¿Dónde estaba?. Debía de ser un sueño. Eso era, debía de estar soñando. Era extraño
porque se suponía, que cuando se soñaba, no se podía saber, que en realidad lo estabas
haciendo. Pero debía ser un sueño.
Todo estaba desproporcionado en tamaño. Había unas sillas y una mesa, de talla gigante
comparada con ella. Además miles de sonidos llegaban a sus oídos. Oía como el agua
corría por las tuberías, como la electricidad viajaba por el cobre, tras las paredes, como
se quejaba la madera que se contraía con el frío nocturno. Lo oía todo. También lo olía.
A su pituitaria llegaban olores conocidos como el del barniz, pero con una riqueza en
matices, que jamás podría haber imaginado. Luego estaban otros nuevos, que aunque
percibía era incapaz de describir o saber a qué pertenecían
Sí, efectivamente era de noche, pero la luz de una luna llena, tenía que estar entrando
por alguna ventana, que no alcanzaba a ver, ya que la estancia no estaba sumida en la
oscuridad si no ,más bien en una penumbra, que daba a todo una tonalidad gris plateada,
resplandeciente.
Avanzo explorando aquel mundo de dimensiones colosales.
A medida que lo hacía, comprendió que sin duda se hallaba en el cuarto de juegos, de
algún niño-gigante. Primero, atravesó lo que no podían ser otra cosa, que las vías por las
que correría una locomotora de juguete. También pasó por delante de un monstruo
peludo que la miró con ojos vidriosos, y que resultó ser un oso de peluche y fue
encañonada por un batallón de soldados con la fría quietud del plomo.
Un poco más adelante, el paso se vio obstaculizado por las enormes piezas de un juego
construcción, que descasaban esparcidas por el suelo. Era como la cantera del giganteniño.
De donde podría extraer los materiales, para construirle un universo a su escala
diminuta. Desde luego era algo así, una vez consiguió subir a lo alto de una pila de
bloques lo pudo corroborar.
Más allá había un castillo hecho de esos mismos bloques por los que acababa de subir.
La construcción era imponente, con sus torreones y almenas. Divisó que el portón
estaba bajado, así que concluyó ir hacia él.
La entrada se abría en un gran patio de armas, donde confluía todo el edificio.
Presidiendo la plaza, una gran torre rectangular se alzaba por encima del resto de
estructuras. Debía ser la torre del homenaje. El corazón del castillo; donde sin duda se
encontraban las dependencias más importantes.
A su finísimo oído llegó un sonido inesperado. Era el sonido de unos pies livianos
correteando, salía del interior de aquella atalaya, luego una risa alegre e infantil. ¡Un
momento! Conocía esa forma de reír; era la de su hija. Era la risa de Paula.
Intentó llamarla, ¡Paulaaaa!, pero no logró articular palabra alguna. Lo más que
consiguió que saliera de su garganta fue un chillido agudo. La frustración no la detuvo
un momento. Simplemente corrió en su busca.
La recibió un gran salón, con una mesa enorme de madera en el centro y su sillón en
uno de sus extremos. El mundo había recobrado sus proporciones normales, al menos
para ella, el castillo de juguete, había cambiado los bloques de plástico por solida
piedra. El suelo estaba vestido con una alfombra mullida y en las paredes colgaban
tapices. No podía distinguir los colores, que seguían siendo un abanico de infinitos
tonos grises. Pero lo más importante, ni rastro de Paula.
Las risas se volvieron a escuchar y después el ruido de los pies menudos que subían
apresuradamente unos escalones de piedra. Intentó nuevamente llamar a su hija y otra
vez lo único que pudo emitir fue ese chillido agudo, chirriante. Salió del salón, por un
arco cubierto por una pesada cortina que encontraba un distribuidor con varios
corredores que conducirían a otras habitaciones, desestimó esas rutas ya que en el centro
se descubría una escalera de piedra que subía.
La escalera subía y subía, sin niveles intermedios sólo arriba y arriba. Notaba su
corazón palpitándole en el fondo de la boca, por el esfuerzo, igual que una miga de pan
que no puedes tragar. ¿Cómo podía ser una niña tan veloz? ¿Se habría confundido de
camino?. La duda quedó despejada cuando la risa se volvió a oír. Alzo la mirada, para
comprobar con alivio, que las escaleras terminaban unos pocos tramos más arriba.
porque se suponía, que cuando se soñaba, no se podía saber, que en realidad lo estabas
haciendo. Pero debía ser un sueño.
Todo estaba desproporcionado en tamaño. Había unas sillas y una mesa, de talla gigante
comparada con ella. Además miles de sonidos llegaban a sus oídos. Oía como el agua
corría por las tuberías, como la electricidad viajaba por el cobre, tras las paredes, como
se quejaba la madera que se contraía con el frío nocturno. Lo oía todo. También lo olía.
A su pituitaria llegaban olores conocidos como el del barniz, pero con una riqueza en
matices, que jamás podría haber imaginado. Luego estaban otros nuevos, que aunque
percibía era incapaz de describir o saber a qué pertenecían
Sí, efectivamente era de noche, pero la luz de una luna llena, tenía que estar entrando
por alguna ventana, que no alcanzaba a ver, ya que la estancia no estaba sumida en la
oscuridad si no ,más bien en una penumbra, que daba a todo una tonalidad gris plateada,
resplandeciente.
Avanzo explorando aquel mundo de dimensiones colosales.
A medida que lo hacía, comprendió que sin duda se hallaba en el cuarto de juegos, de
algún niño-gigante. Primero, atravesó lo que no podían ser otra cosa, que las vías por las
que correría una locomotora de juguete. También pasó por delante de un monstruo
peludo que la miró con ojos vidriosos, y que resultó ser un oso de peluche y fue
encañonada por un batallón de soldados con la fría quietud del plomo.
Un poco más adelante, el paso se vio obstaculizado por las enormes piezas de un juego
construcción, que descasaban esparcidas por el suelo. Era como la cantera del giganteniño.
De donde podría extraer los materiales, para construirle un universo a su escala
diminuta. Desde luego era algo así, una vez consiguió subir a lo alto de una pila de
bloques lo pudo corroborar.
Más allá había un castillo hecho de esos mismos bloques por los que acababa de subir.
La construcción era imponente, con sus torreones y almenas. Divisó que el portón
estaba bajado, así que concluyó ir hacia él.
La entrada se abría en un gran patio de armas, donde confluía todo el edificio.
Presidiendo la plaza, una gran torre rectangular se alzaba por encima del resto de
estructuras. Debía ser la torre del homenaje. El corazón del castillo; donde sin duda se
encontraban las dependencias más importantes.
A su finísimo oído llegó un sonido inesperado. Era el sonido de unos pies livianos
correteando, salía del interior de aquella atalaya, luego una risa alegre e infantil. ¡Un
momento! Conocía esa forma de reír; era la de su hija. Era la risa de Paula.
Intentó llamarla, ¡Paulaaaa!, pero no logró articular palabra alguna. Lo más que
consiguió que saliera de su garganta fue un chillido agudo. La frustración no la detuvo
un momento. Simplemente corrió en su busca.
La recibió un gran salón, con una mesa enorme de madera en el centro y su sillón en
uno de sus extremos. El mundo había recobrado sus proporciones normales, al menos
para ella, el castillo de juguete, había cambiado los bloques de plástico por solida
piedra. El suelo estaba vestido con una alfombra mullida y en las paredes colgaban
tapices. No podía distinguir los colores, que seguían siendo un abanico de infinitos
tonos grises. Pero lo más importante, ni rastro de Paula.
Las risas se volvieron a escuchar y después el ruido de los pies menudos que subían
apresuradamente unos escalones de piedra. Intentó nuevamente llamar a su hija y otra
vez lo único que pudo emitir fue ese chillido agudo, chirriante. Salió del salón, por un
arco cubierto por una pesada cortina que encontraba un distribuidor con varios
corredores que conducirían a otras habitaciones, desestimó esas rutas ya que en el centro
se descubría una escalera de piedra que subía.
La escalera subía y subía, sin niveles intermedios sólo arriba y arriba. Notaba su
corazón palpitándole en el fondo de la boca, por el esfuerzo, igual que una miga de pan
que no puedes tragar. ¿Cómo podía ser una niña tan veloz? ¿Se habría confundido de
camino?. La duda quedó despejada cuando la risa se volvió a oír. Alzo la mirada, para
comprobar con alivio, que las escaleras terminaban unos pocos tramos más arriba.
Estaba llegando.
Los peldaños morían en un amplio rellano. Solo había una puerta de madera. Con
cuidado la empujo. Cedió retirándose, abriéndole paso a la habitación que guardaba.
Era un dormitorio, precioso, digno de una reina, una cama con dosel, una descalzadora
junto a un biombo y un tocador con un maravilloso espejo con marco tallado, también
encontró un baúl pero Paula tampoco parecía estar allí. La oyó reír. ¿Dónde estaba? La
risa se escuchaba cerca. Buscó detrás del biombo, debajo de la cama incluso dentro del
baúl, pero nada. Iba a darse por vencida cuando la vio. Estaba en el espejo o mejor
dicho dentro del espejo, que más parecía una ventana o ella qué sabía. El caso es que, su
hija estaba al otro lado.
La niña reía, estaba allí con un vestido azul con manguitas de farol y cuerpo en nido de
abeja. Con el pelo recogido con una moña también azul. Chilló al intentar llamarla. Pero
Paula no parecía ni verla ni oírla, solo reía quieta, estática. Acerco la mano para tocar la
superficie. Los dedos atravesaron el espejo como si fuera una película líquida,
haciéndola vibrar. Sintió un frío helador que le llegó hasta el tuétano de los huesos. La
imagen de su hija tembló desfigurándose, comenzando a girar sobre si misma. Primero
poco a poco, para tomar más y más velocidad. Laura se asustó e intento retirar la mano,
pero no podía parecía que se hubiese quedado atorada. Paula se deshacía en un remolino
.De imprevisto todo dentro de la habitación empezó a girar también, incluido ella que
seguía con la mano dentro de aquel espejo . Era como si se hubiese desencadenado un
tronado dentro de la alcoba.
Terminó tan repentinamente como comenzó.
Pudo retirar la mano. Su hija ya no estaba, el espejo, ahora estaba negro y vidrioso
como hecho de obsidiana. Algo en el fondo de él, brillaba tenue. El brillo se fue
ampliando, floreciendo como un capullo que se abre. El espejo volvía a ser un espejo .
En su reflejo se podía ver la habitación con su cama con dosel, su biombo y sus paredes
de piedra. Pero había algo nuevo y sorprendente. Su imagen no se reflejaba, en su lugar
había una rata. Bigotuda y de ojos rojos, que movía el hocico olisqueando. ¿Qué quería
decir aquello? Volvió la cabeza para mirar detrás de ella lentamente y descubrió con
horror que el roedor la imitaba. ¡No podía ser! ella era la rata del reflejo. En ese justo
instante el marco del espejo se desprendió súbitamente de la pared, cayendo sobre ella
con violencia. Sintió como su espalda se quebraba bajo su peso, como sus huesos se
descomponían en esquirlas que se clavaban en la carne y como su médula espinal se
derramaba salseando sus entrañas aplastadas. Comenzó a gritar, pero en realidad solo se
podían oír los chillidos de una rata atrapada en un cepo.
Los peldaños morían en un amplio rellano. Solo había una puerta de madera. Con
cuidado la empujo. Cedió retirándose, abriéndole paso a la habitación que guardaba.
Era un dormitorio, precioso, digno de una reina, una cama con dosel, una descalzadora
junto a un biombo y un tocador con un maravilloso espejo con marco tallado, también
encontró un baúl pero Paula tampoco parecía estar allí. La oyó reír. ¿Dónde estaba? La
risa se escuchaba cerca. Buscó detrás del biombo, debajo de la cama incluso dentro del
baúl, pero nada. Iba a darse por vencida cuando la vio. Estaba en el espejo o mejor
dicho dentro del espejo, que más parecía una ventana o ella qué sabía. El caso es que, su
hija estaba al otro lado.
La niña reía, estaba allí con un vestido azul con manguitas de farol y cuerpo en nido de
abeja. Con el pelo recogido con una moña también azul. Chilló al intentar llamarla. Pero
Paula no parecía ni verla ni oírla, solo reía quieta, estática. Acerco la mano para tocar la
superficie. Los dedos atravesaron el espejo como si fuera una película líquida,
haciéndola vibrar. Sintió un frío helador que le llegó hasta el tuétano de los huesos. La
imagen de su hija tembló desfigurándose, comenzando a girar sobre si misma. Primero
poco a poco, para tomar más y más velocidad. Laura se asustó e intento retirar la mano,
pero no podía parecía que se hubiese quedado atorada. Paula se deshacía en un remolino
.De imprevisto todo dentro de la habitación empezó a girar también, incluido ella que
seguía con la mano dentro de aquel espejo . Era como si se hubiese desencadenado un
tronado dentro de la alcoba.
Terminó tan repentinamente como comenzó.
Pudo retirar la mano. Su hija ya no estaba, el espejo, ahora estaba negro y vidrioso
como hecho de obsidiana. Algo en el fondo de él, brillaba tenue. El brillo se fue
ampliando, floreciendo como un capullo que se abre. El espejo volvía a ser un espejo .
En su reflejo se podía ver la habitación con su cama con dosel, su biombo y sus paredes
de piedra. Pero había algo nuevo y sorprendente. Su imagen no se reflejaba, en su lugar
había una rata. Bigotuda y de ojos rojos, que movía el hocico olisqueando. ¿Qué quería
decir aquello? Volvió la cabeza para mirar detrás de ella lentamente y descubrió con
horror que el roedor la imitaba. ¡No podía ser! ella era la rata del reflejo. En ese justo
instante el marco del espejo se desprendió súbitamente de la pared, cayendo sobre ella
con violencia. Sintió como su espalda se quebraba bajo su peso, como sus huesos se
descomponían en esquirlas que se clavaban en la carne y como su médula espinal se
derramaba salseando sus entrañas aplastadas. Comenzó a gritar, pero en realidad solo se
podían oír los chillidos de una rata atrapada en un cepo.
Continuará…
AZUL #24
AZUL #1
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