lunes, 1 de febrero de 2016

La Red






El icono parpadeaba en la pantalla del teléfono. El sobrecito blanco era la señal de que ella volvía a llamar a su puerta. Contemplarlo era excitante estimulante, era como beberse de un trago una cafetera de ocho servicios, las pupilas se dilataban y el oído se le afinaba y hasta sentía una erección que le hacía sonreír inevitablemente.

Parecía un colegial que recibía mensajes en bolitas de papel, de aquella niña que le sonreía en el patio, sólo que él no era un colegial y aquello no era el patio de un colegio.


No recordaba bien cómo había empezado, unos buenos días por aquí, una canción por allá y sin darse cuenta el jardín se transformó en un bosque y el bosque en selva. Se contaron cosas, se dijeron cosas, cosas secretas e íntimas, cosas que jamás habrían contado a nadie y ahora se conocían y se amaban en silencio. Nunca se habían visto, sólo alguna foto mostrando los ojos o los lábios, guiños a la picardía, propios del juego de dos personas que se gustan y que actúan al modo de miguitas de pan indicando el camino a seguir, avivando el misterio y la curiosidad del deseo.


Era difícil de explicar, casi ridículo, él era un hombre casado y ella una mujer independiente ambos con vidas totalmente estables y acomodadas. El mundo no lo entendería, ya fuera por unos motivos o por otros, así que lo mantuvieron en secreto, nadie a excepción de ellos mismos sabían de su relación o cómo se pudiera llamar aquello que mantenían y que les hacía tan felices. Sí, las personas con las que convivían e incluso los amigos o los compañeros de trabajo notaban su felicidad, porque soreian más, pero por mucho que preguntaran su secreto permanecía a salvo como si por alguna extraña razón ese atributo fuera lo que lo hacía especial, ese secretismo, esa privacidad era mágica y así debería seguir siendo o el hechizo se rompería ..pero como en todos los cuentos el amor es una hiedra salvaje y una vez ha prendido es difícil de controlar.


Los días pasaron y se hicieron semanas y las semanas sumaron meses. Los sobrecitos volaban por el éter y los sentimientos fraguaban en una aleación que cada vez era más fuerte, más poderosa. Él, cada mañana buscaba sus palabras antes de salir al mundo real y cada noche antes de dormir eran su último pensamiento. Dormir? Dormir sólo se había convertido en una excusa, una treta consigo mismo, un ardid para buscarla en sus sueños, para besarla y para hacerle el amor. Y durante un tiempo fue suficiente. Pero el día había llegado, el día en que los sueños no bastaban, quería tocar quería oler y de alguna manera quería dejar de imaginar. Ella reía ante sus demandas, traviesa y precavida como un corzo. Pero en el fondo de su ser sabía que ella también deseaba saltar afuera de esa pantalla, eran dos Alicias separadas por un cristal, por una cortina de cuentas hecha de unos y ceros. El mundo real estaba ahí y les estaba esperando.

Muchas veces había imaginado ese momento, muchas veces lo había soñado y al fin se iba a hacer realidad. Habían concertado una cita

El local estaba atestado, era un viernes a media tarde, la coartada era perfecta, nada podía salir mal, su esposa estaba trabajando y él visitando a un cliente aunque en realidad había pedido la tarde libre, nadie les molestaría. Muchas otras veces había quedado allí con clientes en aquella cafetería, nadie sospecharía si se diera el caso de que los vieran juntos, asi y todo llegó media hora antes de lo acordado. Él también era precavido y como un ladrón nocturno había estudiado la escena hasta el más mínimo detalle ...era un lugar ni demasiado evidente ni demasiado secreto una cafetería donde todo el mundo de aquella ciudad había estado alguna vez, donde los amigos quedaban antes de ir a cenar o donde miles de tratos se habían cerrado..y eso era, de alguna extraña forma lo que ellos iban a cerrar hoy . Un trato, un trato donde sus dos almas iban a sellar su amor con un beso de carne, esa carne que tanto anhelaban y de una forma tajante y definitoria les, le iba a confirmar que aquella persona aquella mujer que lo enloquecía, que lo escuchaba y que lo comprendía no era sólo un producto de su imaginación.

Era curioso no sabía exactamente cómo era ella, en su mente había formado una imagen, un boceto imperfecto e ideal y ese miedo también lo acompañaba, y de la misma forma que en las películas también acordaron una señal, un código que no dejaría dudas de que eran ellos. Los dos llevarían un ejemplar de una novela de éxito que ambos habían leído y comentado mil y una vez, no tenían canción aún, aquel libro era lo más parecido a su canción, una canción hecha con letras, se titulaba, Azul. Sólo era un detalle divertido, su amor siempre había sido un poco de novela, pero sabía que la reconocería aunque no llevara el libro, sabría que era ella, aunque estuviera en medio de todas las mujeres del mundo, él la reconocería. estaba seguro.

Miró su reloj de pulsera, curiosamente ese reloj fue el regalo de pedida de su mujer. Las iniciales y la fecha que llevaba grabados en el envés le quemaron la muñeca. La agitó nervioso y el cronógrafo de acero cambio de posición aliviando la quemazón y espantando aquel pensamiento tan inoportuno.

La mesa que había elegido tampoco era casual, orientada hacia la entrada pero suficientemente oculta para observar sin estar demasiado expuesto ..en ese momento la puerta se abrió y aunque el murmullo del local lo impedía el pudo oír el tintineo de una campanilla que lo advertía. Era ella...allí estaba puntual y certera como una saeta de Eros. El corazón se le detuvo por un instante. Allí estaba, sujetaba la novela de tapas azules en la mano derecha que resaltaba sobre el rojo sangre de su abrigo. Ese mismo abrigo rojo sangre que él  había regalado a su mujer esas últimas navidades...


Fin



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