viernes, 20 de octubre de 2017

RIADA










Ya era la tercera semana de lluvias constantes y seguía cayendo inmisericorde. El río no hacía mucho, una fíbula de lodo marrón ponzoñoso, que se arrastraba sobre un lecho pedregoso entre lindes polvorientas, se había desbordado, anegando las riberas amarillas que lo escoltaban, invadiendo carreteras y convirtiendo las tierras de labor sedientas en auténticos barrizales donde el trigo encharcado agonizaba.



Los ríos en su irremediable discurrir hacia el mar arrastran cosas, troncos de árboles, cualquier cosa los suficientemente incauta para entrometerse en su camino y no respetar su caudal, hasta personas.



El cuerpo llegó flotando, envuelto entre la rabia de la espuma del torrente ocre de aguas iracundas, como un tocón más de los muchos que se vieron durante aquellos días de riadas. Las ramas flexibles y aún jóvenes de un árbol lo sujetaron, igual que las manos de una madre desesperada por salvar a su niño y lo retuvo entre ellas días, entre sus dedos paralizados por la impotencia de haber llegado tarde.



Era el cuerpo de una joven rubia, poco más se pudo decir de ella hasta que la policía la sacó del río. Flotaba boca abajo. Sus vaqueros y la sudadera rosa apenas si dejaban ver nada de su piel blanqueada e hinchada por la muerte y la humedad. El rubio de su pelo enmarañado entre las ramas bajas, había perdido el brillo, que le tenían que dar sus escasos veinte años y más parecía un puñado de musgo español.



La noticia corrió chapoteando veloz por los caminos embarrados. Pronto los vecinos de toda la comarca fueron conocedores del macabro hallazgo, a pesar de los esfuerzos de las autoridades por retirar el cuerpo con la máxima discreción. Lo llevaron, al instituto de medicina legal de la capital, mientras intentaban averiguar si alguna joven había sido echada en falta por las localidades río arriba. Nadie había denunciado ninguna, a excepción de un vecino, al que el río le desbarató el establo donde cobijaba a sus ovejas, ahogándoselas allí mismo, menos a tres que se las robó para dejárselas unos kilómetros más abajo, embarrancadas junto a un bancal de tierra y unos arbustos, en una escena muy parecida a la que contemplaron cuando encontraron el cuerpo de la chica, con el mismo aspecto de animales de peluche, de muñeca perdida de niña gigante.


El cuerpo no presentaba signos de violencia de ningún tipo, sólo algunos arañazos postmortem ocurridos durante su luctuoso crucero fluvial. La causa del fallecimiento, resultaba evidente, ahogamiento No tenía ningún documento que pudiera aclarar su identidad, ni siquiera un teléfono móvil. Así y todo la guardia civil no cejaría en sus esfuerzos por aclarar aquella muerte y la identidad de aquella chica que no reclamaba nadie.


La único que encontraron en sus bolsillos fue una nota de papel casi deshecha por el agua. La tinta de bolígrafo azul con la que se había escrito, se empeñó en aguantar sobre la octavilla de papel blanco, aún se podían leer los trazos de de caligrafía redondilla tan tosca e infantil, que hacía dudar que la chica hubiera sido su autora.



“Estoy en casa”


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La morgue de un instituto anatómico forense, es idéntica a cualquier otra morgue, es un lugar frío, aséptico e impersonal. La diferencia es que allí los cadáveres son estudiados, interpretados, leídos; una biblioteca de libros de carne que comienzan por el final de la historia.



El cuerpo desnudo estaba sobre la mesa de acero con desagüe. El forense y su ayudante estaban sacándole fotos. Junto a la mesa de operaciones había una mesita con todo el instrumental quirúrgico que iban a necesitar para realizar la intervención, pinzas, bisturís, varios tipos de sierras y tenazas, que recordaban macabramente a las que se usan para trinchar asados de pollo.

Las novelas y en gran medida las series de televisión, han rodeado a las autopsias de un halo de atractivo misterio que en realidad no tienen. Es un procedimiento tan rutinario como lo puede ser una operación de apendicitis. Los exámenes postmortem se realizan siempre que la muerte llega de una forma inesperada. La mayoría son un mero trámite legal, pero algunas veces, las necropsias tiene una carga emocional especial, por lo excepcional del caso. El Doctor Alfonso Domínguez no estaba acostumbrado a realizar ese tipo de intervenciones a chicas de 20 años. Trabajaban en una pequeña y tranquila capital de provincia y lo más excepcional con lo que se había enfrentado era algún accidente de caza. Rara vez ocurrían muertes violentas o acaecidas en extrañas circunstancias por aquellos lares, y desde luego ninguna desde que él había llegado para ocupar la plaza de dejó vacante por jubilación el antiguo patólogo. Su ayudante en cambio, llevaba más tiempo y había auxiliado al antiguo titular en algún caso de ajustes de cuentas por drogas, pero él tampoco se había enfrentado nunca al féretro de una mujer tan joven, por lo que la sala estaba sumida un silencio respetuosamente profesional y hasta incómodo. Hoy no comentarían la última jornada de liga mientras trabajaban y mucho menos pondrían la radio.


La sesión fotográfica, había concluido. El doctor se acercó a la grabadora y le dictó los detalles de la intervención, mientras el ayudante se disponía a tomar muestras de posibles restos de debajo de las uñas. El cuerpo había estado flotando en el agua, a pesar de ello no podían dejar pasar por alto cualquier detalle que pudiera alumbrar el porqué aquella muerte tan prematura, quizás el río hubiera olvidado algo debajo de las uñas, algún resto que pudiera indicar que aquello a lo mejor no había sido un accidente.

Tomó la mano de la chica, el rigor mortis había desaparecido y la mano de mostró flexible como si solo estuviera dormida. Recortadas y sin pintar, apenas si sobresalían de las yemas de los dedos, tenían ese característico tono azulado por la falta de oxígeno. Con un instrumento parecido a una cuchara diminuta comenzó a raspar con delicadeza debajo de la uña del dedo pulgar de la mano derecha. Aun protegido por los guantes de nitrilo azul sentía la frialdad de la carne.


Estaba tan absorto en su trabajo, que no fue consciente de cómo el resto de dedos de la chica se movieron lentamente hasta formar una especie de garra, mientras la otra mano se había ido separando sigilosamente hasta llegar a la mesita donde esperaba el instrumental y asió con fuerza un bisturí muscular de veinte centímetros. La garra se cerró súbitamente sobre la mano que sujetaba el pulgar. El auxiliar al notar aquella prisión imposible miró de una forma refleja a la chica que le devolvió la mirada con unos ojos azules y fríos que le traspasaron como chuzos helados. El terror no le dejaba articular palabra, su cerebro no encontraba una explicación a aquello, porque simplemente aquello no podía ser. En ese mismo instante el doctor apagaba la grabadora y la dejaba sobre una mesa blanca ajeno a lo que estaba sucediendo a dos metros escasos de su espalda.


El bisturí voló como un puñal hasta hincarse en el lateral del cuello del auxiliar, seccionándole las venas yugulares interna, externa y dañándole también gravemente la arteria carótida. Antes de desplomarse un geiser de sangre manó de su cuello. Cuando cayó al suelo ya estaba muerto.

El estruendo sobresaltó al forense que se giró para comprobar que estaba ocurriendo. La chica, el cadáver de la chica estaba de pie al lado de la mesa de operaciones y su ayudante tumbado en medio de un charco de sangre. Es lo único que pudo ver antes de que una cuchillada le rajara la garganta de un movimiento veloz, tanto que en un primer momento solo noto un leve cosquilleo, un pequeño escozor parecido a cuando el sol te ha quemado después de un día de playa y el cuello de la camiseta te roza la quemadura. En la siguiente inspiración los pulmones se llenaron de su propia sangre. Se llevó las manos a la garganta como intentando sujetarse a la vida que se le escapa entre espumarajos carmesíes y gorgoteos de desagüe atascado.



Continuará...
RIADA#2

 

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