Seguir la cadena de mando hubiera sido lo más ortodoxo y también lo más estúpido. El testimonio de un vagabundo chalado, como único indicio. Rellenar un informe y su conciencia quedaría liberada, habría hecho su trabajo. Con toda probabilidad se quedaría encallado en una pila de documentos, o en una base de datos junto con otros miles gigabytes de información. La policía no podía pedir un análisis de ADN así como así. Habría que justificar una investigación, que consumiría no solo tiempo si no también recursos y de ambos escaseaban. Una investigación para la que no tenía una base sólida y que sería desestimada a la primera de cambio.
Pero bien sabía que su conciencia no quedaría descargada. No, sabía que si seguía el procedimiento ordinario siempre le quedaría una espina en su conciencia, de que pudo hacer algo más, que no agotó todas las posibilidades. No sabía hacer las cosas a medias, quizás por eso dudaba tanto, quizás por eso le costaba tanto comprometerse en algo, porque si lo hacía llegaría hasta el final del asunto, no se quedaría tranquilo hasta que hubiera llamado a todas las puertas.
Eran las 3 de la tarde ya había terminado su turno. Estaba dentro de su coche particular, aparcado a 500 metros de la salida del instituto anatómico forense, esperando. Si lo pensaba bien era una locura, pero a veces la locura solo era un punto de vista desde un ángulo diferente de una misma realidad y qué demonios todo aquello lo era ya de por sí. Se jugaría esa baza y si no salía bien al menos no podría reprocharse que no lo intentó.
El coche patrulla estaba estacionado justo delante del edificio. Tras el asesinato del equipo forense se habían extremado las medidas de protección. La nueva titular que se había hecho cargo de la plaza salió del edificio. Arturo se informó discretamente para poder reconocerla. No sabía porqué se esperaba encontrar una señora de unos 50 años casi con aspecto de madrastra de novela de Dickens
En cambio la base de datos le informó de que la Doctora Emma Gómez Mūller, Era una guapa de mujer 36 años de pelo oscuro y ojos verdes.
La doctora se encaminó hacia su coche, un potente cupé alemán gris plata al que le parpadearon los intermitentes cuando accionó el mando a distancia que sacó del bolso. Dudaba entre abordarla allí mismo o seguirla hasta un lugar más discreto, lejos de la visión de los agentes de la puerta. Qué diablos! No estaba haciendo nada “malo”. Tenía que dejar de pensar como un policía. En cualquier caso había que tomar una decisión y rápido. Bajo del coche y se dirigió hacia el de la forense para llegar unos segundos después que su propietaria.
Perdón. La doctora Emma, verdad?
Sí. Quién lo pregunta?
Los ojos verdes lo escanearon. No había ningún temor en ellos, sólo curiosidad.
Soy policía, no tema.
Respondió Arturo, arrepintiéndose de las palabras que decía a la misma vez que salían de su boca. Dios! Aquella frase parecía sacada del guión de una película de serie B.
Tengo algo que me gustaría que comprobara. Creo que esto podría aclarar la identidad de la chica ahogada.
Qué?
Pero bien sabía que su conciencia no quedaría descargada. No, sabía que si seguía el procedimiento ordinario siempre le quedaría una espina en su conciencia, de que pudo hacer algo más, que no agotó todas las posibilidades. No sabía hacer las cosas a medias, quizás por eso dudaba tanto, quizás por eso le costaba tanto comprometerse en algo, porque si lo hacía llegaría hasta el final del asunto, no se quedaría tranquilo hasta que hubiera llamado a todas las puertas.
Eran las 3 de la tarde ya había terminado su turno. Estaba dentro de su coche particular, aparcado a 500 metros de la salida del instituto anatómico forense, esperando. Si lo pensaba bien era una locura, pero a veces la locura solo era un punto de vista desde un ángulo diferente de una misma realidad y qué demonios todo aquello lo era ya de por sí. Se jugaría esa baza y si no salía bien al menos no podría reprocharse que no lo intentó.
El coche patrulla estaba estacionado justo delante del edificio. Tras el asesinato del equipo forense se habían extremado las medidas de protección. La nueva titular que se había hecho cargo de la plaza salió del edificio. Arturo se informó discretamente para poder reconocerla. No sabía porqué se esperaba encontrar una señora de unos 50 años casi con aspecto de madrastra de novela de Dickens
En cambio la base de datos le informó de que la Doctora Emma Gómez Mūller, Era una guapa de mujer 36 años de pelo oscuro y ojos verdes.
La doctora se encaminó hacia su coche, un potente cupé alemán gris plata al que le parpadearon los intermitentes cuando accionó el mando a distancia que sacó del bolso. Dudaba entre abordarla allí mismo o seguirla hasta un lugar más discreto, lejos de la visión de los agentes de la puerta. Qué diablos! No estaba haciendo nada “malo”. Tenía que dejar de pensar como un policía. En cualquier caso había que tomar una decisión y rápido. Bajo del coche y se dirigió hacia el de la forense para llegar unos segundos después que su propietaria.
Perdón. La doctora Emma, verdad?
Sí. Quién lo pregunta?
Los ojos verdes lo escanearon. No había ningún temor en ellos, sólo curiosidad.
Soy policía, no tema.
Respondió Arturo, arrepintiéndose de las palabras que decía a la misma vez que salían de su boca. Dios! Aquella frase parecía sacada del guión de una película de serie B.
Tengo algo que me gustaría que comprobara. Creo que esto podría aclarar la identidad de la chica ahogada.
Qué?
Los ojos verdes parecieron brillar. Había captado su interés. Entonces sacó de la chaqueta una pequeña bolsa con un hisopo de algodón y continuó.
Aquí tiene, contiene una muestra de células epiteliales de la boca de alguien que podría ser un familiar directo de la chica.
Pero por qué me lo da de esta forma, por qué si es usted policía como me ha dicho, no lo hace por su cauce habitual?
Doctora Emma, es complicado de explicar. Aquí tiene mi número de teléfono; si quiere le daré todos los detalles con más tranquilidad. Sólo le pido discreción. Sí el resultado es positivo todo volverá a la normalidad.
La mujer hace desaparecer la muestra en el bolso con un hábil movimiento y no dice nada. Su extraño interlocutor se marcha, cruza la calle, se monta en un Megane negro y se aleja, dejándola con un millón de preguntas sin respuestas. Evidentemente algo turbio ocurría. Por un momento su parte racional le recomendó volver y hablar con los agentes, contarles lo sucedido y desentenderse de aquello. Si la prueba era real,l ya se encargarían las autoridades de esclarecer el caso. Ella era un técnico no una CSI de la TV. Pero inmediatamente la parte más emocional esgrimió un argumento demoledor. Por qué te hiciste forense? Exacto esa era la clave. Aquella era la sal, que de alguna forma había deseado probar toda su vida. Ser por una vez como la doctora Scarpetta, su heroína de las novelas de Patricia Cornwell. Usó de nuevo el mando a distancia y las puertas del A5 quedaron cerradas. Giró sobre sus talones y se encaminó al instituto forense. Había algo urgente que necesitaba de su atención.
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Sobre el instituto anatómico forense no solo estaban fijos los ojos de la policía y los de la prensa, que andaba como una rata, hurgando entre la basura en busca de algo con que alimentar a su prole hambrienta de carroña. También había sobre ellos otros. Otros más discretos y más astutos. El rastro había sido borrado de una forma infalible pero no se iba a confiar, no Set no era de esos. Se sabía superior, la perfección de la creación. Él era el tercer hijo de Adán y Eva, el culmen de la creación, la confirmación de la hegemonía de la raza aria. Y no dejaría nada al azar. Todos sus sentidos estaban alerta, todo su poder estaba centrado en aquel instituto. Había pasado demasiado poco tiempo desde que pudo escapar de la trampa que aquella maldita niña le había tendido. No podía permitirse que por su culpa algún policía engreído pudiera tirar del hilo y de alguna forma, por remota que fuera pudiera llegar hasta él. Su plan había recibido un revés pero la derrota seguía en un mundo utópico. Conseguiría otro huésped y por fin y una vez por todas se alzaría, saldría de ese estado vegetativo en el que se encontraba. Había detectado algo interesante. No podía negar que había sido un golpe de suerte. La suerte es una virtud del vencedor y no cabía duda de que él lo era. La victoria final estaba cerca.
Aquella nueva forense que habían asignado era un chorro de energía. Sintió una perturbación en el Azul. Algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. Merecía su atención y quizás, quizás algo más. Era pronto para decirlo, sin embargo algo le decía que había encontrado una nueva huésped. Además su ascendencia germana le agradaba. Pronto le haría una visita.
Aquí tiene, contiene una muestra de células epiteliales de la boca de alguien que podría ser un familiar directo de la chica.
Pero por qué me lo da de esta forma, por qué si es usted policía como me ha dicho, no lo hace por su cauce habitual?
Doctora Emma, es complicado de explicar. Aquí tiene mi número de teléfono; si quiere le daré todos los detalles con más tranquilidad. Sólo le pido discreción. Sí el resultado es positivo todo volverá a la normalidad.
La mujer hace desaparecer la muestra en el bolso con un hábil movimiento y no dice nada. Su extraño interlocutor se marcha, cruza la calle, se monta en un Megane negro y se aleja, dejándola con un millón de preguntas sin respuestas. Evidentemente algo turbio ocurría. Por un momento su parte racional le recomendó volver y hablar con los agentes, contarles lo sucedido y desentenderse de aquello. Si la prueba era real,l ya se encargarían las autoridades de esclarecer el caso. Ella era un técnico no una CSI de la TV. Pero inmediatamente la parte más emocional esgrimió un argumento demoledor. Por qué te hiciste forense? Exacto esa era la clave. Aquella era la sal, que de alguna forma había deseado probar toda su vida. Ser por una vez como la doctora Scarpetta, su heroína de las novelas de Patricia Cornwell. Usó de nuevo el mando a distancia y las puertas del A5 quedaron cerradas. Giró sobre sus talones y se encaminó al instituto forense. Había algo urgente que necesitaba de su atención.
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Sobre el instituto anatómico forense no solo estaban fijos los ojos de la policía y los de la prensa, que andaba como una rata, hurgando entre la basura en busca de algo con que alimentar a su prole hambrienta de carroña. También había sobre ellos otros. Otros más discretos y más astutos. El rastro había sido borrado de una forma infalible pero no se iba a confiar, no Set no era de esos. Se sabía superior, la perfección de la creación. Él era el tercer hijo de Adán y Eva, el culmen de la creación, la confirmación de la hegemonía de la raza aria. Y no dejaría nada al azar. Todos sus sentidos estaban alerta, todo su poder estaba centrado en aquel instituto. Había pasado demasiado poco tiempo desde que pudo escapar de la trampa que aquella maldita niña le había tendido. No podía permitirse que por su culpa algún policía engreído pudiera tirar del hilo y de alguna forma, por remota que fuera pudiera llegar hasta él. Su plan había recibido un revés pero la derrota seguía en un mundo utópico. Conseguiría otro huésped y por fin y una vez por todas se alzaría, saldría de ese estado vegetativo en el que se encontraba. Había detectado algo interesante. No podía negar que había sido un golpe de suerte. La suerte es una virtud del vencedor y no cabía duda de que él lo era. La victoria final estaba cerca.
Aquella nueva forense que habían asignado era un chorro de energía. Sintió una perturbación en el Azul. Algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. Merecía su atención y quizás, quizás algo más. Era pronto para decirlo, sin embargo algo le decía que había encontrado una nueva huésped. Además su ascendencia germana le agradaba. Pronto le haría una visita.
Continuará..
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