicomio asomó en su mente, la apartó como si quemara. Eso o empezar de cero, comenzando un peregrinaje por el sistema nacional de salud.

El teléfono comenzó a sonar. Avanzó por el pasillo y entró en la cocina. La pantalla del aparato estaba iluminada en un tono anaranjado, donde resaltaba el número del llamante. Era su marido. Dudo si descolgar, al fin lo hizo.

- Hola. Ya voy para casa. Dijo Luis y continúo. ¿Cómo ha ido el día? La pregunta era directa, sin embargo en el tono, se intuía precaución. La misma que se tiene al pisar sobre un suelo del que se duda su estabilidad.

- Ya era hora que dieras señales de vida, te he llamado ¿No lo has visto? Tenía todo un arsenal, listo para lanzar contra su marido. Él, él con su ambición había sido el que... Pero no, no se lo iba a decir por teléfono. No prefería esperarlo, mirarlo de frente y espetárselo a la cara. Decirle lo que había conseguido.

- Pues no cariño, no lo he visto. De todas formas hoy ha sido un día... Bueno ya te contaré. Efectivamente su mujer parecía muy enfadada. No le faltaban razones. Paula enferma y él ni una sola llamada. Dudó de que hubiera sido una buena idea llamar. Pero en realidad había deseado que Paula hubiera cogido el teléfono, como casi siempre que llamaba. ¡La niña habría corrido por la casa gritando: ¡Es para mí!, es para mí! ¡Seguro que es papi! ¿Pero dónde estaba Paula? ¿Estaría peor? Otra vez la bestia del miedo le husmeaba los pies lista para morder. Notó como le temblaba la voz ¿Y la niña? ¿Ha pasado buen día?

Luis oyó cómo su mujer rompió a llorar mientras entre balbuceos le decía: Eso; mejor será que se lo preguntes a tus nuevos amigos...

. Lo que siguió fueron los pulsos que le indicaba que la comunicación había sido interrumpida. ¿Qué pasaba con Paula? ¿Qué quería decir con que se lo preguntara a sus nuevos amigos?

Volvió a marcar el número de casa varias veces pero sin obtener respuesta. Luis comenzó a sentir las dentelladas del miedo. Pero en esta ocasión, el miedo era más real, casi orgánico. Se pegaba a su piel penetrando en su yo más profundo. Ya no temía a una voz en su cabeza o a una visión. No, esta vez el miedo lo iba a volver loco de veras. ¿Serían estas las consecuencias? ¿Sería este el castigo? ¿Su niña?



De repente un objeto salió volando de la nada e impactó contra el parabrisas. Al mismo tiempo sintió el mundo parecía ralentizarse. El estruendo de aplastar mil de latas de refresco y el estallar mil botellas, llegaba a sus oídos, unas milésimas de segundos después. Todo comenzó a girar, mientras el cinturón se tensaba clavándosele en el pecho. Su cuello se agitó como un azote, haciendo que la cabeza primero rematara un gol imaginario y luego se golpeara contra el reposacabezas.

El coche que conducía Luis, se había empotrado en el lado izquierdo de otro, estacionado en la vía por la que circulaba. Antes del choque, había arroyado los espejos retrovisores de otro par de vehículos.

El A6 negro quedó cruzado ocupando dos carriles de la calzada. Un pequeño seto hizo que no invadiera el sentido contrario. El golpe había sido aparatoso; pero aparte carrocerías abolladas y cristales rotos no había ocurrido nada más. De hecho, los airbags no habían saltado. Sin embargo los oídos le zumbaban y sentía una gran presión en la zona del pecho, donde aún le sujetaba el cinturón de seguridad. Pero nada en comparación con la quemazón en la musculatura del cuello. Lo giró hacia un lado primero y luego hacia el otro, con mucho cuidado, verificando que no se había hecho nada, o al menos nada serio. Mientras movió la cabeza, tomó conciencia de lo ocurrido. En su discurrir sólo había una variable, Paula.

No había tiempo para nada más. Miró al exterior y observó cómo afortunadamente ningún otro conductor se había visto implicado. Pisó el embrague y probó a arrancar. El motor calado recobró la vida con un rugido. Sin pensar en nada más, Luis pisó el acelerador a fondo y huyó.

Al impacto en el cristal le habían salido unos pequeños tentáculos, pero no restaba mucha visibilidad, ya que estaba en la zona del copiloto. También debía llevar cascado un faro, aunque alumbraba correctamente, de momento.



Conducía rápido no llegando a la temeridad, pero casi. La quemazón del cuello latía hincándole en cada nuevo latido agujas incandescentes. La angustia le hacía querer meter más aire en sus pulmones por lo que boqueaba igual que un pez fuera del agua. Cada respiración dolía .Tenía las mejillas húmedas y temblaba como un novato en el examen de conducción. Mientras en su mente sólo cabía una palabra, un concepto, Paula. ¿Qué le habían hecho a Paula? 



















Continuará... 2ª PARTE

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