domingo, 22 de mayo de 2016

Sí Puedes







-Mamá, salgo afuera-

-Vale Laura, ponte la rebeca, empieza a refrescar y en el jardín ahora estará dando la sombra y aún hará más frío-

Mamá tenía razón, aunque el sol todavía estaba alto, la sombra de la casa casi lo cubría por completo, notó el aire, varios grados más frío en la umbría, y como se le colaba por entre las hebras lana beige de su odiosa rebeca. Odiaba esa rebeca, era una prenda para abuelas o para niñitas pequeñas y por supuesto, ella no era ninguna abuela, ni ninguna niñita. Ella tenía 10 años (9 y tres cuartos en realidad, en cualquier caso más 10 que nueve) y ya no era una niñita así y todo agradecía llevarla puesta. El jardín, como lo llamaba su madre, era un cuadrado de césped rodeado por un muro de ladrillo rojo que le llegaba hasta la cintura. Ella siempre había pensado que un jardín debía tener flores para llamarse así, pero su duda se quedaría con ella, no se le había ocurrido planteársela a mamá. No, no sería una buena idea. Mamá estaba tan orgullosa del “jardín” de la nueva casa que no admitiría ninguna duda. Su cuadrado de césped era un jardín, un jardín con todas las de la ley, era el jardín. Una sonrisa se le dibujó en los labios de sólo imaginar la cara que pondría, jajaja sería mejor para todos dejarlo estar. Ella lo seguirá llamando el “cuadrado de hierba”, pero en secreto.

El murete que rodeaba el cuadrado de hierba, sólo estaba interrumpido por una cancela rumienta, que suplicaba porque la lijaran, y le dieran una buena mano de pintura después de otra de minio. De su cerrojo colgaba un brillante candado. Ésa sí que era buena. Poner un candado en una verja que nadie intentaría abrir, pudiendo saltar el murito de 80 centímetros, pero los adultos hacían esas cosas. Mamá no permitía que nadie pisara su jardín. Y como decía, ese candado era una especie de advertencia…”si saltas el muro, es que no eres bienvenido”. Ella en realidad, no sabía a dónde conducía esa cancela. Sí, claro, daba detrás de la casa, pero en las pocas semanas que llevaban viviendo allí, nunca había ido detrás. A mamá tampoco le parecía buena idea.Sólo se veía un pequeño terraplén y luego pinos, muchos, cientos de pinos de troncos negros y rectos.

No había salido nunca sola, no tenía amigas, bueno, sí las tenía pero no allí, aún no había tenido oportunidad para hacerlas. Las suyas se habían quedado en el antiguo barrio y las echaba mucho de menos. Pero venir a la nueva casa había sido por su bien. Era como tomar una medicina amarga, el mal sabor se pasaría pronto. Sus amigas habían prometido venir a verla y a lo mejor ella también podría ir algún día a merendar tortitas con sirope (o mejor, sirope con tortitas jajaja) con ellas o al cine, sí, se portaría fenomenal para que mamá la llevará. Jamás llamaría a su jardín cuadrado de hierba ni iría detrás de la casa. Porque detrás de la casa no había nada para que una niñita de 9 años fuera a ver.

La pelota azul llegó rodando mansamente hasta sus pies. Era una pelota pequeña, del tamaño de una naranja grande, y parecería una naranja, si las naranjas fueran azules, porque su superficie tenía la misma textura rugosa, pero las naranjas no son azules. Tampoco era perfectamente esférica, era más como una bola hecha con trapos, como si fuera esa bolita que se hacían para guardar los calcetines, aunque para hacer ésa, tendrían que ser unos calcetines enormes, igual que los que se colgaban en Navidad para que Papá Nöel dejara los regalos, un Papá Nöel azul.
Eh tú, danos la pelota

Había dos niñas de pelo largo y rubio, recogido en una cola de caballo junto al muro. Debían de tener más o menos su misma edad. La más alta de las dos volvió a reclamarle la pelota hecha de trapos azules.
Eres boba? Echamos la pelota- La otra niña habló también.
Sí, debe serlo. Será mejor que entremos a por ella-
No! No saltéis el muro. No se puede pisar el césped- Las palabras salieron súbitamente de la boca de Laura.
Y no soy boba, sólo que me habéis sorpendido, no os he visto llegar. Pero, también podíais pedir las cosas por favor.-
Las dos niñas rubias se miraron y sonrieron cómplices-
Bueno pues, por favor nos puedes devolver nuestra pelota.Pidió de nuevo la más alta.(quieres venir a jugar con nosotras?)-

Oyó la invitación, pero no la oyó con los oídos, fue más como un pensamiento, como cuando jugaba con sus muñecos e imaginaba sus voces, “Ven a mis brazos princesa” o, vamos a dar un paseo Le y Le decía, “Sí mami” jajajaj .Le era el nombre de su muñeco favorito. Se llamaba así porque mamá le contó que cuando era un bebé y lloraba parecía que gritara *leee leee”, entonces le daba su oso de peluche y se calmaba. Por eso ella le llamó Le. Le no era el más bonito, le faltaba un ojo y tenía una costura rota por donde se le veía el relleno, pero Le era su favorito, aún dormía con él, todas las noches y lo seguiría haciendo siempre.
(Sería divertido, en el bosque no hay hierbas que no se puedan pisar. Ven, ven con nosotras ..)

Otra vez, oía la voz dentro de la cabeza y ahora estaba segura porque las dos niñas la estaban mirando y no habían abierto la boca, no habían “dicho nada”. Por un momento sintió miedo pensó en entrar de nuevo en la casa y buscar a mamá para contarle lo ocurrido y llorar, llorar mucho y pedir perdón por haber fantaseado con ir atrás. Luego sin querer pensó en contestar, sí como si estuviera hablando con la boca, sólo por pensarlo ya lo había hecho, les había contestado.
(No puedo salir, la verja está cerrada, hay puesto un candado.)
(Salta el muro)

¿Saltar el muro?, eso era imposible, ¿por qué le decían eso?, acaso no habían visto que estaba sentada en una silla de ruedas.
(No, no lo es)
¡¡SÍ, SÍ LO ES, DEJADME EN PAZ!!. ¡¡TOMAD VUESTRA ESTÚPIDA PELOTA Y DEJADME EN PAZ!!

Les gritó con rabia. Ladeó el cuerpo hasta que con la punta de los dedos alcanzó la bola de trapos. Era más pesada de lo que imaginaba. Daba igual, la recogió del suelo y la lanzó con todas sus fuerzas. Lo siguiente fue un estruendo metálico. La piedra había golpeado los barrotes de la verja. No había rastro de la pelota de trapos ni de aquellas niñas. Sólo el eco quejumbroso del metal reverberando en los oídos y una piedra con una marca de óxido en medio el cuadrado de hierba.
Lauraaaa, ¿Qué ha sido eso?- La voz de mamá llegó desde dentro de la casa, tenía el tono inquisitivo de siempre, ese tono de “sé que pasa algo,no me lo niegues porque lo averiguaré y entonces será peor”.
Nada mamí , nada.

Sorbió los mocos en que se habían transformado las pocas lágrimas de rabia e hizo girar la rueda derecha de su silla para volver a entrar en la casa.Antes de que mamá llegara.

¿Dónde se habían metido aquellas dos niñas y qué había pasado con la bola de trapos azules? Se habían escondido, agachándose detrás del muro y la pelota….la pelota..bueno el caso es que se la había devuelto, ya no era problema suyo.
(Salta el muro. Sí puedes, aquí todos podemos )
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-Salta el muro, aquí todos podemos. SALTA!
-No puedooo!

Sus propios gritos la despertaron. El corazón iba a salírsele por la boca, el pelo húmedo de sudor se le pegaba a la frente y a la almohada. Parecía que hubiese estado saltando. Saltar? Aquel verbo apareció en su mente, como si fuera un rótulo hecho de neones azules, que palpitase con cada latido y con cada latido su luz se hincara en el cerebro obligándola a pensar, “saltar”. Pero ella no había saltado nunca. Sí, claro que sabía lo que era saltar, estaba inválida, no tonta. Era una niña de 10 años (casi) y a los niños les encanta saltar.

Otro concepto apareció en su mente, otra palabra más poderosa, algo que eclipsaba el rótulo de neón azul. El concepto se formó de súbito, igual que al echar una gota de jabón en una una pila llena de agua con platos grasientos. Una mancha de oscuridad que absorbía la luz azul de “Saltar”. Creció devorando eso y cualquier otro pensamiento. La ameba mental avanzaba fagocitando, envolviendo con su gelatina negra, incluyendo toda idea, toda razón; absorbiéndolas y disolviéndolas para alimentarse de ellas, hasta que en la cabeza no quedara sitio para nada más. Aquel concepto no lo permitía, sólo había sitio para ella, sólo ella era. Entonces la puerta de su habitación se abrió con violencia y tuvo que pronunciar aquella palabra ..el concepto ameba se hizo sonido, se verbalizó.
-¡Mamá!.
-¿Qué te pasa Laura?


Mamá entró en la habitación como un brazo de mar, llevaba puesto ese camisón rosa con flores tan ridículo, que le llegaba por encima de la rodilla. Los cuatro botones del cuello estaban desabrochados, dejando ver el canal que formaban sus generosos y caídos pechos, oscilantes como péndulos desacompasados, donde rebotaba lujuriosamente el crucifijo plateado que devolvía la luz también plateada que se colaba por entre las lamas de la persiana del dormitorio.

Ella quería decir “nada mami, sólo ha sido una pesadilla” pero no podía. Por algún extraño error su cerebro no podía dar esa orden. El concepto mamá aún lo tenía bloqueado, La ameba no lo permitía.

Así se la encontró mamá. En su cama, semi incorporada, apoyándose en los codos, empapada en sudor. Con sus preciosos ojos color topacio (aunque ahora, en la noche se verían negros) y con la boca abierta, de donde hacia unos pocos segundos había salido un grito y de la que ahora no salía nada más que un ruidito, una especie de gorjeo parecido al que se hacía cuando se hacían gárgaras con el colutorio. Ése verdoso, que estaba en una botella de plástico, sobre el lavabo del baño pequeño, ése que “picaba” tanto.

Mamí la zarandeó después del tercer “Qué te pasa Laura?”. Lo notaba y de verdad (de la buena) que se esforzaba en intentar contestar pero igual que sus piernas, su lengua no se movía. Miraba a mami directamente a los ojos como si así pudiese comunicarse con ella pero, no, mami seguía meneándola como a una muñeca, gritándole el “¡¿QUÉ TE PASA?!”.


Al fin el “Nada mami” pudo salir de sus lábios. Mami había empezado a llorar y a casi dejar de zarandearla. Lo primero no le gusto, pero lo segundo sí. Casi nunca había visto llorar a mami. Tampoco es que fuera una persona muy risueña. No, no era como esas mamás que salen en las series de teenagers americanas, que echaban en el canal infantil por la noche. No, definitivamente mamá no era una “mamá guay” pero era la suya y la quería con todo su corazón, aunque a veces fuera estricta y no le dejara hacer casi nada divertido. Pero claro, lo hacía por su bien, ella era una niña muy especial, le decía siempre y mami siempre tenía razón.
-Nada mami, sólo ha sido una pesadilla.
-¡Ay Dios mío de mi vida, qué susto me has dado!. ¿Por qué no hablabas, por qué no me has contestado? -
Los dedos se le hincaron en los bracitos. Mamá la miraba fijamente igual que ella había hecho hacía unos instantes pero en los ojos de mamá no había un “no, lo siento, no puedo hablar”, en los ojos de mamá había un “me has asustado, y estoy muy enfadada”
No podía, de verdad no podía hablar(saltar), quería hablar(saltar) pero las palabras no salían. He pasado mucho miedo pensé que me iba a quedar muda..también.

Primero unas lágrimas gruesas como gotas de resina se columpiaron en sus pestañas, mami le estaba haciendo daño y tenía miedo, luego las lágrimas se convirtieron en un río de llanto.
Hija mía reza, reza conmigo. Esas pesadillas son soplos al oído del pecado. Es nuestra alma que nos recuerda que hemos obrado mal de pensamiento, obra u omisión. Dios habita en nosotros Él nos protegerá.. ¡Laura! le gritó y la volvió a zarandear. ¡Repite conmigo! “Padre Nuestro que estás en el cielo…”

La oración salió de los labios de la niña entre los hipidos de llanto. Mamá había dejado de apretarle los brazos. Ahora otra vez completamente tumbada, le tomó las manos y las juntó con las suyas formando una piña para rezar las dos a la vez. Lo hacían muchas veces, rezaban mucho, en las comidas, al despertarse y al irse a la cama. También rezaban si salían de casa, en realidad rezaban antes de hacer cualquier cosa. Rezar le gustaba, era relajante y Jesús le oía. Jesús, Dios era nuestro Padre, nos cuida y nos protege a todos.Ella no tenía un padre “normal” como otras niñas. Ella tenía a mami y a Él. Y Él era el mejor padre que se pudiera tener o eso creía (ese pensamiento debía ser un pecado muy gordo, perdón) apretó los ojos lo más fuerte que pudo y se concentró en rezar.
“..Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén”.(Jesús seguro que la perdonaba)
Bien Laura. Ahora vuelve a dormirte.

Mamá se sacó la cadenita que sujetaba la cruz plateada a su cuello y después de besarla se la ofreció para que ella también la besara. Se levantó de la cama con gesto serio , le atusó el pelo y desapareció cerrando la puerta tras de si. El sudor ya se le había secado y ahora sentía frío, así que se arrebujó en su edredón blanco de rayas azules y se dispuso a dormir. Pero antes debía pedir perdón a Jesús, si ya había rezado un Padre Nuestro pero ése sólo era para que la guardara en sus sueños, debía pedir perdón por haber dudado de Él. Además rezar otro nunca venía mal, mamá siempre lo decía. Juntó las palmas de sus manos y empezó a murmurar. “Padre nuestro que... y no nos dejes caer en la tentación..”
El pomo dorado de la puerta de la habitación se giró casi imperceptiblemente, pero en el silencio de la noche el quejido del picaporte le arañó los tímpanos con un sonido frío y metálico.En la penumbra pudo ver como la hoja de madera lacada en blanco se despegaba del marco no más de un palmo. Sintió como una corriente helada inundaba el cuarto y como ese frío atravesaba su edredón de plumas y su pijama y su carne hasta lo más profundo de su ser. Sólo pudo agitarse por el escalofrío que le sobrevino.
¿Mami? preguntó a la oscuridad que se veía detrás de la puerta entornada-

Su cama estaba pegada a la pared larga de la izquierda de la habitación rectangular, la puerta quedaba a metro y medio de los pies, justo en la pared de enfrente. Ella veía a la oscuridad y está la estaba mirando fijamente. Usó el edredón como si fuera un manto élfico que hiciera desaparecer.Tenía miedo, mucho.
“Padre nuestro que estás en el cielo …” Rezar, rezar era la solución. Jesús estaba con ella, nada tenía que temer”

Sintió un siseo, un roce de algo sobre el suelo de parquet. Era algo rápido, pero no eran pasos, era algo cíclico, como si rodara. La oración pasó de pensamiento a murmullo entre dientes y de ahí a recitarla en voz alta, pero ya la estaba gritando.Sabía lo que era, no tenía que mirar, era la pelota de trapos azules..era la pelota de aquellas niñas de detrás de la casa…y detrás de la casa no había nada para que una niñita de 9 años fuera a ver.
“..Y NO NOS DEJES SALTAR EN LA TENTACIÓN, AMÉN”!

-Sus propios gritos la despertaron.


-Salta el muro, aquí todos podemos. SALTA!
-No puedooo!

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Unas semanas después

Afortunadamente las pelotas azules y los saltos habían desaparecido. Mami se lo prometió y así había ocurrido. Jesús no les abandonaría, “Él nunca nos abandona” decía constantemente, después apretaba los dientes, los músculos de la mandíbula se hinchaban bajo su piel blanca como si estuviera mordiendo algo muy duro, luego se relajaba y se santiguaba o besaba su crucifijo plateado o las dos cosas, dependía del dia. El caso es no había vuelto a tener pesadillas ni había vuelto a ver aquellas dos niñas y eso era bueno.

Al contrario que las tardes, el recuerdo de aquellos sueños parecía empequeñecer cada día poco a poco. Las vacaciones solo habían hecho empezar y ella tenía planes. Mamá seguía atareada dando los últimos retoques a la casa nueva. Era una casa grande y había muchas cosas que organizar después de la mudanza, se pasaba el dia en la máquina de coser Singer de pedal, adaptando las viejas cortinas o colgando cuadros con esos clavitos “cuelgafaciles” y ese martillo de cabo naranja que había comprado. Jajaja algún martillazo se había llevado, mamá no era muy buena con el bricolaje pero no podían permitirse pagar a nadie para que viniera a colocarlos y no se iban a quedar sin colgar, no Señor, Mamá no necesitaba a ningún hombre, ni siquiera a papá.

Papá? Era curioso como las ideas se mezclaban en la cabeza, como una cosa llevaba a otra, ideas independientes, aisladas en un principio pero que estaban irremediablemente condenadas a desembocar en otra que subyacía allí desde el principio, de la misma forma que riachuelos separados por valles y montañas acabarán confluyendo en el mar . ..papá.

Se llevó las manos a la boca intentando evitar que aquel pensamiento volviera a salir. La máquina de coser de mamá se detuvo de súbito. Mamá estaba en el estudio, una habitación más allá aunque en realidad sólo las separaba un tabique de Pladur.
-Laura, ¿decías algo?

La voz de su madre, la pregunta, la inocente pregunta de una madre que escucha a su hija hablar, en una casa vacía salvo por ellas dos. Ese simple interés, ese “¿decías algo?” fue suficiente para que la ameba escondida entre sus millones de neuronas se despertara. Ese miedo paralizante. Mamá la había escuchado, la había escuchado decir Papá, la ameba lo sabría, estaba dentro de su cabeza. Tenía que luchar, tenía que hacer que esa cosa se volviera a su cubil para que mamá no lo supiera. Había cosas que no se podían hacer, como pisar el cuadrado de hierba (jardín) o hablar de papá. Cosas que pondrían furiosa a mamá y a mamá era mejor no hacerla enfurecer. El citoplasma comenzaba a extenderse extiraándose para formar los seudópodos con los que engulliría todo lo demás y entonces mamá sabría que había hecho algo malo.

-(Salta!)
-¿Laura?, ¿LAURA?
-Nada mami, nada, sólo estaba jugando.

El traqueteo de la máquina de coser volvió a sonar. Aquel traqueteo era bueno, porque mamá volvía a sus cortinas, entonces también la ameba se derritió igual que un trozo de hielo dejado al sol. Había sido ella, había oído esa voz en la cabeza, detrás de los demás pensamientos como en esas antiguas “cintas de cassette” (o así creía que se llamaban) que ponía mamá, ésas donde si prestas atención y agudizas el oído, podías oír otra canción, una que había sido borrada para grabar encima otras nuevas, que había que aprender para luego cantar en la iglesia. Y la habían obedecido, ella había “¿saltado?” y aquella cosa no pudo embotar su cabeza y mamá no insistió. No tuvo esa sensación de que podía ver dentro de ella, de que no sabría que había pensado en papá.

Volvió a su bol de desayuno.Los dinosaurios de galleta la miraban con ojos suplicantes desde su agonía mientras se deshacían en un maga de leche chocolateada. Hundió la cuchara y acabó con su suplicio en un acto de piedad. ¿Quién estaba debajo? ¿quién le había dicho salta? y ¿cómo lo había hecho?. En realidad sólo lo pensó ..sólo lo “escuchó” fue igual que la vez que contestó a aquellas niñas de detrás del cuadrado de césped. Soltó la cuchara manchando el mantel de hule y giró su silla para acercarla lo más posible a la ventana de la cocina, justo encima del fregadero. Mamá aún no había tenido tiempo de colocar el estor y la luz de la mañana entraba con el único filtro del doble acristalado. Desde su silla apenas si alcanzaba a ver un mundo de suelo esponjoso y verde, hecho por las copas de los pinos de más allá del descampado, bajo un cielo de azul casi turquesa limpio de nubes, donde la bola amarilla del sol sonreía en dorado, escandilándola hasta el punto de hacerla lagrimear. Se agarró firmemente a los reposabrazos de su silla y se alzó todo lo que pudo, dos palmos más alta su perspectiva cambió.

Ahora podía ver el descampado de albero amarillo y un poco más allá el ejército de troncos rectos que soportaban la bóveda verde. A pesar de la luz del astro rey, el suelo del pinar seguía en penumbra y el verde de sus copas se transformaba allí en un verde más oscuro, que se mezclaba con el negro de los troncos y el marrón de la alfombra de agujas muertas haciéndose impenetrable a los ojos de la niña. Pero aquello no era lo que ella quería (temía) ver, aquello sólo era un fondo, un decorado. En la linde del bosque, en la orilla, en la frontera de albero donde el amarillo tornaba a negro estaban las dos niñas rubias de cola de caballo . Estaban jugando, jugaban a pasarse una pelota, una pelota no más grande que la cabeza de un bebé, una pelota que parecía hecha de trapos azules. Entonces como si las niñas se supiesen observadas pararon su juego y se quedaron clavadas igual que estatuas de sal, luego ambas y al unísono, volvieron la mirada hacia la ventana de aquella cocina, donde otra niña también las miraba. Laura sintió sus ojos infantiles clavándose en ella, ojos llenos de curiosidad, que querían escarbar dentro de ella, querían preguntar, querían saber. Era como si le quitaran la ropa, y eso no podía ser bueno Los brazos le flaquearon, eran fuertes, acostumbrados a mover las ruedas de su silla, pero ahora le temblaban. Cerró los ojos pero no se derrumbó


-(Ven, ven a jugar con nosotras...salta.. )
-No quiero, dejadme, iros (pensó) la estaban asustando
-Ya has saltado un poquito. Ahora salta de verdad, salta el muro, ven con nosotras, a jugar, al bosque, aquí todos saltamos.
-¡Dejadme!
-Es una boba, no saltará… mamá no la deja jajajaja, se quedará allí para siempre (“dijo” la más pequeña)


La máquina de coser se había vuelto a detener. Quizás estaba gritando. A mamá no le gustaría, la cosa de su cabeza lo sabría, sabría lo de las niñas, lo del descampado …
Por favor callaros ..mamá viene (pensó con todas sus fuerzas), la cosa gelatinosa lo sabrá,.por favor dejadme imploró

Al fin se dejó caer en su silla y las voces desaparecieron. Mamá entraba en ese mismo instante en la cocina.
Laura. ¿Aún no has terminado el desayuno? ¿qué haces ahí? y mira cómo has puesto el mantel ..estaba limpio. Seguro que estabas mironeando por la ventana, embobada en ese descampado. Y no, ni lo pienses, ahí no hay nada que una niña tenga que hacer.- Mientras hablaba se acercó a la ventana , bajó la persiana hasta cubrirla totalmente y apostilló- .No sé qué mirabas tan embelesada, allí no hay nada, pero seguro que nada bueno.Ves lo que me obligas a hacer y ahora ve a tu cuarto y reza. Pide perdón a Jesús por tu mala conducta. Hoy no verás la TV.-
Sí, mamá.
tampoco es que la viera mucho, sólo el canal infantil y sólo una hora, pero no se atrevió a replicar, era mejor callar, no quería que ella supiera, no quería que aquella cosa le contara nada, sobre las niñas. Cuando las vio por primera vez sintió rabia, en los sueños tuvo miedo, pero esta vez no, esta vez no había sido miedo exactamente, era algo más complejo, como cuando hacía un examen y alguna compañera se intentaba copiar su examen sin su permiso, una mezcla de miedo y repulsión, pero más fue un rechazo, una reacción defensiva, más que miedo. En el fondo sentía curiosidad (había saltado un poquito) y eso debía ser un pecado, uno muy malo o no?. No tenía claro que sentir curiosidad por aquellas niñas fuera pecado, igual que no tenía claro por qué no se podía hablar de papá, Ella había rezado, como le dijo mamá pero Jesús no se las había llevado, no al menos del todo. Por eso era mejor callar, para que esa cosa (esa cosa, mala conciencia o lo que fuera) no le contará nada a mamá, para que mamá no supiese nada de aquellas niñas, ni de aquella pelota azul, ni de que pensaba en papá. Ojalá estuviera, pero papá ya nunca volvería a estar. Asió los volantes de las ruedas y puso rumbo hacia su habitación.

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Por entre las lamas de la persiana se colaron los primeros rayos del nuevo día. Notó su caricia en la cara, una especie de cosquilleo agradable y cálido. Se giró arebujandose en el edredón y se abrazó a Le, que no protestó. Estaba despierta, aunque no del todo, justamente en esos instantes en que aún no disciernes el sueño de la realidad, ese momento en el que no puedes imaginar un lugar mejor donde estar, que no sea en tu cama.


Debía de ser muy temprano La casa estaba en silencio, sólo el trino de algún pajarillo perturbaba aquella quietud. Aguzó el oído, Mami aún no debía de haberse levantado. No se le oía trajinar en la cocina, ni se sentía la vibración de sus pies descalzos sobre el suelo de madera, ni el sonido del agua de golpear en la porcelana de la ducha. Le encantaba aquellos momentos, era una sensación en la que se mezclaban seguridad y libertad, era unos de los pocos momentos en los que no se sentía observada, era como ser invisible, sí, incluso a mamá.

Aprovecharía para rezar, dar las gracias a Jesús por ese nuevo día. Juntó sus manos y comenzó a murmurar una oración. No le llevó más de medio minuto. Le gustaría que Jesús le contestara. Rezar estaba bien, pero ella tenía preguntas, preguntas que le gustaría hacerle porque como decía mamá “Él todo lo sabía” y seguro que no se enfadaría con ella por hacerlas, aunque fueran preguntas sobre pecados o mejor, de por qué eran pecado algunas preguntas. Eran del tipo de cuestiones que no podía preguntarle a mamá , porque mamá seguro que sí se enfadaría. Mamá siempre le decía que cuando tuviera dudas mirara en su interior porque allí habitaba Él y Él le diría lo que es correcto y lo que no. Y ella de veras que habia mirado en su interior pero no había hallado ninguna respuesta, Jesús no le contestaba, o a lo mejor no la sabía (vaya, otro súper-pecado) a lo peor Jesús sí se había enfadado y por eso no le contestaba.

¡Pis!


Las ganas de hacer pis llegaron de súbito y en forma de cosquillas, unas coquillas de esas que no se pueden soportar y que casi duelen. Tenía que darse prisa o se lo haría encima y si eso ocurría mamá le podría pañales y no, no estaba dispuesta a volver a llevar esos pañales que la hacían sentir un bebé, una niñita inútil, tampoco llamaría a mamí. Ella podía valerse por si misma, ya tenía diez años (casi, no podría andar (saltar) pero no era tonta)

Maniobró hasta que pudo sentarse en la silla que estaba junto a la cama. La casa estaba adaptada, las puertas eran más grandes que las de otras casas y la silla de ruedas podía pasar por ellas perfectamente. El baño también lo estaba, era amplio y tenía esas barras junto al inodoro, además sus brazos eran fuertes.

No hizo ningún ruido, ni siquiera descargó las cisterna, prefería un rato más de “invisibilidad”, no quería despertar a mamá, que siguiera durmiendo plácidamente, aunque luego le costara una regañina por no haber “tirado de la cadena”(jajaja ¿a qué cadena se referiría?...no había ninguna cadena).

Rodó por el pasillo de vuelta a su cuarto, volver a su cama, seguir holgazaneando en ella e incluso volverse a dormir, era el plan. La puerta del estudio de mamá estaba abierta. La persiana estaba a medio alzar y el sol entraba tamizado por el visillo. Un rayo travieso escapó colándose por entre la maraña de hilos. El haz de luz viajó hasta el mueble de la máquina de coser. La máquina era de color verde, un verde frío y metálico, casi como si fuera la piel escamosa de un reptil, pero uno enfermo y pálido. Nunca le gustó aquella máquina, era un artilugio antiguo y extraño, con agujas y palancas. Le parecía que tenía un aspecto cruel. El rayo huido no la tocó, cayó al lado, sobre el mueble que la soportaba, donde se alojaba el pedal y las correas con las que se la hacía funcionar, justo sobre unas llaves que reposaban a su lado. Rebotó sobre el níquel y de allí fue a parar la retina de Laura.

Ese brillo se introdujo en sus ojos activando algo, como si en algún lugar de su globo ocular hubiera habido una célula fotoeléctrica que lo hubiese estado esperando. Rápidamente el impulso nervioso fue procesado. En ese llavero estaba sujeta la llave que abre el candado de la verja de hierro oxidado del cuadrado de hierba, ése que le cerraba el paso al descampado y después al pinar, ese lugar detrás de la casa, donde no había nada para que una niñita de 9 (casi diez) años fuera a ver.

Cogió el llavero con sumo cuidado, las apretó en su mano con miedo a que tintinearan, sintió el frío de su metal. Había cinco llaves, pero a ella solo le importaba una, la más pequeña. Las depositó en su regazo y se dispuso a dirigirse hacia la puerta trasera, al final del pasillo, junto a la cocina. Las gomas de las ruedas rechinaron en el parquet recién encerado. El sonido le erizó el vello, y si mamá la había oído y si al salir del estudio se la encontraba plantada en medio del pasillo. La gelatina negra había comenzado a manar en lo más profundo de su mente, era una poza de brea hirviente. Notó como su boca se secaba, como los pulsos acelerados de su corazón zumbaban en los tímpanos.

Lo primero que asomó al pasillo fueron sus pies apoyados en los estribos de la silla, iba descalza. Espero antes de volver girar los volantes de la silla. Las palmas de las manos le habían empezado a sudar formando una película babosa entre ellas y el metal cromado, que le llevó a la mente la imagen de la piel de un pollo pasado de fecha, contó: uno, dos ,tres... nada. Mamá no la había descubierto (aún). La puerta de su habitación, Le le miraba desde su cama, el oso de trapo tuerto parecía guiñarle un ojo, aquello le dio un poco más de valor. La siguiente puerta, la de la derecha, era la del dormitorio de mamá. Estaba entornada, no pudo evitar mirar. Estaba muy oscuro, pero pudo distinguir el bulto que formaba el cuerpo de su madre bajo el edredón. Estaba de costado mirando hacia la ventana y se la oía roncar.



Las manos le seguían sudando y los latidos seguían martillando en sus oídos pero la seguridad de que mamá dormía, contenía a la ameba, a aquel miedo, lo justo para no paralizarla.Ya casi había llegado a la puerta trasera. El pomo de metal dorado de la puerta trasera estaba helado, la humedad de su mano además lo hizo resbaladizo. Intentó abrirlo con la máxima delicadeza, intentando que su mano no resbalara. Claro, estaba cerrado. El pulso aceleró el tempo.

Había que embocar la llave en la cerradura, sujetaba firmemente el resto para evitar que entrechocaran, se ayudaba con ambas manos, como si fuera a disparar una pistola muy pesada. El ojo de la cerradura se le antojaba minúsculo e incluso parecía moverse, era como enhebrar un hilo en una aguja. El metal seguía frío y húmedo como la barriga de un pez, la empujó y los pernos se ajustaron con un click a cada diente. La giró delicadeza intentando que los pestillos hicieran el menor ruido posible… la puerta quedó liberada con un golpe de metal contra metal, aquel estruendo no sólo iba a despertar a mamá, iba a despertar a medio barrio. El pánico hizo presa en ella, y si efectivamente mamá se había despertado, y si la estaba observando, y si estaba a su espalda, con el ceño fruncido y las mandíbulas apretadas. Las manos le comenzaron a temblar, lo supo porque oyó como las llaves tintineaban.



Tenía que controlarse, volvió a dejar las llaves en su regazo y se secó las manos temblonas en la felpa del pijama. -Mamá seguía durmiendo en su habitación, detrás de ella no había nada, salvo el pasillo vacío- se dijo . Abrió la puerta.



El sol parecía que hubiera estado parado detrás de la puerta, esperándola. Su claridad la avasalló, cegándola por un instante, se protegió con los brazos como un vampiro sorprendido por el amanecer. Mientras sus pupilas se contraían sintió el aire fresco de la mañana que la hizo estremecerse por un escalofrío. Bajó los brazos con cuidado. El jardín de mamá estaba allí. La hierba lucía en un verde casi eléctrico, de hecho todos los colores lucían más brillantes bajo el sol de la mañana. El rojo del muro de ladrillos, el albero del terraplén, el verde de los pinos de más allá, el azul del cielo y hasta el negro mohoso de la cancela, pero sobre todos ellos el candado. El candado brillaba como si fuera de plata bruñida, no podía apartar la mirada de él, su brillo era hipnótico, atrayente, como esas luces moradas que hay en los bares lo son para los insectos e igual de peligroso. Sabía que estaba haciendo algo malo, estaba desobedeciendo a mamá y eso no estaba bien desde cualquier ángulo que se mirara.
¡Laura!

Sólo pudo respingar cuando oyó su nombre. Mamá la había descubierto.
¡Hola, Laura! Al fin te has decidido a venir con nosotras. Ven a saltar

No, no era mamá. Las dos niñas estaban junto al muro. Tan rubias como las recordaba, con sus melenas recogidas en colas de caballo.
Hola. Fue lo único que acertó a decir (pensar)
Ven, salta con nosotras

Miró las llaves que tenía sobre su regazo.
¿Por qué me decís que salte?. Yo no puedo ¿por qué sois tan crueles conmigo?
Claro que puedes. Siempre has podido, sólo que aún no te has dado cuenta. Levántate de esa silla, ya no la necesitas.



Qué decían aquellas niñas, eso era... imposible, pero también era imposible que supieran su nombre. Se agarró con toda la fuerza que fue capaz, tanto que los brazos le temblaban y se alzó. Sus brazos soportaban todo el peso del cuerpo, las piernas le colgaban como si fueran las de una muñeca de trapo, las llaves rodaron y cayeron al suelo con estruendo metálico.
Vamos, Laura. La animaron a coro las dos.



Tenía miedo, se iba a caer, pero algo dentro de ella, un susurro que le decía: Hazlo, confía. Y no era la voz de las niñas, no y tampoco era la suya dándose ánimos. No, era una voz tranquila, firme y no era una orden, era como sentir un beso de buenas noches en la frente, era una promesa de que todo iba a salir bien, de que no se iba a caer, de que aquella voz de alguna forma cuidaba de ella. Debía ser la voz de Jesús..Una lágrima se deslizó desde su ojo derecho recorriéndole la cara hasta detenerse en los labios, probó su sabor salado. No tenía que tener miedo, confiaría. Cerró los ojos y pensó en saltar.


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-Pasen, pasen. -dijo mientras les abría la puerta-, ustedes primero, por favor .

Ella entró primero, el chico lo hizo después. Eran una pareja de recién casados, 35 años más o menos, guapos y bien vestidos, con pinta de tener suficiente dinero; seguramente él sería ingeniero en alguna empresa de comunicaciones y ella asesora financiera, o a lo mejor era al revés, daba igual el caso es que su instinto le decía que aquella pareja era una “presa” ideal .Tenía que venderles esa casa, porque se le estaba atragantando desde hacía ya demasiado tiempo. No era una casa facil de vender, una casa adaptada para minusválidos, era algo que a la mayoría de gente no le apetecía comprar, por eso en cuanto los vio entrar en la oficina de ventas sentados en sus sillas eléctricas supo que no se les podía escapar.

-Uy, perdón, se me olvidó dar la luz - Se disculpó - Como comprobarán, tanto los accesos como las habitaciones de la casa son muy amplios, más que suficiente para que se puedan desenvolver con total comodidad y seguridad- continuó mientras levantaba los interruptores magnetotérmicos de la casa con una sonrisa de caimán colgada de la cara.

La luz se hizo. Los clientes se miraron y se sonrieron ilusionados. Si toda la casa era tan bonita como prometía el hall, habían encontrado el lugar perfecto para formar su hogar. El comercial los adelantó, abrió las puertas del hall. Detrás de ellas apareció un amplio pasillo al que daban el resto de las estancias.


- Como les anticipé, la casa está diseñada para que el paso a cualquier habitación sea lo más cómoda posible, siendo las puertas de una anchura compatible con la normativa de casas adaptadas y si me sigen podrán ver a mano derecha….

La chica empujó suavemente el joystick, para que su silla avanzara en pos del vendedor, que ya había comenzado a andar, mientras seguía describiendo las bondades de la finca con un discurso resabido y un poco pedante, como si quisiera apabullarla con sus conocimientos técnicos en normativas de construcción. Jaja era lamentable como la gente a veces confundía su minusvalía física, con una minusvalía mental, pero se lo tomaba con humor, no iba dejar que aquel mequetrefe le amargara la visita, porque desde que vieron los planos en la oficina de ventas, supieron que la casa iba a ser perfecta. Notó una resistencia. Algo, algún objeto se debía haber colado entre las ruedas traseras que le dificultaba el avance..


-¿Pasa algo cariño?- preguntó su marido, que se detuvo, viendo que su mujer no avanzaba.

- Nada, debo haber pisado algo-.


La mujer volvió a empujar la palanca, esta vez un poco más. La rueda recibió la orden, giró con más fuerza. Efectivamente había algo delante de la rueda trasera derecha, pero no algo tan importante como para que no pudiera pasarle por encima. La silla se levantó un poco y comenzó a rodar con alegría una vez superado el obstáculo. Paró y giró 45º para poder ver qué era aquello que acababa de sortear. Su mente ya se había adelantado sugiriendo varias opciones, pero ninguna acertó. En ningún caso su mente le había sugerido lo que parecía una especie de bola hecha de trapos azules, una un poco achatada después de que le acabaran de pasar por encima los 150 kilos que sumaban sus 70 más los 80 de la silla.

Volvió a girar y dijo a su marido, que también iba a girar para ver el artefacto -Nada, no es nada, sigue, solo es un juguete, el niño de algún cliente lo ha debido de dejar olvidado-


Y diciendo esto los dos fueron en busca del comercial que y a había entrado en la habitación de la derecha y no que paraba de hablar ni un instante.




...Saltar, tengo que saltar...saltar…



……..



Debía de haberse caído, sentía el peso de toda su cabeza en un solo lado de la cara, el otro no estaba entumecido ni tan frío. El cuello le dolía y olía a tierra húmeda. Un pájaro trinaba. Abrió los ojos.


El suelo no era verde, no tan verde como esperaba. Flexionó los brazos se irguió todo lo que pudo. Aún estaba desorientada, pero no lo suficiente para saber que no estaba en el cuadrado de hierba de detrás de su casa, porque estaba sobre una alfombra de agujas y rodeada por troncos de pinos; estaba en el bosque.




-El dormitorio principal, con vestidor y baño, también dispone de una descalzadora y una pequeña mesa de junto a la ventana, donde quizás puedan encontrar ese rincón para relajarse, leer o echar un último repaso a sus informes antes de la próxima jornada-

La casa les estaba encantando, no podían escapársele. Presentía que el precio, tampoco iba a ser un problema, estaba un poco hinchado para poder negociarlo a la baja, además estos minusválidos tenían pasta, seguro que eran niños bien, eso se notaba, él lo notaba. Las sillas que usaban, no tenían pinta de ser de saldo y habían llegado en un monovolumen Chrysler adaptado que no debía de ser nada barato. Pero lo mejor es que no eran de por aquí, no y eso era bueno. Cuando la constructora adquirió los terrenos tampoco lo supo, aunque para ser sinceros, un rumor, una leyenda urbana no iba a evitar una operación como esa. Otra cosa eran los clientes finales, no todo el mundo estaba dispuesto a comprar una casa junto a un pinar, donde se decía habían pasado esas cosas.. Cruzó los dedos, había que cerrar la venta lo antes posible.




-¡Lauraaaaaa! ¡Lauraaaaa!. ¿Dónde estás? -

¡Ay!, era mamá y la estaba buscando y eso no era bueno. Intentó moverse, incorporarse como si sus piernas no fueran las de una niña inválida, como si sus piernas fueran las de una niña que había llegado hasta allí caminando, pero no pudo, sus piernas no respondieron.



- Jijijijijijijij. Ya te dije que era una boba. jijijijijijijij- dijo la más pequeña de las dos niñas rubias, rubias y con el largo pelo recogido en una cola de caballo, llevaba aquella pelota de trapos azules y no paraba de manosearla.



Estaban a unos pocos metros de ella, de pie, mirándola y riendo, como si estuvieran disfrutando con aquello.

-¿Por qué os reís?¿por qué no me ayudais? y ¿dónde está mi silla?



La mayor dio un codazo a la pequeña diciendo - Díselo, díselo, jijiji, aún no se ha dado cuenta -



- ¡LAURAAAAAAAAA !



- Corre, ya viene la loca de su madre, añadió



La niña levantó un brazo y extendió el dedo índice y apuntó hacia arriba, indicándole que mirara hacia arriba. Ahora las risas cómplices de las dos menores pasaron a carcajadas.



- JAJAJAJAJAJAJAJAJA Muy bien laura, muy bien lo has hecho muy bien, has saltado muy bien jajajajajaja-



Laura se dejó caer y rodó para quedar bocarriba y poder mirar al cielo.



De una rama gruesa colgaba la soga vacía, la ligera brisa la hacía oscilar de derecha a izquierda como el péndulo de un reloj macabro. Unos metros más allá en otra rama colgaba otro péndulo, uno que apenas si se movía, sólo parecía girar sobre si mismo, primero hacia un lado y luego hacia el otro como un títere, un títere que se parecía demasiado a su madre, aunque estuviera hinchada y blanca, aunque los pájaros le hubieran comido los ojos y los labios.



FIN.


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