Dicen que siempre volvemos al lugar donde una vez fuimos felices. Es como la llamada de la madre naturaleza, el despertar de los instintos.
La vida, el crecimiento, comprender, asimilar y sentir. Es como querer fabricar a nuestro antojo un deja-vu de recuerdos, colores, olores y sentimientos.
En mi caso, el deja-vu lo tengo en mi tierra materna, la que me vió nacer, crecer y vivir seguramente los mejores años de mi vida, donde el paraíso era estar todo el día en la playa, disfrutando entre familia y amigos.
San José, Almería.
A sus espaldas, el molino de la abuela, el molino de los Genoveses, llamado así por la cercanía a la famosa playa del mismo nombre. Allí mi madre aprendió el duro oficio de subsistir, como a la mayoría de niños de la post-guerra.
El molino molía de noche, molía de día, había que aprovechar los vientos, que para eso fue construído y no entendía de horarios ni necesidades, de insomnios ni dolores. Había que aprovechar el viento, ya durara unas horas, o semanas…
Bajando la ladera en dirección a esa playa pero a la derecha, se encuentra el cortijo Genoveses, conocido así por la misma razón y con sus habitantes en la misma situación que mi familia.
Familia ésta que pasó posteriormente a ser parte de la nuestra, ya que un tal Manolillo se dedicaba a lanzar silbidos contra el molino a modo de piropos hacia una hermana de mi madre, o sea, mi tía.
‘’En este arrendado huerto
No quisiera hacerme viejo
No quiero con mis sudores
Engordar un cofre ajeno’’.
Las dunas móviles. Escenario de películas de fama internacional, como Indiana Jones, por ejemplo.
Zona de marcado origen volcánico, pero no tan rica su tierra para el cultivo como el valle de Genoveses
Arenas besadas por náufragos, fuentes incontables de agua dulce para supervivencia de lugareños y extraños.
Entornos de embrujo
De amaneceres claros
De días iluminados
Zona de marcado origen volcánico, pero no tan rica su tierra para el cultivo como el valle de Genoveses
Aquí el tiempo no existe. Todo es quietud. Como denominador común, el silencio, la aridez y la naturaleza salvaje, agreste, casi incómoda. Pero no por eso menos bella, menos digna de ser descubierta y amarla.
Calas escondidas, algunas de difícil acceso, enigmáticas, incitantes a imaginar tiempos remotos de caontrabando y pirateo, invasores y descubridores.
Arenas besadas por náufragos, fuentes incontables de agua dulce para supervivencia de lugareños y extraños.
Entornos de embrujo
De amaneceres claros
De días iluminados
De sol apabullando
Lunas como amatistas
Lunas como amatistas
Y morir enamorado.
Con ella crecí, ella fue siempre mis manos. Ella me lo contó todo y con ella acabé llorando.
Estas visitas cíclicas, periódicas a mi tierra de origen no son gratuítas ni improvisadas, atienden a una necesidad de volver a ser yo, a buscar y redescubrir mis raíces, aunque esta vez ha sido más necesario que nunca.
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Después de estar más de veinte años tocando, empecé a tener problemas en la mano izquierda. Me diagnosticaron artrosis en los dedos y en el cuello. Hasta que en Abril del año pasado tomé la triste determinación de dejar de tocar en directo y de ensayar con ninguna banda.
Me quedaría en casa tranquilo, sereno y meditando muy bien sobre mi futuro como músico...
Pero no ha pasado ni un año y siento que necesito volver a tocar. Necesito arropar de nuevo la madera y el acero en perfecta comunión cerca de mis costillas, abrazar mi guitarra y volver a decirle de nuevo por si lo ha olvidado, lo que supone para mí escuchar cómo me canta y me embruja, que soy feliz a su lado.
Que con ella se para el mundo, que no hay otra cosa en la vida cuando la estoy tocando.
Que su cuerpo son mis alas, con las que vivo volando. Entre canciones y versos, entre gestos de enamorados.
Y sus cuerdas dicen cosas que yo no me atrevo a gritarlas, pero como le cuento todo, como un amante entregado, ella grita a los cuatro vientos que la quiero y que la amo.
Por que no tiene sentido que si yo puedo contarlo, tenga que saberlo ella. Pero sino, no me apaño.
Y cuando llegue ese día en que el sol no está a mi lado, que me sorprenda la muerte a mi guitarra abrazado.
Con ella crecí, ella fue siempre mis manos. Ella me lo contó todo y con ella acabé llorando.
Llorando por no poder seguirla disfrutando.
Olor a tomillo y esparto
Me despierta el astro Rey
Nada más que hacer
Que contemplar extasiado
El brillo de su piel
El rojo de sus labios
Sus ojos color de miel
Sentir que nada ha cambiado
Que estoy por ti y por hacer
De tu vida algo mágico
De tu sonrisa aprender
Que eres lo más sagrado
Que me ha podido ocurrir
El amor no es sacrificio
Es un profundo sentir
Que nos lleva al precipicio
Y no queremos salir
Si no es juntos y abrazados.
Olor a tomillo y esparto
Me despierta el astro Rey
Nada más que hacer
Que contemplar extasiado
El brillo de su piel
El rojo de sus labios
Sus ojos color de miel
Sentir que nada ha cambiado
Que estoy por ti y por hacer
De tu vida algo mágico
De tu sonrisa aprender
Que eres lo más sagrado
Que me ha podido ocurrir
El amor no es sacrificio
Es un profundo sentir
Que nos lleva al precipicio
Y no queremos salir
Si no es juntos y abrazados.
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