No hay nada más aterrador. Nada puede serlo, simplemente es imposible.
El velocímetro digital del salpicadero, me ha robado la posibilidad de usar esa frase tan manida y típica de los escritores de tercera “La aguja del velocímetro había sobrepasado los 120 km/h…”. Quizás por eso desde siempre me gustó, pero el velocímetro de mi coche, como he dicho es digital y los diseñadores no tuvieron el detalle de incluir, ni siquiera una triste agujita, aunque hubiera sido solo una rayita de luz.
La cifra, que lucía en números plateados sobre el fondo negro del display era 125, aunque no duraría ni un segundo más. El pie derecho no dejaba de presionar el pedal del acelerador, eso las obligaba a sumarse y no paraban de ascender. Sinceramente no tenía prisa. Aceleraba por el mero gusto de hacerlo, de dar un poco más de interés a aquel viaje tedioso. Aumentar la velocidad me exigiría más atención. Las glándulas suprarrenales comenzarían a segregar adrenalina. En realidad somos yonkis de la adrenalina. Sí, sin saberlo, porque todo lo que nos excita la produce, el Rock, la velocidad, el sexo. Así que necesitaba un chute de esa adrenalina para despabilarme del sopor que me envolvía lentamente, como una especie de arenas movedizas invisibles, que me relajaban igual que un baño caliente después de una jornada de duro trabajo. Si no hacía algo, me iba a dormir al volante por esa desierta y maldita autovía de tiralíneas.
Ahora juraría que di una cabezada, que el accidente que iba a sufrir en unos segundos fue provocado por el sueño pero también sería una mentira. Sé lo que vi y no, no estaba dormido.
En el horizonte cercano de un cambio de rasante apareció. Brillaba como la primera estrella de una noche de verano. El culo del Renault Clio gris plata, me recordó al de un insecto de esos que salen en los documentales de la hora de después de comer, un insecto de esos, que empujan bolas de caca de elefante por en medio de la sabana africana. Apesar de estar aún bastante lejos lo reconocí con facilidad. Fue mi primer coche, en realidad no es cierto, pero sí fue el primero que pagué de verdad. Fue una buena máquina, y no me pareció extraño que aún hubiera alguno rodando de su quinta. La marca del rombo todavía los fabricaba, pero la carrocería había variado tanto, que poco o nada tenía que ver con la de su primo.
Aún recuerdo la matrícula 2580 CNW ¿Sería aquel Clio del mismo año? Aceleré un poco más para leerla. Me acerqué y los números comenzaron a perfilarse hasta que fueron perfectamente legibles. 2580 CNW. Jajajajaja Eso era imposible, era mi matrícula, pero mi primer coche hacía no menos de tres años que había sido comida para una prensa hidráulica de desguace.
Observé con atención el coche, buscando esas marcas imposibles que hacen que un coche sea tu coche, uno entre un millón. Entonces es cuando las manos me comenzaron a sudar. Allí estaba, en la protección de plástico gris oscuro guardabarros, justo debajo de la w. Un rozón, un arañazo que le hice al segundo día de sacarlo del concesionario, al meterlo en el parking subterráneo del trabajo.
De forma refleja activé el intermitente derecho. Lo iba a adelantar, quería ver quién conducía ese coche...mi coche. Comprobé por el retrovisor que no había ningún vehículo y aceleré mientras giraba levemente el volante. El Renault debía de ir a tope, 135 km/h eran demasiado para él.
137, 138, 139, 140 km/h. Ya estaba en paralelo ahora solo tenía que girar la cabeza y mirar al conductor. Curiosamente una mano invisible me impedía girar la cabeza, como si una tortícolis repentina me advirtiera con un pinchazo doloroso en la base del cuello, que no debía mirar. Noté el sudor de las manos resbalar entre mi piel y la del volante cuando lo sujeté con toda la fuerza que fui capaz de hacerlo y armandome de valor giré la cabeza..
Allí estaba yo, 20 años más joven con la que entonces era mi novia y luego sería mi mujer de copiloto. Íbamos riendo y charlando animosamente. Entonces mi yo del Clio se giró hacia mí, apartando por un instante los ojos de la carretera, sonríe mientras gesticula articulando unas palabras ...que no consigo entender….eso es, me estoy diciendo, “Todo esto es...MEN... MENTIRA”.
Fin.
El velocímetro digital del salpicadero, me ha robado la posibilidad de usar esa frase tan manida y típica de los escritores de tercera “La aguja del velocímetro había sobrepasado los 120 km/h…”. Quizás por eso desde siempre me gustó, pero el velocímetro de mi coche, como he dicho es digital y los diseñadores no tuvieron el detalle de incluir, ni siquiera una triste agujita, aunque hubiera sido solo una rayita de luz.
La cifra, que lucía en números plateados sobre el fondo negro del display era 125, aunque no duraría ni un segundo más. El pie derecho no dejaba de presionar el pedal del acelerador, eso las obligaba a sumarse y no paraban de ascender. Sinceramente no tenía prisa. Aceleraba por el mero gusto de hacerlo, de dar un poco más de interés a aquel viaje tedioso. Aumentar la velocidad me exigiría más atención. Las glándulas suprarrenales comenzarían a segregar adrenalina. En realidad somos yonkis de la adrenalina. Sí, sin saberlo, porque todo lo que nos excita la produce, el Rock, la velocidad, el sexo. Así que necesitaba un chute de esa adrenalina para despabilarme del sopor que me envolvía lentamente, como una especie de arenas movedizas invisibles, que me relajaban igual que un baño caliente después de una jornada de duro trabajo. Si no hacía algo, me iba a dormir al volante por esa desierta y maldita autovía de tiralíneas.
Ahora juraría que di una cabezada, que el accidente que iba a sufrir en unos segundos fue provocado por el sueño pero también sería una mentira. Sé lo que vi y no, no estaba dormido.
En el horizonte cercano de un cambio de rasante apareció. Brillaba como la primera estrella de una noche de verano. El culo del Renault Clio gris plata, me recordó al de un insecto de esos que salen en los documentales de la hora de después de comer, un insecto de esos, que empujan bolas de caca de elefante por en medio de la sabana africana. Apesar de estar aún bastante lejos lo reconocí con facilidad. Fue mi primer coche, en realidad no es cierto, pero sí fue el primero que pagué de verdad. Fue una buena máquina, y no me pareció extraño que aún hubiera alguno rodando de su quinta. La marca del rombo todavía los fabricaba, pero la carrocería había variado tanto, que poco o nada tenía que ver con la de su primo.
Aún recuerdo la matrícula 2580 CNW ¿Sería aquel Clio del mismo año? Aceleré un poco más para leerla. Me acerqué y los números comenzaron a perfilarse hasta que fueron perfectamente legibles. 2580 CNW. Jajajajaja Eso era imposible, era mi matrícula, pero mi primer coche hacía no menos de tres años que había sido comida para una prensa hidráulica de desguace.
Observé con atención el coche, buscando esas marcas imposibles que hacen que un coche sea tu coche, uno entre un millón. Entonces es cuando las manos me comenzaron a sudar. Allí estaba, en la protección de plástico gris oscuro guardabarros, justo debajo de la w. Un rozón, un arañazo que le hice al segundo día de sacarlo del concesionario, al meterlo en el parking subterráneo del trabajo.
De forma refleja activé el intermitente derecho. Lo iba a adelantar, quería ver quién conducía ese coche...mi coche. Comprobé por el retrovisor que no había ningún vehículo y aceleré mientras giraba levemente el volante. El Renault debía de ir a tope, 135 km/h eran demasiado para él.
137, 138, 139, 140 km/h. Ya estaba en paralelo ahora solo tenía que girar la cabeza y mirar al conductor. Curiosamente una mano invisible me impedía girar la cabeza, como si una tortícolis repentina me advirtiera con un pinchazo doloroso en la base del cuello, que no debía mirar. Noté el sudor de las manos resbalar entre mi piel y la del volante cuando lo sujeté con toda la fuerza que fui capaz de hacerlo y armandome de valor giré la cabeza..
Allí estaba yo, 20 años más joven con la que entonces era mi novia y luego sería mi mujer de copiloto. Íbamos riendo y charlando animosamente. Entonces mi yo del Clio se giró hacia mí, apartando por un instante los ojos de la carretera, sonríe mientras gesticula articulando unas palabras ...que no consigo entender….eso es, me estoy diciendo, “Todo esto es...MEN... MENTIRA”.
Fin.
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