Unas semanas después
Afortunadamente las pelotas
azules y los saltos habían desaparecido. Mami se lo prometió y así había
ocurrido. Jesús no les abandonaría, “Él nunca nos abandona” decía
constantemente, después apretaba los dientes, los músculos de la mandíbula se
hinchaban bajo su piel blanca como si estuviera mordiendo algo muy duro, luego
se relajaba y se santiguaba o besaba su crucifijo plateado o las dos cosas,
dependía del dia. El caso es no había vuelto a tener pesadillas ni había vuelto
a ver aquellas dos niñas y eso era bueno.
Al contrario que las tardes, el
recuerdo de aquellos sueños parecía empequeñecer cada día poco a poco. Las
vacaciones solo habían hecho empezar y ella tenía planes. Mamá seguía atareada
dando los últimos retoques a la casa nueva. Era una casa grande y había muchas
cosas que organizar después de la mudanza, se pasaba el dia en la máquina de
coser Singer de pedal, adaptando las viejas cortinas o colgando cuadros con
esos clavitos “cuelgafaciles” y ese martillo de cabo naranja que había
comprado. Jajaja algún martillazo se había llevado, mamá no era muy buena con
el bricolaje pero no podían permitirse pagar a nadie para que viniera a
colocarlos y no se iban a quedar sin colgar, no Señor, Mamá no necesitaba a
ningún hombre, ni siquiera a papá.
Papá? Era curioso como las ideas
se mezclaban en la cabeza, como una cosa llevaba a otra, ideas independientes,
aisladas en un principio pero que estaban irremediablemente condenadas a
desembocar en otra que subyacía allí desde el principio, de la misma forma que
riachuelos separados por valles y montañas acabarán confluyendo en el mar .
..papá.
Se llevó las manos a la boca
intentando evitar que aquel pensamiento volviera a salir. La máquina de coser
de mamá se detuvo de súbito. Mamá estaba en el estudio, una habitación más allá
aunque en realidad sólo las separaba un tabique de Pladur.
Laura, ¿decías algo?
La voz de su madre, la pregunta,
la inocente pregunta de una madre que escucha a su hija hablar, en una casa
vacía salvo por ellas dos. Ese simple interés, ese “¿decías algo?” fue
suficiente para que la ameba escondida entre sus millones de neuronas se
despertara. Ese miedo paralizante. Mamá la había escuchado, la había escuchado
decir Papá, la ameba lo sabría, estaba dentro de su cabeza. Tenía que luchar,
tenía que hacer que esa cosa se volviera a su cubil para que mamá no lo
supiera. Había cosas que no se podían hacer, como pisar el cuadrado de hierba
(jardín) o hablar de papá. Cosas que pondrían furiosa a mamá y a mamá era mejor
no hacerla enfurecer. El citoplasma comenzaba a extenderse extiraándose para
formar los seudópodos con los que engulliría todo lo demás y entonces mamá
sabría que había hecho algo malo.
(Salta!)
Laura?, LAURA?!
Nada mami, nada, sólo estaba
jugando.
El traqueteo de la máquina de
coser volvió a sonar. Aquel traqueteo era bueno, porque mamá volvía a sus
cortinas, entonces también la ameba se derritió igual que un trozo de hielo
dejado al sol. Había sido ella, había oído esa voz en la cabeza, detrás de los
demás pensamientos como en esas antiguas “cintas de cassette” (o así creía que
se llamaban) que ponía mamá, ésas donde si prestas atención y agudizas el oído,
podías oír otra canción, una que había sido borrada para grabar encima otras
nuevas, que había que aprender para luego cantar en la iglesia. Y la habían
obedecido, ella había “¿saltado?” y aquella cosa no pudo embotar su cabeza y
mamá no insistió. No tuvo esa sensación de que podía ver dentro de ella, de que
no sabría que había pensado en papá.
Volvió a su bol de desayuno.Los
dinosaurios de galleta la miraban con ojos suplicantes desde su agonía mientras
se deshacían en un maga de leche chocolateada. Hundió la cuchara y acabó con su
suplicio en un acto de piedad. ¿Quién estaba debajo? ¿quién le había dicho
salta? y ¿cómo lo había hecho?. En realidad sólo lo pensó ..sólo lo “escuchó”
fue igual que la vez que contestó a aquellas niñas de detrás del cuadrado de
césped. Soltó la cuchara manchando el mantel de hule y giró su silla para
acercarla lo más posible a la ventana de la cocina, justo encima del fregadero.
Mamá aún no había tenido tiempo de colocar el estor y la luz de la mañana
entraba con el único filtro del doble acristalado. Desde su silla apenas si
alcanzaba a ver un mundo de suelo esponjoso y verde, hecho por las copas de los
pinos de más allá del descampado, bajo un cielo de azul casi turquesa limpio de
nubes, donde la bola amarilla del sol sonreía en dorado, escandilándola hasta
el punto de hacerla lagrimear. Se agarró firmemente a los reposabrazos de su silla
y se alzó todo lo que pudo, dos palmos más alta su perspectiva cambió.
Ahora podía ver el descampado de
albero amarillo y un poco más allá el ejército de troncos rectos que soportaban
la bóveda verde. A pesar de la luz del astro rey, el suelo del pinar
seguía en penumbra y el verde de sus copas se transformaba allí en un verde más
oscuro, que se mezclaba con el negro de los troncos y el marrón de la alfombra
de agujas muertas haciéndose impenetrable a los ojos de la niña. Pero
aquello no era lo que ella quería (temía) ver, aquello sólo era un fondo, un
decorado. En la linde del bosque, en la orilla, en la frontera de albero donde
el amarillo tornaba a negro estaban las dos niñas rubias de cola de caballo .
Estaban jugando, jugaban a pasarse una pelota, una pelota no más grande que la
cabeza de un bebé, una pelota que parecía hecha de trapos azules. Entonces como
si las niñas se supiesen observadas pararon su juego y se quedaron clavadas
igual que estatuas de sal, luego ambas y al unísono, volvieron la mirada hacia
la ventana de aquella cocina, donde otra niña también las miraba. Laura sintió
sus ojos infantiles clavándose en ella, ojos llenos de curiosidad, que querían
escarbar dentro de ella, querían preguntar, querían saber. Era como si le
quitaran la ropa, y eso no podía ser bueno Los brazos le flaquearon, eran
fuertes, acostumbrados a mover las ruedas de su silla, pero ahora le temblaban.
Cerró los ojos pero no se derrumbó
(Ven, ven a jugar con
nosotras...salta.. )
No quiero, dejadme, iros (pensó)
la estaban asustando
Ya has saltado un poquito. Ahora
salta de verdad, salta el muro, ven con nosotras, a jugar, al bosque, aquí
todos saltamos.
¡Dejadme!
Es una boba, no saltará… mamá no
la deja jajajaja, se quedará allí para siempre (“dijo” la más pequeña)
La máquina de coser se había
vuelto a detener. Quizás estaba gritando. A mamá no le gustaría, la cosa de su
cabeza lo sabría, sabría lo de las niñas, lo del descampado …
Por favor callaros ..mamá viene
(pensó con todas sus fuerzas), la cosa gelatinosa lo sabrá,.por favor dejadme
imploró
Al fin se dejó caer en su silla y
las voces desaparecieron. Mamá entraba en ese mismo instante en la cocina.
Laura. ¿Aún no has terminado el
desayuno? ¿qué haces ahí? y mira cómo has puesto el mantel ..estaba limpio.
Seguro que estabas mironeando por la ventana, embobada en ese descampado. Y no,
ni lo pienses, ahí no hay nada que una niña tenga que hacer.
Mientras hablaba se acercó a la
ventana , bajó la persiana hasta cubrirla totalmente y apostilló .
No sé qué mirabas tan embelesada,
allí no hay nada, pero seguro que nada bueno.Ves lo que me obligas a hacer y
ahora ve a tu cuarto y reza. Pide perdón a Jesús por tu mala conducta. Hoy no
verás la TV.
Sí mamá.
tampoco es que la viera mucho,
sólo el canal infantil y sólo una hora, pero no se atrevió a replicar,
era mejor callar, no quería que ella supiera, no quería que aquella cosa le
contara nada, sobre las niñas. Cuando las vio por primera vez sintió rabia, en
los sueños tuvo miedo, pero esta vez no, esta vez no había sido miedo
exactamente, era algo más complejo, como cuando hacía un examen y alguna
compañera se intentaba copiar su examen sin su permiso, una mezcla de miedo y
repulsión, pero más fue un rechazo, una reacción defensiva, más que miedo. En
el fondo sentía curiosidad (había saltado un poquito) y eso debía ser un
pecado, uno muy malo o no?. No tenía claro que sentir curiosidad por aquellas
niñas fuera pecado, igual que no tenía claro por qué no se podía hablar de
papá, Ella había rezado, como le dijo mamá pero Jesús no se las había
llevado, no al menos del todo. Por eso era mejor callar, para que esa cosa (esa
cosa, mala conciencia o lo que fuera) no le contará nada a mamá, para que mamá
no supiese nada de aquellas niñas, ni de aquella pelota azul, ni de que pensaba
en papá. Ojalá estuviera, pero papá ya nunca volvería a estar. Asió los
volantes de las ruedas y puso rumbo hacia su habitación.
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