-¡Señor deberíamos parar!
¡Estamos al límite!
Dijo el doctor que observaba un vúmetro
digital en unos de los monitores junto a Set.
El viejo estaba tumbado en el sillón
que se había reclinado hasta casi la horizontalidad. Llevaba puesto unas gafas
que se asemejaba a una de ésas que se usan en los sistemas de realidad virtual.
También llevaba puestos, en el torso desnudo unos electrodos. Tanto las
"gafas" como los demás dispositivos estaban provistos de conexiones,
que los unían al modo de cordones umbilicales a un computador de grandes
dimensiones, donde se hallaban los monitores que consultaba Orgaz con el rostro
bañado en sudor.
- Ya te diré yo cuándo basta,
gordo estúpido. ¡Quiero más¡
Los haces de fibras que
conformaban los músculos del viejo se intuían bajo su piel flácida y
blanquecina. Todo el cuerpo estaba arqueado. En algunos momentos, solo apoyaba
la nuca y los talones flexionando su cuerpo como un arco. Sus manos en forma de
garra, se asían a los brazos del sillón, clavando las uñas en la polopiel negra.
Varios indicadores pasaron del naranja al rojo en la consola de control. En el cinturón
del doctor, el avisador comenzó a pitar.
¡Señor los está matando!. ¡Hay
que parar! ¡Hay que pa.... Todo se fue a negro por unos instantes.
Orgaz se llevó la mano al cinturón
y apagó el chivato que con su pitido era lo único que alteraba el silencio que había
producido el corte de energía. El silencio era casi absoluto igual que la
oscuridad. Los segundos que tardaron en volver a arrancar los generadores le
parecieron una eternidad. Estar allí, a solas con él ya ponía los pelos de
punta, pero estar con él, en la oscuridad le aterraba.
Esta parte del centro funcionaba
ayudado con unos generadores de gasoil hábilmente modificados para que pasaran
por calderas. Fue idea suya. No quería que nada pudiera llamar la atención y
los picos de consumo eléctrico no iban a ser menos. El gasto combustible era
algo más fácil de disimular. La parte mala era, que se sobrecargaban con
facilidad y producían estos apagones. Los discos duros tenían baterías
auxiliares y no sufrían los cortes. No podía ponerlos en peligro por las temeridades
de ese....
Miró hacia el sillón y observó a Set.
Parecía extenuado, respiraba con dificultad y tenía todo la piel cubierta de
sudor, lo que le daba un el aspecto baboso de carne que ha empezado a pudrirse.
Sintió asco.
Jojo, jojo. El viejo se reía. Aunque
el sonido era más propio del chapoteo de un pez agonizando en el barro que de una
carcajada. Pulsó un botón y el sillón comenzó poco a poco a recuperar la
verticalidad mientras seguían sus gorgojeos. Una vez alcanzada la posición inicial,
el viejo se retiró el artilugio de la cara y miro al doctor. El Azul lo avasalló
como un tsunami .Entró en su mente tirando puertas, derivando paredes,
superando murallas. Los ojos azules rebosaban azul como ahítos de especie de
Dune. Esos ojos lo desnudaron, conociendo todo, hasta su último secreto. El doctor
se tapó los ojos en un acto reflejo defensivo. La carcajada de Set subió un grado.
- Jajá, ¡Orgaz! Llamó. - Eres un
gusano; inteligente. Pero gusano al fin y al cabo. No te preocupes tanto. Guarda
tu basura para ti. Ya sabes, que no tienes nada en esa cabeza porcina que me
interese lo mas mínimo. Jajaja. Y diciendo esto recogió sus gafas oscuras .
Estaban en un bolsillo que el sillón tenia cosido en un lateral. Se las colocó
ocultando el fuego azul que desprendían sus ojos
El doctor apartó las manos
intentando no perder la dignidad. Set una vez "desconectado " no era realmente
peligroso, pero el hecho de que te mirara, era más que pasearte desnudo delante
de él. Era como una especie de violación mental. Algo sumamente desagradable y
a lo que uno, no conseguía acostumbrarse nunca. Otra cosa era, cuando estaba en
el amplificador. Aún sin estar al 100% podría volver loco a cualquier persona
solo con pensar en ella y eso si daba miedo, mucho miedo.
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El alambique había comenzado a destilar la mezcla de dolor y miedo. La esencia
resultante no podía ser otra, que odio. Un odio profundo y visceral; primitivo.
El odio que proyecta una madre hacia lo daña a su cría.
Laura deambulaba por casa, ora en
la cocina, ora en el baño, ora en el salón, Iba de un lado a otro intentando
ocupar su tiempo con las tareas domesticas pendientes. En un esfuerzo inútil, quería
olvidar por un instante todo, hacer como si no pasase nada, como si Paula,
fuera la de siempre, pero no, eso era imposible. Cada vez que cruzaba de una habitación
a otra, tenía que constatar que Paula seguía en el sofá, sentada mirando
dibujos en el canal infantil. Aunque hubiese dado igual que la TV hubiera
estado apagada. La niña seguía ausente, como una cascara. Su Paula no estaba allí.
La visita al doctor Jovellanos no
había servido para gran cosa, si acaso para comprobar aún más; que estaba
empeorando. Ahora, su única esperanza era acudir a un nuevo medico; un
psiquiatra amigo suyo que trabajaba en una institución mental privada. La
palabra manicomio asomó en su mente, la apartó como si quemara. Eso o empezar
de cero, comenzando un peregrinaje por el sistema nacional de salud.
El teléfono comenzó a sonar.
Avanzó por el pasillo y entró en la cocina. La pantalla del aparato estaba
iluminada en un tono anaranjado, donde resaltaba el número del llamante. Era su
marido. Dudo si descolgar, al fin lo hizo.
- Hola. Ya voy para casa. Dijo
Luis y continúo. ¿Cómo ha ido el día? La pregunta era directa, sinembargo en el
tono, se intuía precaución. La misma que se tiene al pisar sobre un suelo del
que se duda su estabilidad.
- Ya era hora que dieras señales
de vida, te he llamado ¿No lo has visto? Tenía todo un arsenal, listo para lanzar
contra su marido. Él, él con su ambición había sido el que... Pero no, no se lo
iba a decir por teléfono. No prefería esperarlo, mirarlo de frente y espetárselo
a la cara. Decirle lo que había conseguido.
- Pues no cariño, no lo he visto.
De todas formas hoy ha sido un día... Bueno ya te contaré. Efectivamente su
mujer parecía muy enfadada. No le faltaban razones. Paula enferma y él ni una
sola llamada. Dudó de que hubiera sido una buena idea, llamar. Pero en realidad
había deseado que Paula hubiera cogido el teléfono, como casi siempre que llamaba.
La niña habría corrido por la casa gritando: ¡Es para mí!, es para mí! ¡Seguro
que es papi!¿Pero dónde estaba Paula? ¿Estaría peor? Otra vez la bestia del
miedo le husmeaba los pies lista para morder. Notó como le temblaba la voz ¿Y
la niña? ¿Ha pasado buen día?
Luis oyó como su mujer rompió a
llorar mientras entre balbuceos le decía: Eso; mejor será que se lo preguntes a
tus nuevos amigos..
. Lo que siguió fueron los pulsos
que le indicaba que la comunicación había sido interrumpida. ¿Qué pasaba con Paula?
¿Qué quería decir con que se lo preguntara a sus nuevos amigos?
Volvió a marcar el numero de casa
varias veces pero sin obtener respuesta. Luis comenzó a sentir las dentelladas
del miedo. Pero en esta ocasión, el miedo era más real, casi orgánico. Se
pegaba a su piel penetrando en su yo más profundo. Ya no temía a una voz en su
cabeza o a una visión. No, esta vez el miedo lo iba a volver loco de veras. ¿Serian
estas las consecuencias? ¿Sería este el castigo? ¿Su niña?.
De repente un objeto salió
volando de la nada e impacto contra el parabrisas. Al mismo tiempo sintió el
mundo parecía ralentizarse. El estruendo de aplastar mil de latas de refrescó y
el estallar mil botellas, llegaba a sus oídos, unas milésimas de segundos después.
Todo comenzó a girar, mientras el cinturón se tensaba clavándosele en el pecho.
Su cuello se agitó como un azote, haciendo que la cabeza primero rematara un
gol imaginario y luego se golpeara contra el reposacabezas.
El coche que conducía Luis, se había
empotrado en el lado izquierdo de otro, estacionado en la vía por la que
circulaba. Antes del choque, había arroyado los espejos retrovisores de otro
par de vehículos.
El A6 negro quedo cruzado
ocupando dos carriles de la calzada. Un pequeño seto hizo que no invadiera el sentido
contrario. El golpe había sido aparatoso; pero aparte carrocerías abolladas y
cristales rotos no había ocurrido nada más. De hecho, los airbags no habían
saltado. Sin embargo los oídos le zumbaban y sentía un gran presión en la zona
del pecho, donde aún le sujetaba el cinturón de seguridad. Pero nada en comparación
con la quemazón en la musculatura del cuello. Lo giró hacia un lado primeo y
luego hacia el otro, con mucho cuidado, verificando que no se había hecho nada,
o al menos nada serio. Mientras movió la cabeza, tomó conciencia de lo ocurrido.
En su discurrir solo había una variable, Paula.
No había tiempo para nada más. Miró
al exterior y observó como afortunadamente ningún otro conductor se había visto
implicado. Pisó el embrague y probó a arrancar. El motor calado recobró la vida
con un rugido. Sin pensar en nada más, Luis pisó el acelerador a fondo y huyo.
Al impacto en el cristal le habían
salido unos pequeños tentáculos, pero no restaba mucha visibilidad, ya que
estaba en la zona del copiloto. También debía llevar cascado un faro, aunque alumbraba correctamente, de momento.
Luis conducía rápido no llegando
a la temeridad, pero casi. La quemazón del cuello latía hincándole en cada
nuevo latido agujas incandescentes, intentaba mitigar, masajeándoselo .La angustia
le hacía querer meter más aire en sus pulmones por lo que boqueaba igual que un
pez fuera del agua. Cada respiración dolía .Tenia las mejillas húmedas y
temblaba como un novato en el examen de conducción. Mientras en su mente sólo cabía
una palabra, un concepto, Paula. ¿Qué le habían hecho a Paula?
Continuará….
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