El doctor giró
la cabeza del perro 180° . Se escuchó un clock, que liberó el mecanismo oculto
en la figura
de bronce sobre el escritorio.
Un segmento de
librería se hundió un 40 cmts en la pared. Orgaz la empujó haciéndola rodar
sobre unos
carriles, para remeterla tras el cuerpo del anaquel contiguo, dejando al
descubierto
la caja
fuerte. Introdujo la combinación en el teclado numérico y la abrió. En su
interior había
varios
estantes llenos de documentos. Sacó una carpeta. En su tapa tenía rotulada la
leyenda
"Proyecto
Set". Al sacarla accidentalmente, arrastró otra que cayó al suelo
desparramando su
contenido.
- ¡Maldición!
Masculló.
La incipiente
barriga le hacía dificultoso agacharse, así que terminó por ponerse a gatas
para
recoger los
papeles.
En su mayoría
eran historias clínicas y documentos de carácter contable. Todos ellos lo
suficientemente
comprometedores para que justificaran su lugar en la caja. A medida que los
recogía los
colocaba en montones clasificándolos según su naturaleza.
- Vaya, vaya
¿qué tenemos aquí? Se dijo en voz alta.
La carpeta
nunca había sido blanca pero el tiempo la había vuelto más amarillenta y
quebradiza. La
recogió con sumo cuidado como si fuera un objeto digno de veneración, pues
de algún modo
lo era. Parecía que hubiera sido ayer cuando lo vio por primera vez.
Quince años
antes
El timbrazo
del teléfono lo despertó. Se había quedado dormido sobre la mesa .
- ¿Si, quién
es? contesto aún medio dormido.
- Buenas
noches Doctor Orgaz.
- ¿Quién es?
Dijo mientras se recolocaba las gafas y consultaba su reloj de pulsera 01:12
am.
- Un amigo.
- Perdone
pero...
- Escuche;
tengo algo que ofrecerle que le será de gran interés. Si, ya se, que es tarde,
sólo le
robaré un
minuto más.
Era una voz de
anciano, áspera y dura como la lija.
-¿Quién es? Si
es una broma, no tiene gracia, voy a colgar.
-Bien, cuelgue
entonces, y cuando declare ante el tribunal también colgará sus estudios, todos
sus esfuerzos
habrán sido en vano.
El comentario
lo cogió desprevenido. La citación judicial descansaba sobre la mesa, junto a
un
plato con
restos de sopa fría.
- ¡Oiga ¿cómo
sabe eso? ¿Quién es?
- Ya le he
dicho, que solo soy un amigo, interesado en su trabajo. Venga mañana a la
Residencia Los
Álamos y pregunte por el señor Ulf Hrubesch. Le estaré esperando.
- Oiga...
¿Oiga?
Había,
colgado. Quien quiera, que fuese ese tal Ulf, había colgado.
. El futuro se
le antojaba ruinoso. El Buen Pastor clausurado cautelarmente y él, principal
imputado en un
delito por mala praxis. Pero lo realmente mortificante era, que sus
investigaciones
sirvieran de burla para mentecatos y cretinos que no alcanzaban a ver su
grandeza, con
sus absurdas estrecheces de miras. Al conocimiento no se le podían poner
trabas. Y
ahora esta llamada misteriosa. ¿Quién sería ese viejo?¿Un chiflado? No lo
parecía.
Quizás fuera
el golpe de suerte que estaba esperando, que su genialidad merecía.
A la mañana
siguiente, a primera hora, tomaba un taxi con dirección a su extraña cita. Los
Álamos,
resultó ser una residencia para la tercera edad de lujo a las afueras de la
ciudad.
Ubicada en lo
fue un palacete donde la alta burguesía del siglo pasado se retiraba durante
los
periodos
estivales.
- Buenos días.
Por favor, preguntaba por el señor Ulf Hrubesch. Comentó Orgaz a la
recepcionista.
Una joven guapa, de uniforme blanco inmaculado.
- Un momento
por favor. Dijo la chica descolgando un teléfono y pulsando la extensión que se
correspondía
con la suite del huésped.
- Señor
Hrubesch Buenos días, hay una persona que..... Sí señor, en seguida señor.
La mujer colgó
el interfono con delicadeza.
- Apartamento
56, el señor Hrubesch le aguarda.
Desde luego
aquel sitio tenía la pinta de ser un buen lugar a donde ir a dejar caer los
huesos.
Nada tenía que
ver con las residencias geriátricas que él conocía, más bien parecía un hotel
de
alto standing.
Las alfombras, las paredes enteladas y las arañas de cristal decoraban tanto el
amplio hall
como los pasillos. Todas las puertas que veía, tenían hojas dobles, por las que
una
cama de
hospital podría pasar fácilmente, pero nada de pomos baratos y madera
contrachapada;
donde los había ,los pomos eran de bronce y las puertas de madera noble ,
que ocultaban
cerraduras, blindando la intimidad de los ocupantes. El doctor rió para si.
¡Qué
vanidad ¡
Seguro que en algún sitio, había una llave maestra que las abriría, por mucha
cerradura y
madera que tuvieran. Pero los ricos eran así, la vejez los volvía aún más
desconfiados y
celosos, como gatas recién paridas.
Se detuvo, en
dos pasos llegaría al apartamento 56. No podía ni imaginarse cómo le iba a
cambiar la
vida, cuando cruzara esa puerta.
Golpeó con los
nudillos sintiendo como la madera absorbía el impacto, haciéndolo
prácticamente
inaudible. De todas formas no tuvo que insistir, desde dentro del apartamento
llegó la voz
rasposa y cansada del teléfono.
-Pase, pase.
Doctor, está abierto.
Empujó con
suavidad. La puerta giró sobre sus bisagras bien lubricadas con facilidad y sin
el
menor ruido.
La suite estaba prácticamente a oscuras. Las persianas estaban echadas,
evitando
que cualquier
rayo de luz de la despejada mañana las atravesara. Sólo una pequeña lámpara
de pie le
permitía ver por donde pisaba. El anciano anfitrión se disculpó
- Perdone la
oscuridad pero mis ojos no toleran bien la claridad, venga se, tome asiento
aquí
junto a mí.
Dijo señalando un chéster de piel oscura, situado a la diestra del sillón
orejero
donde estaba
sentado.
Orgaz tomo
asiento observándolo ¿cómo podía ver con esas gafas oscuras? Antes, le tendió
la
mano. El viejo
se la estrecho alzándola igual que si le pesara una tonelada. Notó el frío fofo
de
su piel
marchita y colgona. Sin embargo debajo de ella, los carpíos y metacarpíos
resaltaban
fuertes como
si en vez de una mano, hubiera estrechado una garra metálica envuelta en
pellejo.
- Bueno, pues
usted dirá, señor Hrubesch. Comenzó
- Ah! Es usted
un hombre directo, eso me gusta, sobretodo en un hombre de ciencia como
usted; bien
pues vayamos al grano. Lo primero que tengo que decir, es que conozco sus
trabajos sobre
la psique humana. Ya sé que, sus métodos no son... Digamos... muy ortodoxos y
que eso le
está causando problemas con las autoridades. Pero comparto con usted la idea,
de
que el
conocimiento científico requiere de unas miras amplias y libre de prejuicios, y
que
muchas veces
la sociedad no está preparada aún para asumir. Es por este motivo que he
contactado con
usted. El viejo se detuvo para toser, por su garganta salieron unos silbidos
como si su
pecho fuera una gaita desafinada. Cuando se recuperó continuó. Yo le ofrezco la
posibilidad de
continuar con ellos. Las gafas de Orgaz resbalaron por el tabique de la nariz.
A
pesar de que
la temperatura en el apartamento era fría, había comenzado a sudar. ¡Había
soñado un
millón de veces con oír esas palabras!. Uso el dedo índice derecho para volver
a
ponerlas en su
sitio, pero la transpiración no se lo facilitaba.
- Tome. Use
esto. Dijo el viejo sacando un pañuelo blanco impoluto de dentro del batín.
- Me
explicaré. Me refiero no solo a apoyarle económicamente y a subsanar sus
"problemillas
legales",
si no a aportar unos conocimientos en la materia que seguro que le harán
avanzar en
las
investigaciones.
Al doctor se
le cayó al suelo el pañuelo con que se secaba el sudor.
- No sé... No
sé qué decir. Me siento abrumado.
¿A qué clase
de conocimientos se refiere?, ¿Qué clase de información posee?
- Doctor,
comprendo que todo esto le sorprenda y que tenga muchas preguntas que hacer. No
se preocupe
todas sus inquietudes serán satisfechas ampliamente. Pero de momento lo más
importante es
restablecer el orden. Todos estos contratiempos están afectando a su trabajo y
por ende a
usted. Por ello quiero que tome esta tarjeta, y se ponga en contacto con mis
abogados.
Ellos le ayudaran a deshacer el entuerto lo más rápida y satisfactoriamente
posible.
Pero antes;
quiero que también tome esta llave, que corresponde con una caja de seguridad
del Banco
Internacional de Depósitos. Vaya allí y compruebe de primera mano todo el apoyo
que puedo
darle. Si después de la visita sigue interesado, vuelva y hablaremos más
detenidamente.
Si declina la oferta sólo tendrá que llamar a mis abogados y ellos recuperaran
la llave,
aunque dudo que se dé el caso. Tomó la tarjeta y la pequeña llave de níquel que
le
ofrecía el
viejo.
- Gracias...
Señor Hrubesch.
- No, no diga
nada, sólo haga lo que le he dicho, ya habrá tiempo para hablar, se lo aseguro.
Salió de la
residencia y tomó otro taxi con dirección al banco. No podía creer lo que le
estaba
ocurriendo.
Era....era más de lo jamás había podido imaginar. Un mecenas, que le ofrecía en
primer lugar
ayuda legal y fondos, pero lo que más le intrigaba e ilusionaba; que le iba a
proporcionar
información que le haría avanzar en sus investigaciones. Las palabras era
música
en sus oídos,
música celestial. El taxista le miró atreves del retrovisor en varias
ocasiones.
¿Qué miraría?,
¿Tendría algo raro en la cara? Ah, claro, ahora caía. Lo que el chofer miraba
era
la sonrisa
boba que se le había quedado en la cara y que era incapaz de borrar.
El coche paró
justo en la entrada. El BID estaba alojado en un edificio de principios del XX.
Su
fachada
principal estaba sustentadas por al menos dos grupos de cuatros columnas de
orden
corintio que
soportaban un frontispicio a la manera clásica, en la que estaba claramente
inspirado. En
él, se representaba en piedra, una alegoría, donde el dios supremo Zeus
concedía
a Hermes las
alas de sus pies con las que cumpliría su misión de ser el mensajero de los
dioses.
Todo ello
hacia al edifico una mole imponente, que pareciera publicitar los tesoros que
albergaba en
su interior. Orgaz bajó del taxi esperando hallar en él, uno de esos tesoros.
Un arco de
seguridad y dos vigilantes del tamaño de armarios le recibieron. Una vez paso
el
filtro, se
encaminó a una de las mesas donde los empleados aguardaban a los clientes con
sonrisas
artificiales y falsas igual que hienas ante un animal moribundo. El interior
del edificio
no defraudaba,
la inspiración clásica se mantenía. En los suelos el mármol de diferentes
colores,
hacían figuras geométricas. Sobre él, mas columnas de capiteles corintios en
mármol
blanco y
fustes de pórfido rojo sustentaban el conjunto de escala ciclópea, digno de una
catedral.
- Buenos días.
- Buenos días
dijo el empleado, un hombre de cuarenta años más o menos, calvo y
perfectamente
trajeado.
- ¿En qué
podemos ayudarle? Comentó ofreciéndole, con un gesto, asiento en uno de los dos
sillones de
caoba barnizada, juego de la mesa a la que se sentaba.
- Me envía el
señor Ulf Hrubesch. Quiere que tenga acceso a una caja de seguridad a su
nombre, aquí
tengo la llave. Dijo mostrándosela al empleado.
- Si, ya veo.
Permítame hacer unas comprobaciones rutinarias de seguridad. Si es tan amable
de disculparme
unos minutos...
Antes de que
pudiera levantarse de la silla, otro empleado se le acercó por la espalda ,
poniéndole una
mano en el hombro, haciendo que permaneciera sentado de forma sutil.
- Buenos,
dias. Soy Ernesto Mür, director de la entidad. El señor Hrubesch me ha informado
de
su llegada Sr.
Orgaz. Si tiene usted la bondad, yo mismo le acompañaré a la cámara.
- Desde luego,
aquel viejo debía de estar bien relacionado. Pensó, bastaba con ver el brillo
en
los ojos del
director. El brillo del dinero.
Bajaron por
las entrañas del edificio, en un ascensor, lo que le pareció una eternidad, en
medio
de uno de esos
silencios incómodos. Se les unió otro guardia de talla XXL con chaleco
antibalas
y automática
en la cartuchera del muslo. Cuando salieron del ascensor, el guardia se
adelantó
y abrió una
reja que les impedía el paso. Detrás de ella, otro arco de seguridad y tras él,
una
pequeña sala
de color blanco, iluminada con potentes halógenos empotrados en el techo y en
la pared, la
puerta de una cámara acorazada, por la que podría pasar cuatro jugadores de
baloncesto
cogidos del brazo. La puerta en si, era una solida pieza de metal pulido con un
volante en el
centro a Orgaz le recordó a la escotilla de un submarino gigante.
Ahora el que
se adelantó, fue el director, que hundió una llave plástica en una ranura. El
vigilante le
imitó e introdujo otra en otra contigua. Se pudo oír un crujido metálico.
Luego, asió
el volante y
lo giró 360°. Otro sonido llego desde la cámara, esta vez, un siseo neumático.
La
gran pieza de
metal se movió y muy lentamente comenzó a abrirse.
El proceso
tardo unos 7' que también transcurrieron con el incomodo silencio de banda
sonora. Una
vez abierta, el guardia entró dentro de ella y tecleo algo en un panel adosado
una
de sus
paredes. Era el único espacio libre, todo el resto estaba tapizado con cajones
y puertas.
Todos con un
número de orden blanco grabado sobre sus frentes de metal negro, donde
también se
podía ver una cerradura. En efecto el interior, con un poco de imaginación,
podia
pasar por una
consigna de algún aeropuerto, eso sí, de viajeros con maletas muy pequeñitas.
En el centro
una mesa de metal y nada más, aparte del halógeno en el techo que procuraba la
iluminación.
- Señor Orgaz
puede pasar y consultar la caja. Nosotros nos retiraremos para preservar su
intimidad.
Cuando haya acabado, sólo tendrá que utilizar el interfono y bajaremos a
buscarle.
Dijo señalando
el panel donde había estado tecleando el vigilante. Dicho esto los hombres
desaparecieron
y le dejaron a solas. Miró la pequeña llave plateada y por un instante, la
sintió
pesada como si
fuera de plomo. 275 era el numero que tenia grabado. Sus ojos buscaron
ansiosos
150...235....278. Allí estaba.
El cajón de
metal negro con la cifra en blanco; a la altura de sus rodillas. Probó a meter
la llave
.Resbaló de
entre sus dedos sudorosos, cayendo con un tintineo metálico. Se pasó las manos
por los
pantalones, para secar la transpiración. Estaba nervioso, igual que una feligresa
que
intenta sisar
en el cepillo. Al segundo intento embocó la cerradura y la llave entró
suavemente,
notando como los dientes encajaban perfectamente dentro del bombín. Le dio
un par de
vueltas a la izquierda y el cajón quedo liberado. Un mecanismo hizo que el
frente
sobresaliera
de la pared unos centímetros, lo justo para meter los dedos y poder tirar de
él. La
caja de 50
ancho por 40 de alto, ocultaba un fondo de más de metro y medio, que se
desplegó
al mínimo
impulso, sobre unas poderosas guías. Mas parecía un archivador o mejor una
cámara
refrigeradora de morgue donde se guardan los féretros a la espera de ser
reconocidos.
El contenido
lo dejo boquiabierto. Los lingotes de oro se apilaban, llenando casi todo el
interior, no
supo calcular cuantos habría, pero parecían muchos. Desde luego la promesa de
fondos era más
que una realidad. Hay había para mucho, mucho tiempo de investigación. Pero
aunque lo
impresiono, no era realmente lo que deseaba ver. Lo que el realmente quería ver
,
debía de estar
al fondo detrás de los ladrillos dorados . Efectivamente no todo el espacio
estaba ocupado
por los lingotes, atrás había un espacio libre, en la zona del cajón que
quedaba
remetida en la
pared. Orgaz agudizo la vista, escrudiñando esa parte en penumbra. Sí, allí
había algo
más, se agachó y metió la mano tanteando. Las yemas sintieron el roce del
cartón
de una
carpeta, tantearon hasta que por fin se hicieron con ella. La sacó con extremo
cuidado
intentando no
doblarla. No supo explicar la sensación que le embargo cuando la pudo
observar.
¿Sorpresa? ¿Confusión? o simplemente decepción.
continuará...
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