La tarde apenas si había empezado a ceder frente a la noche. La luz había tornado dorada y pronto se volvería rojiza, nada más el sol tocara el horizonte. Estaba allí sentado en la arena mirando la inmensidad del mar. El mar se antojaba más azul que el propio adjetivo y que el propio cielo, que a su lado parecía tenue, como si el pincel de Dios se hubiera arrastrando desde el mar coloreando un firmamento antes blanco y las suaves nubes, no fueran otra cosa que partes por las que la acuarela aún fuera más aguada.
Pensó que aquella escena era frágil, breve y que en unas pocas horas tanto el mar como el cielo se volverían negros, carentes de cualquier color por la ausencia de luz; aquella noche que inevitablemente se aproximaba, sería una noche sin luna, solo las estrellas lucirían. Una sonrisa cansada acertó a salir en medio de un suspiro. La única luz que se vería provendría de estrellas distantes y posiblemente muertas, un eco de otro tiempo, un mensaje del cual el emisor hacía ya mucho que no podría recibir respuesta, mensajes en botellas de náufragos que por fin son hallados, sólo que tras eones de vagar por el océano sideral tocan puerto, sin embargo ya ni siquiera queda el polvo de sus huesos.
Segundo Trozo
Resbala la gota de sudor desde la raíz del pelo hasta la frente empapando la ceja, desbordándose para luego escocer la mirada, de la misma forma que un riego por goteo inverso, como si la gravedad de este mundo quisiera expulsarla de mi cuerpo, ahíto de agua y sal. Que no quiero más humedad que la de sus besos. Escupo asqueado el alimento porque me repugna el sabor de nada que no sean sus labios y cierro las ventanas y corro las cortinas, telones de esta función extraña, tediosa, aburrida que es la vida sin la luz de tus ojos. Que no es vida respirar, que no es más allá de una azarosa conjunción de reacciones químicas, pues Dios no pudo obrar ese milagro si no fue para la dicha de sus criaturas, Y ¿acaso hay mayor desdicha que vivir sin estar a su lado?. Niego en consecuencia a Dios y niego a su creación, puesto que la falta de sentido solo pudo ser casualidad, pues ni siquiera la maldad carece de intención.
Atrévete a desdecirme, te reto, muéstramela y saca a tu hijo de su error o muere, y desaparece de su entendimiento.
Atrévete a desdecirme, te reto, muéstramela y saca a tu hijo de su error o muere, y desaparece de su entendimiento.
Tercer Trozo
No, no es sonido del viento gimiendo en las velas, tampoco el estruendo del embate de las olas contra el casco, ni siquiera es el lamento de los cabos elongados hasta el límite por la rabia de Eolo, es el crujir de la madera lo que no me deja descansar. No es el cimbreo despiadado, no, tampoco es la mar que aborda la nave por babor con su horda de piratas líquidos armados. garfios de sal y espuma. No, es el crujir de la madera. Es el crujir de la madera lo que me desvela, como el ronroneo de una bestia que se estuviera desperezando en la bodega, después de un largo sueño. Uno tan largo, tan plácido, que me hubiera contagiado de su olvido. La bestia siempre ha estado ahí, acurrucada en su letargo, acunada por las mareas y es ese mismo mar, que ha cuidado su sueño, el que ahora la zarandea. La nave cruje, la bestia se despierta y los tablones se descarnarán como carne de los huesos de ballena arponeada e izada a cubierta. La grasa se infiltra en la madera astillada, Todo apesta y cruje, cruje y apesta y no puedo descansar sabiendo que ya no tardará en saltar hecha añicos, como la corteza de un árbol cuando recibe el filoso canto del hacha, como mi nave cuando la bestia se despierte y desmenuce sus tripas. Las astillas serán del tamaño de cerillas, cerillas mojadas en medio de un océano que se volvió inhóspita colada salvaje de vidrio negro.
Cuarto Trozo
Largo es el camino, torcido, empinado; escabrosa huella de serpiente sobre la arena, cauce seco de lo que otrora fuera río alegre y caudaloso, ahora es lecho pedregoso que espera para torcer los tobillos y morder rodillas. Encajada está la linde entre dos inmensidades de piedra, que altivas miran por encima de los hombros baldíos a cualquier criatura desdichada que tenga andarla. Son montañas crueles, desnudas donde ni siquiera una brizna de hierba medra, arrojan cascotes afilados, resentidas aún con el río que las sajó con tanta saña y por tanto tiempo. Los vivos son agua, hieden a humedad, el recuerdo les duele, el agua les pudre sus huesos de granito. Hace cientos de años que allí dejó de llover, hace que el hielo y la nieve no se les hinca arrancándoles su carne de roca, pero aún quema. Las montañas no olvidan, las montañas no perdonan, el cauce seco es una cicatriz que no lo permite.
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