(...Leucemia, leucemia...)
Arranco la hoja, es la quinta
hoja que arranco, no puedo escribir otra palabra que no sea Leucemia.
Papá está mal, muy mal. Los autotrasplantes
de médula no han funcionado, se está apagando como una vela que se queda sin
cera. Mamá está destrozada y yo no puedo hacer nada, sólo estar a su lado.
El trabajo no me permite ir a verles más que los fines de semana, el comienzo del curso en la facultad absorbe mucho tiempo, y el poco que me deja, lo pierdo en intentar escribir, pero no puedo, las frases no quieren salir, no pueden, en la punta del bolígrafo se ha formado una especie troquel, es un molde malvado que transforma todas las palabras, que obliga a la tinta a escribir Leucemia, sólo puedo escribir esa maldita palabra.
El trabajo no me permite ir a verles más que los fines de semana, el comienzo del curso en la facultad absorbe mucho tiempo, y el poco que me deja, lo pierdo en intentar escribir, pero no puedo, las frases no quieren salir, no pueden, en la punta del bolígrafo se ha formado una especie troquel, es un molde malvado que transforma todas las palabras, que obliga a la tinta a escribir Leucemia, sólo puedo escribir esa maldita palabra.
Al menos mis hermanos viven allí
y pueden estar, pasar más tiempo con él, con ellos; las bodegas también son muy
absorbentes, por lo menos viven cerca del hospital.
Me recuesto en el asiento del AVE
y suelto el bolígrafo en la bandeja, junto a las cinco bolas de papel. Debería
ser más fuerte, pero esto me está pudiendo.
Los primeros días, tras recibir
la noticia intenté ser positiva, la medicina avanza a pasos agigantados, mi
padre tendría los mejores médicos y los recursos necesarios y era la persona
más fuerte que he conocido. Levantó una bodega con poco más que un puñado de
cepas y unas hectáreas de tierra, nadie habría apostado un duro por él y ahora
sus caldos se exportan a medio mundo. Él era un luchador, no se iba a dejar
vencer tan fácilmente.
Me prometí a mí misma que no
hurgaría en internet, que no buscaría ningún tipo de información sobre la
enfermedad de papá en la red, pero me mentí. No es que lo hiciera
inmediatamente, pero la enfermedad era muy rápida, papá caía en picado, la sola
idea de que fuera a morir nos destrozó como familia.
El equipo médico intentó
calmarnos, decirnos que la enfermedad estaba siendo muy agresiva, pero que no
había que desfallecer, que había que seguir intentándolo, luchando.
El pánico cundió primero en mamá,
que nos lo contagió, su miedo era como una bola fuego griego y nosotros tejados
de paja que prendieron con una increíble facilidad, cada uno hicimos la guerra
por nuestra cuenta y el caos fue absoluto. La leucemia nos había dividido, sólo
era cuestión de tiempo que nos venciera. Intentamos aislar a papá de nuestras
dudas, de nuestros temores pero, a pesar del dolor, a pesar de los fuertes
tratamientos èl podía oler el miedo, el nuestro, como si fuéramos un rebaño que
ha perdido a su perro guardián, como un rebaño que ve como no ya no queda nadie
que les proteja del lobo. Papá siempre había sido ese pilar, ese fuste donde
nos apoyamos todos, donde se apoyaba todo y ahora era él el que necesitaba el
nuestro y le estábamos fallando. Lo puede ver en sus ojos, puede ver su miedo,
puede ver cómo sufría por nosotros y cómo no temía a la muerte, ni al dolor,
temía dejarnos solos, porque sabía que éramos un rebaño en desbandada. ¿Cuánto
tardaríamos en hundir su trabajo, cuánto en destrozar su obra?
Yo era la única que podía tomar
el timón. Yo, la más díscola de todos, la que se había hecho a sí misma, la
rebelde sin causa, que renegó de las bodegas, de la familia y buscó su propio
sustento en algo muy distinto, en algo que nada tenía que ver con las uvas y el
vino y que ni siquiera vivía en la misma ciudad, la que se marchó, porque en
realidad era la más parecida a papá.
Tenía que hacer algo, se lo debía
a mi familia, a mi padre. Organicé una reunión en una de las cavas privadas de la
bodega. Allí, bajo la tierra, en la semioscuridad, sentiremos la esencia de
nuestra casa. Nosotros mamamos vino y no leche, allí rodeados de miles de
botellas, allí y no en un despacho de abogados hablaríamos del futuro de la
familia. Hoy era ese día, el tren de alta velocidad estaba llegando a
Valladolid.
Bajo del tren, no somos muchos
viajeros, la mayoría son hombres de negocios, hay un par de orientales vestidos
de alguna forma intermedia entre Indiana Jones y Joker, llevan dos mochilas
enormes, yo sólo una pequeña y el bolso. Al final del andén está Luis, es el
pequeño de mis dos hermanos, aún así me saca 4 años, lleva puesto un impecable
traje de chaqueta azul oscuro con una corbata granate y rayas al bies claras,
diría que son blancas como la camisa, pero desde tan lejos no estoy segura,
levanto el brazo para saludarlo. Él me responde con un leve gesto de la mano.
Todo en él es leve, desde su complexión física hasta su carácter.
Vivir y trabajar a la sombra de
Pablo no era precisamente lo mejor para contrarrestar esa levedad, pero en el
fondo es mejor así, él nunca se había quejado o al menos no nos habíamos
enterado si lo hizo.
Seguro que Pablo le había enviado
a buscarla, ahora se arrepentía de haber venido en tren, no le gustaba tener
que depender de que su hermano mayor mandara nadie a buscarla, aunque fuera a
su otro hermano y no a un operario de la bodega, aunque en realidad fuera lo
mismo. Venir en tren había sido una mala idea, pensé que el trayecto me
ayudaría a relajarme y que incluso podría haber escrito algo, ya se había
visto que ni lo uno ni lo otro.
Pablo es el hermano mayor,
siempre fue el favorito de papá, y la verdad, ella comprendía a su padre.
Siempre fue lo que papá quiso que fuera, buen estudiante y dócil, era el futuro
de la bodega, el natural relevo de papá. Sólo que papá no comprendía que su
hijo modelo era un perfecto segundo de abordo, un perfecto actor y que cuando
se viera solo, solo de verdad se le caería la máscara y saldría a flote su
verdadero carácter, su egocentrismo despótico e iracundo. Luis y yo lo sabíamos
bien, pero papá no, papá solo veía lo que quería ver, a su primogénito al frente
del negocio familiar, porque su hijo menor era débil y su hija..su hija..era
una mujer…
- Hola Noe, ¿cómo estás?, Saluda mi hermano, nos besamos en la mejilla
- Bien Luis, ¿y papá? ¿cómo sigue?.
- Tirando, le han puesto un nuevo ciclo de quimio, te puedes imaginar..es fuerte pero..
- ¿Y Mamá?
- No consiente en apartarse de él. Pablo discutió anoche con ella, no quiere que esté tanto tiempo en el hospital, dice que no le hace bien, que..
- ¡Pablo, Pablo! - Le interrumpo -. ¿Qué sabrá Pablo? Mamá está viendo como su marido se está muriendo, ¡qué espera que haga, que se quede en casa mirando la tele!
- Ya Noe, ya sabes cómo es. Bueno vamos al coche, que se hace tarde, nos están esperando
Montamos en el coche. La finca
donde está la bodega no queda lejos de Valladolid capital, pertenece al
municipio de Villanueva de Duero. Los 40 minutos de viaje los hacemos en
silencio. El rumor del motor es apenas audible, lo que noto es una pequeña
vibración en la planta de los pies. No me apetece hablar, guardo las palabras,
en un rato las voy a necesitar. Luis permanece con la mirada fija en la
carretera, tampoco quiere hablar, no es su fuerte, en el fondo está deseando
que todo termine, que se clarifique, necesita reubicarse, es como un mandril
asustado esperando a que la jauría se reorganice, esperando a su nuevo macho
alfa.
- Te apetece escuchar música? Me pregunta sin mirarme
Pulso el botón de power de la
consola a modo de respuesta. Los primeros compases del invierno de Vivaldi
empiezan a salir por los altavoces del todocamino, <<qué apropiado>>. Que siga
soltero es mérito de mamá, es una presa fácil para lagartas en busca de un buen
partido y ella lo sabe, no va a dejar que cualquier espabilada se menta en la
familia. En el fondo me da pena, mucha. Es un niño grande, aún tiene esa mirada
inocente y limpia en sus ojos de color miel. Otras veces lo pienso mejor, no
tiene porqué darme pena, él es feliz, aparentemente lo es, sólo que me imagino
en su piel y pienso lo que yo sentiría, pero claro, yo no soy él.
Estamos llegando, estamos a cinco
kilómetros del cruce con la nacional, luego un par de kilómetros más por un
camino de tierra y ya. Hay otra entrada asfaltada pero ésta es más privada,
casi secreta, no hay indicaciones, parece más la entrada a un coto de caza que
un camino que conduce a una de las bodegas más importantes del país.
En unas de los pocas situaciones
que mi hermano Luis no parece un ser apocado y pusilánime es con un volante en
las manos. El coche vuela por la carretera comarcal CL610, es verdad que está
vacía, que es un llano prácticamente recto y que la conoce de memoria,
pero 140 km/h me parecen excesivos. Estoy a punto de decírselo cuando
alarga el brazo para bajar una marcha, noto un tirón y como el motor se
revoluciona violentamente, su rugido engulle a Vivaldi, o no ha pisado el freno
o el coche no frena. La curva no es muy cerrada pero vamos a demasiado rápidos.
Miro a mi hermano, grito su nombre, me agarro con todas mis fuerza al
reposabrazos de la puerta y contraigo hasta el último los músculos en un acto
reflejo. El mundo ha comenzado a girar, arriba y abajo se confunden, Vivaldi
sigue sonando, es lo último que escucho, todo se vuelve negro de repente.
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