No podía ser verdad, todo lo
que aquel...aquel monstruo le había contado, no podía ser cierto. No podía ser
cierto, que estuviera a punto de perder todo. Pero un todo literal, absoluto
que incluía desde su hija a su propia vida y terminando por la de Laura. Corría
compitiendo contra un destino funesto. Conducía como si ya estuviera muerto, pues
en cierta forma lo estaba.
Pero tenía que intentarlo, no
podía quedarse mirando impasible mientras su mundo se desmoronaba como un
castillo de arena arrasado primero por una ola de maldad de Set y luego ver
como sus trozos eran engullidos por la resaca de su cobardía.
Aquel viejo en realidad sólo
era el envoltorio de algo realmente maligno. De una maldad que la propia
humanidad apenas si había comenzado a olvidar pero que seguía viva, como un
virus acantonado, esperando a un descuido par volver a expresarse con más
virulencia. Y ellos iban a ser sus primeras víctimas. Ellos eran la primera
ficha de un dominó que caería en una sucesión que amenazaba con arrastrar
muchas, muchas más vidas.
- Mi querido y estúpido Luis,
¿aún cree en los cuentos de hadas con final feliz?
Usted sólo ha sido la llave
que me ha llevado a ella.
- Por favor, es sólo una niña,
déjela, por favor. Su alma se desbordó licuándose por sus ojos que manaron
lágrimas amargas de dolor absoluto.
- Jo Jo. Estúpida criatura, no
ha comprendido nada, su linda hija sólo es "algo necesario", ya ha
visto que puedo tener todos los niños que deseo, no , no es a su lida hija a la
que me ha conducido. Es a su mujer, ella es lo que realmente importa, no su
mocosa. Jojojo.
-¿Cómo?...pero...Paula...
La revelación fue como si le
derramaran una sartén de aceite hirviendo sobre la cabeza. ¿Qué decía aquel
demonio?..
- Su hija es, digamos una
plataforma para acceder a su mujer. Una mujer muy especial que tuvo la desdicha
de conocerle. Jojojo. Aunque sin
proponérselo su destino le va ha hacer formar parte de algo mucho más
grande e importante que languidecer a su
lado.
Entonces el viejo empezó ha
hablar de nazis y control mental y de transmutaciones mentales y de que se
hacía viejo…pero Luis ya no estaba allí, él sabía que él y únicamente él era el
origen y la ruina de todo, como lo fue ya desde el principio de su vida.
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El rojo pasó al blanco doloroso. La cabeza le dolía
y la lengua parecía de dos tallas más grandes que su boca.
Tragó saliva, una masa espesa
y abrasiva le recorrió la garganta arañándole igual que una bola de alambre de
espino.
¿Dónde estaba?
Tardo unos segundos hasta que
sus pupilas consiguieron acostumbrarse a la luz brillante y amarilla. El rocío
lo había calado y la escarcha había sustituido el tuétano de sus huesos. Olor a
hierba y dolor, poco más.
El sol todavía estaba alto y
las copas de las coníferas no conseguían ocultarlo. Se pasó las manos por la
cabeza como buscando una herida que explicara qué hacía tirado en medio de un
bosque pero no la halló, sólo agujas secas de abeto. La noción de la realidad
se presentó ante él y le pateo en la cara. Laura. Fue la primera palabra que
pudo articular. Se levantó y probó a dar un paso y luego otro, inseguro como un bebé. El cuerpo parecía que
se recuperaba de una sedación, sin embargo su cerebro funcionaba, si eso era
posible al doble de su velocidad normal. Laura, Laura se decía mientras componía
el puzle de recuerdos, ideas y sensaciones.
Un cuervo graznó. El graznido
dejó una pregunta en el aire: “¿Qué
haces aquí?”.
Luis grito - ¡Laura! por pura frustración
y el pájaro le contestó con otro graznido, que esta vez sonó a: “¡Fuera!”. La
voz de pájaro fría y áspera le empujó, tenía que salir de allí. Caminó en busca
de un rastro , de cualquier cosa familiar que le proporcionara el dónde o el
porqué. No tuvo que andar mucho para encontrarla. La casa de ladrillo rojo
estaba allí. La visión le golpeo, fue un mazo en la cara, romo y contundente,
no podía ser.
La cerca metálica estaba
herrumbrosa y había sido derribada en algunos tramos, en otros presentaba
grandes agujeros, el seto arrancado por algún jardinero sádico y sustituido por
pasto y matorrales y en medio de aquella debacle la casa de ladrillo rojo. Manchas
negras de hollín asomaban por lo que fueron sus escasas ventanas, ahora
convertidas en cuencas vacías. El portón de madera había desaparecido y mostraba una boca desdentada como el cadáver
de un viejo torturado que exhala su último suspiro.
Era imposible, ¿qué nuevo
truco era ése? Se refregó los ojos intentando aclarar la vista, negándose a
aceptar aquella visión. Se acercó y golpeó con todas sus fuerzas la cerca, el
metal oxidado se hundió absorbiendo el impacto. Los puños se le tiznaron de
herrumbre, la valla moribunda se quejó con un rechinar de somier desfondado. El
coche, ¿dónde estaba el coche? Eso era, él había venido en el coche, tenía que encontrarlo,
tenía que encontrar un resquicio de realidad a donde aferrarse, comenzó a
trotar. Rodeo la finca devastada por el vandalismo. No sólo había ardido, si no
que mostraba restos de actividad humana como si hubiera sido la guarida de una
horda salvaje. En la parte posterior se podían
ver los restos colchones que habían sido quemados hasta dejar expuestos sus
esqueletos de muelles y túmulos de
basura y escombros. Pero ni rastro del coche, nada, ni unas marcas de rodadas.
Se detuvo para recobrar el aliento. Apoyó las manos en las rodillas y miró su
sombra en el suelo.
El grito nació de las
entrañas, una onda sísmica que amenazara con partirlo en dos. Aún con el grito
zumbando en los oídos otro sonido le llegó. Se irguió como un conejo asustado,
husmeando, oteando el horizonte cerrado por la muralla de cedros y abetos. Salió
disparado hacia el foco del ruido que se le antojó la más bella melodía que había
escuchado en su vida. Corrió hacia ella. No podía dejarla escapar. El camión o
lo que fuera, no debía de andar lejos. Enfiló el camino del que había
desaparecido la grava, igual que un ciclón, corriendo, azuzado por la necesidad de no saberse loco.
El camión marchaba por la
pista forestal, con el traqueteo del que lo hace por el camino resabido de la
monotonía diaria. Luis se plantó en medio del camino haciendo aspavientos para
llamar la atención del conductor. El chófer tardó en reaccionar. Esperaba ver cualquier animal,
un cervatillo incluso un jabalí, pero la imagen de un hombre accionando como un
poseso no estaba dentro de lo posible. Hundió el pedal del freno y el vehículo
se detuvo. Luis corrió hacia la cabina.
- Por favor, ¿me puede acercar
a la carretera? Suplicó a bocajarro
El chofer y el copiloto se miraron.
- ¿Qué le ocurre amigo? Preguntó el copiloto, un
hombre calvo de unos 50 años y con la piel curtida por el trabajo a la intemperie,
que podría haber pasado por gemelo del chofer, si no fuera por la diferencia de
edad.
- Perdón, he tenido …un accidente.
Los dos hombres se volvieron a
mirar.
- Suba, nos dirigimos al
pueblo, sí quiere le podemos dejar allí ¿Se encuentra bien?
- De acuerdo, dijo y se
encaramo a la cabina.
En medio de un silencio
incómodo los tres hombres reanudaron la marcha. No pudo retener la pregunta que
le bullía en la cabeza y la lanzó al aire. ¿Qué día es? Era más una pregunta retórica,
un pensamiento. El conductor apartó un instante la mirada de la pista de arena
para volver a mirar al polizón como valorando lo acertado de su decisión de
haberlo recogido. Hoy es martes.
¿Martes? Repitió Luis ¿qué
martes?
- Se encuentra bien, ¿de
verdad?... amigo
- Sí, pero por favor ¿qué día
es?
- 10 de Febrero.
La tez de Luis palideció
.Habían pasado cinco días, cinco malditos días.
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El camión entró en la pequeña
población después de atravesar huertos y alguna granja que les saludó con su
fétido aroma a estiércol de gallina. Luis permaneció en silencio el resto del viaje
sumido en sus preguntas para que las que la única respuesta que encontraba era
el miedo, un miedo atroz e impotente que invitaba a esperar un golpe de hacha
sobre el tajo de la realidad. Realidad, ¿qué era lo real?, de eso también
dudaba. Entre todas sus dudas, una se
columpiaba con más fuerza que las demás en la punta de su lengua y terminó
saltando de sus labios.
- En el bosque había una casa
abandonada. ¿Saben sí hace mucho que lo está?
Esta vez el que contestó fue el
operario de mayor edad con el que casi rozaba el hombro izquierdo.
- Amigo, en el bosque no hay
ninguna casa, de hecho está prohibido construir. ¿De verdad que se encuentra
bien? En la base tenemos un enfermero, sí quiere...
- No muchas gracias, tengo mucha
prisa. Y sin pensarlo tiró de la manila que abría la puerta del camión y saltó.
A pesar de la reducida
velocidad Luis rodó por el suelo polvoriento hecho un ovillo y sintió un
pinchazo en el tobillo.
El camión frenó en seco y los
dos hombres bajaron.
- ¡Está usted loco , ¿se ha hecho daño?. Le
gritaron.
Unas decenas de metros más
atrás. Luis se incorporó haciendo oídos sordos y sin ni si quiera volver la
cabeza echó a correr. Sí, estaba loco y corrió como uno, que el tobillo le
palpitara de dolor no era importante, tenía que volver a la ciudad y tenía que
volver ya.
Se adentró en la población de
casitas de muros y tejados de pizarra, que aún
se desperezaba. El piso de arena fue sustituido paulatinamente por un
suelo asfaltado que dejaba ver en algunos tramos tachones del empedrado
original. No sabía realmente que iba hacer, quizás lo mejor sería encontrar la
salida hacia la carretera principal y allí, allí, ya se vería. Notó como
algunos ojos se posaban en él, desde detrás de persianas a medio alzar que
desaparecían temerosos tras visillos tímidos como niños pillados mirando algo
que no debieran. Las calles retorcidas y estrechas daban todavía, sí eso era
posible un toque más angustioso e irreal
a su carrera.
La calleja por la que corría
fue a desembocar en una más ancha, flanqueada
por arbolitos desnudos. Un hombre se disponía a montar en un
todoterreno. Seguramente sería algún agricultor que se preparaba para ir a su
lugar de trabajo en alguna finca cercana.
Luis lo abordó por la espalda.
-Señor, buenos días, necesito
que me acerque a la ciudad.
Literalmente, el hombre de
ropas de cazador y gorrilla de pana caqui saltó sobre el sitio sorprendido.
- Siento haberlo asustado,
pero necesito imperiosamente que me lleve a la ciudad, le pagaré, dijo Luis
buscando en el bolsillo trasero de su
pantalón la billetera.
El hombre aún sin recuperarse
del susto, se giró con la mano al pecho y jadeado. Debía de pasar los 65 años,
aún en pleno invierno lucía un tono bronceado, no de ese tipo de tono que se
consigue en un solárium, si no de ese tono rojizo quemado, que se logra con una
vida entre los surcos de tierra labrada.
- Mire - contestó el hombre con un pequeño temblor en su voz,
lo siento amigo, pero no puedo acercarle, tengo trabajo y llegó tarde. Lo siento.
Luis esgrimía su cartera en la
mano sin prestar atención a la negativa del hombre.
- Le daré lo que me pida.
El labriego abrió la puerta
del coche del coche y montó.
El portazo hizo que Luis
comprendiera la realidad y golpeó el cristal con el puño.
- Oiga, tiene que llevarme, no
me puede dejar aquí. Entonces la furia hizo presa en él y antes que pudiera
cerrar, asió la manilla de la cerradura y abrió.
- ¿Está usted loco?, gritó.
- Lo siento, pero no me deja
otra opción y le lanzó un puñetazo que impactó en el mentón. Al golpe le
siguieron dos más, innecesarios pues al recibir el primero el labriego cayó
como un saco. Un hilillo de sangre brotó de la comisura de los labios.
- Lo siento volvió a murmurar Luis a modo de disculpa.
Sacó al hombre del coche
trabajosamente, no debería de pesar más de 70 kilos, pero le parecieron 200. No
tenía tiempo, lo depositó en amplia zona de carga. No sabía si alguien lo había
visto u oído el forcejeo. Apartó sus dudas e intentó pensar con frialdad por un
momento.
En el maletero encontró un
rollo de cuerdas y una de lona, además de herramientas. Más adelante podrían servirle, ahora tenía que
salir zumbando de allí. Maniató al labriego y usó un trapo manchado de grasa
para amordazarlo, luego lo cubrió con la lona. Arrancó y condujo buscando la
salida del pueblo que se le apareció al torcer la calle. Luis sudaba
curiosamente a pesar del frío y sus pies repiqueteaban sobre los pedales como
si fuera un novato en su examen de conducción. Su vida era una pesadilla que
lejos de amainar aumentaba de intensidad llevándolo a al borde de la paranoia,
acaba de asaltar, golpear y secuestrar a un pobre hombre. Asió el volante con
fuerza, sus nudillos protestaron de dolor, inflamados después del los puñetazos
propinados que descansaba detrás. Debía buscar algún lugar un poco apartado donde
dejarlo, pensó.
Condujo por una comarcal que
desembocaba en un cruce que le incorporaría a la nacional, cuando vio un camino
de tierra que debía ser el acceso a alguna finca y sin pensarlo demasiado lo tomó.
Atrás el labriego se quejó, volvía en sí.
No había tiempo que perder.
Tiró del freno de mano y el todoterreno se detuvo en medio de una polvareda.
- Amigo, perdóneme pero así
será mejor para los dos. Comentó al hombre que recobraba la conciencia con el
miedo pintado en la cara y el sabor de su propia sangre en la boca.
.El hombre se resistió
levemente ante la superioridad física de su captor, pero lo que realmente le
hizo desistir fue la mirada de Luis. Una mirada fría y ausente, la mirada de un
loco.
Algo llamó su atención, algo
que había pasado invertido detrás de la lona. Al fondo de la zona de carga
había una funda alargada de color caqui. Luis se quedó mirándola un instante.
Una idea funesta se paseo por su mente. Una idea que le hizo sentirse feliz por
un instante. Fue como encontrar una llave que andaba pérdida, como una pieza extraviada del puzle. Se estiró todo lo que pudo para
comprobar que la funda contenía lo que él esperaba. Sus dedos sintieron la
dureza del acero debajo de la tela, su frío, le confortó. Apartó la mano y la
fugaz sonrisa de su cara desapareció sustituida por una mueca cruel que reflejó
su pensamiento. Por un momento su suerte parecía cambiar, esa escopeta parecía
decirlo.
Volvió a mirar a su rehén y
posando su mano en él, le habló en voz baja y calma.
- No tenga miedo, no voy
hacerle daño, le devolveré el coche.
Y diciendo esto, lo cargo, lo sacó del coche y
lo dejó tumbado junto a la cuneta, en la
linde del camino. Luego cerró el portón
y volvió al volante. El automóvil hundió sus garras en la tierra, aulló y salió
como alma que lleva el diablo.
Continuará...
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